29. Despedida

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La luz de la luna se esforzaba por iluminar ese paraje tan lúgubre a pesar de brillar con total intensidad. El desasosiego era molesto en el pecho de quienes perdieron a un ser querido ese día, rogando al cielo que donde estuvieran, sus almas llegaran con bien al otro lado para que, cuando les tocara partir de ese mundo, los recibieran en las puertas del más allá.

En silencio, Drek y Alexander se prepararon para un largo viaje hacia tierras áridas donde el sol era agobiante y las respuestas inciertas. Armas, espadas, arcos y flechas, armaduras de cuero curtido, provisiones para el camino cargaban cada uno. Nadie sabía de su cruzada, solo el conde Renart y su fiel compañero, Radamanto. Luego de empacar lo necesario, fueron a la cabaña donde André reposaba. Estando en la habitación dispuesta para ella, contemplaron su delgada figura, bañada con la luz de luna que la volvía en un ser sobrenatural, puro y bello. Su cabello rubio parecía de plata por el tono azul de la noche y el astro nocturno combinados. Antes de atravesar el umbral permanecieron inmóviles, aguardando a quién entraría primero. No se atrevieron a verse, no les apetecía reñir en un momento así, solo querían despedirse como era debido.

—¿Se van a quedar ahí parados toda la noche? —preguntó el único hombre indiferente a la situación de aquellos dos guardianes.

Surcaron la vista hacia la derecha; con un hombre alto de piel morena apareció entre las sombras, siendo sus ojos de sangre los que sobresalieron. Alexander tomó la iniciativa luego de esas palabras, reparando en su compañero de viaje.

—Déjame entrar primero... a solas —le solicitó al príncipe quien lo detallaba con cierta desconfianza.

Drek apartó la mirada, fijándose de nuevo en André; no le gustó la idea, pero no estaba para discutir por pequeñeces, además, pensó, tendría también su tiempo a solas con ella, así que decidió mejor acelerar la despedida.

—Está bien —musitó, dando media vuelta para adentrarse por el oscuro pasillo para luego detenerse al pie de una ventana que daba vista hacía un par de casas aledañas.

Alexander quedó sorprendido al igual que Radamanto, porque no chistara ni protestara. Últimamente lo notaba más reservado, incluso más callado. Cuando intercedió por André lo desconcertó al no protestarle por la forma imprudente en la que ella entró a Voreskay sola, sin apoyo de nadie.

Suspiró en breve, ingresando a la habitación, cerrando la puerta tras su paso. El silencio anormal y el frio de la helada no lo distrajeron, toda su atención estaba en la mujer que amaba. A pesar de que no lo escucharía, le diría todo lo que sentía para irse al menos con la certeza de que le confesó su amor y no se llevó nada a la tumba. Odiaba pensar que su travesía junto a Drek terminaría mal debido al enemigo que enfrentaban, siendo incierto su destino cuando pisaran las tierras de Sanalevi. Se sentó al filo de la cama, admirando a esa doncella que dejó de lado los vestidos para portar armaduras; de sólo imaginarlo sonrió, creyéndose afortunado de haberla conocido.

—Me hubiese gustado que estuvieras despierta para que oyeras lo que tengo que decirte —habló, dando comienzo a su interludio. Su mirada reflejaba ternura, el más dulce amor que pudo haber sentido por alguien en toda su existencia. Tomó la mano de André entre las suyas y la estrechó—. Me hubiese gustado que, bueno, nos hubiéramos conocido en otras circunstancias y no de este modo tan aparatoso y... doloroso.

Cerró los ojos, suspirando nostálgico ante las pérdidas; Igor, sus padres, incluso su libertad, tantas cosas arrebatadas en una guerra sin sentido, porque algunos no sabían vivir sin dejar de lado la ambición.

—Me cuesta decirte lo que siento, y eso que no estás despierta —comentó, riendo entre dientes, mientras abría los ojos, deseando encontrar esos luceros celestes reparando en él, pero sólo la halló durmiendo—. Eres preciosa de todas las maneras, durmiendo y hasta de mal humor. Me pareciste hermosa la vez que te conocí, hace dos años, cuando me ayudaste a escapar de Gurlok. —Bajó la mirada negando en ironía—. Recuerdo que, cuando supe que eras parte de la guardia de Cornelius te dije que nunca, jamás me hablaras; agradezco que nunca me hicieras caso.

El mensaje de los Siete [IyG II] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora