"Infierno y Paraíso". Tercer...

By VeronicaAFS

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Elizá creyó que ya nada la sorprendería, que estaba todo dicho. Ella ha quedado varada entre dos mundos y es... More

"Infierno y Paraíso". Tercer libro de la saga "Todos mis demonios".
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4.
Capítulo 5.
Capítulo 6.
Capítulo 7
Capítulo 8.
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13.
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18.
Capítulo 19.
Capítulo 20.
Capítulo 21.
Capítulo 22.
Capítulo 23.
Capítulo 24.
Capítulo 25.
Capítulo 26.
Capítulo 27.
Capítulo 28.
Capítulo 29.
Capítulo 30
Capítulo 31.
Capítulo 32.
Capítulo 33.
Capítulo 34.
Capítulo 35.
Capítulo 36.
Capítulo 37.
Capítulo 38.
Capítuo 39.
Capítulo 40.
Capítulo 41.
Capítulo 42. Anteúltimo.
Capítulo 43 y epílogo.

Capítulo 14.

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By VeronicaAFS

Preocupación.

Me despertó el calor. Tenía la remera pegada a la espalda y toda enroscada en el torso, sobretodo a la altura de la cintura; sentía la humedad debajo de mi nuca, en mi cabello enmarañado y en la almohada. La sabana había quedado arrugada debajo de mis piernas y los brazos me picaban de sudor. Por un tiempo, no puedo especificar cuanto, permanecí con los ojos cerrados, a través de los papados me llegaba el brillo de la luz del sol. Presté atención y me percaté de que el departamento estaba en silencio. Rodé sobre mi misma y estiré los brazos buscando a Lucas. Abrí los ojos al no encontrarlo.

La persiana no estaba del todo baja, quedaba un espacio de unos veinte centímetros entre el piso y la última tabla de madera, razón por la cual entraba el sol y también el calor. La puerta del cuarto estaba entornada, Lucas debió cerrarla cuando se levantó, para no despertarme.

Me incorporé y me peiné el pelo con las manos para luego hacerlo un nudo en la coronilla, los cortos pelitos de la nuca y los que se me iban para la frente y las patillas estaban empapados, así mismo también la parte posterior de mi remera, sentí el fresco de la humedad sobre mi piel cuando por la ventana, entró una corriente de aire, que si bien no era fría, hizo que me diese un escalofrío.

Refregándome la cara, en especial los ojos, me levanté y abrí la puerta, encontré a Lucas sentado sobre el sofá, reclinado hacia delante, con los codos en las rodillas y el celular entre las manos (era un celular nuevo, el otro había pasado a mejor vida unos días atrás).

Lucas se volvió hacia mí y me dio un suave buen día.

No tenía idea de la hora pero intuía, por el sol y el calor, que debía ser media mañana.

- No debiste dejarme dormir tanto, ¿qué hora es?

Lucas volvió a mirar su celular. - ¿Once y media?- se levantó empujándose con las manos sobre las rodillas-. Te veías agotada, me pareció bien dejarte descansar.

- ¿Qué tal estás tú?- le pregunté mientras me servía café en la taza que él había dejado preparada para mí, para luego lo córtalo con un chorro de leche.

- Ya estoy bien- contestó aproximándoseme por la espalda, para darme un beso en la mejilla.

Otro escalofrío, pero éste mucho más fuerte que el que me había dado tan solo un par de minutos atrás, me asaltó. Me estremecí.

- Esto es tan frustrante-. La frase se me escapó entre los dientes. Era frustrante no saber qué sucedía con mi madre, era frustrante no poder reaccionar a las carisias y cariños de Lucas del modo que yo misma esperaba reaccionar.

Lucas me puso una mano en la cintura. - Sé que estás preocupada, yo también lo estoy, pero lo prometo, lo resolveremos- me susurró al oído y luego me abrazó rodeándome la cintura también con su otro brazo. Encorvándose sobre mí, apoyó su mentón sobre mi hombro-. Hueles muy bien esta mañana- susurró con voz dulce y que a mí me dio ardor de estómago.

Sin querer, me puse algo tiesa. - Qué estás diciendo, si soy un asco, estoy toda transpirada.

- Para mí estás perfecta- replicó enderezando la espalda. Me dio otro beso en la mejilla muy cerca de los labios, finalmente me soltó, medio a regañadientes creo, supongo que se dio cuenta de que yo no estaba de humor para ese tipo de cosas, nuestra relación se había quedado algo congelada y sin duda, este no era el momento de intentar hacerla entrar en calor, yo tenía demasiadas cosas en la cabeza como para poder ocuparme de esto ahora.

- Sí, claro- bufé- la verdad es que me siento horrible- dije para hacerlo sentir menos mal, esperaba convencerlo de que no lo despreciaba-. Tengo un agujero en el estómago y se me parte la cabeza-. Nada más lejos de la verdad.

Lucas dio un paso atrás y se apoyó contra una de las sillas que rodeaban la mesa y desvió su mirada de mí. Su rostro no demostraba ningún sentimiento en particular sin embargo yo de sobre sabía que a él cada rechazo mío le dolía igual que una puñalada en el corazón.

- Con quién hablabas-. Alzó sus ojos a mí-. En el celular, digo. ¿Le estabas mandando un mensaje a alguien?

- A Ariel, quería hablar con él. No contesta.

- ¿Qué pasa, te salió trabajo?

- No, lo llamé para preguntarle si había alguna novedad sobre tu caso.

Me lo quedé mirando, me extrañó que de golpe le hubiese dado tanto apuro por resolver el asunto de mi cambio. - Creí que íbamos a ocuparnos de mi madre primero- dije para darle pie a que me contara que le preocupaba.

- No voy a quedarme tranquilo hasta que estés a salvo, incluso cambiando…- se movió dando media vuelta para rodear la mesa, pero al final, se detuvo al costado de la heladera-. ¿Vas a permitir que cuide de ti?

- ¿Sólo si tu me dejas que yo cuide de ti?

- Nunca me permitirás velar por ti- soltó con una risa seca-, te crees de acero.

- Ojalá lo fuese, pero ese no es el caso.

- Va a pasar un tiempo hasta que seas completamente independiente dentro de mi mundo.

- No me alegra el dato, pero lo entiendo.

- Tendrás que confiar en mí.

- ¿Eso quiere decir que vas a evitar contarme algunas verdades?- hice una pausa-. ¿Lo estás haciendo ahora, no es así? Hay algo que no me estás contando y yo debo confiar en ti- dejé la taza sobre la mesada-. Odio que me oculten cosas, el mundo sería mucho más fácil de sobrellevar si la gente se dijese la verdad siempre.

- La verdad no es la solución para todo.

- Ocultarla no debería usarse a modo de solución.

- En ocasiones es lo mejor que podemos hacer.

- No vas a contarme qué sucedió durante la noche, qué fue lo que motivó esta conversación que estamos teniendo ahora, ¿no?

Lucas negó con la cabeza.

- ¿Crees que algún día te lo voy a agradecer?

- Hago las cosas porque quiero, porque me importa lo que te suceda, no me interesa si mañana vas a agradecérmelo o no- articuló poniéndose serio-. Nada de esto te pone en deuda conmigo; no tengo intención de hacer que nos huna una deuda.

- No te lo pregunté por eso, es que simplemente creo que la confianza debería ser mutua, es todo.

Lucas avanzó hasta mí, se frenó delante de mis pies, me estampó un beso en la mejilla y se apartó nuevamente. - Voy a salir, tengo cosas que hacer; de regreso voy a pasar por casa de tu madre para intentar averiguar algo más.

Me crucé de brazos, más bien, me abracé a mi misma.

- ¿Te importa quedarte sola un rato?

Me encogí de hombros. - Lo mismo da- le contesté en voz muy baja-. No tengo absolutamente nada que hacer- más que amargarme pensando. Me costó hablar.

Lucas tomó su celular de encima de la mesita de café, también se hizo de las llaves de su Mini Cooper, y su juego del departamento. - Te amo. Confía en mí, por favor- me pidió antes de salir.

Eso es fácil de pedir y difícil de dar; sobre todo cuando te han roto el corazón, o peor aún, cuando te lo han robado.

Angustiada, preocupada, con algo de mal humor y dolor de cabeza, rondé por el departamento hasta caer en el baño; me di una ducha, lo cual me llevó un buen rato dado al nido de caranchos que se me formó en el pelo por culpa de la transpiración, como paciencia hoy no me sobraba, me debo haber arrancado media cabeza, pero al final, el peine corrió libre entre el agua y mi cabello.

Salí del baño envuelta en una toalla. Todavía tenía la piel húmeda lo cual resultaba refrescante. El baño sin duda me había hecho bien, al menos físicamente. Imprimiendo huellas de agua en el piso llegué hasta mi cuarto, levanté la persiana y arranqué las sabanas de la cama y las llevé a la cocina para meterlas en el lavarropas, junto a un buen montón de ropa mía, también había otra tanta de Lucas para lavar, de modo que cargué el lavarropas y fui a vestirme. Al principio, en ropa interior (para que no me diese calor), hice la cama con sábanas frescas y limpias, y acomodé el desorden que había dejado en el baño. También me ocupé de las tazas del desayuno, de la cafetera y de la bajilla de la cena. Cuando terminé, encendí la computadora y mientras ésta terminaba de arrancar, aproveché para ir a vestirme. Para hacer honor a la verdad, no puse demasiado empeño en mi aspecto, el calor era tan sofocante que no me apetecía cubrirme con nada demasiado pesado, además, me daba la sensación de que hoy nada de lo que me pusiera me gustaría cómo me quedaba. Para resumir, caí en la mala tentación de siempre: unos shorts bien cómodos, una remera musculosa súper fresca y un par de hojotas que de casualidad, combinaban a la perfección con la remera. Para completar mi aspecto incliné la cabeza hacia abajo, y peinándome el pelo con los dedos lo recogí en una cola algo floja, que al enderezarme, me dejó las puntas del cabello, que ya empezaban a enrrularse, a la altura de los omóplatos. Mi cabello había crecido mucho durante estos últimos doce meses. Entre una cosa y la otra, las visitas a la peluquería habían quedado en el olvido, no es que yo fuese del tipo que va todas las semanas a hacerse algún tratamiento, a peinarse ni mucho menos, es más, lo mío se reducía a esporádicas visitas semestrales, para recortar un poco las puntas, pero desde que terminé con Cristian, ni siquiera me había acercado al local de la peluquera de confianza de mi madre, para que me recortase unos contados cinco milímetros (a lo sumo diez) que me habían ayudado a mantener una cabellera larga, para la que hoy en día, no le encontraba demasiado sentido. Cuando terminé con Cristian estuve a punto de sufrir uno de esos típicos impulsos femeninos de hacerme un gran cambio, en mi caso, básicamente tenía ganas de raparme, pero demoré tanto la decisión final, que en conclusión, el cambio nunca llegó.

Por un momento me quedé pensando en que cuando Vicente se fue, no sentí ese impulso, así de poco humana me había dejado él; ya no me importaba mi peso, ni cuan largo o lindo estuviese mi cabello, el único cambio que yo necesitaba hoy, era exactamente el mismo que únicamente él podía darme…el cual se negaba a darme.

- ¿Con qué derecho?- despotriqué en voz alta. Con qué derecho me negaba él algo sobre lo cual no tenía potestad alguna-. Mi alma es mía- gruñí. Él ya se quedó con mi corazón; yo puedo hacer de mi alma lo que se me antoje. De repente, mis ganas de descargar toda la bronca que sentía, se dirigieron a él, pensar en sus actitudes, tanto las que tuvo para conmigo cuando estábamos juntos, como las que tuvo después cuando me dejó me roían por dentro en un odio sanguinario. Miento, aquello no era odio, intenté sentirlo pero no funcionó. El agujero en mi pecho al que llevaba mucho tiempo procurando ignorar, se abrió todavía más, demostrándome que aún sangraba.

No volví a verlo ante mí, tal como me sucediera un mes atrás, pero lo vi dentro de mí y experimenté el enloquecedor estremecimiento que provocaba su tacto sobre mi piel.

Sin querer le abrí la puerta a su recuerdo, porque yo lo quisiera o no, continuaba necesitándolo tanto como el día en que me dejó.

Me senté frente a la computadora, el Windows había terminado de correr. Procurando ignorar su mirada que grabada en mis retinas se negaba a abandonarme, abrí el navegador y fui directo a chequear mis mails; rogaba porque tuviese alguna novedad de Trueba o de su secretaria, me vendría sumamente bien tener algo con lo que distraerme al menos por un par de minutos, no quería que el recuerdo de Vicente dejase inutilizable las pocas neuronas que aún me quedaban. Salvo un par de mensajes de correo basura, una cadena tonta de esas que supuestamente tienes que reenviar para que te dé buena suerte -caso contrario la mala fortuna caerá sobre ti por los siglos de los siglos- no tenía nada.

Abrí el cuadro de mensaje nuevo y le escribí unas cuantas palabras a Susana, el ánimo no me daba para llamarla por teléfono y preguntar sobre su embarazo, pero hacerlo en un texto, vía mail, resultaba mucho más sencillo (más impersonal también); al menos de este modo me era posible controlar y acortar la comunicación. Sinceramente no tenía demasiadas ganas de discutir mi situación actual, ni mi trabajo, ni la familia, ni mucho menos mi vida personal, y si bien Susana ya hallaba al tanto de todas aquellas cosas sobre las que yo no podía conversar con nadie más, prefería evitar hacerlo con ella, Susana tenía un esposo y estaba en camino de formar una familia, mientras más alejada la mantuviese de toda esta locura, mucho mejor.

Le mandé un mensaje que al final terminó siendo mucho más largo de lo que creí que sería, y cerré mi casilla de mail.

Pasé un rato contemplando sin demasiado interés, la pantalla en la cual figuraban noticias de actualidad nacional y mundial.

Como prueba de que tenía demasiado tiempo libre, y que la mayor parte de éste lo pasaba en casa paveando, caí en la forma más común en la que últimamente solía perder el tiempo. Entré en Google y me dispuse a rastrear a mi nuevo jefe - cualquier cosa antes de dar rienda suelta a los descabellados impulsos de mi cerebro por ponerse a maquinar teorías sobre los asuntos que me preocupaban-, me hice de la firme idea de no especular con lo que pudiese estar viendo Lucas en este momento dentro del cerebro de mi madre, si es que ya se encontraba con ella; por otra parte, no tenía demasiado sentido amargarme con lo que fuese que Lucas me ocultaba, tarde o temprano terminaría averiguando si no todos, al menos mucho de los secretos de su mundo; si todo salía según lo planeado, tendría toda la eternidad para desvelarlos, ¿entonces, por qué la prisa?

Tipeé el nombre de Trueba y con la flecha del mousse presioné el botón de buscar, pero detuve la acción en seguida; arrepentida, presioné el de “voy a tener suerte”. No la tuve, los Trueba que aparecieron nada tenían que ver con mi jefe. Me extraño que un hombre dueño de un negocio importante conformado por varios viñedos alrededor del mundo, no figurase siquiera en algún artículo de una revista especializada, o de la parte económica de algún diario, o al menos en un registro de comercio o algo así. Luego de pensar en ello un momento, llegué a la conclusión de que la falta de información sobre él en un medio tan masivo como la red, debía ser por eso mismo, porque era masivo y él, como hombre de negocios, y seguramente de mucho dinero, debía esforzarse por hacer todo lo posible para evitar que su nombre o sus datos personales, se filtraran en un ambiente desprovisto de seguridad alguna. La idea no era para nada descabellada, era un asunto de seguridad; raptos, chantajes, robos, espionaje…quien sabe a cuantas otras cosas más corría riesgo de enfrentarse un hombre como él. No por entender que ni una sola palabra era dicha -o mejor dicho: escrita- sobre su persona, me sentí menos desilusionada ante mi intento de entrenarme por un rato.

Me levanté, me serví un buen vaso de agua fría, y como ya era pasado el medio día, y mi estomago crujía (de desayuno no había tomado más que un café), me hice un sándwich y llevándome el vaso conmigo, volví a sentarme frente a la computadora. Esta vez intenté con el nombre de la empresa con la cual yo había firmado contrato; otra vez nada, los buscadores pueden soltar muchos datos verdaderamente inservibles si uno no sabe exactamente cómo buscar. Rezongando, probé con el nombre de la empresa y el rubro al que ésta se dedicaba; nada.

Le arranqué un mordisco al sándwich y decidí tomar otro camino. Tipeé el nombre de la bodega a la que la secretaria de Trueba me había mandado para completar la compra de la misma, quizá desde allí, lograse encontrar algo.

¡Bingo!

Encontré un artículo de un pequeño semanario de la zona, del cual se estaba haciendo eco un diario más grande de la capital de esa provincia. En resumidas cuentas, el texto exponía la compra de la bodega de la bodega familiar que por años y años fue sustento el orgullo de la mayoría de las familias de la región, a manos de una empresa -presumiblemente- multinacional, impersonal y despiadada (no eran las palabras exactas, pero sí la intención del autor, describirla de dicha manera). Las criticas a los nuevos dueños, que según decía, se habían hecho de la bodega aprovechándose de la mala situación económica de sus dueños, y de la falta de recursos de ésta para hacer frente a deudas muy antiguas cuyos intereses superaban en sospechosos varios ceros en comparación del patrimonio mismo de la bodega, no terminaban ahí. Sin pelos en la lengua, se culpaba a la empresa de haber fomentado el reclamo del plago de esa deuda, incluso moviendo hilos corruptos, para amenazar con un pedido de quiebra, pese a que la bodega llevaba casi una década, aumentando su producción y la calidad de la misma, año a año.

Según anunciaba el articulo, la venta aún no había sido concretada, y por eso se llamaba a los habitantes de la región y a las autoridades de la provincia a movilizarse para defender el patrimonio de tan emblemática empresa.

S.A.C. Enterprises, ese era el nombre de la multinacional que figuraba como posible compradora de la bodega, pero ese no era el nombre de la empresa de Trueba que me había contratado a mí. En este momento me maldije a mi misma por no haber averiguado lo suficiente sobre con quién estaba trabajando, no tenía idea de si S.A.C. Enterprises tenía algo que ver con la compañía para la cual yo había firmado; no había sentido curiosidad por saber nada de mi trabajo, básicamente porque creía que este lazo laboral no duraría mucho, pero ahora, luego de leer estas palabras, y ante la perspectiva de ponerme a especular sobre las lecturas mentales de Lucas sobre mi madre, averiguar sobre una empresa multinacional que se había granjeado la fama de robarle a un pueblo su orgullo y su identidad, resultaba una cortina de humo perfecta para engañarme a mi misma. Luego de un rápido examen del sitio descubrí que no se mencionaba por ninguna otra parte, a la multinacional. No sé si esperaba encontrar un link directo a qué, pero eso no importaba, allí no había nada más.

Regresé al Google y comencé una nueva búsqueda, S.A.C. Enterprises. Hice click y parpadeé.

La pantalla se llenó de links, lo que hizo que me diese un subidón de adrenalina. Eran páginas en inglés, otras estaban en alemán y creo que detecté una con texto en francés. Para ser ordenada, cliqueé sobre el primer link y ahí…ahí sobrevino la debacle. El Explorer se trabó, la barra inferior que debía estar cargándose de cuadraditos verde amarillentos se quedó a mitad de camino, la pantalla se puso en blanco y la barra de dirección se llenó de cuadraditos de líneas negras, equis, barras diagonales y puntos, acto seguido desapareció todo y la pantalla se tiñó de un vibrante azul. La computadora emitió un sonido que no me gustó nada y finalmente se apagó. La luz del monitor quedó titilando frente a mi mirada atónita. A Lucas le iba a dar un ataque cuando viera que acababa de arruinar uno de sus juguetes tecnológicos favoritos.

Y así se corrió la cortina de humo. La computadora se negó a encender otra vez.

Ahora a demás de todas las preocupaciones que ya tenía, soportaba el cargo de consciencia por haber roto aquel aparato.

Llegó un punto en mi vegetativa existencia, en que ya no me soportaba a mí misma.

Mis días venían de mal en peor y la soledad, al contrario de lo que siempre creí, no me ayudaba en nada. Así como estaba -vestida demasiado de entre casa-, tomé mi bolso, las llaves de la camioneta de del departamento y salí en dispuesta a dirigirme directo hacia la casa de mi madre; la espera me estaba matado.

El sol me abrazó la piel en cuanto puse un pie de la vereda más allá de la fresca sombra de hall de entrada del edificio. Mi camioneta se encontraba estacionada justo frente a mí, detrás había quedado un espacio libre, el que dejara Lucas al llevarse su Mini. La calle estaba tranquila, apenas si había algo de tránsito. Desactivé la alarma con el control remoto y preparé las llaves y fue entonces cuando sin previo aviso, lo sentí; no estaba sola. Casi me desnuco para mirar hacia un lado y al otro sin encontrar nada; apuré el paso, y me metí dentro de mi camioneta a prueba de demonios. Metí la llave en el encendido y puse primera mientras espiaba por el espejo retrovisor: no divisé nada extraño o fuera de lugar. Antes de arrancar saqué el celular de mi cartera y lo dejé entre mis piernas, preparada para pedir auxilio en caso de que fuese necesario. Me abroché el cinturón de seguridad y partí. En cuanto salí al tránsito me puse en alerta, no vi ningún auto saliendo tras de mí ni nada por el estilo, de todos modos eso no ayudó a que se me pasara la sensación de tener compañía no humana rodeándome.

Llegué a casa de mi madre sin haber sido testigo de nada fuera de lo normal, de todas maneras, por las dudas, antes de bajar de la camioneta, examiné los alrededores. Nada, todo estaba tranquilo. Tomé mis cosas y bajé. Al cerrar la puerta me percaté de la presencia del automóvil de Lucas estacionado un par de metros más adelante, casi en la esquina.

Tiré el celular dentro del bolso otra vez, y busqué el llavero, allí junto con las de mi departamento estaba un juego de las puertas de la casa familiar.

- ¿Tienes un momento?- me preguntó una voz femenina por encima de mi hombro derecho. Las llaves se me escaparon de los dedos otra vez a causa del salto que di.

Di media vuelta. Allí, literalmente de la nada había aparecido una joven mujer. Su rostro no me era completamente extraño, y mucho menos sus profundos y enigmáticos ojos grises. En algunos aspectos puede que sí esté loca, pero hasta ahora, cada vez que he sentido que alguno de ellos anda cerca, es por que es así.

- ¡¿Lucía?!-. Recordaba su nombre perfectamente bien. También recordaba su gran altura y el estilo que tenía para vestir; esta vez llevaba unos simples jeans de un azul casi negro con cierres en las pantorrillas, combinados con una remera de estilo roquero pero con un toque de glamour evidente en las lentejuelas que brillaban sobre su pecho, calzaba zapatos de taco muy alto, negros, que a mi modo de ver eran más aptos para la noche que para el día. En la muñeca derecha llevaba una docena de pulseras plateadas, y por la izquierda, dentro de su puño, asomaban un juego de llaves de un automóvil y un celular de última generación, idéntico al mío. Su leonina melena rubia libre a la brisa ondeaba como en un comercial de shampoo. Por un fugaz segundo volví a sentirme tan insignificante como una hormiga; ¿dejaría de sentirme así frente a los demonios, cuando yo también fuese una de ellos?

- Te acuerdas de mí- exclamó en un tono vibrante arrancándome de mis ridículas tribulaciones-. No creí que fueses a recordarme-. Con amabas manos se apartó su larga cabellera de la cara, para enganchársela detrás de las orejas. Magníficos brillantes relampaguearon a la altura de sus lóbulos-. Supongo que tienes motivos para no olvidarte de mí- dijo sonriendo enigmáticamente. Movió la cabeza y el sol dejó de dar en las piedras. Las dos sabíamos que detrás de ese comentario había implícita una verdad que debía mantenerse oculta; quién podría olvidarse de la cara de un demonio, nadie en su sano juicio supongo; querrás recordar siempre su rostro para así saber de aquello de lo que debes huir. Pero yo no huí ni tenía pensado hacerlo. En nuestro primer y único encuentro Lucía y yo habíamos tenido una conversación que hasta el día de hoy, consideraba importante. Todavía tenía atragantada la forma en que se refirió a mis extrañas visiones de Vicente y me lamentaba no haber dispuesto del tiempo suficiente para pedirle una explicación. No iba a dejar pasar esta segunda oportunidad.

- ¿Me seguías?- no se lo pregunté a modo de acusación, solamente deseaba descartar la presencia de otros demonios menos amistosos, eso es todo; igual mi tono sonó a la defensiva. Bien, no intenté aclarar que no le planteaba una guerra, tampoco quería que pensara que yo iba a tener una actitud sumisa con ella.

- Disculpa- cambió el celular y las llaves de mano-, te encontré de causalidad.

- No voy a preguntarte cómo es que sabías que era yo, de hecho me figuro que conoces perfectamente bien el lugar en que vivo y el automóvil que manejo.

Lucía se sonrió aceptando que conocía aquellos datos personales míos.

- Aunque me figuro que no necesitaste de ninguno de esos datos para encontrarme, ustedes tienen otra forma de encontrar lo que buscan; pero dime, cual fue esa casualidad que te llevó hasta mí, y porqué estás parada ahora frente a mí.

- ¿No te molesta mi presencia, o sí?- preguntó evadiéndome.

- ¿Dime que quieres?- intenté estirar un poco más la espalda para así no tener que alzar tanto la vista, en condiciones normales, de humano a humano, el que fuese casi una cabeza más alta que yo -quizá sin tacos fuese solamente media- ya de por sí, me hubiese hecho sentir en inferioridad de condiciones, pero encima siendo ella un demonio, que fuese tan alta e imponente ahondaba todavía más en mi resurgido complejo de inferioridad-. ¿Vas a amenazarme para que me aparte de tu mundo?- le espeté sosteniéndole la mirada desde abajo. ¡Al cuerno con la diferencia de altura! Que se animara a ponerme las manos encima; no le tenían miedo.

Se sonrió otra vez. - La vida no es tan sencilla, ni siquiera para los demonios- canturreó con calma sin hacerse eco de mi tono desafiante.

- La última vez…- comencé a decir sin arredrarme, pero no me dejó terminar.

- La última vez no planteé el problema del mejor modo.

- Dejémonos de rodeos y hablemos claro, supongo, por tus poderes, sean cuales sean, ya sabes que a mí me gustaría terminar aquella discusión que empezamos en su momento y que nos vimos obligadas a dejar inconclusa, pero ahora dime, a qué has venido.

- No a encontrarme contigo, te lo aseguro, esta ha sido una agradable sorpresa, es todo.

- ¿Quién demonios eres y qué quieres?- le espeté. Me estaba sacando de mis casillas.

- Ya sabes mi nombre.

- Bien- di un cuarto de vuelta-, sabes algo, no tengo tiempo para este tipo de juegos, si tienes algo que decirme dilo ahora, o de otro modo…

- Lucas y yo quedamos en encontrarnos aquí a esta hora. ¿Te importa?

Algo extraño se removió en mi interior. Fue como si de repente hubiese crecido un enorme gusano dentro de mí, y éste, ante el estimulo de la voz de Lucía (y también, por qué no admitirlo, de sus palabras) se retorció sobre si mismo hacia un lado y al otro, una y otra vez. Lentamente, regresé a la posición que había mantenido hasta no más de cinco segundos atrás y la enfrenté. Me salió un “¿qué?”, quedo, débil y tembloroso.

- Lucas me pidió que nos encontrásemos aquí a esta hora- repitió como si yo fuese una estúpida que no puede entender una frase de diez palabras.

- Para qué- la interrogué.

Lucía alzó las cejas y abrió los ojos. - Obviamente no estás al tanto de nada.

Oí que la puerta se abría a mis espaldas. Me hice a un lado y giré la cabeza. Lucas salió de la casa de mis padres; estaba sólo y su rostro reflejaba sorpresa y contrariedad.

Lucía lo saludó con un simple hola, pero Lucas no le devolvió el saludo, que para mi desgracia, sonó como algo demasiado familiar; evidentemente no era la primera vez, desde la noche de aquel primer encuentro, que ellos dos se veían. Mi cerebro se puso a maquinar historias de lo más variopintas, a toda velocidad, historias que los tenían a ambos como protagonistas; la criatura volvió a retorcerse en el interior de mi cuerpo, por un segundo me vino un flash de la primer película de Alien: la asquerosa  y gelatinosa criatura iba a salir de dentro de mí luego de mordisquear mis entrañas con sus pequeños pero filosos dientecitos de piraña, y ojalá la devorara a ella.

Lucas avanzó hacia mí y mientras lo hacía tendía una mano en mi dirección. Su palma fue directa a posarse sobre mi hombro derecho; por un segundo tuve el instinto de apartarme, pero no llegué a concretar la acción. Empecé a sentirme igual que si hubiese sido engañada -en más de una forma-; sé que no tengo derecho a reclamar nada, puesto que entre nosotros no hay nada definido y de que yo continuó soñando, casi todas las noches, con otra persona, aún así, la presencia de Lucía, metida entre nosotros dos hizo que mi estabilidad se tambalease desde sus mismísimos cimientos.

- He dejado mi auto lejos de aquí, ¿nos vamos en el tuyo?- le preguntó Lucía a Lucas en un tono muy familiar y despreocupado.

Otra vez, Lucas pasó de responderle, me miró. - Este no es el mejor lugar, ¿nos sigues?

¡¿El mejor lugar para que me diese la explicación que al menos en un aspecto me merecía?!- grité dentro de mi cabeza-. ¿Qué los siguiera?- eso significaba que se iban a ir los dos juntos en su automóvil. Está bien, lo acepto, no era muy buena idea que ni mi camioneta ni su auto quedasen frente a la casa de mis padres, ya qué estos se preguntarían que nos habría sucedido, por qué nuestros vehículos habían quedado allí, pero de todos modos no me hacía la menor gracia que se fuera con ella y me dejara sola, por más que me pidiera que los siguiera con mi camioneta.

- Eliza, alguien puede vernos, tenemos que irnos ahora.

Yo no me moví ni reaccioné, es por eso que Lucas se dirigió a Lucía y le pidió que lo esperase en su Mini, le indicó donde estaba y le dio las llaves, acto seguido, me tomó a mí por el codo derecho y me guió hasta mi camioneta.

- Te debo una explicación- comenzó a decir al tiempo que me arrebataba las llaves para abrir la puerta del lado del conductor- pero no podemos hacerlo aquí-. Abrió la puerta y se quedó esperando que yo entrara. De lo que yo menos ganas tenía en este momento, es de hacerle caso.

- ¿Qué significa esto? ¿Esto es lo que no podías contarme de tu mundo?

Lucas volvió a cerrar la puerta, pero no del todo. - No es lo que te imaginas.

- Como quisiera tener tus poderes- mascullé entre dientes, estaba enojada, furiosa, con razón o no, pero lo estaba y no podía controlar la bronca que me subía por el pecho para copar mi cuello. Una bronca desmedida me estaba ahogando.

- Créeme que si supieras cómo es realmente ser así, no lo desearías nunca.

- No me des sermones, no eres quién.

- Por favor- por un segundo me miró fijo, como insistiendo, no rogaba, tenía el rostro duro, contraído y con una mueca casi de enfado-, sube a la camioneta y síguenos, te daré la explicación que necesitas cuando estemos fuera de la vista de todo el mundo- dijo en un tono más conciliador aflojando su frente y mejillas. Guardó silencio un momento y al ver que yo no me movía pronunció mi nombre-. Por favor.

Le arranqué las llaves de las manos y sin decirle una palabra me subí a la camioneta. Las manos me temblaban, por lo que me costó insertar la llave en el encendido. Lo seguí con la mirada mientras caminaba hacia la esquina y entraba en su auto; me hizo una seña antes de cerrar la puerta. Puse la camioneta en marcha y esperé hasta qué él hiciera el primer movimiento. Apretando los dientes, los seguí.

Ni siquiera me fijé hacia dónde nos dirigíamos. No puse ni la menor atención en el nombre de las calles, ni las calles en sí, todo lo que pasaba al otro lado de las ventanillas, menos el automóvil que seguía muy de cerca intentado ver lo que sucedía dentro de éste, no tenía absolutamente ninguna importancia; las casas, los negocios, los automóviles y la gente bien podían haber sido formas pintadas sobre un telón en movimiento.

Mi estado de shock era tal que no me sentía yo misma. Estaba enojada, dolida, horrorosamente celosa, nerviosa e intrigada. Un demonio me había engañado una vez ya, por lo que sospechar que un segundo podía haber hecho lo mismo me hacía sentir como una idiota. No estoy segura de que Lucas me haya engañado de algún modo, pero lo que sí sé es que me mintió, me ocultó que se había estado viendo con Lucía y eso me erizaba los pelos, igual que un gato enojado; tenía ganas de dar zarpazos, de morder, lástima que dentro de la camioneta no había nadie más que yo; descargué mi enfado con el volante, apretándolo, clavándole las unas hasta que los dedos me dolieron.

Gruñí apretando los dientes y solté unos cuantos insultos. ¡Por Dios que estaba furiosa! Pensándolo fríamente, puede que exagerase; es que me resultaba imposible contenerme. Cada minuto que pasaba manejando detrás del Mini de Lucas tan solo servía para incrementar esa bronca siega que se estaba apoderando de mí.

Finalmente, no sé después de cuanto tiempo, la guiñada del lado derecho del Mini de Lucas se encendió, y acto seguido, la luz de freno también. Estábamos a mitad de cuadra, había mucho especio vacío junto al cordón, en el que se podía estacionar. Al instante reparé en que el cordón estaba pintado de amarillo: era la entrada al estacionamiento de un edificio moderno, más ancho que alto (según pude apreciar luego de detenerme y echar un vistazo hacía arriba, inclinándome sobre el volante de la camioneta). La construcción contaba con la altura de un edificio de tres o cuatro pisos, amplios ventanales confundían la distribución de los departamentos; no logré comprender si eran dos, tres, o cuantas las plantas; lo que sí era evidente, es lo flamante de la estructura, es más, me pareció que siquiera estaba terminado.

Un enorme portón plateado se alzó integro hacía el techo interior, dejando a la vista un amplio espacio de estacionamiento.

Lucas puso primera, su pequeño pero moderno automóvil trepó la vereda y luego se acomodó contra la pared izquierda del estacionamiento dejándome a mí suficiente espacio para meter mi camioneta.

Todavía no había terminado la maniobra, cuando el portón comenzó a bajar haciendo que la luz mermara poco a poco. En cuanto apagué el motor, se hizo patente el silencio sepulcral de aquel lugar. Quité las llaves del encendido y las arrojé dentro de mi bolso. Me costó tomar la decisión de salir de la camioneta. Lucas y Lucía ya estaban fuera, cada uno todavía del lado por el que había bajado; se hablaban mirándose a las caras por encima de techo del auto. No oí lo que decían, ni pude leer sus labios, tampoco sus expresiones; bien, Lucía estaba de espaldas a mí, pero a Lucas lo veía perfectamente bien.

Inspiré hondo y estrujando la manija de mi bolso, abrí la puerta.

El frío y la humedad del lugar me llevaron por delante. Sentí el olor del material todavía fresco, astringente y áspero, tan característico del cemento, también olía a pintura y a madera.

Delante de nuestros vehículos quedaba espacio para dos automóviles más y luego se encontraba una pared a la que llegaban anchos caños pintados, unos de rojo, otros de amarillo; divisé unos medidores, lo que me pareció una enorme caldera y una especie de motor pintado de azul, por detrás de Lucas, en la pared derecha, no había más que una puerta plateada, probablemente de acero y aluminio con un brillante cartel verde que decía “salida” en letras blancas.

Lucía se dio vuelta y me miró sin decir nada, le sostuve la mirada hasta que Lucas me llamó.

- Es por aquí- dijo señalando la puerta.

Lucía fue por delante del auto, yo, por la parte trasera. Lucas abrió la puerta tirando hacia nuestro lado y se quedó sosteniéndola, Lucía fue la primera en pasar; era mi turno, pero Lucas me detuvo agarrándome por la muñeca derecha.

- No me odies- me pidió en voz muy baja.

- ¿Tengo razones para odiarte?- le pregunté en el mismo tono, no quería que Lucía oyera nuestra conversación. Negó con la cabeza-. Bien, genial- siseé en un tono de lo más cínico y tironeé de mi brazo para liberar mi muñeca de su mano.

Lucas me soltó en cuanto sintió el tirón.

Inspirando hondo, di un paso al frente para entrar en lo que enseguida me di cuenta, era el hall del edificio. No había demasiado que ver allí, el piso era de largos tirantes de madera rojiza con vetas amarillentas, el frente era de vidrio y más allá de éste se veía una escalera de metal plateado, la pared de enfrente eran de un marrón casi negro y que desprendía cierta sensación de frialdad, pese a que nunca hubiese considerado que el color marrón podía ser un color frió; la pared a mi espalda era blanco hueso. La única decoración del lugar era un par de plantas dentro de un masetero rectangular de metro y medio, acomodado contra la pared marrón. A mi derecha, Lucía estaba parada frente a la puerta abierta de un amplio ascensor de paredes espejadas, a dos metros de ella, había otra puerta, pero no la de un ascensor, quizá fuese al entrada a una escalera, o la salida a la parte posterior del edificio, no lo sé.

Lucas apoyó su mano contra la parte baja de mi espalda y me indicó el ascensor. Lucía entró en él y se acomodó contra una de las esquinas, yo me apretujé contra la otra, evitando mirarla, Lucas se paró en medio de nosotras dos y presionó un botón, no presté atención a cual, en lo que sí reparé fue que el edificio estaba compuesto por tan solo dos plantas.

El marcador luminoso rojo a unos diez centímetros de la cabeza marcó el uno, luego el dos y allí en este último, el ascensor se detuvo. La puerta de acero se abrió al medio.

Lucas giró un poco la cabeza y me miró por encima de su hombro derecho. - Llegamos- anunció con un amago de sonrisa que no me despertó ni la menor compasión.

Fue él el primero en salir de la cabina, luego Lucía me cedió el turno.

No tuve demasiado tiempo ni tampoco había demasiado que examinar en el angosto y diminuto palier.

Lucas abrió la puerta del departamento y la luz me segó.

- Adelante.

- ¿Qué es esto?

- Mi departamento- dijo bajando la vista.

- ¿Tu departamento?-. Dejándolo parado junto a la puerta, entré. No cabía la menor duda, era su departamento; su gusto, sus manías y los recursos ilimitados con los que contaba, se notaba a simple vista. Modernidad, tecnología. Equipamiento de última generación, lo mejor de lo mejor, tanto en mobiliario como en electrodomésticos. Una pantalla enorme, un equipo de música que me parecía haber visto antes…Lucas había mudado las cosas que tenía en casa de Vicente a este departamento.

Era un loft, un loft amplio, increíblemente luminoso y moderno, decorado con buen gusto y simpleza. A mi izquierda estaba la cocina, con muebles negros, una mesada negra, cocina, anafe, una heladera gigantesca, una cafetera expreso que parecía una nave espacial en miniatura; cuchillos, una batidora, un mini pimer adosado a la pared, todo brillaba de tan nuevo que era.

Al otro lado había una mesa muy larga, también negra, con sillas negras, al fondo sillones desproporcionalmente enormes y una mesa de café que combinaba perfectamente bien con todo lo demás.

Mientras examinaba el lugar noté que Lucas y Lucía se movían detrás de mí, pero no me di vuelta. Ahora estaba todavía más impresionada que antes: ¡Lucas tenía un departamento puesto en la ciudad y no me había dicho ni una sola palabra! ¡Estaba viviendo conmigo en mi departamento, tenía esto y no me había dicho una sola palabra!

Me dieron ganar de gritar.

Avancé hacia el ventanal, de refilón noté que había una laptop muy moderna, plateada y extremadamente fina, sobre la mesita del café, sobre la pared derecha, en un mueble de caño y vidrio había otra computadora, una de escritorio. En la pared opuesta estaban el televisor y el equipo de música. Giré para quedar de espaldas al ventanal y vi el segundo piso que solo ocupaba la mitad de la profundidad del departamento, allí estaba instalado el cuarto; Lucas tenía su consabido colchón tirado en el piso, cubierto con un edredón de gamuza marrón y un par de almohadones. Arriba había otro televisor colgando de la pared; me pareció que al fondo había una puerta y al costado una especie de otomana o algo así, pero no estoy segura, no se llegaba a ver muy bien.

Bajé la mirada y busqué a Lucas, él caminaba hacia mí, mientras que Lucía se había quedado rezagada, ella estaba recostada contra la barra que separaba el espacio de cocina de la mesa del comedor y de una puerta más que yo no había visto antes.

- ¿Qué significa esto?

- Lo compré cuando Vicente se fue.

- Me dijiste que no tenías dónde vivir…dijiste que estabas en la calle-. Me estaba quedando sin aliento frente a la mentira; tenía la sensación de que la historia se repetía por segunda vez.

- No estaba terminado cuando lo compré.

- Eso no tiene la menor importancia- solté casi en un grito. La sangre me hervía y el que me hablase con tal suavidad y tranquilidad me enloquecía. Odiaba que intentara calmarme con palabras amables y un tono dulce, lo que yo necesitaba ahora era la verdad fuera cual fuese. ¡Al demonio si me había engañado! Que enfrentara lo que había hecho y me confesara la verdad-. ¡¿Por qué me mentiste?! Qué necesidad tenías de ocultarme esto…- apreté los dientes-, por todo este tiempo-. Se me humedecieron los ojos, pero parpadeé varias veces y seguí adelante-. ¿Qué está sucediendo?

- No quería dejarte sola, no podía dejarte sola; él se había largado, tú te habías quedado sin trabajo. Tu mundo estaba cabeza abajo, y además tenía miedo de lo que pudiese sucederte. Jamás te hubiese abandonado, ni por este departamento ni por nada.

- ¿Y ahora qué?

- Ahora simplemente no quería dejarte- confesó con una sinceridad que me hizo un nudo en la garganta.

- ¿Por qué no me lo contaste?

- Porque no tiene la menor importancia, es tan solo un departamento.

- Sí, ya lo noté. No es eso lo que me preocupa- mis ojos se movieron solos en dirección a Lucía, ella ya no estaba apoyada contra la barra, sino que había entrado en el sector de cocina y estaba parada frente a la heladera, con la puerta abierta, sirviéndose agua en un largo vaso de cristal-. Me preocupa para qué lo usabas- añadí concentrándome en él. Mis palabras implicaban más que un engaño verbal.

- Esos son disparates- soltó sin darme mayores explicaciones, probablemente supo que yo estaba pensando en cuanto me molestaba la familiaridad con la que Lucía se manejaba dentro de su departamento, sin pedir permiso, sin ser invitada, y en las razones por las que ella podía haber creado esa familiaridad con el lugar; debe haber visto, así como yo vi, una desagradable imagen que tenía como escenario el piso de arriba-. Por qué no mejor tomamos asiento y te cuento esto con más calma.

- ¿Qué tiene que ver ella en todo esto- espié por el costado del cuerpo del Lucas, mi mirada y la de Lucía se encontraron, ella dejó el vaso sobre la barra y caminó en dirección a nosotros-, creí que no te agradaba?

- No tiene nada que ver con si Lucía me agrada o no.

- Gracias por lo que me toca- entonó Lucía alzando la voz. Me pareció que fingía sentirse herida, o quizá lo exageraba, para llamar la atención. ¿Qué necesidad tenía esta mujer demonio de chispeantes ojos grises, proporcionadas facciones y perfecta cabellera rubia, de hacer una escena para llamar la atención sobre su persona, como si su simple presencia no fuese suficiente?

Lucas se volvió hacia ella. - No quise decir eso- le dijo en un tono cansino. Se estaba exasperando.

- ¿Entonces, qué quisiste decir?- lo increpé yo procurando hacer que me prestase atención otra vez. Me pregunté si las demoníacas sonrisas que tan bien funcionaban para encandilar a los humanos, también funcionaban de demonio a demonio.

Cuado Lucas giró la cabeza otra vez para darme la cara, tenía una mueca de desesperación en el rostro. - No hay motivos para que tengas celos- me aseguró.

No estaba muy segura de creerle, al menos no le creería en tanto y en cuanto Lucía estuviese aquí, ella me perturbaba. Me molestó que su simple presencia tuviese tanta influencia sobre mí, sobre todo, porque no terminaba de comprender la razón de semejante reacción mía, en algún punto me parecía que no eran simples celos; no sé es difícil de explicar-. Yo no estoy celosa- articulé procurando parecer muy segura de mí misma. Esta sin duda, era la mentira más grande del mundo.

- Se te ha acelerado el pulso- rió Lucía, me estaba hablando a mí y sin duda se burlaba.

Entonces el pulso se me aceleró todavía más, y no solo a causa de soltar una mentira. Me dieron ganas de echarme hacía su yugular. Apreté los puños con fuerza.

- Por favor, Lucía, no es momento de hacer gala de tus dones, ¿ok?

- Ok, ok- entonó ella alzando las manos-. La verdad es que prefiero mantenerme al margen de esta riña de enamorados.

- ¡Esta no es una riña de enamorados!- estallé yo, el tonito despectivo que usó para referirse a mi conversación con Lucas me irritó todavía más, si la primera vez que vi a Lucía creí que podríamos llegar a tener una conversación productiva e interesante, ahora ya me resultaba inimaginable poder permanecer en la misma habitación que ella, compartiendo el mismo aire, por quince minutos.

- Lucía, pensé que había quedado claro que no quería que te metieras en esto, nuestra sociedad no tiene nada que ver con lo que pase entre Eliza y yo, eso es algo de lo que tú debes mantenerte al margen.

- ¡No seas ridículo!, puede que en un principio me haya guardado mis opiniones con respecto a esto, pero a esta altura es imposible- exclamó dándole fuerza a sus palabras con un ademán contundente-, una cosa viene acompañada de la otra y son inseparables.

- Sabes que tu ayuda ha sido invaluable para mí, pero ni pienso permitir que me fastidies con eso, no tienes ni voz ni voto en ese asunto, lo que pase entre Eliza y yo es nuestro problema y de nadie más.

- ¡No seas infantil! Por momentos me da la sensación de que te esfuerzas por hacer todo de la peor manera posible, igual que ella.

- ¡No te metas conmigo!- le grite. La fuerza con que solté esas palabras me vino de lo más profundo de mi ser, del mismo lugar en que estaba instalado el profundo y doloroso agujero que Vicente dejó al irse, del mismo lugar desde el que partían estas ansias locas por cambiar de una buena vez, por que se me abrieran las puertas del mundo al que yo quería y necesitaba pertenecer para salir de una buena vez por todas en este limbo en el que estaba perdida desde hacía más de un año, o mejor dicho, desde toda mi vida.

Lucas me atajó cuando sin darme cuenta, pegué un salto para lanzarme sobre ella. De haber saltado, habría sido la mayor estupidez de toda mi vida, no tenía ni la menor oportunidad frente a un demonio, es más, jamás en mi vida siquiera me había enzarzado en una pelea contra un humano y no tenía ni la menor idea de cómo proceder, sin embargo estaba dispuesta -y abierta- a permitir que aquello que Lucía provocaba en mí, tan descontrolado e inexplicable, tomase las riendas de mis manos y mis piernas, utilizándome como si yo no fuese más que una marioneta.

- ¡Eliza ya basta!- me gritó Lucas sin soltarme. Yo me revolví entre sus brazos intentando librarme. No pude soltarme, lo máximo que conseguí fue sacudirme tanto que Lucas terminó por alzarme, razón por la cual mis pies perdieron el contacto con el suelo; a partir de allí me resultó todavía más difícil, la luchar por liberarme.

Mañana tendría unos maravillosos y brillantes moretones púrpuras en los brazos y en la espalda, y quizá alguno que otro en las piernas, sobre todo en mis rodillas y en las pantorrillas, allí donde mi cuerpo había chocado contra el de Lucas.

Para todo esto, Lucía ni se inmutó, me contemplaba con una mirada plácida; en su interior se debía reírse de mí.

- Haz el favor de calmarte. ¡¿Qué te sucede hoy, acaso perdiste la cabeza?!

Sin más, me acarreó hasta el ventanal y me depositó en el suelo junto a uno de los sillones. Cuando me soltó me sacudí y luego me aparté de él.

- ¡Habla!- le grité a voz en cuello. Necesita imperiosamente, oír las explicaciones que tuviese para darme.

- Prométeme que no intentarás ninguna estupidez como la de recién. Lucía puede matarte con una sola mano- soltó visiblemente enojado-. ¡¿Es eso lo que quieres?! ¿Morir?

Negué con la cabeza mientras mantenía los dientes apretados. ¡¿Encima tenía que tolerar que me retara igual que si yo fuese una criatura?!

- Bien, mejor así, porque todo esto entonces habría sido en vano.

- Ahí tienes una de las razones por las que ella no debe cambiar: es peligrosa para todos, incluso para sí misma.

Otra vez no me di cuenta de que mi cuerpo se abalanzaba en su dirección, hasta que mi hombro derecho se encontró de frente con una de las manos de Lucas; algo sonó, para más particulares, mis huesos. No fui capaz de contener el grito de dolor que se me escapó de entre los labios, y al final, caí sobre el sillón, llorando más de rabia que de dolor.

Lucas pegó unos cuantos gritos, unos dedicados a Lucía, otros a mí, luego se ocupó por un momento de examinar mi hombro para asegurase de que no estuviese roto. Cuando me calme, y él se calmó, nos sentamos los tres alrededor de la enorme mesa de café que nos asegura una distancia prudencial, Lucas y yo de un lado, Lucía del otro.

- Desde que todo esto empezó, no he dejado de estar preocupado por ti-. Me dijo Lucas envolviendo mis manos entre las suyas-. Me moriría si algo malo te sucediese…-me miró fijo-, simplemente no podría soportarlo- añadió-. Todavía tengo mis dudas sobre lo que es mejor para ti- continuó diciendo después de un momento; Lucía pasó a un segundo plano, es más, me pareció que él ya ni siquiera recordaba que ella estaba presente-. Estoy muy confundido y no quiero cometer un error; no contigo- meneó la cabeza.

Guardé silencio y lo dejé seguir; era muy probable, por la antesala de las palabras recién pronunciadas, que no me gustase ni un poco lo que estaba a punto de decir, pero todo esto me tenía tan descolocada que ni siquiera me sentía con fuerzas para oponerme.

- El que me confesaras que lo veías, me enloqueció; sé que algo no anda bien.

- ¿Conmigo?

- No quiero decir que estés loca, Eliza. Tengo la impresión que lo que sucede contigo no tiene nada que ver con algo que esté mal en ti, sino con algo que te rodea-. Inspiró hondo y me dio unas palmaditas en las manos-. Es por eso que cuando Lucía y Rafael aparecieron aquella noche…

- Los echaste- dije interrumpiéndolo.

- Me asusté; tenía miedo por ti, es todo. Pero luego comprendí que necesitaba ayuda, yo sólo no puedo protegerte. Quisiera no depender de nadie para garantizar tu seguridad, pero no puedo, soy un idiota, he hecho todo mal-. Sonó compungido. Ni bien terminó de hablar bajó la vista.

- Eso no es cierto, de no ser por ti lo más probable es que hubiese muerto hace ya mucho tiempo. Me salvaste la vida; no sé que sería de mí sin ti; la única que ha hecho todo mal aquí soy yo, no he sido completamente sincera contigo y no tengo el menor derecho a reclamarte nada. Acabo de hacerte una escena…Lo siento, no soy quien para exigirte nada, ya he tomado demasiado de ti.

- Desde el primer día he sido conciente de cómo son las cosas- me sonrió, no fue una sonrisa enorme y mucho menos feliz, sino una mueca conciliatoria que hizo que sus oscuros ojos negros brillaran; a pesar de que este último tiempo había cambiado mucho hasta tomar la apariencia de un hombre hecho y derecho, volvió a parecerme un adolescente, el mismo que me abrió la puerta aquella primer noche en que fui hasta la casa de Vicente para entregarle ese pedido que tan sospechosamente, el repartidor olvidó cargar en la camioneta-. ¿Creíste que podías engañarme?- su sonrisa se amplió un poco más-. Eres tan humana- exclamó con una mezcla de dulzura y angustia en la voz-. No espero imposibles, sé lo que tú puedes darme y lo que no, y así ha sido desde el día en que me dijiste que te pasaba algo con Vicente-. Me apretó las manos en un gesto cariñoso-. Está bien para mí, tengo paciencia, puedo esperar, voy a mantener las esperanzas de que un día te olvides de él.

Me dieron ganas de taparme la cara con las manos pero él no me las soltó; se que me puse roja de vergüenza, en mi vida me había sentido tan mal con respecto a mí misma; me grité una y otra vez que era una basura, que me había aprovechado de él del modo más horrible y encima él ahora trataba de consolarme. Probablemente de un modo u otro voy a ir a parar al infierno, engañar a quien quieres tanto por temor a ahogarte en dolor debe valer los suficiente como para ganarte en boleto de ida a las entrañas de la tierra.  Quizá después de todo, mi lugar si fuese al lado de Vicente, somos tal para cual, el me engañó a mí, yo engañé a Lucas; sí sin duda somos la pareja perfecta, un par de malditos, la peor lacra.- Eso me hace sentir todavía peor- articulé a falta de una disculpa lo suficientemente valedera.

- No es tu culpa.

¡Y encima me defiende! Este chico debería apartarse de mí lo antes posible.

- Sí, sí es; me aproveché de ti todo este tiempo-. Mis palabras salieron temblorosas y entrecortadas, me estaba atragantando con mi propia vergüenza y con un montón de ideas que se me formaban en la cabeza, muchas de ellas, bases para decisiones que debí haber tomado hace mucho tiempo, para las cuales no tuve agallas, preferí guardarme en la comodidad y en la seguridad de su compañía. Me escudé en Lucas, me alimenté de sus fuerzas igual que un parásito. ¡¿Cómo es que todavía tengo el coraje para mirarlo a la cara?!

- Deja eso, quieres; no me gusta que pienses así.

- Lucas no es momento para leerme el pensamiento.

- Sí no lo hago nunca sabría que piensas o sientes, tú te encierras en ti misma y no permites que nadie entre en tu mundo. No tengo intensiones de dejarte ni de permitir que me eches de tu lado.

- Si es lo mejor que podrías hacer- soltó Lucía entrometiéndose en nuestra conversación por primera vez.

- ¡Cierra la boca, no es asunto tuyo! ¡¿Es que no entiendes que no tienes nada que ver en esto?!

- Lucas ella tiene razón-. Lucas no fue el único sorprendido ante mi razonamiento, ni yo pude creer en lo que estaba a punto de hacer.

- ¡Por fin y entras en razón!- exclamó Lucía dirigiéndose a mí-. Tú no debes formar parte de nuestro mundo, eso no sería bueno para nadie, ni siquiera para ti misma.

La ignoré por completo y centré mi atención en Lucas, sus manos me habían soltado, lo cual me producía una especie de inercia. Me sentí como un barco a la deriva; otra vez tenía miedo de ahogarme, de perderme, incluso de morirme. No tenía idea de lo que sería mi vida de ahora en adelante, pero fuera lo que fuese, lo haría sola, bajo mi responsabilidad, sin aprovecharme de nadie, sin lastimar a nadie. Si lograba cambiar, sería algo a riesgo mío, si llegaba a vivir hasta los ochenta para luego morir como cualquier otro mortal, sería intentando no lastimar a nadie más.

Tomé su rostro entre mis manos.

- Quiero que dejes el departamento y te mudes definitivamente aquí, y quiero que dejes de ayudarme.

Lucas se puso de pie de un salto encolerizado. - ¡¿Esto es cosa tuya?!- le gritó a Lucía. No llegué a comprender si se lo estaba preguntando o si directamente la estaba culpando. ¿Cosa de ella, cómo podía ser una cosa de ella, cuáles eran sus poderes además de tener la capacidad de detectar cambios de tipo orgánico dentro del cuerpo de los seres humanos? no, definitivamente esto no tenía nada que ver con ella, mi decisión de liberar a Lucas de una carga que no era suya y que nunca debió serlo era lo más coherente del mundo.

- Yo no he hecho nada-. Replicó Lucía poniéndose de pie también-. Yo no me meto con los humanos a menos que sea estrictamente necesario.

- Creí que opinabas que apartar a Eliza de nuestro mundo era estrictamente necesario.

- Yo no tomo las decisiones, me pediste que te ayudase a protegerla y eso hice, nada más. No pienso ocultar, y me parece muy estúpido intentar hacerlo, que la decisión que ella acaba de tomar me parece la más lógica y razonable, sin embargo no he tenido nada que ver. Además no puedo manipular a los humanos de ese modo.

- Estoy muy seguro de que quebrantar una o dos voluntades no te cuesta demasiado.

- Dije que no me inmiscuiría de ese modo y no lo he hecho- insistió ella defendiéndose-. Ella no debe pertenecer a nuestro mundo, lo creo y no me molesta decírselo a la cara, pero yo no soy capaz de hacer que una voluntad perdure demasiado, si fuese cosa mía ella se estaría retractando y no es así, es más, creo que está muy segura del camino que ha escogido y no me queda más que recomendarle que termine de alejarse de cualquiera de los nuestros. Hace tiempo que quedó claro que no hay para ella un lugar entre nosotros.

Las últimas palabras de Lucía fueron tan dolorosas como espolvorear sal sobre una herida en carne viva. El agujero se abrió otra vez, con más dolor y desasosiego que antes, fue como si en apariencia la herida hubiese cerrado y cicatrizado bien, pero en realidad, debajo de la rosada piel joven, se encontrase una purulenta infección que terminó por explotar para abrir una herida todavía más fea que la anterior. Hizo falta que me sintiera engañada, que viese tambalear la mentira en la que estaba viviendo para que me diese cuenta de que en realidad nada de lo que yo había hecho hasta ahora era correcto o justo. Hizo falta que yo viera en los demás lo que no quería ver en mí, para darme cuenta de mi error.

- Fui un idiota en buscarte y en pedirte ayuda- le gritó Lucas a Lucía-. Eliza por favor, no le hagas caso, ella no sabe lo que dice.

- Has confiado en mí hasta hoy de de repente ya no soy tan buena.

- Seguro que estabas esperando que esto sucediese- gruñó Lucas con un puño en alto.

- No pienso negarlo; pero no ha sido cosa mía. Te lo he repetido cientos de veces y Rafael también te lo dijo hasta el cansancio, ella se tiene que alejar de nosotros. Si te preocupa su seguridad tanto como dices, lo mejor que puedes hacer es apartarte de ella y mantener a cualquier otro demonio lo más lejos posible de su persona.

- ¡¿Qué mierda está sucediendo aquí?! ¡Nada de esto debió pasar!- se volvió hacia mí-. Te traje aquí para explicarte que entre Lucía y yo no pasa nada, porqué eso era lo que estabas pensando, y ahora me sales con esto. ¿Eliza, que es lo que tienes en la cabeza?- me gritó enloquecido-. Ella no está aquí para otra cosa que no fuese protegerte, recuerdas que la noche en que ella y su compañero aparecieron comentaron que habían notado algo extraño, bien, fue por eso que la busqué cuando regresamos, Rafael y ella son especiales, se han encargado de cuidarte de un modo que a mí me resulta imposible. Te lo juro por lo que más quieras, aquí no ha pasado nada.

- Lucas no tiene nada que ver con eso, es algo que recién acabo de terminar de comprender. Mejor tarde que nunca-. Caminé hasta él-. No tengo derecho a pedirte nada.

- Pero tampoco tienes derecho a negarme intentar ayudarte, es lo menos que puedo hacer, ya te lo dije cientos de veces, soy en parte responsable.

- Eso no es cierto, y deja de decirlo; nada de esto es tu culpa. Vicente te arrastro hasta mí y yo te mantuve a mi lado a fuerza de egoísmo. Hasta aquí llegamos-. Me estiré y le di un beso en la mejilla. Cuando mi piel hizo contacto con la suya tuve la sensación de que iba a desmoronarme, pero logré apartarme de su lado en una sola pieza-. Cuando lo creas conveniente puedes ir al departamento a buscar tus cosas, aunque creo que sería mejor que yo te las mandara aquí, cuanto más rápido terminemos con esto mejor.

- ¿Te volviste loca?, nada de esto tiene sentido.

- Lo siento mucho, de verdad, pero lo mejor es que partir de aquí siga yo sola-. Me alejé de él, rodeé el sillón y enfilé en dirección a la puerta.

- No te entiendo- me dijo obligándome a detenerme justo cuando iba a abrir la puerta para salir-. ¿Es que ya nada te importa? ¿No quieres saber qué es lo que sucede con tu madre, no te importa lo que yo siento?

- Me importas demasiado, es por eso que creo que no fue buena idea exigirte que hicieras algo que no querías hacer.

- No me importa. La verdad es que no puedo ni quiero dejarte sola.

- Voy a estar bien. Quizá algún día volvamos a vernos.

- ¡Eliza!- me gritó-. Es que no me lo puedo creer. ¡Me estás sacando de tu vida así sin más! ¿Qué va a pasar con…?

- Ya veré cómo me las arreglo. No te preocupes por mí.

- No pienso abandonarte.

- No me estás abandonando, soy yo la que te está echando-. Luego de pronunciar estas palabras me dieron ganas de vomitar.

Lucas se quedó mudo. Con todas mis fuerzas intenté solamente pensar en que lo quería fuera de mi vida y en cuanto amaba a Vicente; tenía que hacer que entendiera, incluso por la fuerza que era hora de que me hiciese cargo de mis propios desastres. Todo iba a ser más difícil a partir de ahora, pero recostar la mitad de la tarea -o casi toda ella- sobre sus hombros no era justo. Siempre supe perfectamente bien, que si un día llego a cambiar, lo primero que voy a hacer, es buscarlo a Vicente para enfrentarlo y decirle que todavía lo amo, y eso, no era ni remotamente un buen pago a Lucas por remover cielo y tierra, e incluso ponerse en peligro, por ayudarme a cambiar.

Abrí la puerta, salí a toda prisa y cerré de un portazo. El ascensor me esperaba con las puertas abiertas. Como una histérica apreté el botón de la planta baja. Atravesé el hall, me metí en el garaje, hasta ahora no tenía muy en claro como iba a salir de aquí, más por casualidad que nada, encontré el botón que abría el portón. Lo presione, en cuanto me cercioré de que se levantaba, me subí a la camioneta, encendí el motor y me encerré en ella bajando las trabas. La ansiedad y el miedo que me producían la posibilidad de que Lucas me hubiese seguido, me devoraron. La lentitud con la que subía el portón me sacó de quicio, poco faltó par que le arrancara el techo a la camioneta en mi apuro por salir.

No sé cuanto tiempo estuve manejando sin tener la menor idea de dónde me encontraba. Cuando llegué a casa, ya era de noche.

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