10. Arteas [Prt. II]

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Los guardias fueron ante Vincent para someterlo, pero en un abrir y cerrar de ojos, les quitó sus lanzas, los golpeó detrás de la nuca, haciéndoles perder el conocimiento. El grupo de soldados que resguardaban a la doncella caminaron con lentitud hacia él mientras algunos sirvientes entraron al castillo, despavoridos del susto, tratando de llevarse a la joven mujer que se opuso a irse.

—Si tanto es su temor por mí, entren y llamen a Sutz —enunció la soberana a sus lacayos, mirándoles con firmeza.

Sin remedio asintieron, ingresando pronto a la edificación. Vincent no la perdió de vista, incluso rio entre dientes por su valentía al quedarse. Los guardias bajaron los escalones que separaban el acceso al castillo con aquel prado donde el licántropo los esperaba de brazos cruzados. Asechaban despacio, teniendo cuidado de no cometer un error.

—Vengo a ver al soberano de estas tierras —declaró, advirtiendo con firmeza a la joven que suponía era una princesa.

—De haber dicho eso se hubiera ahorrado el alboroto que ocasionó —replicó la mujer frunciendo el ceño al oír su tono elevado de voz, enojada por su intromisión sin motivo de ser.

—Nadie me acepta en sus tierras y la única manera de llegar al soberano de cualquier reino es de esta manera. Ahora, si no le importa, ¿le puede informar a su rey que vengo a verlo?

El conde trató de mantenerse firme aunque le costaba; su esencia natural por alguna rara razón lo hacía sentir enérgico, estremeciéndolo por dentro, dándole unas terribles ganas de devorarla. No entendía por qué también se contenía, considerando que si le hacía daño moría y jamás volvería a sentir algo igual.

—¡Guardias! —Una voz enfurecida se alzó.

De las puertas del castillo salió una guerrera de tez trigueña, un poco más alta que su soberana. Su rostro impávido, de mirada fiera, reparaba en el intruso. Su cabello castaño estaba recogido por una alta coleta algo desaliñada, notándose que apenas se dio tiempo de arreglarse para ponerse la armadura ligera de cueros negros que llevaba encima de su ropa de color blanco. Ella era Sutz, la escolta personal de aquella mujer, su más fiel servidora y por la que estaba dispuesta a matar a quien fuera que perturbara la paz en Arteas.

—Sometan a ese intruso. ¿Qué esperan? —reclamó la mujer, señalando con ferocidad a Vincent quien rio con desdén ante el reto impuesto.

Los guardias acataron la orden. La rubia doncella trató de intervenir pero su guardaespaldas se interpuso.

—No lo haga, mi lady, manténgase atrás de mí.

—Pero Sutz, no sabes con quién te metes —indicó, preocupada por los hombres que se las apañaron para doblegar al conde que sin el más mínimo interés los enfrentó.

—Sé con quién me meto, con un intruso, un murder —espetó Sutz, cruzándose de brazos para contemplar el enfrentamiento, ignorando a su preocupada protegida.

—Por favor, entiende, no debes pelear con él.

Mandando un resoplo, Vincent desafió a los guardias, haciendo lo mismo que con los dos primeros que aún yacían inconscientes en el suelo. Tan pronto los despojó de sus armas, a unos los golpeó en el estómago, sacándoles todo el aire, dejándolos tendidos en el suelo. A otros les pegó en la cabeza, consiguiendo que perdieran el conocimiento en un dos por tres.

—¿Eso es todo? —musitó el poderoso licántropo sacando el pecho, luego de darle un manotazo en la nuca al último guardia que quedó en pie, quien se desmayó al instante.

Sutz bufó molesta, viendo colérica a ese osado perpetrador. Dio unos pasos, dispuesta a enfrentarlo pero la mujer a sus espaldas se cruzó esta vez en su camino.

El mensaje de los Siete [IyG II] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora