El mensaje de los Siete [IyG...

By leyjbs

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En esta segunda parte del Intérprete y el Guardián: Luego de destruir "El Tratado de los Once", la Intérprete... More

Sinopsis
Reparto [Parte II]
Introducción
1. Formando Alianzas
2. Un trato con un licántropo
3. Fichas de ajedrez
4. Mentiras verdaderas
5. Deseo
6. Norashtom
7. Nerel [Prt. I]
7. Nerel [Prt. II]
8. Lyan de Tarlezi [Prt. I]
8. Lyan de Tarlezi [Prt. II]
9. Tres de Siete
10. Arteas [Prt. I]
10. Arteas [Prt. II]
11. Sangre soberana [Prt. I]
12. Peones de Guerra [Parte I]
12. Peones de Guerra [Prt. II]
13. Un rey misericordioso
14. Veteranos contra novatos
15. Sangre y carne
16. Largos años de paz [Prt. I]
16. Largos años de paz [Prt. II]
17. En bandeja de oro
18. Ofrenda de guerra
19. Promesas rotas
20. El orbe de la muerte
21. La Batalla de las Bestias - El inicio
22. El precio de la traición [Prt. I]
22. El precio de la traición [Prt. II]
23. Lazos quebrantables [Prt. I]
23. Lazos quebrantables [Prt. II]
24. La cosa más importante
25. La oscuridad prevalece
26. El mensaje de los siete
27. Rendición de cuentas [Prt. I]
27. Rendición de cuentas [Prt. II]
28. Polvo eres
29. Despedida
30. Sanalépolis
31. Tipos de hambre
32. El que todo lo posee
33. Verdad
Agradecimientos

11. Sangre soberana [Prt. II]

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By leyjbs

El agua era poco viable para un enfrentamiento cuerpo a cuerpo, algo de lo que Leatitia era consciente, aun así se vio forzada a usarla como último recurso para defenderse. Se consideró en desventaja pero prefirió eso a que su ejército enfrentara a ese sujeto cuyos poderes desconocía.

El general se aproximó, blandiendo la espada en sentido vertical; al hacer contacto con el líquido escudo, en vez de chocar con éste lo atravesó, logrando por poco lastimar a Leatitia en el abdomen. La espada al tocar el agua se alargó, encendiéndose el acero al rojo vivo. La reina retrocedió cuando le apuntó directo al pecho; por poco la atravesó pero si le quemó la piel del brazo izquierdo con el cual mantenía el escudo.

De nuevo arremetió dando un mandoble horizontal, dividiendo el escudo en dos, esta vez sin darle tiempo de reaccionar. Le rasgó las ropas a la altura del abdomen provocándole un corte no muy profundo pero si doloroso. A pesar de ello, Leatitia mantuvo un semblante severo, no quería mostrarse débil. La sangre salía despacio por la cortada, manchando su pulcro vestido, algo a lo que no le prestó atención cuando Rivol volvió a arremeter.

El general la atacó sin darle espera, la reina evadía cada tajo con su escudo aunque fuera inútil. Se fatigó pero aguantó como pudo su diestro intento de volverla a lastimar, siendo una gota de sudor que se derramó por su sien el incentivo para que su contrincante decidiera matarla.

El sonido de los metales chocando la distrajo, al parecer se libraba una batalla afuera del salón, algo que la frustró bastante; invitó al diablo a su casa y no sabía cómo lidiar con él. Echó un vistazo alrededor para cerciorarse si alguien acudió a ayudarla, pero no vio a nadie.

Sosteniendo la espada con firmeza, Rivol embistió a una distraída mujer que lo eludió apartándose de su trayectoria. Valiéndose de su descuido, Leatitia lo tomó del brazo con ambas manos cuando la rebasó, desvaneciendo el escudo de agua que empapó los pies del general.

Percibió el músculo palpitante, sus pulsaciones y hasta la sangre que corría por sus venas, concentrándose en lo que haría a continuación. Apretó con fuerza sin perder más tiempo, estrujando su guantelete dorado, consiguiendo que el hombre soltara la espada. El general trató de zafarse pero su cuerpo se puso rígido, su cara quedó pálida tornándose luego morada, siendo el palpitar errático de su corazón lo que no dejaba que respirara con normalidad.

—¿Sabe, general, que el cuerpo está hecho en su mayoría de agua? —inquirió Leatitia, mirando con soberbia al sujeto que cayó de rodillas a sus pies.

Rivol intentó de hablar solo que el aire le comenzó a faltar. De sus oídos y boca salió sangre que se recogía deslizándose por su cuello, bajando por el brazo que la reina sostenía hasta llegar a las manos de ella, tiñéndolas de rojo.

—Mi facultad es manejar el agua en todas sus formas, incluida la de un ser vivo. Si quiero puedo transformarla, secarla o incluso darla en abundancia. Es por eso que soy soberana de Arteas, porque le di a mi reino la fuente de vida para salir de la sequía en la que los alquimistas la sometieron.

El rubio mercenario luchó pero apenas si pudo guardar el aliento. Estando a punto de desmayarse, tanteó el arma que se le cayó a unos cuantos centímetros, la afianzó de la empuñadura, transformándola en su forma original para luego, sin que lo previera, encajarla en el brazo a su aprehensora.

Leatitia retrocedió, liberándolo. El punzante dolor de la herida aunque estuvo a punto de doblegarla, no alcanzó para que perdiera la concentración. La sangre que le había robado aún se mantuvo en sus manos, recubriéndolas como un par guantes.

Rivol recobró sus fuerzas al igual que el color en su rostro, quedó agotado, sin embargo, eso no detuvo la ira que crecía en su interior. Con una mirada demoniaca, se irguió dando zancadas hacia esa insolente meriorte que se atrevió a desafiarlo.

La reina dio pasos hacia atrás ante su intimidante silueta, arrancándose la daga del brazo, tirándola lejos con rabia para evitar el sangrado; le cortó una vena importante, por eso la sangre salía sin control. Con el gesto fruncido trató de formar un escudo de agua pero el malestar se lo impidió.

Siguió andando hacia atrás, advirtiendo a Rivol quien tan pronto se agachó para recoger su arma del suelo —la cual ella había tirado—, la convirtió en una imponente espada que blandió con destreza.

Leatitia alzó su brazo herido al frente, notando que su sangre y la que robó a su adversario goteaba poco a poco, indicando que se acababan sus energías. Con entereza, hizo que el rojizo líquido se recogiera hasta agolparse en sus dedos. La cara del general reflejó desconcierto ante ese acto que nunca antes había visto, tomándolo desprevenido cuando la sangre se disparó en su dirección, transformándose en miles de agujas indetectables a la vista.

Usó su espada para bloquearlas. Unas chocaron contra su armadura, otras las atajó con el arma, pero unas pocas lo lastimaron en la cara y zonas del cuerpo despejadas, introduciéndose en su cuerpo.

El ataque terminó cuando Leatitia se quedó sin sangre. Rivol sonrió de forma macabra al percatarse, pero al dar un paso hacia ella, dispuesto a concluir lo que empezó, su expresión cambió a pavor quedando estático, hasta retrocedió aterrado. Ella no entendió ese cambio repentino de actitud, su magia aun le faltaba mucho para surtir efecto en él, pero fue hasta que una ráfaga le pasó por el lado que comprendió.

Vio una mancha blanca que al principio no pudo distinguir, pensando que era Therius, el tigre de Sutz. No obstante, especuló mal; era un monstruo del doble del tamaño del general quien fue a ese salón, postrado en cuatro patas. Poseía el cuerpo de un hombre, siendo su cabeza la de un lobo.

Cuando destrozó las puertas del recinto, no se detuvo en otro objetivo más que en Rivol a quien le enterró las fauces en el cuello al momento de embestirlo, aniquilándolo de un sólo mordisco, voraz y desgarrador. La bestia no tuvo compasión, ni siquiera cuando el hombre suplicó por su vida.

Sus ojos de plata lucían frívolos, dándole algo de color a su pulcro pelaje, la sangre que derramó su víctima. Leatitia quedó paralizada ante la ferocidad con la que despedazó al general, dejando sin más el cuerpo tirado metros más allá, manchando los finos suelos de rojo.

El licántropo se giró, clavando la mirada en la reina quien se dio cuenta tarde de la sangre que corría por su brazo, saliendo sin control. Intentó levantarse para huir pero consideró que de esa no saldría. Quería pedir ayuda, solo que no resistiría ver morir a los suyos por su culpa, no se lo perdonaría; era la soberana de Arteas, debía demostrar por qué llegó tan alto.

La bestia caminó parada en sus patas traseras, optando una postura encorvada, desgonzando los brazos hacia adelante casi rozándolos con el suelo. De su boca se derramó demasiada sangre cada que gruñía, dándole el toque faltante para que se convirtiera en un monstruo de pesadilla. Parecía decidido a ir por ella, acechándola como a una presa, pero de un momento a otro se retrajo dando pasos hacia atrás.

Leatitia frunció el ceño por ese extraño reaccionar; que un licántropo actuara así no era normal y menos uno de esas proporciones. La bestia se volteó, dejando que ella apreciara su ancha espalda cubierta de ese pelaje blanco que destellaba gracias a la luz de las velas. Gruñó un par de veces mientras la miraba de reojo, su instinto asesino se fue perdiendo por tenerla tan cerca.

Ella aprovechó esos angustiantes segundos para formar una esfera de agua manchada con gotas de sangre, posándola sobre la herida, limpiándola de toda posible infección. En el proceso también se fue cerrando hasta que quedó una cicatriz. No apartó la vista del hombre lobo, aguardando a que la atacara pero éste se mantuvo distante, rugiendo y sacudiéndose de vez en cuando como si estuviera luchando contra algo en su interior...

Vincent Cedélicus llegó al gran salón de la fortaleza de Arteas luego de enfrentarse con los soldados de La Rebelión y la escolta del castillo. Había olido la sangre de Leatitia siendo ese aroma su impulsor para destruir las cadenas que lo ataban y las rejas de hierro que lo recluyeron en el calabozo. En un principio creyó que le haría daño pero bastó con verla indefensa ante el soberbio general para que su instinto la protegiera a toda costa.

Las ganas de probar de su carne nunca se opacaron por lo que en ese instante luchaba contra sí mismo para no dañarla; su mente se lo ordenaba, algo imposible de obedecer. Aferrándose al deseo de no perderla, lastimó su cuerpo sin saberlo cada que pasaba las manos por el rostro, tallándolo con desespero cuando estaba a punto de perder la razón.

Luego de esa lucha que duró sumida entre el silencio mutuo y los gruñidos de una bestia errática, Vincent se doblegó, retomando su forma humana. A pesar de estar acostumbrado al dolor que ocasionaba su metamorfosis, esta vez le dejó destrozado cada milímetro de su piel, aparte de los zarpazos que él mismo se hizo.

Al volver a ser un hombre cayó de rodillas, jadeando como si hubiera corrido sin descanso durante días, con la sangre ajena manchando su rostro, manos y torso. Estaba desnudo ante la reina cosa que no le incomodó pero sí le causó furia por estar humillado ante ella.

Leatitia no supo ni qué decir, ni siquiera qué hacer, intentó dar las gracias pero temía que cambiara de actitud de forma repentina pues al parecer era una bestia de fuerte temperamento. Duraron en silencio por varios minutos luego de eso, nadie se presentaba ante ellos lo cual la inquietó, preguntándose si él tenía algo que ver.

—Escogiste un buen aliado —murmuró el conde licántropo entre jadeos mientras le quitaba la armadura y la ropa al cadáver a su lado.

Leatitia quedó apenada ante esas palabras, inclusive bajó la mirada por un segundo. No dijo nada, sólo observó hacia el suelo mientras Vincent se colocaba la armadura que había adquirido.

Ya vestido se irguió en su lugar para girarse a verla, limpiándose con el dorso de la mano la sangre que le empapaba la boca. Sus ojos eran plateados aun y su rostro ceñudo, clara señal de que no deseaba entablar conversación alguna.

—Creo que esto es la guerra, pero matarte no me dará el honor que quiero —sentenció. Ignorando cualquier objeción de su parte, dio media vuelta para ir hacia la puerta que comunicaba hacia el vestíbulo del castillo.

De repente las puertas por las que ingresó Vincent, que comunicaban el salón a un pasillo que dirigía hacia el interior del castillo, se abrieron. Decenas de hombres con armaduras destrozadas entraron al recinto. Al toparse con el cadáver del general pararon en seco, luego repararon en la reina y finalmente en Vincent quien iba hacia la salida, ignorando lo que acontecía.

—¡Arréstenla! —ordenó una voz masculina. Era un soldado de La Rebelión de contextura fornida, un poco más alto que la mayoría.

Vincent detuvo su marcha al oír esa orden; aunque fingió que ella no le importaba, presintió la misma sensación que tuvo en su sueño, una de peligro y muerte. Leatitia por su parte frunció el ceño cuando notó que los soldados fueron hacia ella, la iban a apresar y no sabía la razón. Dio unos pasos hacia atrás hasta que chocó con alguien.

Un imponente conde se paró tras ella; sus ojos perdieron ese color plateado que los hacia lucir brillantes para quedar blancos en su totalidad. Gruñó, dejando ver sus filosos dientes, adquiriendo una espeluznante expresión. Tomó a Leatitia del brazo y la empujó hacia atrás para protegerla.

—Vete —ordenó, viéndola de reojo sobre su hombro. Su voz era gutural, parecía la de un monstruo.

La reina no dijo nada, sólo se limitó a retroceder. Los soldados los fueron rodeando, apuntando sus lanzas al conde quien se las arrebató. Con sus garras salientes, el inmortal tomó algunos por el cuello o la cabeza para arrancarles la vida sin la menor compasión.

La guardia de Arteas aún no se presentaba, algo que Leatitia temía porque de acudir Vincent los mataría. Armándose de valor se hizo a su lado para poder detenerlo si salía de control la situación.

El conde perdía la poca cordura que se había guardado no solo por culpa de la sangre que se derramó en sus manos sino por el deseo de devorar a la mujer que ahora estaba al pie suyo, desafiando su voluntad. Luego de matar a otro infortunado degollándolo con sus largas uñas, se giró para hacerle frente, dando apenas dos pasos que lograron hacerla temer por su integridad.

—¡Te dije que te fueras! —gritó, colérico. Apretó la mandíbula y los puños, enterrándose las garras en las palmas.

—No permitiré que dañes a mis soldados —enunció, con una pizca de decisión en su mirar.

—Y yo no dejaré que por tu capricho te maten. ¡Lárgate!

Su voz era gruesa, rastrera, estaba a punto de dar cabida a su instinto animal, pero antes de siquiera considerar arremeterla, se abalanzó hacia un grupo de soldados de La Rebelión a quienes no tardó en despedazarlos con sus propias manos.

Mientras acababa con un puñado de hombre que temerosos lo retaron en duelo, una flecha impactó en su espalda algo que no le importó ni le dolió en lo absoluto. Otras dos le dieron a la altura del cuello y otra en el brazo; no lograron detenerlo pero si debilitarlo.

Sutz apareció en el salón. Entre la conmoción, preocupada por el bienestar de su soberana, se abrió paso entre el gentío. Estando ante los soldados de La Rebelión, varios de ellos se fueron en su contra pero les dio frente sin dejarse intimidar. Therius, su fiel compañero, la ayudó a sacarse de encima a uno que otro perpetrador hasta que, luego de dejar incapacitados a varios, pudo estar al lado de Leatitia.

—¡Malditos traidores! —bramó cuando verificó que estaba bien, cerciorándose de que nadie se atreviera a tocarla.

La batalla duró varios minutos; el hombre que anteriormente dio la orden de arresto, quien también le había disparado a Vincent un par de saetas, se retiró tan pronto vio que la batalla estaba perdida. El conde licántropo iba a perseguirlo para averiguar el motivo de esa emboscada, pero un leve mareo lo desorientó. Se sostuvo de la mesa para no perder el equilibrio, mirando borrosos algunos de los cadáveres que la adornaban.

—Mi lord, ¿está usted bien? —preguntó, Leatitia, acercándose con cuidado. Posó la mano sobre su hombro, algo que provocó de inmediato que se alejara de ella.

Le dio la espalda, no quería que lo viera en ese estado; desde que despertó de aquella siesta en el jardín se sentía débil por su culpa. Tomando fuerzas de donde no tenía, sacó las flechas incrustadas en su espalda, arrancándolas con suma facilidad sin emitir quejido alguno. Terminando de extraer la última le examinó la punta, dándose cuenta que estaba hecha de cobre.

—Tenemos que irnos —murmuró, girándose para ver a las dos mujeres.

—¿Cómo que irnos? —inquirió, Sutz, juntando las cejas.

—Leatitia debe irse de Arteas —explicó, volviendo a posar ambas manos sobre la mesa mientras agachaba la cabeza, ocultando su rostro entre su negra cabellera.

—No puedo dejar a mi reino —alegó la mencionada quien abrió los ojos de par en par por tal petición.

—Vendrán por usted más de ellos. Podrá darse cuenta del resultado de su búsqueda —indicó el conde quien con un ademán señaló su alrededor sin levantar la cabeza—. Si quiere ver morir a sus hombres es su decisión no la mía, pero si quiere a su reino a salvo es mejor que se vaya y se mantenga oculta por un tiempo

—¿Pero a dónde iría? Está loco si piensa que...

—A mi reino —declaró, interrumpiendo el alegato de Sutz.

Levantó la cabeza mostrando sus ojos que retomaron su color azul. Aunque era lúcida su mirada su rostro pálido demostró lo contrario de su estado. Miró hacia el frente, ignorando las caras de asombro de las dos mujeres.

Para él era descabellado lo que propuso pero era lo mejor que podía hacer por ella. Fue consciente que sólo tenía al ejército de Arteas a su disposición, si La Rebelión decidía atacarlos no saldrían siquiera con sus cuerpos intactos para un digno funeral.

Al percatarse del evidente silencio por tan acelerada decisión, planteó:

—La llevaré a mi reino para ocultarla y averiguar por qué la quieren matar, La Rebelión no ataca sin motivo. Además, si tanto le preocupa que digan que su reino está en contra de La Rebelión, bien puede decir que me la llevé a la fuerza. —Esperando alguna respuesta u objeción reparó en Leatitia.

Por un instante quedó cautivo en su mirar, en el bello destello de su color bajo la luz de las velas que iluminaban la habitación. Notó su preocupación, podía escuchar los latidos de su precipitado corazón desde su lugar, sintiendo con más furor su aroma alterado por la inesperada contienda. Al igual que él, ella quería evitar una guerra pero no le sería sencillo desamparar a su reino en un momento tan crítico como ese.

—Pues no la dejaré ir sola —protestó, Sutz, quien seria, encaró al conde. Desde que lo vio no le agradó en lo absoluto, sabía que su sola presencia les daría problemas.

—Como quieran, pero deben dejar a alguien a cargo —expuso el hombre, volviendo la mirada al frente.

Resuelta a tomar las riendas del asunto, Leatitia se volvió hacia su fiel servidora.

—Quiero que vayas con el consejo y des la noticia de que él me ha secuestrado. —Ante ello Vincent rio entre dientes mientras que Sutz, desencajada, reparó en su protegida para luego dedicarle una mirada fulminante al conde—. Habla con el consejo de ancianos y diles que mientras regreso, ellos están a cargo de Arteas...

—Y que esta masacre la ocasioné yo —interrumpió, Vincent. Leatitia lo vio de reojo, notándolo cada vez más cansado.

—Di que organizarás una búsqueda sola, procura que nadie te vea. Nos encontraremos en Puente Eloia en tres días.

Dada la orden Leatitia se acercó hacia Vincent; la armadura que tenía puesta mostraba los agujeros donde ingresaron las flechas, de los cuales brotaban hilos de sangre. Levantó la mano hacia una de las heridas pero el conde se alejó.

—Tenemos que irnos cuanto antes, no podemos salir por la puerta delantera —enunció Vincent dándole la espalda. Ella percibió el subir y bajar de sus hombros, producto del agotamiento.

—Sígame —pidió, rebasándolo. Fue a la puerta ubicada al fondo del salón donde entraron los perpetradores.

La siguió pero antes de salir se detuvo, en medio de todos los cuerpos que adornaban el suelo del recinto.

—Deja que el tigre vaya con nosotros si tanto desconfías de mí —enunció, volviéndose por un momento para ver a Sutz quien impotente observaba cómo se llevaban a su protegida.

—Es precisamente lo que haré —expuso, endureciendo el semblante.

Sutz reparó en Therius quien se mantuvo a su lado. Al encontrarse con los ojos ambarinos del animal, éste bajó la cabeza dando una reverencia para luego ir hacia el conde. Rugió, enseñando sus dientes, ocasionándole una media sonrisa al hombre.

Ambos, inmortal y animal, se marcharon dejando atrás las secuelas de una matanza que traería bastantes problemas a Arteas.

—Más te vale que la cuides bien, conde Cedélicus —murmuró, Sutz, quien se resignó al poco tiempo cuando Therius y Vincent desaparecieron por la puerta.


•••

¡Hola, meriortes! Lamento estar tan ausente en esta historia pero el proceso de editarla es algo tedioso, ya que son capítulos demasiado extensos, como pueden darse cuenta. Perdón por tenerlos tan descuidados. No haré promesas de cuándo actualice, pero en lo posible, estaré subiendo un capítulo por semana. No hay día fijo de actualización.

De nuevo me disculpo por no ser tan constante con esta historia que sé que a muchos les gusta. Si quieren compartir conmigo, en la descripción de mi perfil están los enlaces directos a mis redes sociales, si quieres formar parte del chat de Whatsapp donde comparto con mis lectores, mándame un mensaje privado. 

Eso sería todo, meriortes.

¡Saludos y gracias por leer!

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