El mensaje de los Siete [IyG...

By leyjbs

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En esta segunda parte del Intérprete y el Guardián: Luego de destruir "El Tratado de los Once", la Intérprete... More

Sinopsis
Reparto [Parte II]
Introducción
1. Formando Alianzas
2. Un trato con un licántropo
3. Fichas de ajedrez
4. Mentiras verdaderas
5. Deseo
6. Norashtom
7. Nerel [Prt. I]
7. Nerel [Prt. II]
8. Lyan de Tarlezi [Prt. I]
8. Lyan de Tarlezi [Prt. II]
9. Tres de Siete
10. Arteas [Prt. I]
10. Arteas [Prt. II]
11. Sangre soberana [Prt. I]
11. Sangre soberana [Prt. II]
12. Peones de Guerra [Parte I]
12. Peones de Guerra [Prt. II]
13. Un rey misericordioso
14. Veteranos contra novatos
15. Sangre y carne
16. Largos años de paz [Prt. I]
16. Largos años de paz [Prt. II]
17. En bandeja de oro
18. Ofrenda de guerra
19. Promesas rotas
20. El orbe de la muerte
21. La Batalla de las Bestias - El inicio
22. El precio de la traición [Prt. II]
23. Lazos quebrantables [Prt. I]
23. Lazos quebrantables [Prt. II]
24. La cosa más importante
25. La oscuridad prevalece
26. El mensaje de los siete
27. Rendición de cuentas [Prt. I]
27. Rendición de cuentas [Prt. II]
28. Polvo eres
29. Despedida
30. Sanalépolis
31. Tipos de hambre
32. El que todo lo posee
33. Verdad
Agradecimientos

22. El precio de la traición [Prt. I]

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By leyjbs

Con cada paso su corazón latía más, colmándose por la ansiedad de enfrentarse al que alguna vez fue su padre a base de mentiras, deseando hacerle pagar cada una de sus injusticias. Estaba a merced de cualquiera, sin embargo eso no la detuvo. Era tanto el anhelo de llegar a su encuentro, que la magia que emanaba la daga negra en su cinto se esparció por su cuerpo. Cada recuerdo le hacía considerar la peor tortura para cobrarle sus fechorías; tantos fueron los malos tratos que consideró la muerte en una de esas opciones, pero ella no era sí, solo que el libro la cambió. Perdió la compasión cuando mató al primer soldado drago, dando paso a la ira, la tristeza, el dolor, tantos sentimientos encontrados que en conjunto la volvieron fría.

Estaba cerca a las puertas que resguardaban la ciudad de Voreskay. Marchó en medio de sus enemigos tan cargada de odio que, fulminante, les atravesó la espada que usaba en remplazo del orbe, bien fuera en el cuello o en el pecho. Se abría paso como una reina que triunfal iba al altar para recibir su corona, solo que esta reina no tenía escrúpulos al atacar sin piedad. Llegó a la salida, dando un profundo respiro. Como un sabueso, percibió el aroma de Cornelius al que quería de rodillas pidiéndole perdón, aunque hubo un percance del cual, por andar concentrada en otra cosa, no vio venir.

Un zumbido la alertó, seguido de ello, una fuerte corriente golpeó su hombro, dejando una punzada insoportable que se esparció incesante por su cuello y brazo. André se echó al suelo, arrastrándose a un lado de la puerta, al filo de ésta, resguardándose de las flechas que esta vez sin reparo salían de aquella entrada, sin mediar en dónde iban a parar. Se mandó la mano al hombro palpando la flecha incrustada en él, saliendo sangre sin control; lo sorprendente es que le atravesó la hombrera de la armadura. Apretó los dientes con rabia, el sudor le escurría por el rostro. Se quitó con ira el casco que protegía su cabeza, lanzándolo lejos.

Refugiada con la muralla, vio cómo las flechas impactaban en cualquiera que se atravesara, fuera aliado o enemigo. El aire gélido le dio frescor, seguido de un escalofrío por la nevada que caía; pensó con cabeza fría cómo enfrentar aquello, no tenía más energía de dónde sacar para soportar la magia del libro. Detallando la saeta que le atravesaba de lado a lado el hombro, corroboró su calibre: era de un centímetro de diámetro y veinte de largo, hecha de bronce. Ese tipo de flechas no eran normales, sólo había una nación que las implementaba y ésta era Kuon, tierra de alquimistas.

De un jalón, frunciendo los labios para comprimir un quejido, sacó la saeta. El ardor de la herida llegó a tal punto que le inmovilizó por unos segundos el brazo, dejándole como única alternativa soportar el dolor.

—¡André! —gritó alguien a la distancia. Reconoció esa voz que desesperada la llamó.

Sacó voluntad para mostrarse inquebrantable, relajando el gesto lo más que pudo para ponerse de pie, apoyando su espalda contra la muralla. Agudizó la vista, fijándose en los dragos próximos a ella que fueron exterminados de la manera más tonta, todo porque no sabían del ataque imprevisto de su propia tropa. Divisó a quien la llamó, molestándose por su intromisión; lo tendría siempre siguiéndola, no tendría libertad de actuar con propiedad con él pisándole los talones.

Estando a su lado, luego de matar a un par de enemigos, evadiendo con gran agilidad las flechas, Alexander se precipitó hacia ella, envainando sus espadas en el fardo tras su cintura para tomarle el rostro, acción que no previó.

—¿Estás bien? ¡¿Por qué te lanzaste así?! —exclamó, preocupado, reparando en sus celestes ojos.

André, perdida en esa mirada que destilaba una mezcla de furia y ansiedad, con solo el toque de sus manos enguantadas, la calmó sobremanera, quitándole el enfado, dejando incertidumbre. ¿Por qué pasaba eso? Siendo su Guardián debería darle motivos en vez de abordarla con miedos. Percibiéndose una chiquilla, apartó con brusquedad sus manos.

—¡¿No te das cuenta lo que pasa?! ¡Lo hice para detenerlo, lo hice para acabar con quien tanto daño nos ha hecho! —protestó, viendo enfurecida a quien la miraba con desconcierto.

Alex no se explicó por qué ese cambio constante en su actitud, tal vez la estaba abatiendo mucho, al punto de sobreprotegerla tanto, sin dejarla actuar por su cuenta. Tratando de ignorar el hecho, se hizo a su lado, miró a su alrededor para avistar si alguien se acercaba pero sólo había cuerpos sin vida. Tornándose serio, desenfundó las espadas, iluminándolas con su afinidad.

—Lo sé, pero a lo loco no se solucionan las cosas —comentó, siendo su cambio de actitud, algo repentino.

André hizo caso omiso, no valía la pena pelear con él en una situación así. Se paró en firme posición, con resolución, esa que la hizo considerar la muerte del que antes fue como un padre para ella.

—No estoy para discusiones, necesito apresar Cornelius.

Alex era consciente de la amenaza que significaba ese traidor. A juzgar por las flechas que casi lo atravesaron, contaban con poco tiempo para salir de esa zona que se convirtió en una de cacería furtiva. Aunque, así mismo como trataba de darle solución a ese problema, ésta llegó sin dar tiempo para hacer algo.

Un temblor los sacudió, uno que se acrecentó a tal punto que los tambaleó, casi perdiendo el equilibrio. André como pudo se volvió apoyar contra la muralla mientras que Alexander apenas si pudo mantenerse en pie para luego caer de espaldas al suelo. Todo se paralizó de nuevo, la ventisca de flechas cesó obligando a todos a mantenerse en pie en esas tierras inestables.

"Radamanto", pensó la Intérprete, pero negó con la cabeza. El guante que le entregó tenía poder limitado, no podía usarlo para un temblor de esa magnitud. Algo o alguien, lo estaba ayudando.

—¡Renart! —exclamó, perpleja, al recordar a quién fueron a rescatar.


•••


Las armas son vitales en una guerra para que un soldado se defienda o para destruir un lugar entero. Cada ejército debía contar con un as bajo la manga, un poder que lo salvase de perecer ante el rival. El ejército drago que fue mandado a capturar esa ciudad fronteriza entre Transaleste y Borsgav, contaba con un equipo de artillería —cortesía del ejército de Kuon— y un elementalista oscuro muy poderoso.

Cuando Voreskay fue tomada, Cornelius viajó allí al enterarse de que un espía traicionó a los murders. Fue tanta la satisfacción de saber que tenían como prisionero de guerra a Martías —o Renart como lo llamaban algunos—, que quiso cuanto antes interrogarlo, tener el goce de torturarlo con sus propias manos y restregarle que exterminó a los pocos vestigios del Cuartel Murder. Solo que nunca esperó que el adversario sacara las garras y le trajera sorpresas, una de ellas Radamanto cuyo poder descomunal en su mano, fue suficiente para que tomara precauciones al hacer acto de presencia.

Desde la lejanía, parado a unos cuantos metros de las barricadas que protegían la salida de la ciudad, Cornelius contempló al moreno tendido en el suelo, quien lo rebasaba en peso y estatura. Analizaba cómo quitarle ese peligroso guante, cosa que no estaba nada fácil.

A pesar de que Artemius lo protegió en un principio, éste se descontroló al manejar su nueva adquisición, el Orbe de la Vida, la espada blanca que le hurtó a Renart; encegueció de poder, no conforme con ello, mandó a un grupo de arqueros por la armas de artillería pesada para liquidar a todos los que estaban en el campo de batalla, fueran aliados o enemigos.

Al percatarse de lo que haría Artemius y ser arrinconado por un nemuritor que lo superaba en fuerza, optó por implementar la oscuridad para cubrir de penumbras el campo de batalla y parte de Voreskay. Gracias a ello se libró de Radamanto con facilidad, golpeándolo con su bastón, dejándolo inconsciente, contando con poco tiempo para que recobrara el sentido. Gracias a esa ventaja, buscó la forma de acercarse a Artemius quien estaba junto a los soldados que manejaban las ballestas automatizadas de gran magnitud, para arrebatarle la espada blanca que aferraba como si fuera parte de él. Todo era tinieblas, sin embargo era el único que veía con claridad, otra ventaja a su favor. Aunque era tarde para detener las ballestas, no le importo, lo que quería era el orbe que vislumbraba desde la lejanía.

Se acercó, sin preámbulos ni remordimientos le quitaría la vida a ese drago de ser necesario y con ese poder acabaría con todo aquel que lo desafiara, en especial al Intérprete, el verdadero, que estaba refundido entre ese mediocre ejército del Cuartel Murder. No había quien lo detuviera, tenía la oportunidad de obtener un poder inimaginable, ser más poderoso que cualquiera, solo que la ceguera producida por la avaricia, no lo dejó ver lo que le esperaba.

Un fuerte ardor le aprisionó el tobillo, luego el otro, reconociendo que eran grilletes. Sus extremidades inferiores fueron haladas, haciéndolo caer de bruces al suelo. El dolor bloqueó por completo su concentración, aplacando su afinidad, volviendo la visión de todos a la normalidad. Mientras era arrastrado por el suelo empedrado cubierto de una fina capa de nieve, como pudo se giró bocarriba para saber quién lo llevaba a rastras. En cuestión de un segundo su expresión cambió; lo hacía ya muerto a ese infeliz quien tenía múltiples heridas ocasionadas por Artemius, capaces de matarlo, cosa que jamás pasó. Cornelius blandió su bastón en el aire, convirtiéndolo en una espada larga para enfrentar a su adversario que con agotado semblante y una oscura mirada cargada de rencor, lo acercaba a él.

Con el torso lleno de cortadas, rasguños y cicatrices, manchado de su propia sangre, con los brazos temblando no de cansancio sino por la cólera contenida, con las piernas flanqueando por el esfuerzo que hacía para mantenerse en pie, Martías con todas sus fuerzas arrastraba al viejo traidor para matarlo y evitar que más personas murieran en esa absurda guerra. El sujeto que se hacía llamar conde Renart, se hallaba al lado de su inconsciente amigo, Radamanto; aprovechando el arma que la Intérprete le concedió, la agarró, transformándola entre sus manos en unas pesadas cadenas que se enrollaron en los brazos, usándolas como látigos para someter a Cornelius, pero no para matarlo, no, a él no le gustaban las cosas fáciles. Teniéndolo a unos tres metros lo liberó, las cadenas como resortes se recogieron para enrollarse en sus brazos, deslizarse hasta sus manos y como metal derretido, tomar la forma de dos puños de acero. La luz que emanaba aquel metal era purpurea, muy tenue pero perceptible.

Cornelius nunca antes lo vio hacer eso, Martías nunca destacó por sus dones mágicos y en ese instante parecía un experto archimago. Algo lo cambió, solo una respuesta llegó a su mente; el libro de Reblan. De un salto, tan pronto fue liberado, el viejo se puso de pie, con su bastón transformado en espada subió la guardia, esperando que atacara.

—Se corría el rumor de que estabas vivo, desde hace tiempo atrás —comentó Delax, siempre queriendo amenizar las peleas.

Renart no cruzó palabra. Su mirada era fulminante, sus pupilas se dilataron tanto que el color característico de su iris celeste se desvaneció, sus labios fruncidos y sus brazos tensos pensando en dónde dar primero, dieron clara muestra de no estar de humor.

—¿Sabes algo? Fui yo quien compró la lealtad de más de uno de tus hombres, tanto que sé lo que te afecta, sé tu debilidad, la que has ocultado por tanto tiempo —comentó el viejo, siendo arrogante.

Aunque se inquietó por aquella confesión, Renart no se inmutó, seguía con esa expresión furibunda, sin querer hablar. Cornelius sabía de antemano que al rubio le dolía que hablaran de su pasado, que lo amenazaran con lo que protegía en su presente. Alzando una comisura de su boca, esbozó malicia en su rostro, consciente de que acertó en lo que decía.

—¿Cuál es mi debilidad? —cuestionó Renart, sacando con dificultad las palabras por lo tensa que estaba su mandíbula— Eso, lo que es la debilidad, se fue hace mucho con aquellos quienes fueron mi vida y que mandaste a matar —siseó. Su voz era ronca, quebrada por la ira, no podía hablar bien por el gran nudo en la garganta.

—Todo hombre tiene debilidades, nunca está exento de ellas y tú tienes una, ¿o es que se te olvida tu amigo, el vampiro fiel que te delató?

El conde apretó los puños, sus nudillos se pusieron blancos; fue tanta la presión que lastimó sus palmas, haciéndolas sangrar. Se haría el de oídos sordos, fingiría estar ciego como cuando no vio morir a su amada para no tomar venganza en ese preciso instante.

—Tanto tiempo y creíste que no me daría cuenta, que estuvo siempre bajo mis órdenes, que fue a él, Alexander Retriever, el hijo de Dregony, quien designó el Intérprete para ser el nuevo portador del libro.

Renart de inmediato frunció el ceño para luego reírse por lo que oyó. Cornelius enmudeció, ofendido, dando por finalizado su parlamento.

—Creo que eres tú el que tiene los súbditos en contra. Averigua bien las cosas antes de abrir la maldita boca.

Delax no conocía de compostura, sólo cuando estaba con un cretino que le sirviera como carnada o burro de carga, mantenía la calma, pero al saber a quién se enfrentaba, un estorbo en su camino, se precipitó al combate.

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