8. Lyan de Tarlezi [Prt. I]

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La amplitud de un blanco salón se mostró ante las dos mujeres cuyos pasos retumbaban en eco. Se dirigían a un altar donde se postraba el trono de la soberana, cuyas paredes tras él eran cubiertas por sedas verdes, resguardando el vano donde solía estar una enorme puerta labrada en piedra negra; aún había vestigios de lo que quedó de ella, como rocas que se mantenían ancladas al marco.

—Se decía que el Intérprete era un leunurian —habló de repente la reina Lyan. La joven a su lado le echó un vistazo, detallando su rostro perfilado, bañado bajo la luz dorada del sol—, por su empeño de querer proteger la vida, solo que el libro no dispone de nosotros sino de aquel ser con libre albedrío, ni noble ni pecador, como lo es el ser humano. Se dice también que nuestra raza nació de la primera sangre de los Intérpretes, que por esa razón tenemos la facilidad de congeniar con la naturaleza y no caer en vanas tentaciones.

»Pero igual que un ser humano, nuestra raza también cayó bajo esa tentación, al punto de destruirse. Es por esa razón que hacemos parte de aquel ejército unificado; La Rebelión... Ahora tú... —Lyan se detuvo; estaban frente al trono, a unos cuantos pasos del primer escalón que ascendía al altar. Reparó en André con detenimiento, en esos ojos celeste, cambio que no notó la primera vez que la vio en aquel consejo, meses atrás—. ¿Sabes por qué fuimos escogidas once provincias por el Intérprete para formar tan grande alianza y ejército?

—Para preservar la vida de las razas sobrevivientes de La guerra del Origen—contestó la Intérprete sin demora.

—Todos dicen lo mismo, pero el Primer Intérprete Reconocido lo hizo con otro propósito. —Hizo una pausa, dedicándole a una cálida sonrisa—. Vamos al punto que nos concierne más.

André frunció el ceño, sin comprender.

—¿Usted sabe a qué he venido? —inquirió, relajando el semblante, elevando ligeramente las cejas.

—Eres la Intérprete, es innegable no verlo. Lo supe incluso desde la primera vez que te vi en aquel consejo. —La joven abrió los ojos de repente por la sorpresa; tal como pensaba, la reina de Nerel ocultaba algo que le concernía—. Cabello rubio, ojos como el cielo mismo, incluso hasta las mejillas sonrosadas, similitudes que se repiten en todos y cada uno de los Intérpretes.

—Si sabía que era yo, ¿por qué no me lo dijo?

Era fue inevitable no alterarse y pensar que pudo evitarse tantos problemas si alguien se hubiese dignado a decirle que era la Intérprete para estar física y mentalmente preparada para recibir tan gran responsabilidad.

—Nosotros somos neutrales —explicó la reina—; así como no interferimos en guerras, tampoco intervenimos en los asuntos del Intérprete. Así lo estipulamos en el tratado, un común acuerdo con el Primer Intérprete Reconocido.

Absorta, André se sentó de golpe en el suelo cruzándose de piernas, resoplando de enfado. Fijó la vista hacia arriba, viendo perdida los frescos dibujados en el techo abovedado.

Tenía unas terribles ganas de gritar, mandar todo el asunto del libro al diablo porque nadie le facilitaba el camino para hallar respuesta ante lo que su madre y su padre estipularon que acatara, algo que bien podía evitar una catástrofe que le competía a todos los que vivían en Reblan. Pero al parecer de nada servía recordarle a ese mundo el mal que se desataría pues nadie estaba dispuesto a colaborar.

—Entonces vine aquí para nada —habló en tono altanero, viendo con los ojos entrecerrados a la reina quien rio entre dientes, agraciada por la rabieta de la joven que tenía a sus pies.

—Es difícil cargar con un objeto tan valioso en tu interior, se nota a simple vista —opinó mientras se sentaba en el trono, siendo cuidadosa de no pisar la parte baja de su vestido.

El mensaje de los Siete [IyG II] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora