Decídete, Margarita [Saga Mar...

By Nozomi7

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Tras su reciente divorcio, una mujer de veintiocho años se reencuentra con un joven de dieciocho, quien le co... More

✿ Decídete, Margarita ✿
✿ Sinopsis ✿
✿ Dedicatoria ✿
✿ Epígrafe ✿
✿ Capítulo 1 ✿
✿ Capítulo 2 ✿
✿ Capítulo 3 ✿
✿ Capítulo 4 ✿
✿ Capítulo 5 ✿
✿ Capítulo 6 ✿
✿ Capítulo 7 ✿
✿ Capítulo 8 ✿
✿ Capítulo 9 ✿
✿ Capítulo 10 ✿
✿ Capítulo 11 ✿
✿ Capítulo 12 ✿
✿ Capítulo 13 ✿
✿ Capítulo 14 ✿
✿ Capítulo 15 ✿
✿ Capítulo 16 ✿
✿ Capítulo 17 ✿
✿ Capítulo 18 ✿
✿ Capítulo 19 ✿
✿ Capítulo 20 ✿
✿ Capítulo 21 ✿
✿ Capítulo 22 ✿
✿ Capítulo 23 ✿
✿ Capítulo 24 ✿
✿ Capítulo 25 ✿
✿ Capítulo 26 ✿
✿ Epílogo ✿
Anotaciones finales
El secreto de Margarita [Saga Margarita 2]

✿ Capítulo 27 ✿ [CAPÍTULO FINAL]

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By Nozomi7

Margarita

Camino a la clínica y después de transcurrida la emoción inicial de nuestro reencuentro, le pregunté a Luis por el aspecto tan desprolijo en el que se encontraba. No era usual verlo tan descuidado, en especial, con esa barba de no afeitarse en varios días. ¿Era que había decidido cambiar de look?

—He estado pensando en otras cosas y he descuidado mi aspecto en estos días —dijo mientras me agarraba la mano derecha con nerviosismo.

No me miró cuando me habló. Todo lo contrario. Volteó su rostro a la ventana del taxi. Este se había detenido en el cruce de un semáforo.

Decidí no insistir en ese tema. Conocía esa reacción de él cuando se sentía incómodo ante alguna pregunta; era la misma de cuando era niño. Me dio gusto saber que, en algunas cosas, no había cambiado para nada desde que lo había dejado de ver años atrás. Inclusive, aquella sensación aumentó cuando me di cuenta de que ambos habíamos llegado a un punto en el que no necesitábamos hablar para darnos cuenta de lo que le sucedía el uno al otro. Era como un nivel de complicidad de pareja que solo se alcanzaba cuando había la suficiente compenetración entre un hombre y una mujer. El solo percatarme de ello provocó que sonriera como tonta.

Afuera del carro podía verse a las personas cruzar apresuradas la vía peatonal. Los conductores tocaban la bocina sin parar. Un policía de tránsito movía con una varilla roja mientras dirigía el tráfico. Algunos vendedores ambulantes nos ofrecían diversos productos por la ventana, como CDs de música, libros pirateados, pequeños frascos de productos de ¿potencia sexual? Nuestro trayecto había coincidido con la hora punta. ¡La ciudad era un caos total!

Pero a pesar del bullicio que se apreciaba en el exterior, dentro de mí se vivía una gran calma. Me encontraba muy feliz y con una gran paz interior al saberme acompañada de Luis, el hombre al que tanto quería y a quien tanto había echado de menos durante todos estos días. El solo sentir el roce de su mano con la mía me producía una gran tranquilidad, la cual era como un bálsamo para el pesar que había experimentado durante su ausencia, provocando que esta solo fuera un lejano recuerdo.

Un vendedor ambulante le ofreció a Luis unos muñecos de El Chavo del 8. Soltó una risa mientras le preguntó cuánto costaba.

—Mira, se parece a ti —señaló con el dedo índice derecho hacia una muñeca de La Chilindrina.

—Oye, ¿qué comparaciones son esas?

¡Otra vez la burra al trigo!

—Si bien no me acuerdo cuando eras niña, he visto fotos tuyas con Ada cuando ambas tendrían doce o trece años. —Sonrió con picardía. Su típica cara de ‹‹Voy a molestarte, mi boquita››—. Solías usar dos coletas cuando tenías esa edad. Y con tus pecas, solo te falta usar lentes para parecerte a ella. ¡Es que eres igualita a la Chilindrina! —dijo soltando una carcajada.

—Si tú lo dices... —dije con evidente ‹‹enfado›› mientras le daba un pequeño codazo.

Reí a panza suelta, uniéndome a su relajo.

¿Cómo se las ingeniaba Luis para hacerme olvidar mis pensamientos iniciales y divertirme ante cualquier tontería? Esta era una de las cosas que me encantaba y hacía que cada vez me enamorase más de él, porque con un par de bromas suyas, era capaz de olvidarme de todo y de solo sonreír.

—¿Me da una? —pidió Luis mientras le entregaba un billete al vendedor. Éste le entregó la muñeca justo a tiempo, ya que el taxi comenzó de nuevo a andar.

—¿No crees que estás un poco grande para las muñecas? —dije para fastidiarlo y tratar de ‹‹vengarme›› de su broma anterior.

—No es para mí.

—¿No?

—No. Es para para ti, mi boquita. —Me observó con picardía al tiempo que me entregaba la muñeca.

Lo miré con asombro. La interrogante en mi rostro debió de ser evidente, ya que me contestó sin necesidad de que le preguntase algo:

—Tómalo como un regalo de reconciliación, ¿bien? —añadió mientras me soltó por un momento la mano, me acarició la mejilla y me miró con ternura.

Cogí la muñeca y le agradecí. Apoyé mi cabeza en su hombro y lo abracé por la espalda. Hizo lo propio conmigo, aferrándose a mí con su mano izquierda.

Empecé a contemplar la muñeca con mi mano libre. Era una hecha de manera artesanal, de esas fabricadas a base de un molde de un juguete original. Al observarla con atención, llegué a la conclusión de que Luis estaba en lo cierto: ¡Me parecía a La Chilindrina cuando yo era niña!

Cuando llegamos a la Clínica Internacional, él preguntó a uno de los vigilantes si tenía una silla de ruedas para mí. ¡Ni que me estuviera muriendo! ¡Qué exagerado era!

—Es para ayudarte a movilizar. ¿O puedes caminar con tus dos pies? —preguntó con una mueca ante mi reclamo.

Empujó mi silla de ruedas y comenzó a llevarme a la sección de ‹‹Emergencias››, la cual estaba al lado izquierdo de la clínica. El edificio era uno grande, de construcción moderna, al cual había acudido solo un par de veces antes desde que tenía mi seguro médico particular: una vez para que me vieran una gripe que me atacó meses atrás y en otra ocasión para un control rutinario con el dentista.

Ya en la recepción, me identifiqué con la enfermera de la clínica y le expliqué de mi caída. Le entregué mi DNI para que ella hiciera el trámite burocrático de verificar que mi seguro médico estuviera en regla.

—Si te estuvieras muriendo, ¿también te harían esperar? —señaló Luis de mala gana, mientras me acariciaba con una mano mi mejilla derecha y con la otra mi mano izquierda—. No sabía que en las clínicas privadas fueran así de exquisitos.

—Como ven que no es nada de vida o muerte y estoy haciendo uso del seguro, pues... —dije resignada y encogiéndome de hombros.

Sabía que, si se acudía a un centro de salud particular y se pagaba la cita, de inmediato te atendían. No obstante, cuando se hacía uso del seguro médico y no fuese nada de vida o muerte, las barreras burocráticas no eran un tema del que las clínicas privadas estuvieran exentas.

—Oh, mira. ¡Una joven pareja! —Escuché que decían dos señoras de mediana edad que pasaban por nuestro lado.

Aquellas mujeres debajo de sus casacas lucían unos polos blancos con unos logos publicitarios. Parecían ser voluntarias en programas para enfermos con cáncer o algo de ese estilo.

—Seguro que ella va a dar a luz. ¿No es adorable? —dijo una con gafas negras.

¿Que yo iba a alumbrar un hijo de Luis? ¿Se referían a que estaba subida de peso y por eso creían que estaba embarazada? ¡Imposible! Si había estado inapetente por varios días. Así que... lo pensé mejor.

Llegué a la conclusión que, al ponerme encima la casaca negra que él me había dado antes de salir de mi casa, al quedarme aquella tan ancha, podía parecer una mujer encinta. De solo imaginarme que lo que ellas decían podía ser realidad en un futuro, me sentí muy feliz. Sin embargo...

—Oye, Margarita, esas señoras están locas, ¿no? —me dijo al oído—. ¿Tú embarazada de mí? ¡Están locas!

—¡Baja la voz! ¡No seas impertinente! —le susurré.

Sí. Mi alegría fue efímera... por la reacción de Luis y por lo que las mujeres dijeron a continuación:

—Oh, Aurelia, ¿escuchaste lo que dijo ese mocoso? —refirió la señora de contextura gruesa a la de lentes.

—Sí, Teresa. ¡Nos equivocamos! ¿Qué va a ser ese niño la pareja de esa mujer tan guapa? Si te fijas bien, con esas trenzas, esa facha y con esos modales que tiene, no está a su altura.

Las dos lo miraron de arriba abajo con desprecio. Como decíamos en Perú, literalmente ‹‹lo barrieron con los ojos››.

—Pienso que debe de ser su primo o hermano pequeño que la ha traído de emergencia —dijo una susurrándole al oído a la otra.

Ambas hacían el ademán de conversar en voz baja, pero hablaban en un tono de voz lo suficientemente alto para ser escuchadas.

—Yo creo que ni eso, ¿eh? Tiene toda la pinta de ser un delincuente, con la ropa que lleva puesta.

—Sí, debe de ser.

¡¿Pero qué les pasaba a estas señoras?! No sabía si decir algo para ponerlas en su sitio o solo ignorarlas.

Cuando aún estaba dubitativa sobre cómo reaccionar, Luis se me adelantó:

—¡Oigan, ustedes! ¡Viejas brujas! ¿Tienen algo contra mí? —gritó.

—¿Y a este mocoso qué le pasa? —refirió la mujer de lentes.

—Si tienen algo que decirme o que les moleste, háganlo frente a frente, ‹‹señoras››. En vez de hablar en voz baja como dos viejas amargadas y angurrientas —dijo de mala gana y enfrentándolas.

Ambas pusieron una cara de espanto.

—¡Teresa, mejor vámonos! No vaya a ser que este delincuente quiera robarnos algo. —Lo miró con mezcla de rabia y miedo

—Sí, mejor. ¡Qué miedo me da!

—¿Qué pasa? —exclamó Luis soltando mi silla y dirigiéndose hacia donde ellas estaban, mientras azuzaba los brazos—. ¿Ahora me temen?

Las dos mujeres lo miraron con desdén. Lo ningunearon y se fueron hacia la puerta principal del edificio, siguiendo su camino. Y para mí mejor, las quería fuera de nuestro alcance.

Vi que Luis quiso ir detrás de ellas, pero moví la silla para ir donde él y tratar de contenerlo. Lo agarré de la mano.

—¡No les hagas caso!

—¿Crees que debo dejar que me traten de ese modo ese par de viejas locas y quedarme así por así? —señaló zafándose de mi agarre—. ¿Como si nada hubiera pasado? —reclamó muy enojado y levantando la voz.

Las enfermeras del lugar voltearon a mirar hacia nosotros. Habíamos llamado la atención de todos con lo sucedido. ¡Qué vergüenza!

En la cara de él se podía ver una gran furia. Su ceño estaba fruncido. Sus ojos despedían un terrible destello. Se mordía los labios y se los relamía mientras observaba a las dos mujeres irse de la clínica a través de la puerta principal. Apretaba sus manos con fuerza, mientras levantaba su puño izquierdo en el aire. Se podía apreciar que estaba agitado, ya que respiraba con rapidez. ¿Qué estaba ocurriéndole?

En este instante no era el chico tierno y atento que había sido conmigo al ayudarme y recogerme de mi departamento sino todo lo contrario, parecía estar invadido por una gran furia que había desfigurado su bello y gentil rostro. ¡Desconocía esa mirada en su cara y esa horrible actitud en él!

Traté de calmar la situación. Intenté de nuevo de agarrarle, pero ahora de ambas manos. Quería que se tranquilizara para que el asunto no llegara a mayores.

—¿Y qué vas a hacer? —hablé de forma pausada—. ¡Vamos, cálmate!

No me contestó, solo me ignoró por completo. Seguía dirigiendo su mirada llena de malicia hacia las mujeres que ya se estaban yendo de la clínica.

¡Diablos! ¡Este no era el Luis que conocía! Era uno que me desoía cuando le hablaba, muy distinto a aquel que había ido a buscarme para reconciliarnos.

Su nueva actitud me dolió. Hirió mi orgullo, ya que parecía prestarles más atención a unas desconocidas que a mí.

Me enojé. El curso de mis siguientes palabras fue una muestra clara de ello:

—Luis...

—¿Eh?

—¿Te importa lo que unos extraños digan de ti?

—¿Cómo?

—¿Para eso me has traído aquí? ¿Para pelearte con esas mujeres? ¿O para ayudarme a que me atiendan de mi pie? —hablé muy seria.

—Bueno, yo... —refirió algo desconcertado.

—Luis...

Pude ver que su rostro estaba más calmado. ¡Bien!

—Si para eso me has traído a la clínica —proseguí—, entonces mejor ya no me acompañes, ¿sí? Gracias por ayudarme, pero ya estoy bien sin ti. Ya te puedes ir.

Parecía que mis palabras comenzaron a surtir efecto en él. Así que decidí mantenerme tranquila pero firme en mi posición.

—No, Margarita, ¿cómo dices eso? —señaló ya más tranquilo.

Su rostro volvía a ser el de siempre: el de una mirada noble y una sonrisa cálida.

Se volvió y se arrodilló en frente de mí, observándome con atención.

—Discúlpame. Se me fue la cabeza. Lo siento, mi boquita —me indicó al mismo tiempo que me besaba ambas manos.

—Señorita Margarita Luque, el doctor Felipe Arias de Traumatología la va a atender. Por favor, pase al consultorio seis. —Oí que la enfermera de recepción informó.

—Ya voy.

—Te esperaré aquí —dijo Luis.

Asentí con la cabeza y me fui a donde la enfermera me había indicado.


✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿  


El médico que me vio me sacó una placa de rayos X a mi pie. Esta determinó que tenía un esguince. De este modo, me aplicaron una pequeña bota de yeso para inmovilizarla, ¡durante tres semanas!

Después de darme indicaciones de guardar descanso absoluto y no hacer esfuerzo alguno, me sacaron una cita para dentro de tres semanas, fecha programada en la que me sacarían ‹‹mi nuevo zapato››, como bauticé a mi botín.

Al salir del consultorio médico, busqué con la vista a Luis. Tal y como me lo había prometido, estaba esperándome.

Estaba sentado en una de las sillas del pasadizo. Se le veía cabizbajo, con los codos de sus brazos apoyados en sus rodillas y lo mismo su mentón en sus manos. Pero, ni bien me vio, su cara se le iluminó. De inmediato se levantó de su asiento y fue a recibirme con una cálida sonrisa.

—¿Y eso? —preguntó señalando con su dedo índice izquierdo mi pie.

—Bueno, mírame tú. —Moví mi rostro con dirección a la bota de yeso.

—¡Dios santo! ¡Ahora te has convertido en la prima de Robocop! Toda estática con esta bota de yeso. ¡Oh, qué fea! Ya no me gustas —dijo con su tono de voz grave de soy Luis-actor-de-doblaje-de-televisión.

Reí ante su ocurrencia.

Volvía a ser el chico de siempre que tanto me gustaba. Relajado, sonriente y bromista. ¡El hombre que tanto me tranquilizaba y del cual me había enamorado!


✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿  


Después de tramitar con la enfermera la silla de ruedas y un par de muletas que mi seguro médico cubría para poder llevármelos a casa, él me preguntó si tenía hambre. Por la hora en que salimos de la clínica, ya tocaba cenar.

—Claro que sí, pero ahora no voy a poder comprar ni cocinar nada. ¡Ayyy!

—También me muero de hambre, Margarita.

—¿Tú cuándo no tienes apetito? —pregunté fastidiándole.

—Aunque no te lo creas, últimamente he estado inapetente, ¿eh?

—¿En serio? —dije, incrédula.

Estaba en lo cierto. ¿De cuándo acá Luis no tenía hambre? ¿Algo malo le ocurría?

Pero, después de meditarlo por un momento, me di cuenta de lo que sucedía. Al igual que yo, se lo veía descuidado en su aspecto físico. Y, como yo, había estado inapetente también.

¡Dios santo! De solo percatarme de lo mal que la habíamos pasado ambos durante nuestra breve separación, me emocioné, a tal punto de que tuve que contenerme de no dejar escapar alguna lágrima.

Rápidamente, le cogí su mano derecha. Soltó una leve sonrisa. Me observó con su típico gesto de ‹‹Aquí estoy yo, no te preocupes›› y no dijimos nada más sobre ese tema. Era bastante evidente que, ambos nos habíamos dado cuenta de lo que nos había ocurrido en nuestra ausencia.

—¿Vamos a comer a una cafetería cercana? He visto que hay varias en los alrededores. De paso que... ¡estrenas tu silla de ruedas nueva! ¿Te parece bien? —dijo guiñándome el ojo y sonriendo de manera traviesa.

Le devolví el gesto y acepté su propuesta.

Fuimos a cenar a un restaurante pequeño de estilo familiar llamado Mucho Gusto. El local era acogedor y quedaba ubicado al frente de la clínica en donde me había atendido.

Pedí una hamburguesa de pollo para comer, una gelatina y un té para beber. Cuando le tocó a Luis hacer el pedido, todo volvió a ser como siempre.

Observaba como un niño pequeño la cartilla del menú mientras le ordenaba a la mesera su pedido: ¡un jugo de fresa, un café, tres panes con chicharrón, dos tamales, tres queques y un flan! La muchacha, de aproximadamente veinticinco años, se sorprendió ante la solicitud de él. Reí al ver cómo se iluminaban los ojos de Luis mientras observaba las imágenes de la comida en la carta y a los cuadros de diferentes alimentos que adornaban las paredes del lugar. Definitivamente, ¡su apetito volvía a ser como antes!

Cuando nos trajeron nuestros pedidos, y mientras comíamos, hablamos de manera amena de cómo nos había ido durante nuestra separación. Me contó que no lo llamaron para las audiciones, de su ausentismo a clases y de su pelea con su mejor amigo.

Le pregunté la razón de esta última, pero no quiso ahondar en detalles. Simplemente me dijo que el chico le propinó un puñete en plena calle. Pero, por lo que me contó, me di cuenta de que Luis estaba equivocado en su actitud.

—Creo que Pablo tiene razón —le repliqué—. ¿Cómo se te ocurre querer emborracharte un jueves y tan temprano?

—Sé que estuve mal y actué como un idiota, pero tenía mis motivos para hacerlo —dijo desviando su mirada de mí y observando la comida que tenía frente a él.

¡Otra vez la misma actitud!

Intuí sobre el porqué quiso embriagarse y ya no ahondé más en el tema. A mí también me había ido fatal en el trabajo y en otros aspectos. Aunque no quería que se dedicara a la bebida cada vez que tuviéramos una pelea, no me encontraba en posición de regañarlo.

Yo no había sido un ejemplo de sensatez durante nuestra separación, todo lo contrario. Si me analizaba bien, en mi caso el reproche sería el doble. Luis, por lo menos, tenía la excusa de su edad para actuar de forma inmadura. Pero yo, con veintiocho años, si bien no me había dedicado a tomarme varias copas como él, tampoco había actuado con cordura. Me había dejado llevar por el dolor y me había abandonado a mi suerte.

¡Oh, sí! ¡Yo era el balance perfecto de madurez que nuestra relación necesitaba! ¿A quién quería engañar?

Debí de estar tan aturdida por mi autorecriminación, que no me di cuenta de lo que ocurría a mi alrededor hasta que Luis cogió mi mano.

—Margarita...

¡Tenía una cuchara con un pedazo de gelatina apuntando a mi boca!

—¿Estás inapetente de nuevo? —continuó mientras me observaba fijo y me sonreía—. Porque si es así, tendré que hacer contigo lo que hacía mi mamá conmigo de niño. Ahí va el avioncitooo, comeee —dijo al tiempo jugaba con la cuchara, haciéndola volar en el aire para luego dirigirla hacia mí.

Solté una leve carcajada. Le obedecí y abrí mi boca para que me diera de comer la gelatina. ¡Solo a él podían ocurrírsele estas cosas!

En el transcurso de nuestra cena, me prometió que trataría de arreglar las cosas con Pablo. Después de todo, era un buen amigo, quien siempre lo había apoyado en todo y tenía razón en enojarse con su mala actitud.

También quise preguntarle si él era el responsable de mis famosas llamadas fantasmas, pero en un primer momento no lo hice. Según me contó, se había aficionado a ir a un locutorio cerca de su universidad porque supuestamente su teléfono celular ‹‹se había malogrado››.

—Ah, ¿sí? —mencioné entretanto agarraba al famoso aparatito, el cual yacía colocado estratégicamente en la esquina de la mesa donde estábamos comiendo—. ¿Y me puedes decir qué era lo que se le estropeó?

—No podía hacer llamadas —dijo muy orondo para luego darle un mordisco a uno de sus tamales—. El teclado iba mal.

—¿Y cuándo lo arreglaste? —pregunté mientras cogía al celular en mi mano y lo observaba con cuidado. Parecía estar en perfectas condiciones—. Porque hoy me llamaste antes de venir a mi cueva.

—Justo ayer lo recogí del técnico —dijo antes fruncir el ceño y de pasar saliva.

—Entonces, tú no eres el responsable de las llamadas fantasmas que he recibido desde hace días —alegué con falsa tristeza y negando con la cabeza—. Porque alguien me llamaba, pero luego me colgaba cuando me escuchaba. ¡Me siento desilusionada! Pensé que eras tú el que me llamaba para querer reconciliarnos...

Se puso colorado como un tomate.

¡Delatado! No hizo falta saber más. Bebí de mi taza de té para tratar de contener la risa que se moría por salir de mí.

Cuando nos encontrábamos esperando a que nos trajeran la cuenta de nuestro consumo, me dijo que le faltaba contarme algo más.

—¿Y eso? —pregunté.

Yo estaba jugando con la muñeca de La Chilindrina mientras le hacía trencitas al pelo que llevaba. Quería hacer que se pareciera a ‹‹su padre››, para bromearle a Luis.

—Pues hoy recibí una llamada de la madre de Diana —dijo muy emocionado—. ¿Y adivina qué? —Tenía una gran sonrisa.

Parecía que quería levantarse de su silla y gritarlo a los cuatro vientos. No le veía esa alegría en el rostro desde el día de su confesión de amor en mi departamento.

—¿Se van a mudar del país tu ex y su familia?

No tenía ni idea de qué era a lo que él se refería, pero si esto que preguntaba era cierto, por mí mejor. La quería bien lejos a ella de nuestras vidas.

—No, más bien me dijo que a Diana le hicieron una ecografía. Y, ¿qué crees? ¡Voy a ser papá de una mujercita! —señaló poco menos que gritando.

Estaba eufórico, muy eufórico. Y tanta era la emoción en su voz, que llamó la atención del resto. La gente que estaba sentada a nuestros alrededores volteó su rostro hacia nosotros, mirándonos con invasiva curiosidad.

No sé qué pasó en ese momento, pero por una razón que desconocía sentí un ligero pinchazo en el corazón que hizo que este se me encogiera. Una pequeña acidez comenzó a invadir mi estómago. El nudo que experimenté en la garganta hizo que empezara a toser inesperadamente.

—¿Te encuentras bien? —me preguntó al tiempo que se acercó a mí y empezó a masajearme la espalda.

—Sí.

Pero no era cierto. Toda la felicidad que había experimentado por nuestra reconciliación había desaparecido en un santiamén.

¿Por qué me sentía tan desolada?


✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿  


Camino a mi casa mi tristeza continuó. Luis me habló y bromeó como siempre. Sin embargo, no le prestaba atención. Me encontraba ida, muy ida.

Dentro del taxi que nos llevaba a mi departamento, me sentí como si estuviera presa dentro de la pequeña bota de yeso que aprisionaba mi pie. Presa del smog que se respiraba en la ciudad. Presa del encogimiento que aprisionaba a mi corazón y se moría por salir. Presa de las lágrimas que pugnaban por escapar de mis ojos.

Ya cuando nos instalamos en mi casa y Luis me facilitó movilizarme a mi cama, trayéndome de manera atenta todo lo que fuera necesario para mi comodidad, se sentó a mi lado. Prendí la televisión que estaba en mi cuarto. Quería distraerme con cualquier cosa que me permitiera esclarecer mis sentimientos. Antes de tomar el control remoto para buscar alguna película en qué entretenerme, cogió mi mano izquierda. Me observó con atención a los ojos y después me habló:

—¿Me puedes decir qué te ocurre? —me preguntó de manera pausada.

—Nada. No me pasa nada... —mencioné mientras evitaba con mucha dificultad las ganas de llorar.

Rápidamente, desvié mi mirada de la suya y cogí el mando de la televisión. Empecé a hacer clic en aquel para cambiar canal por canal, hasta que me detuve para ver una de las comedias favoritas de Luis, Two and a Half Men.

El protagonista era uno de los ídolos de él. Pensé que, quizá con eso, podría distraerlo para que no me siguiera preguntando sobre aquello a lo que no sabía qué contestar. Sin embargo, me siguió observando de tanto en tanto mientras miraba la TV, pero traté de hacerme la que no se daba por aludida.

Cuando terminó el episodio doble de la serie, ya eran las diez y media de la noche. Estaba cansada y quería descansar de todo lo ocurrido ese día. Mi caída, mi reconciliación y la montaña de sentimientos negativos que me invadían habían mermado todas mis energías. Se dio cuenta de que me la había pasado bostezando durante la última media hora en que estuvimos viendo televisión, así que optó por decirme que ya se iba, no sin antes tratar de abordar nuestra conversación anterior:

—¿Estás segura de que todo está bien, Margarita? Porque si hay algo que hice mal sin darme cuenta, por favor, dímelo. Me siento mal al no saber qué es lo que te molesta —me susurró a mi oído.

El foco del techo de la habitación estaba apagado. Solamente la lámpara de la mesita de noche y la televisión iluminaban mi habitación. Luego de oír hablar a Luis de un modo tan preocupado y sincero por mí, con el consiguiente beneplácito que aquello me provocaba, una luz llegó a mi mente y me hizo conocer el por qué me sentía de ese modo.

Con las palabras de él a milímetros de mi aliento, solo quise dejarme llevar. Por primera vez, desde que él y yo éramos novios, tomé la iniciativa en nuestra intimidad.

—¡Guau! ¡Me sorprendes, Margarita! —dijo, cuando le hice saber mi petición—. Ya que siempre era yo el que.... bueno, tú ya sabes... —Sonrió con picardía.

—Quiero que nuestra reconciliación se cierre con broche de oro.

—Tienes razón, mi boquita. Y me encanta que te vayas soltando de este modo, con iniciativa propia —indicó mientras comenzaba a besarme en el cuello. Luego de un momento, se detuvo—. ¿Pero, aún con tu bota de yeso? No quiero que por mi culpa te dé otro esguince y te partas en dos —dijo sonriendo y poniendo siempre el toque de humor para estas situaciones.

—¡Qué exagerado eres! Pero será cosa de acomodarse y de hacerlo con cuidado, supongo —acoté mientras le devolvía su gesto—. ¿O acaso crees que no se pueda?

—Por supuesto que sí. ¡Todo es posible entre nosotros!

Después de unos breves segundos en los que todo comenzó a fluir de modo natural entre nosotros, interrumpió lo que estaba haciendo para hacerme una observación:

—¡Un momento! —exclamó mirándome con los ojos como plato—. ¡Hoy no traje protección!

—No te preocupes, no estoy en mis días fértiles —alegué.

—Bien —dijo para luego continuar besándome en el cuello y dejarnos llevar por lo que sucedía en ese momento.

Y así me aproveché la situación... Pero de un engaño, porque si yo echaba cuentas, sí me encontraba en mis días de peligrosa concepción.

Mentí.

Sí, lo hice, porque caí en la conclusión de que estaba celosa de su ex y de la niña que ella esperaba. Me di cuenta de que yo era egoísta y que solo quería a Luis para mí. Con la revelación que me hizo y con lo emocionado que lo había visto ante la noticia que me había dado, sentí que se podía alejar de nuevo de mí... Pero ahora para siempre. Y yo ya no quería pasar por ese suplicio de separarme de él. ¡No otra vez!

Actué mal, lo sé, pero cuando los celos, inseguridades, temores y egoísmos agobiaban totalmente tu corazón, todas las emociones positivas que alguna vez experimentaste desaparecían por completo. Solo hacías caso a lo negativo, ignorando por completo lo que te decía la razón. Y lo peor de todo, no pensabas en las consecuencias nefastas que te podía llevar una mala decisión tomada solo por el dolor que oprimía a tu ser. 


✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿ ✿ 


¿Anotaciones finales?

No digo nada más xD Creo que el capítulo habla por sí solo xDDD 

A continuación el epílogo. ¿Qué pasará? Falta poco para que lo sepan...

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