21. La Batalla de las Bestias - El inicio

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El olor a carne quemaba inundaba el ambiente, aunque la nieve que caía copiosamente se encargaba de opacar el fuerte hedor. Los hombres que optaron por dejar atrás su humanidad, tomaron un aspecto lobuno para combatir el enemigo. Un meriorte fuera de lo común estaba entre ellos y a pesar de ser menos, el enemigo no evitaría que ese humano que ya asimilaban como el Intérprete, los aniquilara con sus extraordinarios poderes.

El ejército de Transaleste, comandado por uno de los generales más cercanos a la reina Dragna, aguardaba entre la nube de cenizas. Los dragos eran los más temidos por sus particulares características que sometían a cualquiera a su voluntad. Sin embargo, los habitantes de los países vecinos no eran cualquier cosa, solo que, a pesar de ser conscientes de ello, no objetaron la orden dada por sus superiores, de tomar Borsgav a la fuerza; cuán arrepentidos estaban por esa intromisión. Aunque acataron las órdenes de su segunda oficial al mando; la general Dera, el ejército drago consideró mejor refugiarse detrás de las murallas de la ciudad, solo que no tenían esa posibilidad ya que Voreskay era un completo caos y no querían entrar a un lugar peor.

Ante el desfavorable pronóstico, permanecían recios a luchar, era ilógico temer a un puñado de trecientos hombres. Contaban con que los trucos se les acabarían, no había mago ni elementalista ni bestia alguna que despidiera tanta magia, con esos dos actos sobrenaturales debió debilitarse aquel hechicero, pero reversaron ese hecho al escuchar que el silencio concluía debido a un estremecedor clamor que se acrecentaba cada vez más.

La visibilidad se hizo buena consiguiendo que los dragos se alarmaran por el Cuartel Murder acercándose hacia ellos con gallardía.

—¡Ataquen, malditos idiotas, para qué creen que están aquí!

La enfurecida voz de una mujer sobresaltó a los hombres que ante la ironía de que una fémina les diera órdenes, decidieron hacerle caso ya que era de armas tomar. Alzaron sus escudos, marchando hacia la contienda. Ansiosos, desearon que fuera una memorable batalla para que sus nombres resonaran en las bocas de todos. Anhelaron ese enfrentamiento, a pesar del miedo de encontrarse con la muerte arrancándoles el alma.

El cuartel se aproximaba con decisión, corriendo a pasos agigantados, queriendo dar de baja a todos aquellos que mataron inocentes cuando juraron en un principio proteger a los indefensos. No obstante, eso no era lo que los tenía en esa maratón hacia su muerte segura; era aquella mujer delante de ellos que logró lo impensable, que los dirigía sin duda a la batalla, lo que los motivaba. Joven, inexperta pero decidida, André corría por el campo que la nieve cubría.

La Intérprete ya no sentía el aire de libertad, tampoco creyó estar al frente de algo tan importante y que en sus hombros recayera el destino de aquellos hombres que la seguían, pero si supo una cosa; que no se iría hasta que la vida le fuera arrebatada.

Los gritos de los guerreros aumentaron ante la proximidad de ambos bandos, los metales chocaron con más fuerza y constancia. Hasta el ambiente de esas tierras congeladas en un eterno invierno quedó en el olvido, remplazándose por el calor de la misma sangre recorrer cada vena, llenando de ímpetu el alma, calor que creció más y más cada que los corazones palpitaban con potencia al ansiar el choque de las armas contra la carne.

—¡Arqueros, ataquen! —gritó la general Dera, orden que alertó a la Intérprete, haciendo que se detuviera.

Dejó pasar a los soldados que la seguían, desconcertando a un par. Sostuvo su nueva adquisición, alzándola sobre su cabeza; una luz tenue emanó de la espada negra para luego, como si fuese una flecha disparada al cielo, expulsarla hasta lo más alto, dispersándose sobre el ejército que corría hacia su adversario, momento justo en el que cientos de saetas bajaron en picada amenazando con matarlos.

El mensaje de los Siete [IyG II] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora