22. El precio de la traición [Prt. I]

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Con cada paso su corazón latía más, colmándose por la ansiedad de enfrentarse al que alguna vez fue su padre a base de mentiras, deseando hacerle pagar cada una de sus injusticias. Estaba a merced de cualquiera, sin embargo eso no la detuvo. Era tanto el anhelo de llegar a su encuentro, que la magia que emanaba la daga negra en su cinto se esparció por su cuerpo. Cada recuerdo le hacía considerar la peor tortura para cobrarle sus fechorías; tantos fueron los malos tratos que consideró la muerte en una de esas opciones, pero ella no era sí, solo que el libro la cambió. Perdió la compasión cuando mató al primer soldado drago, dando paso a la ira, la tristeza, el dolor, tantos sentimientos encontrados que en conjunto la volvieron fría.

Estaba cerca a las puertas que resguardaban la ciudad de Voreskay. Marchó en medio de sus enemigos tan cargada de odio que, fulminante, les atravesó la espada que usaba en remplazo del orbe, bien fuera en el cuello o en el pecho. Se abría paso como una reina que triunfal iba al altar para recibir su corona, solo que esta reina no tenía escrúpulos al atacar sin piedad. Llegó a la salida, dando un profundo respiro. Como un sabueso, percibió el aroma de Cornelius al que quería de rodillas pidiéndole perdón, aunque hubo un percance del cual, por andar concentrada en otra cosa, no vio venir.

Un zumbido la alertó, seguido de ello, una fuerte corriente golpeó su hombro, dejando una punzada insoportable que se esparció incesante por su cuello y brazo. André se echó al suelo, arrastrándose a un lado de la puerta, al filo de ésta, resguardándose de las flechas que esta vez sin reparo salían de aquella entrada, sin mediar en dónde iban a parar. Se mandó la mano al hombro palpando la flecha incrustada en él, saliendo sangre sin control; lo sorprendente es que le atravesó la hombrera de la armadura. Apretó los dientes con rabia, el sudor le escurría por el rostro. Se quitó con ira el casco que protegía su cabeza, lanzándolo lejos.

Refugiada con la muralla, vio cómo las flechas impactaban en cualquiera que se atravesara, fuera aliado o enemigo. El aire gélido le dio frescor, seguido de un escalofrío por la nevada que caía; pensó con cabeza fría cómo enfrentar aquello, no tenía más energía de dónde sacar para soportar la magia del libro. Detallando la saeta que le atravesaba de lado a lado el hombro, corroboró su calibre: era de un centímetro de diámetro y veinte de largo, hecha de bronce. Ese tipo de flechas no eran normales, sólo había una nación que las implementaba y ésta era Kuon, tierra de alquimistas.

De un jalón, frunciendo los labios para comprimir un quejido, sacó la saeta. El ardor de la herida llegó a tal punto que le inmovilizó por unos segundos el brazo, dejándole como única alternativa soportar el dolor.

—¡André! —gritó alguien a la distancia. Reconoció esa voz que desesperada la llamó.

Sacó voluntad para mostrarse inquebrantable, relajando el gesto lo más que pudo para ponerse de pie, apoyando su espalda contra la muralla. Agudizó la vista, fijándose en los dragos próximos a ella que fueron exterminados de la manera más tonta, todo porque no sabían del ataque imprevisto de su propia tropa. Divisó a quien la llamó, molestándose por su intromisión; lo tendría siempre siguiéndola, no tendría libertad de actuar con propiedad con él pisándole los talones.

Estando a su lado, luego de matar a un par de enemigos, evadiendo con gran agilidad las flechas, Alexander se precipitó hacia ella, envainando sus espadas en el fardo tras su cintura para tomarle el rostro, acción que no previó.

—¿Estás bien? ¡¿Por qué te lanzaste así?! —exclamó, preocupado, reparando en sus celestes ojos.

André, perdida en esa mirada que destilaba una mezcla de furia y ansiedad, con solo el toque de sus manos enguantadas, la calmó sobremanera, quitándole el enfado, dejando incertidumbre. ¿Por qué pasaba eso? Siendo su Guardián debería darle motivos en vez de abordarla con miedos. Percibiéndose una chiquilla, apartó con brusquedad sus manos.

El mensaje de los Siete [IyG II] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora