"Infierno y Paraíso". Tercer...

VeronicaAFS द्वारा

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Elizá creyó que ya nada la sorprendería, que estaba todo dicho. Ella ha quedado varada entre dos mundos y es... अधिक

"Infierno y Paraíso". Tercer libro de la saga "Todos mis demonios".
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4.
Capítulo 5.
Capítulo 6.
Capítulo 7
Capítulo 8.
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13.
Capítulo 14.
Capítulo 15
Capítulo 17
Capítulo 18.
Capítulo 19.
Capítulo 20.
Capítulo 21.
Capítulo 22.
Capítulo 23.
Capítulo 24.
Capítulo 25.
Capítulo 26.
Capítulo 27.
Capítulo 28.
Capítulo 29.
Capítulo 30
Capítulo 31.
Capítulo 32.
Capítulo 33.
Capítulo 34.
Capítulo 35.
Capítulo 36.
Capítulo 37.
Capítulo 38.
Capítuo 39.
Capítulo 40.
Capítulo 41.
Capítulo 42. Anteúltimo.
Capítulo 43 y epílogo.

Capítulo 16

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VeronicaAFS द्वारा

16. Trasgresión.

La lancha se detuvo, no así las dos motos, ambas siguieron su camino hasta nosotros para finalmente detenerse una a cada lado de la lancha, a unos dos metros de distancia.

- No pueden estar aquí- le dijo uno de los hombres a Sergio-, es propiedad privada. Retírense por favor.

- Necesito hablar con Ariel- comencé a decir asomándome por delante de Sergio para hablarle al que se había dirigido a él, desde la moto a su izquierda.

- Señorita, ni usted ni el caballero tienen derecho a pasar por aquí- fue su respuesta a mi pedido-. ¡Lárguense!- tanto el hombre que hablaba, como el que iba por delante de él, como supongo, también los otros dos que estaban en la otra moto hicieron el amago de sacar armas o algo de los bolsillos de las chaquetas negras que llevaban puestas. ¡¿Cómo si las necesitasen?! No por eso pude evitar ponerme todavía más nerviosa; por el rabillo del ojo detecté que también había algo de movimientos sobre la lancha.

- ¡Oiga, oiga!- exclamó Sergio ofuscándose todavía más. No dio señales de tenerles miedo-. El río no tiene dueño, tenemos todo el derecho del mundo de pasar por aquí- dijo sacudiendo una mano, que recorrió en su movimiento, el curso del río-. ¿Quién demonios se creen que son? No tiene derecho a tratarnos así.

Tironeé de la manga de la camisa de Sergio para apartarlo de mi camino y por sobretodo, apartarlo del tiro de quién conducía la moto que estaba a nuestra izquierda, el individuo completamente vestido de negro, nos miraba torcido, detecté cierta sed en sus ojos, como si tuviese ganas de arrancarnos a ambos, nuestras cabezas de cuajo. - Tranquilízate por favor, y déjame hablar- dije apartándolo del medio cosa que no resultó nada fácil, él insistía en quedarse frente a mí, a modo de muro protector -o quizá simplemente estuviese defendiendo su propia hombría, cosa que podía considerarse terriblemente estúpida en esta situación-. Al final o yo gané, o el cedió, no lo sé, pero el asunto es que me dejó el campo libre para actuar.  Me puse firme y los enfrenté.

- Escuchen, sé que Ariel vive en esa casa- apunté hacia delante y al costado con la cabeza-, yo lo conozco… es decir, conozco a su hijo- me corregí-; he estado aquí antes- le expliqué esperando que eso los tranquilizara, no era simplemente cualquier humana que quiere meterse -por una inexplicable y loca razón- con un demonio de alta jerarquía que se daba el lujo de tener a una decena, o tal vez fuesen más, de demonios para proteger su propiedad, e incluso a si mismo, de qué, no sé.

Los dos hombres cruzaron una mirada con algo de sorpresa, me juego lo que sea que eran demonios y que sabían perfectamente que yo era una simple humana.

- Mi nombre es Eliza Pérsico- no hubo ninguna reacción ante mi nombre, y eso resultó un alivio, no me interesaba en lo más mínimo que todo el mundo demoníaco supiese de mi existencia, ya tenía suficiente con los demonios que intuía, no me perdían pisada, como para que encima mi nombre fuese sinónimo de cotilleo en su sociedad-; seguro que si le informan que yo estoy aquí…

- ¿Tiene usted una cita?- soltó de mal modo interrumpiéndome.

- Sí la tuviese ustedes no estarían rodeándonos ahora con esta actitud de matones, ¿no le parece?-. Quizá me fui un poquito de lengua- pensé ni bien terminé de pronunciar aquellas palabras. Sergio soltó un siseo muy agudo, apenas audible; bueno, no para los demonios, ellos tenían un oído superior al de la media normal humana-. ¿Ariel está en casa?- pregunté bajando el tono (procurando no sonar sumisa, ni serlo), así no iba a conseguir nada y me daba la sensación de que la cosa se ponía cada vez más tensa-. Nada más dígale que necesito hablar con él, si es posible, ahora mismo. No he venido para causar ningún problema-. El problema ya existía de antes-. Por favor, infórmele que estoy aquí, que quiero hablar de Vicente con él.

Nadie dijo nada, pero los hechos hablaron por sí solos. El motor de la otra moto de agua se encendió otra vez, giré la cabeza al oírlo. La moto dejó una espumosa estela de agua a su paso. Sin soltarme de la luneta delantera de la lancha, seguí los movimientos de los dos ocupantes de la moto acuática. No tardaron más que unos cuantos segundos en llegar a dónde flotaba la lancha, una vez allí, uno de ellos se inclinó sobre el borde de la embarcación. El que había sostenido el megáfono, se acercó a él. Obviamente el tipo de traje negro era el jefe o algo así. No reconocí su rostro, pero sus gestos me resultaron muy familiares, se movía con elegancia y pompa, como si supiese que su imagen perfecta lo hacía resaltar del resto de los presentes.

- Estos tipos me ponen los pelos de punta- me susurró Sergio.

Yo, que me había vuelto en su dirección cuando empezó a hablarme, vi la reacción de los dos matones de Ariel, que esperaban en la moto ahora más cerca de nosotros. Sergio ni se dio cuenta, ya que estaba mirando hacia delante, pero yo no me lo perdí, la cara de quien comandaba la moto, se desfiguró mutando a algo muy parecido a una gárgola gótica. La sombra no duró demasiado sobre su rostro, pero fue suficiente para que a mí se me helase la sangre; el demonio con su penetrante mirada, observaba a Sergio sin perderse ni un sola de las contracciones de los músculos de su cuerpo.

La discusión se tardó más de lo que me pareció necesario, hasta que finalmente el hombre de traje bajó el megáfono, enderezó la espalda y sacó (lo que a la distancia me pareció era un celular), y no me equivoqué, acto seguido se llevó el aparato a la oreja.

No pude dejar de observarlo mientas hablaba.

Ariel debía estar en casa. Podía conseguirlo. Que me recibiera por Dios, intuía que no iba a tener una segunda oportunidad para llegar hasta aquí, y acercarme a él de otro modo me resultaba inimaginable, podía haber tenido el descuido de permitir que su nombre figurara en un documento de casi doscientos años, pero según la Internet, no figuraban mayores datos de su persona en ninguno otro tipo de archivo, ni números de teléfono, tampoco direcciones ni títulos de propiedad de ninguna clase, es más, ni siquiera tenía servicios o impuestos a su nombre. Sobre él no había nada, al menos, a simple vista.

El hombre de traje bajó el celular y dando un paso al frente, pronunció unas pocas palabras.

- Regresan- entonó Sergio más para sí que para mí. Yo ya los había visto.

La lancha encendió su motor, quien la conducía dio una vuelta en “u” sobre el río. El demonio del megáfono se dio vuelta, evidentemente para no perdernos de vista.

- Sigan la lancha a baja velocidad, nosotros los escoltaremos.

Sin decir nada crucé una mirada con mi capitán; él resopló, estiró un brazo y le dio encendido al motor. El verde paraje se llenó de ruido otra vez, ya que al barullo del motor de ambas lanchas, y de la moto que había cumplido el rol de correo de posta entre nosotros y los de la otra lancha, se sumó el de la otra moto.

- Hoy no tendría que haber salido de casa- rezongó Sergio.

- Les pediré que te dejen ir en cuanto lleguemos a la casa-. Le aseguré. No tenía ni la menor idea de cómo haría para regresar al puerto otra vez, pero no se me antojaba una buena idea, permitir que se mezclara todavía más en todo este lío; no me gustó nada la reacción de ese demonio.

- ¿Haces negocios con esta gente?- me increpó Sergio en voz muy baja sin mirarme a la cara.

- No exactamente.

- O eres muy valiente o eres muy estúpida, sea como sea estos tipos pueden hacer de ti lo que le de la regalada gana- se interrumpió por un momento para sacudir la cabeza de un lado al otro, arrugó la boca y ladeó la cabeza-. Tal vez estés loca- opinó todavía con la vista al frente-. Parece increíble que una chica como tú busque involucrarse con este tipo de lacra; no me importa si son traficantes, ladrones, puteros o simples empresarios, es obvio que su actitud no es buena. La gente que se cree dueña del mundo no es buena. Me revienta los que se la dan de ser más que los demás. ¿Eres como ellos?- me interrogó girando la cabeza en mi dirección; más bien me dio la impresión de que directamente me declaraba culpable.

Me encogí de hombros. Todavía no era una de ellos, pero en cierto modo, ya era como ellos, de lo que sí estoy segura es de que no me creo mejor o más que nadie, puedo ser un poco egocéntrica y egoísta por momentos, pero estoy convencida de que nunca me sentiría a gusto rodeada de demonios como los que iban en la lancha y en las motos.

- Esta gente se reproduce como hongos- comentó Sergio por lo bajo, cuando ya nos encontrábamos muy cerca del muelle que daba a la horrilla de la propiedad de Ariel. Sobre el muelle y en el borde de la pared circundada por hortensias se encontraban al menos cinco hombres más.

Me pareció una verdadera locura que se tomasen tantas molestias por dos simples e indefensos seres humanos.

Un hombre vestido con overol verde bajó por la escalera del muelle casi hasta el nivel del agua. La lancha se apeó del borde de la escalera, uno de sus ocupantes le lanzó una cuerda al hombre de overol. De la lancha solamente descendió el hombre de traje, quién subió por las escaleras hasta lo más alto de la estructura, luego la lancha se apartó.

- Amarren ahí- nos ordenó quien nos había mandado que siguiésemos a la lancha.

Sergio guió su lancha taxi hasta la escalera pero no detuvo el motor.

El hombre de la escalera tendió uno de sus brazos en mi dirección.

Por un momento me quedé dudando, no es que me hubiera arrepentido, pero antes de alejarme de Sergio quería que quedase en claro que él no tenía nada que ver, que no sabía nada.

- Por aquí señorita, yo la ayudo.

El hombre de overol me sonrió, sin duda en esa sonrisa no había nada de demoníaca. Para mayores datos me dio la impresión de que yo había visto antes a este hombre; ¿era quien arreglaba las plantas al momento de nuestra llegada, en la primera de mis visitas a la casa familiar? Me parece que sí.

Con el corazón en la boca, caminé como pato con las piernas duras sobre el piso de la lancha para llegar a la escalera. El agua golpeaba contra los pilotes y a unos tres metros más allá, contra el murallón de contención.

Tambaleándome llegué hasta la mano del hombre y me aferré de su muñeca. Sentí un profundo alivio al tomar contacto con su piel, era un humano.

- Gracias.

- Con cuidado, no querrá caerse al agua.

No, por supuesto que no quería, pero me dio la impresión de que mis razones por evitar a toda costa darme un chapuzón en el río no tenían nada que ver con las que el suponía. ¿Sabía más de los demonios que cualquier humano común y corriente? Si se tienen al menos unas cuantas neuronas que funciones correctamente, luego demás de un año de convivir, o al menos de estar rodeado de demonios, y trabajar para ellos, supongo que se debe llegar a aprender algo. Es probable que este hombre no tuviese mucha idea de para quién trabajaba, pero el pavor hacia el agua que debían sentir los que visitaban esta casa, seguro era evidente hasta para él, así como deberían ser evidentes otras tantas cosas. La fuerza descomunal, el no envejecer, el no depender del alimento ni tampoco del sueño, eran cosas que no son fáciles de ocultar para siempre.

Lo más ridículo de toda esta situación es que este hombre, sin duda, creía que yo era uno de ellos. ¿Nunca los había tocado para darse cuenta de cuanto ardían sus cuerpos? ¡No, que digo, lo más probable es que no! Dudo que estos demonios sean adeptos al contacto físico con humanos, después de todo, su jefe no es ningún admirador.

- Tú también-. Atronó una voz armoniosa pero potente que venía desde arriba. Alcé la cabeza y vi al hombre de traje asomándose por la plataforma del muelle. Se dirigía a Sergio.

Me quedé helada, con una pierna sobre uno de los escalones y la otra en la lancha.

- Él no tiene nada que ver en esto-. La voz me tembló por un momento. El demonio trajeado me contempló y luego movió la cabeza para mirar a Sergio.

- Sube- le ordenó desoyendo lo que yo acababa de decirle.

- No, él se va- entoné con firmeza terminando de pasar a la escalera.

- Se queda y asunto cerrado. Serafín, amarra la lancha.

El hombre de overol asintió con la cabeza y luego me soltó.

- Escuche, esto es entre Ariel y yo, ese hombre no tiene nada que ver conmigo, no me conoce, simplemente lo contraté para que me trajera hasta aquí.

- Entonces, si no tiene utilidad alguna y no lo conoces, puedo deshacerme de él en este mismo instante.

- ¡No!-. El grito emergió desde lo más profundo de mi pecho. Con el corazón palpitándome enloquecido en los oídos me di vuelta, Sergio me miraba con una mezcla de incomprensión, odio y temor-. Por favor- le rogué una vez más al hombre de traje.

- Apaga el motor y sube.

Las palabras del demonio cortaron el aire.

Sergio hizo lo que se le pedía sin siquiera decir ni “mu”.

Se me puso la piel de gallina.

- Voy detrás de ti- me dijo Sergio cuando le hubo pasado el cabo de amarre al hombre de overol, para luego descender.

No me salió ninguna disculpa, el error garrafal ya estaba hecho; mi inconciencia y yo metimos a alguien completamente inocente en medio de la locura y no había vuelta atrás. En silencio subí los escalones que me faltaban para llegar arriba.

El demonio de traje desapareció de mi campo visual cuanto emprendí la escalada. Noté que ninguno de los demonios se nos había acercado a más de metro y medio, es más, en ese momento caí en cuenta que a medida que nosotros avanzábamos, los demonios que estaban sobre el borde retrocedían. Otra vez su reacción me pareció ridícula, a qué le temían.

- Síganme-. Nos ordenó ya desde el camino que ascendía por la propiedad en dirección a la casa-. No intenten nada estúpido.

Ni por más locos que pudiésemos estar intentaríamos hacer algo, qué, todavía no sé; nos rodeaban un montón de demonios con cara de perros rabiosos que no nos quitaban los ojos de encima. No creo que a Sergio se le ocurriera hacerse el héroe o algo parecido, incluso no sabiendo que todos esos hombres de negro eran demonios, había que tener más de un tornillo suelto para pensar que se podía contar con alguna chance de salir de aquí indemnes si se iniciaba una pelea.

Sergio no hizo ningún otro comentario; conservaba la boca cerrada como nunca antes.

- Escuche- el demonio no dio señales siquiera de darse cuanta de que me dirigía a él-, disculpe-. Su única reacción fue sacudir los hombros-. Este hombre simplemente me trajo hasta aquí, no sabe nada de nada…- hice una corridita para alcanzarlo-, no tiene ni la menor idea de qué sucede aquí. Por favor-. El demonio se detuvo en seco y casi me lo llevo por delante. Al instante retrocedió de espaldas poniendo una buena distancia entre nosotros. Me miró de un modo extraño, no pude descifrar qué había detrás del par de ojos marrones que me contemplaban. De repente un gruñido emergió de sus labios entreabiertos. Una mano me tomó del hombro derecho instándome a retroceder.

- Déjalo, no insistas, no tiene sentido.

Las palabras de Sergio se condensaron en mis oídos haciéndome sentir todavía peor. Primero había tratado de defenderme, incluso cuando dudaba de mí, y ahora, simplemente parecía entregarse. Esto no tendría que haber salido así, nada de lo que sucedía figuraba dentro de mis planes.

Anduvimos hasta la casa en silencio. Todo era tal cual lo recordaba, con la diferencia de que en este momento tenía sentimientos encontrados con respecto a lo que la casa provocaba en mí. no pude evitar pensar en el cuarto de Vicente, que se encontraba allí en el primer piso, cuyas ventanas daban al jardín trasero; estar tan cerca de algo que había sido y aún era suyo me ponía la piel de gallina, el erizado se sentía sobre todo en la nuca, percibía algo de su presencia en los alrededores. Era grato y al mismo tiempo me causaba una profunda tensión. Sé que de no ser por la presencia de este humano inocente al que había metido en el medio sin querer, en un acto profundamente irresponsable, yo no estaría tan nerviosa. No temía lo que pudiesen hacerme a mí, pero me daba pánico que lo lastimasen a él por mi culpa.

Que maravillosa casualidad hubiese sido que Vicente se encontrara en la casa en este mismo momento. Mi necesidad por verlo al menos, era tan grande, que me negué a perder las esperanzas de encontrármelo allí.

Unos treinta metros antes de llegar a la casa, cuando los árboles ya nos habían atrapado en su sombra, me di vuelta para ver si Sergio me seguía, y sobre todo, para ver qué cara tenía, sin duda debía estar furioso conmigo y no lo culpo, pero su enojo era lo que menos me preocupaba en este momento, yo podría continuar viviendo aunque él me odiara, es más esperaba que tuviese la oportunidad de odiarme por toda su larga existencia.

Sergio me seguía rezagado un par de pasos. Una frente arrugada, cejas tensas y uno ojos profundos, entornados, como dos armas ya cargadas, sin seguro, listas para disparar ante la menos señal de amenaza. No me dedicó ningún gesto en particular, simplemente siguió caminando con los brazos al costado del cuerpo y la cabeza medio hundida entre los hombros.

Abrí la boca para decir algo pero no me salió nada, en mi campo visual entró uno demonio, vestido de negro, con una mirada igual de oscura y tenebrosa. Su rostro asomó por encima del hombro derecho de Sergio, iba por detrás de él a unos cuatro o cinco metros de distancia. Me moví a un costado y descubrí que otros tres nos acompañaban a una distancia similar.

Me pregunté a qué vendría todo esto de guardar distancia y no se me ocurrió más que pudiese deberse a que quizá les resultase peligroso acercársenos demasiado, podían tentarse con nuestras almas o algo así; no sé si es exactamente eso lo que pasaba por sus cabezas.

Al final Sergio llegó hasta mí. Me tocó el hombro para que siguiese caminando, al darme vuelta me encontré con el demonio de traje, estaba parado más adelante en el camino y me contemplaba de refilón. Con una sola mirada me instó a seguir mi camino.

- Vamos, no los provoques- me susurró Sergio.

- En cuanto encontremos a la persona que he venido a ver, le pediré que te deje en paz, que te permita ir; nada de lo que aquí suceda tiene que ver contigo.

- Me da la impresión de que eso les importa un comino, por como yo lo veo, me he convertido en un testigo.

- Tú no sabes nada.

- ¿Podrías ponerme al corriente?

Casi me desnucó para mirarlo.

- De qué va todo esto, quien eres tú, quienes son ellos. Me facilitarías mucho las cosas si me cuentas algo.

- Créeme, nada de lo que puedo contarte te beneficiará en lo más mínimo.

- Me dejas completamente indefenso.

- Ya estamos indefensos- dije yo por lo bajo. En ningún momento, ninguno de los dos habíamos alzado demasiado la voz, pero eso no impediría que no pudiesen oírnos, es más, quizá alguno de ellos también tuviese algún poder similar al de Lucas; a los demonios del tipo y la clase de Ariel les gusta estar rodeados de discípulos con dotes especiales que les sirviesen para darle más renombre a su propia persona, y también -pero no por eso menos importante- para su defensa también.

- Siempre hay algo con lo que negociar.

- La única que va a negociar algo aquí soy yo, y espero que eso valga por los dos.

- ¿Eso significa que me vas a dejar librado a mi propia suerte?- me recriminó tanto con sus palabras como con sus ojos-. Gracias, que amable-. Giró la cabeza hacia delante-. Estoy perdido- rezongó-. La verdad es que no tenía pensado morir hoy.

- No vas a morir. Mi principal cometido por el momento es sacarte de aquí sano y salvo.

- ¿Tú vas a sacarme de aquí sano y salvo? ¿Vas a pelear contra todos estos tipos? ¿Tienes un arma escondida? Creo que ellos van armados.

- No.

- ¿No? Entonces según tú tienes oportunidad de vencer a todos ellos. Debes ser muy buena en boxeo, karate o algo así-. Disculpa, pero sinceramente, ni tú ni yo, por más que esos tipos no estén armados, tenemos la posibilidad  de llegar muy lejos. ¿Son cuantos, una docena, una veintena contra nosotros dos?

- Ni un ejército tendría posibilidad alguna contra ellos. Irse a los puños no servirá de nada, créeme, sé por qué te lo digo-. A mi mente vinieron imágenes de aquella pelea bestial entre Lucas y Vicente, en la que éste último terminó con la cabeza incrustada contra una pared. Recuerdo su rostro sangrando; creí que había muerto. Lo más impresionante de todo el caso era la fuerza descomunal de la que hacían gala; lo fácil que les resultaba romper huesos (tumbar una pared e incluso derribar un árbol), y por sobre todo los pocos remordimientos con tenían con respecto a la integridad del cuerpo humano, no les molestaba en lo más mínimo hacerte sufrir por necesidad o por gusto.

- Eso me deja muchísimo más tranquilo. Vamos cada vez mejor, de verdad que sí. Genial. ¡Que día perfecto!

Ignoré el sarcasmo. - Morir no sería lo peor de todo- mascullé entre dientes.

- ¿Te parece?- inquirió fingiendo una cara de ingenuidad fuera de este mundo.

- Hay cosas peores en este mundo que morir.

- ¿Cómo esos tipos y tú?- me preguntó perforándome con una mirada.

- Es posible-. Había dado en el clavo. Qué podía ser peor que un demonio enojado.

- No debí haberte permitido subir a mi bote.

- No, no debiste. Lamentablemente no siempre sucede lo que debería suceder.

- ¿Vas a seguir dándome la razón? Eso no hace que me sienta mucho mejor.

- Disculpa.

Dimos unos cuantos pasos más en silencio.

- ¿Entonces, cómo vamos a salir de esto?

- Tú mantén la boca cerrada, no te metas y procura tampoco escuchar.

- ¡¿Cómo diablos se supone que voy a hacer eso?!- estalló. Todos se frenaron para mirarnos-. Mañana vamos a aparecer flotando en el río con unos cuantos agujeros de balazos cada uno.

Nada podía estar más lejos de eso. En el único río que podíamos aparecer flotando es en el Flegetonte de sangre hirviente o fuego, según se prefiera, junto con las sombras de los tiranos, los asesinos, los ladrones y los culpables de pecados relacionados con la violencia hacia sus semejantes, dentro del séptimo círculo del Infierno.

El portal de la casa se abrió de par en par. Adentro todo era oscuridad en comparación del brillo del sol en el exterior.

El demonio trajeado se detuvo frente a la puerta abierta y nos soltó un seco “entren”; no hubo ni  un “bienvenidos” ni “siéntanse como en su casa”. No éramos bienvenidos y si Sergio tenía suerte, éste nunca sería su hogar; para mí era todo lo contrario, deseaba desde lo más profundo de mi alma, poder relacionarme con esta casa, sobre todo con el primer cuarto a la izquierda subiendo por la escalera principal.

Me costó acostumbrarme a la penumbra del interior, es por eso que los primeros pasos que di fueron casi a siegas. Sergio se detuvo por detrás de mí, a mi derecha; noté que estaba conteniendo la respiración.

La puerta se cerró a nuestras espaldas, el demonio de traje había entrado para luego encerrarnos a nosotros dentro; los otros demonios se habían quedado afuera.

Por unos breves instantes pude comprobar que todo estaba tal cual yo lo recordaba, como si el tiempo no hubiese transcurrido aquí dentro. De todos modos, qué podían significar unos cuantos meses en la vida de un demonio; nada, seguro.

Nadie se movió por un momento. No hubo ordenes, ni amenazas, los tres nos quedamos parados en el hall de entrada.

Si su cometido fuese matarnos, ¿no lo habría hecho ya?- pensé-. O es que no quiere hacerlo aquí mismo por miedo a que aparezca alguno de los empleados humanos de servicio en la casa; ¿tendrían un cuarto especial para ocuparse de los humanos molestos? ¿Sí nos mataban, a dónde irían a parar nuestros cuerpos? Una vez escuché un comentario sobre las complicaciones de dejar por ahí cuerpos de humanos muertos después del ataque de un demonio, básicamente podían matarte con un solo golpe, utilizando su fuerza descomunal, no sería una muerte normal, cualquier médico forense se daría cuenta de eso.

- Bueno, bueno, bueno. Qué tenemos aquí.

No pude evitar dar un salto del susto que me pegué al oír la voz que vino por detrás de mí; recordaba que a mi espalda había una puerta que daba a un corredor que daba a la parte posterior de la casa y a una escalera. La voz debió provenir de ahí. Al instante di media vuelta. A pesar de que la fotografía tenía casi cien años, bien podía haber sido tomada ayer mismo, utilizando un disfraz y un telón de fondo pintado con el Arco del Triunfo. El mismo rostro con un dejo algo cebero, la mandíbula fuerte, un par de ojos de mirada potente y esas gruesas cejas reforzaban un rostro pétreo, inmutable. Su frente, su boca. Lo que interpreté en la fotografía como canas quizá fuese un efecto de la luz o algo así, porque ahora viéndolo en vivo y en directo no pude encontrar ni solo cabello blanco que perturbase oscurísimo castaño de sus hebras. El cabello le rozaba los anchos hombros. Tenía el porte de un rey, o al menos el de alguien que se siento por sobre la media normal (cosa que en este caso tenía sus justificativos). Toda su postura decía: aquí estoy yo. Me atrevo a asegurar que este hombre debe imponer su presencia en cualquier momento, en cualquier lugar y bajo cualquier circunstancia. Lo único distinto en él, de aquella fotografía a cien años para acá, eran las ropas que llevaba puestas, que si bien no marcaban ninguna tendencia de moda pertenecían más a la actualidad que aquellas otras de la foto. Un pantalón oscuro, una chaqueta haciendo juego y por debajo una polera de un tejido muy fino. La ropa en sí no era llamativa, pero se notaba a simple vista que era de muy buena calidad, los tejidos tenían un tenue brillo, ¿seda talvez?, que no resultaba chabacano para nada, sino elegante, sobrio. En síntesis su aspecto era el de alguien en extremo prolijo y conciente de su aspecto. Eso también se le notaba en los zapatos, que daban la impresión de nunca haber pisado un suelo más abrasivo que le recubierto por una mullida alfombra. Una pieza de su vestuario no había cambiado, el anillo en el dedo del corazón de su mano izquierda que volvió a llamar mi atención igual que la primera vez. No era un anillo de sello, sino una especie de sortija familiar, con lo que me pareció era un escudo de armas; era de oro y algún tipo de piedra negra.

Sergio se dio vuelta junto conmigo.

- No esperaba recibir visitas hoy. No creo haber concertado una cita contigo, es más, por lo que entiendo tú no tienes nada que hacer aquí, o es que acaso hay alguna razón que yo desconozco-. Ariel dio un paso al frente-. En fin…- suspiró-. Tal vez ya era hora de que nos presentáramos formalmente- se llevó una mano al pecho e inclinó la cabeza hacia abajo-. Soy Ariel Doinel.

- Ya lo sabía, he visto una foto suya; Vicente me la mostró.

- Sí, claro, por supuesto, me lo imaginaba. En Vicente, de vez en cuando, aflora cierto sentimentalismo humano, es decir: afloraba. Las cosas han cambiado mucho en este último tiempo-. Al terminar de pronunciar aquellas esas palabras, Ariel giró la cabeza y miró a Sergio-. Lo lamento mucho, disculpe usted mi mala educación-. Le tendió una mano a mi acompañante-. Ariel Doinel, para servirle.

¿Para servirle? No era éste el mismo demonio al que le desagradaban los seres humanos.

Sergio lo dudó un instante, no obstante, al final extendió el brazo y apretó la mano de Ariel. Al momento del contacto entre sus manos se plasmó la viva imagen del desconcierto en el rostro de Sergio. El apretón fue muy corto ya que él tironeó de su propia mano y se apartó de nuestro anfitrión.

- ¿No soy lo que esperabas?- le preguntó Ariel a Sergio dejándome helada. De qué estaba hablando. Las palpitaciones de mi corazón se dispararon a mil por hora.

Sergio no contestó. Su cara lo dijo todo, estaba sorprendido, y no gratamente.

- Siempre me he preguntado si son realmente casualidades o causalidades. ¡Impresionante!- exclamó alzando la voz en un tono cantarín que sonó a cantante de opera intentando impresionar al auditorio al demostrar que no necesitaba de un micrófono para que lo escucharan en lo más alto del anfiteatro.

- ¿Usted es…?- Sergio no fue capaz de terminar la frase.

Ariel volvió a llevarse una mano, más precisamente la del anillo, al pecho. - Lo lamento pero antes de atender tu caso, debo discutir un par de cosas con esta señorita.

Sergio me miró. No salía de su asombro. Acaso tenía la menor idea de a qué se enfrentaba, es que esperaba esto. ¿De veras lo había estado buscando?

- ¿Qué son ustedes?- me preguntó.

- Yo…

- Eliza es una clienta, igual que tú, es decir, lo fue-. Sacudió la mano del anillo abanicando el aire-. Es una historia muy larga…Te prometo que lo resolveré en un momento y tendrás mi completa atención luego.

- Pero ella…- giró la cabeza en dirección a Ariel.

- Ya lo dije, causalidades, casualidades…la vida está llena de secretos. Debemos agradecerle a Eliza que te haya traído, sin saberlo nos ha hecho un favor a ambos-. Ariel se volvió en mi dirección y me sonrió-. Sin querer nos ha facilitado mucho la tarea a los dos.

Me había quedado sin palabras. Esto era una locura, no entendía nada. - Yo no… Sergio, ellos son…- se me hizo un nudo en la garganta-son…

- Por favor, Martín, ten la amabilidad de acompañar a nuestro huésped, has que se sienta como en su casa, en un momento me reuniré con ustedes.

El hombre de traje volvió a abrir la puerta e invitó a Sergio a salir, con modales mucho más agradables de los que utilizara para traernos hasta aquí. ¿Había sido yo la responsable del maltrato? De lo único que sí estoy segura de ser responsable, es de haber guiado sin querer y sin saber, a este hombre, a lo que podía ser su perdición; si las cosas salían mal para él, comprendería que yo tenía razón, la muerte no es lo peor de todo. Me pregunté que lo había llevado a tomar la decisión de hacer tratos con ellos.

Sergio dio media vuelta sin decirme nada, sin despedirse, es más ni siquiera me miró por última vez. Yo ya no importaba, ya había quedado olvidada la tensión del primer momento y los temores que le siguieron, él había encontrado lo que buscaba y yo también.

En cuanto la puerta se cerró me entró un frío espantoso, un frío que provenía de mi interior. Sin darme cuenta de lo que hacía me abracé a mi misma. Tuve la sensación de que el cielo se oscurecía, que el mundo se tornaba sombrío y frío.

- No me agradas- entonó Ariel quebrantando el silencio, que había reinado por un par de segundos desde que la puerta se cerró a espaldas de Sergio.

Lo miré y desocupé mis brazos. Sabía que si me atacaba o lanzaba algún tipo de golpe contra mí, no tendría demasiada oportunidad, de todos modos, dejar las manos libres para intentar defenderse, es un acto casi instintivo en un momento donde la tensión y el temor se imponen. Por supuesto no iba a permitir que el miedo me venciera, mi peor enemigo no era él, sino Ariel, eso lo tenía muy en claro.

- Es cierto que ningún humano me agrada mucho- continuó diciendo-. Lo destacable aquí es que tú realmente batiste todos los records- me apuntó con un dedo mientras caminaba en dirección al living a mi izquierda-; y hablamos de siglos de contabilizar despreciables e insufribles humanos que me han crispado los nervios. Tú lograste llegar más lejos que nadie más y créeme, no es algo por lo que puedas sentirte orgullosa-. Se llevó la mano en la que lucía el anillo, al mentón y apretó los labios-. Arrastraste a mi hijo hasta lo más bajo- dijo sin apartar la mano de su mentón-. Por tu culpa se humilló a sí mismo- bajó la mano-. Lo hiciste quedar en ridículo frente a toda nuestra sociedad. Te burlaste de regímenes a los que deberías temer y todavía hoy continúas pensando que tienes derecho a meter tu nariz en todo esto-. Me miró de reojo y luego se alejó todavía un poco más-. No mereces seguir con vida, por lo que hiciese tendría que torturarte hasta matarte.

- Lo único que he hecho es enamorarme de su hijo, y sucedió sin querer.

Ariel soltó una carcajada.

- Es por eso que estoy aquí hoy, porque todavía lo amo.

Ariel se rió todavía más fuerte y no paró, aun así continué exponiendo mi caso, no pensaba quedarme callada.

- Necesito saber si todo lo que me dio no fue más que una farsa. Entre nosotros pasaron muchas cosas- sentí que se me encogía el pecho-, cosas que no puedo creer que no hayan sido reales- el frío se tornó todavía más intenso-. Lo quiera o no yo todavía lo amo y cuando se fue las cosas no quedaron del todo claras entre nosotros dos- alcé todavía más la voz ya que Ariel no paraba de soltar carcajadas a todo volumen-. Tengo que hablar con Vicente, quiero que tengamos una discusión frente a frente, me parece que después de todo es lo menos que me merezco, por eso recurro a usted, no sé cómo ubicarlo y…

-  ¡Has quebrantado, violado y deshonrado todas las leyes y estatutos!- me giró en un ensordecedor tono-. Tu transgresión no tiene nombre. ¿Acaso te crees en posición de enfrentar un mundo para el que tú no eres más que una insignificancia?- me espetó con el seño fruncido-. Te sobrevaloras. Ciertamente no eres quién para pretender llevarte por delante una organización establecida hace milenios.

No le contesté- estaba asustada, sin embargo no fue por eso por lo que mantuve la boca cerrada, intuía que Ariel no esperaba una respuesta, simplemente desplegaba su opinión por lo que no era mi turno de hablar. Cuando terminara, haría mi descargo.

- Han insuflado demasiado tus ínfulas, y eso no es culpa de otro más que mi hijo. Vicente comentó un error contigo y muchos otros adoptaron ciegamente lo que él dijo. Lo único rescatable de esa situación es que demuestra cuanto poder él tiene, lo respetan inmensamente y eso a mí me satisface de sobre manera. Cualquier padre se sentiría orgulloso de ver a sus hijos triunfar, de verlo convertido en un símbolo de grandeza, o mejor aún, en grandeza misma.

Con un padre así quién podría ser muy normal. Este demonio era el vivo ejemplo de un icono de su mundo. Destilaba odio y desprecio por los poros, y altanería por sus palabras. Además, podía sentir algo brotando de él, llamémoslo poder o fuerza, un magnetismo extraño que al mismo tiempo te repele. No sé ni puedo explicarlo.

- He trazado ambiciosos planes para Vicente, planes que él ha sabido concretar maravillosamente bien en casi todos los casos. Tú eres una de las pocas excepciones, al menos una de las pocas que todavía se da el gusto de pavonearse por ahí, recordándole a todo él mundo su error. Todavía no entiendo porqué te dejó con vida. Es muy blando en ocasiones, pero ya me estoy ocupando de borrar ese rasgo de su personalidad, junto con su consciencia, también- añadió-. Su consciencia es un lastre completamente innecesario de cargar. Cuando la suelte, ya nadie podrá alcanzarlo-. Ariel inspiró hondo y dio un paso al costado-. Tendría que haberte matado, eso hubiese sido lo más lógico. Su intervención en aquella pelea fue completamente ridícula, ese demonio estaba tan desesperado por obtener tu alma que lo más probable es que te hubiese matado a los golpes antes de que tú se la entregaras. Lo único que entiendo de ese suceso es que mi hijo no quería toparse con tu alma otra vez, le recuerdas los errores que cometió, es por eso que te prefiere lejos.

- Necesito ver a Vicente, tengo que hablar con él- repetí ignorando todo lo que acababa de soltarme. Me estaba entrando una desesperación horrible

Ariel soltó un gruñido que me hizo pegar un salto hacia atrás.

- ¿Tienes algún problema de audición, o es que acaso sufres de algún retraso que te complica entender lo que se te dice? ¡No, nada de eso, es que los ustedes los humanos son todos iguales! ¡Imbéciles e insignificantes alimañas! ¡Patéticos!- me gritó abalanzándose sobre mí-. Débiles e indefensos. Tan quejumbrosos que pierden toda la vida arrastrándose sobre sus propias miserias. No son capaces de ver más allá de lo que tienen delante de las narices.

Ariel se plantó a un paso de mí.

- ¿Tú eres así, Eliza?

Sus ojos atravesaron los míos para luego perforarme el cerebro, el perfume similar a las de las violetas, solo que magnificado miles de veces, me llenó los pulmones. El aroma era tan fuerte que ya resultaba desagradable, sentí como por la nuca me subía un espantoso dolor de cabeza. Me dieron arcadas y se me nubló la vista.

Ariel dio un paso atrás. Su movimiento provocó una especie de vacío entre nosotros. El aire arrastró consigo parte del vaho, por suerte, lo que me permitió aclararme un poco, igual continuaba teniendo la sensación de estar metida dentro de una nube tóxica.

- Sal de mi vista- lanzó sacudiendo la mano del anillo por delante de su pecho.

- No-. Intenté ponerme firme pero todavía me sentía algo mareada y el dolor de cabeza todavía persistía.

Ariel me fulminó con la mirada.

- Necesito hablar con él, tenemos muchas cosas que aclarar, además quiero pedirle que libere mi alma; si no me quiere pues tampoco tiene derecho a ser mi dueño.

- Tú si que eres todo un caso.

- Yo tengo derecho a hacer lo que me venga en gana con mi alma.

- Sí lo amas tanto como dices, porqué insistes en seguir complicando su vida. Es un demonio y aún así se exilió a sí mismo al otro lado del mundo solamente para alejarse de ti. ¿Qué te dice eso?

- No lo entiendo.

- Eres su debilidad más grande, eso ha quedado claro. Puede que un día la mancha de lo que pasó entre tú y él se borré, pero para eso deberá pasar mucho agua debajo del puente. Liberar de nuestro mundo un alma que se creía tan valiosa y prometedora no fue una buena jugada para él. Desde que te dejó ir a tenido infinidad de problemas. ¿Quieres terminar de hundirlo en el barro, es eso? ¿No te contentas con haberlo visto pisoteado, con haberlo tratado como un simple humano?

- Tratarlo como un simple humano es muy distinto a degradarlo.

- Eso es según tus reglas, no las nuestras. Sinceramente espero que algún día, todos puedan olvidarse de ti. Quizá cuando pasen un par de años luego de tu muerte, cuando ya no quede rastro de tu paso por este mundo.

- No tengo intensión de morir. Mi vida ha cambiado por él. Vicente lo quiera o no, las cosas son muy distintas ahora del día en que me conoció. Tengo todo el derecho del mundo a decidir qué hacer con mi alma.

Ariel se rió por lo bajo. - No, no tienes ningún derecho.

- Por favor, necesito hablar con él.

- Tal vez me equivoqué contigo, pero de todas maneras continuó pensando que no tienes nada que hacer junto a mi hijo.

- Que sea él quien tenga la última palabra.

- No es así de sencillo.

- No, ya sé que con ustedes nada es sencillo, tan sólo dígame cómo puedo ponerme en contacto con él.

- Desde el principio me ha intrigado por qué todos se sienten tan atraídos hacía ti-. Entonó llevándose otra vez la mano al mentón, cruzando sus labios con un dedo. En esa posición se quedó observándome en el más completo silencio. ¿Me estaría leyendo la mente? No notaba nada-. La mayoría de los humanos no quiere tener nada que ver con nosotros y ¡gracias a Dios por eso! Pero aquí encontramos el ejemplo de todo lo contrario. En su momento te negaste a vender tu alma y ahora estás dispuesta a entregarte por nada, incluso sabiendo que Vicente no te ama.

- ¿Puede afirmar eso último?- lo desafié.

- No estoy dentro de la cabeza de mi hijo pero conozco a los míos muy bien.

- Evidentemente no lo suficiente, sino sabría por qué muchos de sus congéneres me persiguen incluso por estos días.

- Tienes la lengua muy larga.

- Simplemente digo la verdad.

- En otra época podían haberte llevado a la horca por ser tan inocentemente sincera.

- Estoy segura que usted sabe mucho más que yo sobre todo lo que sucedió entre Vicente y yo, y probablemente también esté mucho más al tanto de la verdad sobre otras cosas que han pasado a mí alrededor.

- ¿Esperas que te dé detalles?

- No, solamente quiero que me dé un número de teléfono, una dirección, un correo electrónico o lo que sea, para que yo me pueda poner en contacto con Vicente.

- Detecto algo nada agradable- frunció el entrecejo-. ¿Acaso me estás acusando de algo?

- Sé que usted salvó a Vicente de la muerte pero también entiendo que usted sería el primero en oponerse a que Vicente y yo tuviésemos algo, yo soy una humana.

- Eso ya lo he notado- acotó en tono irónico.

- Y por mucho tiempo Vicente se negó a aceptar mi alma a cambio de nada. Dilató el momento de tomar una decisión sobre mi cambio hasta que se fue, dándome una respuesta negativa. Me dijo que esperaba no cruzarse con mi alma en el infierno. ¿Sabe usted por qué su hijo hizo lo que hizo?

- Se te ha acabado el tiempo.

- Continúo dispuesta a entregarme, convénzalo de eso.

- Fuera lo que fuese que hubo entre ustedes se ha terminado. Definitivamente terminado. Vete haciendo a la idea de eso.

Apreté los dientes para tomar fuerzas. No estaría terminado hasta que Vicente y yo aclarásemos todos los puntos oscuros de nuestra historia y hasta que me diese la potestad sobre mi propia alma, para hacer de ella lo que me venga en gana.

- ¿En que país de Europa se encuentra?

- No es asunto tuyo.

- ¡Es asunto mío desde el día en que usted lo mandó a comprar mi alma! ¡¿Dígame dónde está?!

- ¡Lárgate y no vuelvas a aparecerte por aquí!

- Está en Francia, donde tiene una casa. ¿En qué lugar queda?

- Por estos días él ya no está sólo y hasta hace unos días tú tampoco lo estuviste; no vuelvas a molestarme.

No está solo- pensé. No hacía falta ser ninguna genio para adivinar en compañía de quien podría estar. Sabría eso Gaspar. Si Eva realmente se encontraba a su lado, entonces me sería mucho más fácil ubicarlo. En cuanto Gaspar se pusiera en contacto conmigo…

- Y de paso, tampoco vuelvas a inmiscuirte en la vida de Lucas, él está bajo mi tutela y por tu culpa últimamente no se ha comportado nada bien. Por lo visto tu pasatiempo es arruinarle la existencia a todo demonio que se cruza por tú camino. Ya vimos lo que les sucedió a los integrantes del clan Salleses-. Chasqueó la lengua al tiempo que negaba con la cabeza-. Una verdadera pena. Gaspar tendría que hacer un esfuerzo por evitar meter a sus hijos en problemas. Y por sobre todo, debería comprender que si sigue metiéndose dónde nadie lo llama, acabará muy mal. Como Jan, tal vez.

- ¿Jan? ¿Qué le pasó a él?

- Pongámoslo de esta manera- dijo sonriendo-: pasará un par de años a la sombra, y todo por culpa de quién…- me miró arqueando las cejas.

- ¿Usted está detrás de todo esto?

- Tengo tantas responsabilidades…hago tantas cosas…- canturreó.

- Jan es amigo de Vicente-. Le recordé-. ¿Sabe él que usted es responsable de lo que le sucedió a su amigo y de lo que sufren los integrantes del clan Salleses?

- ¿Cómo es que estás tan convencida de que no es exactamente lo contrario? ¿Tan segura estás de conocer realmente a Vicente?- esperó un momento y luego continuó-. Apuesto lo que sea que sabes que el es uno de los elegidos, es un “hijo del Diablo”, tiene un poder único y nació para imponerse entre sus pares y por sobre toda la humanidad, qué te hace pensar que él es una inocente mariposita. Fácilmente él podría ser el artífice de todo lo que ha pasado y pasará. ¿Cuáles son sus motivos, qué planea? Esas son cosas que no se le preguntan a alguien de su rango. Soy un demonio viejo, tengo experiencia y me he hecho de un lugar dentro de mi sociedad, sí, soy su padre, pero cuantas veces el hijo ha superado al padre. Yo no puedo gobernar todos sus actos, simplemente me limito a allanarle el camino. Quiero verlo triunfar y lo veré- entonó-. No sé qué vio en ti, no sé porqué hizo lo que hizo, de lo que sí estoy seguro es de que yo seré uno de los que se pondrá de pie para aplaudirlo. Es grande- añadió con fervor-. Ustedes no nacieron para estar juntos.

Me costó poder decir algo, mi corazón estaba desbocado, mi mente no dejaba de trabajar a toda máquina, tenía ganas de llorar, de gritar y de reír al mismo tiempo. Contra viento y marea, mi corazón seguía navegando hacia el mismo lugar, sin cambiar su rumbo ni un solo grado, pese a las insinuaciones de Ariel.

- Nadie es tan buen mentiroso- fue lo único que logré articular.

Ariel se encogió de hombros.

- La lancha te llevará otra vez de regreso al puerto. No vuelvas a aparecerte por aquí. Y deja de meter tu nariz en nuestro mundo o muchos más acabarán mal sus días. Vete.

- Esto no se termina aquí.

- ¿Me amenazas?

- No, simplemente le estoy informando que voy a llegar al fondo de esto.

- Entonces tendrás que hacerte a la idea de que deberás pagar un precio muy alto por ello.

- Sí se comunica con Vicente dígale que no voy a parar hasta hablar con él.

- No soy tu chico de los recados, ni el de nadie.

Ignoré lo que me dijo. - ¿Qué va a sucederle a Sergio?

- Ya no es asunto tuyo. Nos buscaba y nos encontró. No tienes nada que ver con él, está dónde quería estar y todo gracias a ti.

Al terminar de decirme esto, Ariel caminó hasta la puerta y la abrió.

- Mi lancha te espera; no hagas que te vengan a buscar, son demonios relativamente jóvenes, toda alma es una tentación para ellos, y no siempre logran contenerse, es probable que terminen desmembrándote, antes de que tú, por sufrimiento, accedas a entregarles tu alma, y aunque lograras entregarle tu alma a alguno de ellos, los otros te despedazarían antes de que todo termine.

Me dio un escalofrío.

Inspiré hondo y di un paso al frente sin bajar la cabeza. Podía haber ganado otra batalla pero la guerra todavía no había terminado. Iba en camino a la puerta cuando Ariel se interpuso en mi camino, obstruyendo el rectángulo de luz que daba al exterior.

- Tengo una mejor idea. Acaba de ocurrírseme. ¿Tienes ganas de quedarte a ver un buen espectáculo? Será algo de lo que no te podrás olvidar jamás, lo prometo.

Ariel no me dio tiempo a responder. Me tomó del brazo clavándome sus hirvientes dedos entre los músculos y el hueso.

- Suélteme- repetí una y otra vez tironeando de mi brazo sin conseguir soltarme; lo único que logre es que me doliese todavía más su agarre. Era como pelear contra las garras de un enorme oso. Intenté clavarme en la tierra, pero como si nada, patiné sobre el césped. Ariel me llevaba a la rastra con suma facilidad, sin perturbarse, sin que uno solo de sus largos cabellos negros se moviera de lugar. Mientras tironeaba para soltarme me percaté de que los demonios que antes rondaban por la casa habían desaparecido.

- Esto va a resultar terriblemente instructivo para ti. Si no me equivoco serás el primer ser humano que presencia algo en calidad de mero espectador. No debería hacer lo que estoy a punto de hacer, pero ya que tú has transgredido tantas de nuestras normas, una más no hará la menor diferencia-. Me dedicó una sonrisa torcida que me heló la sangre-. Ansío ver qué cara pones. ¿Me pregunto que diría Vicente de estar aquí?

- Usted está loco.

- No, para nada. Nadie como yo es tan consciente de la realidad. Todo lo que yo sé, todo lo que he vivido, sería suficiente para enloquecerte hasta la perdición-. Hizo una breve pausa mientras nos internábamos entre los árboles-. Ya que te consideras digna de nuestro mundo, veremos que tal sobrellevas lo que estás a punto de presenciar. Solo a titulo informativo, yo he visto esto cientos de veces y recuerdo vividamente cada una de esas ocasiones. Desearás no volver a dormir nunca más. Las pesadillas pueden ser increíblemente realistas a veces, ¿no es así?

Se me hizo un nudo en el estómago.

Tironeé y tironeé para soltarme pero no sirvió de nada. Gritar por ayuda era inútil, es más, podría llegar a resultar contraproducente con todos esos sedientos demonios merodeando por ahí.

A los trompicones llegué andando por detrás de Ariel, hasta una construcción de material que parecía un búnker contra armas de destrucción masiva, incluidas armas nucleares y demás porquerías que los humanos usamos para matarnos los unos a los otros. Por fuera no daba la impresión de ser demasiado grande, sin embargo tenía la sospecha de que lo que quedaba a la vista era solamente la entrada, el resto debía estar enterrado bajo tierra, en la loma sobre la que creían árboles considerablemente más jóvenes y bajos que los de los alrededores.

La puerta de hierro del búnker se abrió. Debajo de una pálida luz amarillenta apareció el rostro de un demonio, el resto de su figura se confundía con la oscuridad por llevar ropas negras.

De un empujón Ariel me obligó a entrar. No vi los escalones, y aunque los hubiese visto dudo que hubiese podido hacer algo ya que Ariel prácticamente me lanzó al interior. Trastabillé. Hice el intento de recuperar el equilibrio pero no lo logré. Di tumbos por la escalera hasta que finalmente aterricé de rodillas en medio de una profunda oscuridad. Sentí una descarga de dolor que empezó en mis rodillas y ascendió por mis muslos, retumbó en mis caderas y me llegó al pecho. El dolor me cortó el aliento. Me desmoroné hacia delante, quedando en posición fetal; no permanecí mucho tiempo así, alguien me tomó por debajo de la axila y el brazo derecho y me levantó en vilo tironeando de mí como si no pesase nada.

- ¿No es lo que imaginabas?- me susurró Ariel al oído.

Ariel me obligó a caminar. No veía dónde pisaban mis pies. El suelo era firme pero no ver nada más allá de mi nariz era como mínimo inquietante. Perdí la perspectiva del especio y de la dirección; ni siquiera el aire que nos rodeaba me decía nada; era húmedo y no había corrientes, y como era de esperarse, olía a tierra.

No oí más pasos que los nuestros y estos no retumbaban demasiado, de modo que calculé que el espacio que nos rodeaba no debía ser demasiado grande.

De repente nos frenamos en seco.

Oí un cerrojo correrse.

Una puerta se abrió ante nosotros y fue allí que se hizo la luz. Bueno, exponerlo de ese modo no es del todo correcto. Vi un rayo de luz, preciso y contenido dentro de un círculo de sombras que en su circunferencia acababa en una oscuridad impenetrable. Justo en el centro, debajo del haz de luz, arrodillado, con la espalda encorvada y la cabeza caída hacia delante, se hallaba Sergio. A simple vista me dio la sensación de que no estaba herido, pero tampoco parecía encontrarse del todo bien.

Sin hacerse eco de mis protestas, Ariel me metió dentro del espacio circular.

De las paredes no vi ni el más mínimo atisbo, del piso de cemento quedaba una porción iluminada, había charcos y manchas de humedad. Las rodillas del pantalón de Sergio estaban mojadas, así también la manga izquierda de su camisa.

Ariel me arrastró hasta el vórtice de luz y allí me dejó en manos del demonio trajeado que se había ido con Sergio en su momento.

Ariel siguió camino hasta Sergio y se paró justo por delante de sus rodillas.

Sergio alzó la cabeza, tenía el rostro empapado en sudor, los ojos desorbitados, rojos y con los párpados hinchados.

- ¿Sabes lo que tienes que hacer?

Sergio asintió con la cabeza.

- Me entregó a usted en libre voluntad, me entregó a la oscuridad en cuerpo y alma- entonó Sergio con voz pastosa-. Reniego de la luz y me entrego a usted- su voz titubeó en un par de ocasiones, aun así, me dio la sensación de que Sergio estaba completamente decidido. Alzó las manos y tomó las de Ariel mirándolo a la cara, luego se alzó sobre sus rodillas y besó las manos de Ariel-. Soy suyo, acépteme por favor- bajó la cabeza-; sé que no soy digno, pero tengo la voluntad-. Apoyó su frente sobre el dorso de las manos de Ariel y con voz quejumbrosa dijo-. Haga de mí lo que usted guste.

- Bien dicho- lo felicitó Ariel sonriendo-. Lo haré, descuida que lo haré.

Ariel tironeó de sus manos con una sequedad y rotundidad que dejó a Sergio completamente desestabilizado, es por eso que terminó cayendo hacia delante.

Ariel se apartó.

- Bienvenido a casa hijo- entonó Ariel y luego le dio la espalda a Sergio.

En ese exacto momento Sergio se puso a aullar a todo pulmón. Sobre un charco se retorció mientras se agarraba la cabeza y se tironeaba del pelo. Obviamente estaba sufriendo, no sé de qué ni por qué, pero en sus gritos se sentía el dolor.

Me lancé hacia delante para ayudarlo pero el demonio que me sostenía puso más fuerza en su agarre sobre mí. Sus manos me tenían sostenía en un punto específico del aire.

- ¡¿Qué le está haciendo?! ¡Déjelo en paz!

- Me ha dicho que haga de él lo que guste y eso mismo estoy haciendo- me contestó Ariel con toda tranquilidad comenzando a pasearse por alrededor de Sergio.

La habitación se llenó de susurros que acabaron decantando en gritos de júbilo. El aire se llenó de un olor rancio. Oí aullidos, gruñidos y lo que me parecieron arañazos sobre el piso de material, también escuché golpes, como de cuerpos chocándose.

Volví a marearme, pero esta vez fue peor, pensé que iba a terminar desmayándome.

Sergio no paraba de rogar que el dolor parase, eso era lo que decía cuando podía articular palabra, la mayor parte del tiempo gritaba y se retorcía. En su boca comenzó a formarse espuma blanca y la desesperación lo llevó a arañarse y a golpearse a sí mismo. A simple vista parecía como si estuviese sufriendo lamidas de fuego por todo el cuerpo.

Su cuello se hinchó al doble del tamaño normal, su cara se puso roja, su boca estaba deformada en una constante mueca de grito, sus ojos hinchados ya no eran más que unos bultos color púrpura divididos a la mitad por una línea de pestañas que quedaban casi completamente ocultas entre la hinchazón.

Me ahogaba de tanto gritar que todo esto debía parar, que Sergio se estaba muriendo. Sergio se había entregado, las palabras salieron de su boca, pero no estaba del todo segura que este fuese el proceso normal de cambio, quizá lo fuese, quizá no, más bien me pareció que Ariel le hacía algo que quizá no fuese del todo necesario para el cambio en sí.

Mientras Sergio seguía retorciéndose en el suelo con la espalda anqueada hacia atrás y las piernas flexionadas con una tensión que amenazaba con partirle todos los huesos, Ariel caminó hasta mí.

- Adiós, Eliza.

Vi sus labios articular esas dos palabras y luego todo se puso negro y silencioso.

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