27. Rendición de cuentas [Prt. II]

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—Y tú —gruñó, señalando al deteriorado hombre que osaba darle frente—. Esperé más de ti. Veo que toda esa magia que presumes no sirve de nada. Eres como esa niña. —Señaló a André tras él—: promesas falsas y desgracias es lo que traes.

—Admito toda la culpa y sus reclamos —aceptó Renart, manteniendo la frente en alto—. Aunque, de no ser por la intérprete, Voreskay hubiera sido ruinas. Temo decir que fuimos traicionados, cosa que no preví.

Tanto el príncipe como Alexander miraron desconcertados a Renart, incluso Radamanto que aún no estaba enterado sobre la traición de Vladdar. En cambio Vincent rio en ironía, sentimiento que se volvió en repudio.

—El exdirigente del ejército de Grant Nalber, que traicionó a los suyos, tiene traidores en sus filas. Dime, ¿cómo se siente eso? —ironizó, viéndole inquisitivo.

Renart apretó la mandíbula; el karma tarde o temprano le cobraría cada mentira, cada acción que lo llevó a matar y entregar a muchos de los que antes eran sus amigos. Vincent retiró la vista de ese incompetente, enfocando a sus subordinados.

—¡Soldados! —exclamó hacia la horda de licántropos que aguardaban a sus espaldas—. Revisen cada rincón de la ciudad si hay sobrevivientes. Si son enemigos, mátenlos. Armen un perímetro de vigilancia y ante cualquier imprevisto den alerta.

—¡Si, señor! —respondieron los guerreros al unísono, dispersándose enseguida, corriendo de manera inhumana.

—¡Keykan! —gritó, señalando a un hombre a la distancia, casi del mismo porte que él pero un poco más alto. El sujeto se presentó, asintiendo con la cabeza—. Estarás a cargo de esta ciudad. Si pasa algo notificas de inmediato a Borsgav, ¿entendido?

—Sí, señor —contestó el tipo, dio media vuelta y siguió a los hombres que se adentraron a la ciudad.

Vincent vio hacia la entrada de Voreskay, al puente que comunicaba con la frontera de Transaleste. Su gesto era duro, frío, meditando lo que haría a continuación. Fue en esa dirección, primero lento, después acelerando el paso.

Renart tuvo un presentimiento, entendiendo sus intenciones, temiendo lo que fuera a hacer.

—¡Vincent! —lo llamó. Si pudiera lo detendría, lo haría entrar en razón. No hubo quién parara a ese conde que tenía en claro su siguiente objetivo—. ¡Por lo menos escucha! —bramó, andando torpemente; el licántropo tomó una considerable ventaja. Preocupado, miró a Radamanto, extendiéndole un collar que reconoció enseguida—. Detenlo, no dejes que salga de la ciudad.

El nemuritor asintió, tomó lo que le pasó y siguió al conde. El artilugio entre sus manos emanó una luz purpura; éste era El puño del caos, artefacto que le dio André a él precisamente, para que provocara una distracción en la ciudad y así el ejército del cuartel entrara a Voreskay.

El collar se enrolló en su muñeca, transformándose en un guante de acero que envolvió su mano. Apenas el poder del arma recorrió cada terminación de su cuerpo, corrió hasta rebasar a Vincent quien, al tenerlo al frente obstaculizándole el paso, le mandó un puño el cual retuvo con el brazo en alto. El licántropo se descoló; ese golpe era para mandarlo a volar; el maldito murder lo soportó, eso lo enojó. Mandó otro zarpazo; no se dejaría amedrentar, era superior a cualquiera en esa ciudad, se haría su voluntad a cualquier costo. Radamanto, bloqueó el ataque con su otro brazo, sin embargo.

—¡Vincent, entiende que si vas a Transaleste ahora te matarán! —exclamó Renart, aproximándose con lentitud, lo que sus pasos le permitían.

—¡Me harté de esperar! ¡Me harté de su causa de mierda! ¡No permitiré que la muerte de mi hermano se quedé así! ¡Ya no soporto más esto! —alegó el aludido luego de empujar a su adversario hacia atrás para mantener distancia.

El mensaje de los Siete [IyG II] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora