7. Nerel [Prt. II]

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—Deberías ayudar en vez de burlarte —protestó Alex, apretando fuerte los puños, poniendo rígido cada músculo de sus brazos para tratar de liberarse de las cadenas.

—No puedo entrometerme en los asuntos del libro, solo soy quien vela por su integridad y la de la Intérprete —reconoció Soberbia, cruzándose de brazos, echando un vistazo hacia el cielo, siendo indiferente.

—Valiente protector el que tengo —ironizó—. Esto afecta a la Intérprete, deberías liberarnos al menos —alegó, sacudiendo las cadenas.

—Me lo pides a mí que sólo tengo apenas el derecho de que tú me veas —indicó Soberbia, viéndolo de reojo de forma inquisidora, señalándose a sí mismo—. Deberías mostrar tu potencial. ¿De qué mierda ha servido el don que te asigné si no lo estás usando para huir ahora mismo? —lo regañó, subiendo un el tono de voz, sonando agresivo.

—André me pidió que no hiciera nada —explicó, tratando de disuadir su enfado, apretando al final los labios. Se culpó de no ayudarla, solo que ella lo ponía en una situación de no saber si contradecir o no lo que le pedía.

—¡Eres su Guardián, por los mil y un magos! Deberías tomar coraje. Si fueras incluso más soberbio estarían libres ahora.

—Me lo viene a decir la soberbia encarnada —comentó Alexander, riendo entre dientes.

—¿Por eso es que estoy aquí o no? —contestó su clon, encogiéndose de hombros, haciendo un ademán con las manos, mostrando así la importancia de su persona—. Te hace falta ser más sagaz. Tienes la estupidez de enfrentarte solo al mundo pero no eres capaz de sacar tu potencial y mantenerlo a raya. Te consideras débil y no sabes el poder que contienes.

Alexander guardó silencio; se consideraba era osado, capaz de meter las manos al fuego con tal de salvar a los suyos, pero a la hora de la verdad le faltaba fe en sí mismo para demostrar que era mejor que cualquiera. Agachó la cabeza, recordando cada momento en el que se echaba para atrás en la pelea, cuando no era capaz de luchar más.

—¡Ey, tú! —lo llamaron. Alzó la cabeza, encontrándose con los ojos plateados de una esbelta mujer; Soberbia desapareció sin previo aviso—. Espero goces el viaje.

Ginabe se subió pronto a la carroza y se le acercó. Agachándose un poco tras él, desancló las cadenas que lo ataban al suelo de la carroza de un jalón. Lo hizo levantarse del suelo y lo empujó hacia adelante para que caminara. Alex se bajó de la carroza dando un salto y con Ginabe apuntándole una espada en la espalda.

Alzaba la cabeza, esperando ver entre la gente de aquel ciudad a Soberbia, pero no lo halló. Aun así, ante la frustración que causó la huida de su protector, divisó a alguien que le causó profundo alivio. Encontró a André saliendo de una carroza, también atada de manos. Apenas se cruzaron sus miradas, ella le sonrió con calidez para que no se preocupara por su bienestar.

La gente, conmocionada, observaba con desprecio a los dos prisioneros que eran custodiados por seis soldados de La Rebelión. Fueron el centro de atención hasta que salieron de la ciudad, lejos de cualquier rastro de civilización, adentrándose a las profundidades de un bosque de árboles frondosos, con una espesa bruma que cubría el suelo.

Se detuvieron en un pequeño claro formado gracias a un par de árboles caídos. Ginabe se acercó a Orkus, le susurró algo al oído y éste asintió con la cabeza. El teleportador extrajo algo de sus ropas y tan pronto lo obtuvo cerró un puño mientras con su otra mano trazó un círculo en el aire. Como un teleportador experto creó un portal que reflejaba un lugar rodeado de bosque.

Ginabe custodiaba junto con otro soldado a los prisioneros por lo que, tan pronto fue creado el portal, lo atravesó junto a sus prisioneros, siendo seguidos por Orkus y los soldados restantes.

El mensaje de los Siete [IyG II] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora