20. El orbe de la muerte

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Al norte de Voreskay, en las limitaciones del bosque, el Cuartel Murder esperaba la señal que los obligara a entrar en acción. André los encabezaba, pero no daba órdenes. Al contrario, y extraño para todos, se encontraba de rodillas en el suelo, sentada sobre sus piernas con los ojos cerrados y las manos juntas en oración, murmurando palabras inentendibles en forma de plegaria.

Alexander con sus dos espadas en mano, vigilaba la salida de la ciudad. Como el guardián de la Intérprete se mantenía a su lado, aguardando que fuera lo que ella estuviera proclamando o invocando, saliera bien.

De un momento a otro el suelo se sacudió de forma abrupta, alertándolos. Una humareda densa mezcla de tierra y ceniza se alzó sobre la ciudad, ennegreciendo todo a su paso. Alex apretó el mango de sus espadas, invocando una luz que recubrió sus manos. Al igual que él, los murders alzaron la guardia, listos para la batalla.

Aunque muchos pensaron que André reaccionaría ante lo sucedido, no se inmutó, siguió con la cabeza gacha, concentrada en lo que hacía. El hombre a su lado le echaba miradas furtivas, inquieto por lo tranquilidad que se mandaba.

El pelotón no avanzó por una razón: el plan concretado con Radamanto fue que, cuando se diera cuenta de que si Renart estaba vivo, anunciaría su hallazgo usando un artilugio que André le entregó para causar alboroto en la ciudad y así sacarlo de allí. Si la situación se salía de control, el Cuartel Murder procedería, pero en sus planes no estaba que André interviniera. Aunque lo líderes, junto con Alexander e Igor, le pidieron que no hiciera nada, ella se opuso, proponiéndoles una pequeña ayuda a la que no se pudieron negar, arreglándoselas para conjurar magia del libro de Reblan.

La humareda se levantó casi por toda la ciudad; los murders entre la conmoción, aguardaban a que apareciera Radamanto al menos con noticias, pero pasaban los minutos, llevándose consigo el humo y el caos, sin clara respuesta de su llegada.

El suelo recubierto de nieve vibraba, todos podían percibirlo, como si una corriente eléctrica los sacudiera. No sabían si era obra del nemuritor a quien André le entregó el Puño del Caos* recién obtenido en Nerel, de un poder sumamente destructivo. Sin embargo no perdían esperanza, anhelando que llegara pronto para irse.

Entre la incierta espera, André agudizó los sentidos, aprovechando el estado de concentración que había adquirido; sentía cualquier cosa a kilómetros, cualquier cambio en el ambiente; cualquier aroma o ser que llegara, lo detectaría en un parpadeo. Sabía que algo no andaba bien, Radamanto tomó más tiempo del debido, quedando en ella actuar para ayudarlo, así que, dejando de lado lo que tenía pensado hacer, abrió los ojos para erguirse e caminar en dirección a Voreskay.

Ante su imprevista acción, Alexander la siguió, confundiendo a los hombres a sus espaldas pues lo que hacían no era lo acordado; mantuvieron su posición, aguardando a que alguno de los líderes interviniera, algo innecesario ya que André se detuvo a unos cuantos metros, viendo hacia la ciudad. Separó las piernas, extendiendo los brazos a los lados con las palmas abiertas, luego cerró los ojos para dar un hondo respiro, volviendo a sumirse en su estado más calmo para concentrarse.

—¿Qué haces? Te pones en riesgo —musitó Alexander a su lado. Desesperado la empujó hacia atrás, siendo sutil.

Fue inaudito para él que, aunque le jaló del brazo para retroceder no cediera, pareciendo una estatua anclada al suelo. A pesar de ser más delgada, de no tener la fuerza descomunal que él adquirió, no cedió ni un milímetro.

André recogía los brazos con lentitud; a pesar de ser un movimiento delicado, no se notaba el esfuerzo que ejercía por la armadura que llevaba puesta. Su rostro se frunció al punto de enrojecerse, sus brazos igual temblaban cada que se esforzaba en pegar sus palmas en modo de oración. Alexander no entendía lo que pretendía, menos el ejército atrás de ellos que los observaba, pero fue en ese momento, en que se enfocó hacia los cimientos carcomidos por el fuego de los dragos, que entendió por qué actuó de manera precipitada.

El mensaje de los Siete [IyG II] ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora