"Infierno y Paraíso". Tercer...

By VeronicaAFS

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Elizá creyó que ya nada la sorprendería, que estaba todo dicho. Ella ha quedado varada entre dos mundos y es... More

"Infierno y Paraíso". Tercer libro de la saga "Todos mis demonios".
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4.
Capítulo 5.
Capítulo 6.
Capítulo 7
Capítulo 8.
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 13.
Capítulo 14.
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18.
Capítulo 19.
Capítulo 20.
Capítulo 21.
Capítulo 22.
Capítulo 23.
Capítulo 24.
Capítulo 25.
Capítulo 26.
Capítulo 27.
Capítulo 28.
Capítulo 29.
Capítulo 30
Capítulo 31.
Capítulo 32.
Capítulo 33.
Capítulo 34.
Capítulo 35.
Capítulo 36.
Capítulo 37.
Capítulo 38.
Capítuo 39.
Capítulo 40.
Capítulo 41.
Capítulo 42. Anteúltimo.
Capítulo 43 y epílogo.

Capítulo 12

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By VeronicaAFS

Decepción.

-  Ya sé que sabes de Eva, pero cuánto más te ha contado Vicente sobre su cambio.

- Casi nada, lo poco que sé es porque lo he deducido o adivinado de casualidad; él siempre procuró mantener su pasado y su historia detrás de un velo de secretismo y lo que me contó lo hizo a cuenta gotas. Siempre creí que no me contaba nada por vergüenza, sentía que él tenía miedo de defraudarme o algo así- inspiré hondo y solté el aire en una mezcla de suspiro y jadeo de dolor-, ahora comienzo a creer que simplemente no le importaba en lo más mínimo compartir nada conmigo-. Me tomé unos segundos para recomponerme, segundos que Gaspar respetó sin siquiera amagar interrumpir. Durante esos largos segundos recordé aquella mañana en la cocina de su casa de campo, yo tenía una resaca terrible, comandada por nauseas insoportables, y él muchas ganas hacer que yo me apartase de su lado, o incluso de asustarme, me dijo que se había entregado buscando volver a sentir y qué lo había llevado hasta ese punto de insensibilidad (al menos a grandes rasgos)-. Sé que entregó su alma voluntariamente pero sin saber que se convertiría en un demonio- rememoré en voz alta-, sé que tu hija Eva fue la receptora de un alma hace ciento veinticinco años. Vicente me explicó que por aquel entonces ya no se sentía conectado con nada de este mundo, sé que para ese entonces llevaba mucho tiempo alejado de la que fue su familia y que prácticamente se había abandonado a sí mismo…

- Una vez me negué a contarte la historia pero ahora comprendo que hice mal, de nada sirve ocultar la verdad por más desagradable que ésta pueda resultar, sobre todo cuando su conocimiento puede ayudar a evitar mucho dolor y sufrimiento. Siento tu dolor, soy conciente de cuanto lo amas aún hoy, con todas las dudas y los temores que te embargan y también sé que un día Vicente se sintió igual que tú, amó a un extremo incomprensible cuando creyó que ya no era capaz de sentir absolutamente nada. Él se entregó por completo a un sentimiento que creyó lo salvaría de todo mal y por eso se ofrendó a si mismo al infierno, sin que le importase si se convertía en un demonio o si ardía eternamente al abrazo de las llamas del diablo.

- ¿Cómo?- balbuceé casi sin aliento, sentía como si tuviese la pata de un elefante sobre mi pecho. Esto sin duda iba a ser mucho más de lo que Vicente me hubiese contado antes sobre su vida.

- Permíteme que empiece por el principio…

Gaspar me arrastró con sus palabras al año mil ochocientos veinticuatro, en lo que hoy es Alemania tal como la conocemos como país, mucho antes de que se instaurara el Imperio alemán, cuando la Confederación Germánica llevaba nueve años establecida, más precisamente a la nórdica ciudad de Hamburgo.

- Por aquella época Hamburgo ya era una gran ciudad gracias a su puerto.

Llegué allí por negocios…negocios del tipo humano- aclaró-, Leandro me acompañaba. Recuerdo perfectamente la primera vez que vi a Eva, mi mirada se topó con la suya una fría y húmeda noche de otoño, en que luego de subir y bajar muchos puentes, llegué a la Deichstrasse, que es la calle del casco histórico que concentra aquellas tan típicas viviendas que también servían de almacén para los comercios de la época. Yo estaba solo, recuerdo que aquella noche salí en busca de un poco de paz y tranquilidad, pero no la encontré, llevaba menos de quince minutos andando cuando sentí algo en el aire. Había llovido todo el día, las calles todavía estaban húmedas y el cielo cubierto y amenazante, de modo que no eran demasiadas las personas que se habían animado a salir. Lo que sentí no tenía nada que ver con la carga eléctrica que dejara la tormenta luego de su paso. En un primer momento no asocié lo que percibía con aquello que ya había notado muchas veces y que lograba identificar con mucha claridad; mi familia ya casi estaba conformada en su totalidad tal como la conoces tú hoy en día. Noté que en esa joven mujer de largos cabellos negros y profundos ojos azules había mucho más que resentimiento hacía su situación fuera cual fuese ésta, ella estaba llena de energía, de un poder deslumbrante, hipnótico y atemorizante. Descubrir a aquella mujer me inquietó, conocerla fue como descubrir que la tierra está bajo amenaza de una imparable catástrofe. Luego de verla alejarse en el sentido contrario al que yo llevaba, sin poder moverme, sin ser capaz de reaccionar de modo alguno, regresé a la posada en la que me hospedada, todavía más desmoralizado que cuando había salido. Pese a mi mal presentimiento, no conté nada a Leandro, me guardé para mí, en el más estricto secretismo, la turbación que esa mujer había causado en mí. Intenté convencerme de que solamente era una simple humana, de que lo que yo había percibido sobre mi piel y dentro de mí, no era más que una exageración del mal humor o de la angustia que esa mujer pudiese haber estado sintiendo en aquel momento-. Gaspar se pasó una mano por la boca y el mentón con un gesto de abatimiento, al hacerlo apartó su mirada de mí y la desvió en dirección al poco tránsito que circulaba por la calle-. Perder la capacidad de dormir, de desconectarte del mundo, por momentos, puede transformarse en una tortura, más que en un don. Esa noche la falta de sueño fue una tortura. Pasé diez horas sentado en un sillón, en una sala fría y húmeda pensando en esa mujer, intentando comprender porqué todavía tenía ese mal sabor en la boca. Cómo no fui capaz de hallar una respuesta, en cuanto despuntó el sol salí del hotel con la firme intención de borrarla de mis pensamientos. Todavía era tan temprano que el mercado de la ciudad aún no habría, es más, casi toda la ciudad aún continuaba dormida. Vagueé por horas hasta que conseguí que mi mente regresara a su sitio, o más o menos. Esa tarde Leandro y yo teníamos compromisos de negocios y en la noche teníamos una cena en casa de un importante hombre de la ciudad. El ajetreo del trabajo me ayudó a terminar de apartarla de mis pensamientos. Tres días más tarde ya me había convencido de que lo sucedido no había sido más que una exageración de mi parte, que en la ciudad no había ninguna persona que se ajustara al perfil del tipo que sería candidata a ser visitada por mí o por otro demonio de mí tipo, pero me equivocaba de cabo a rabo. Esa buena noche- dijo en tono sarcástico y melancólico-, fuimos invitados a cenar a casa de otro importante comerciante de la zona, de hecho era un hombre que manejaba lo que hoy podríamos llamar un monopolio, en barcos de transporte de mercaderías. Leandro lo había conocido durante el almuerzo, habían sido presentados por uno de nuestros socios en la ciudad. Ambos congeniaron desde el primer instante y no tardaron en comenzar a hacer planes para trabajar en conjunto, antes de que el almuerzo terminara este hombre lo convidó a él y a mí, su socio, a unirnos con un selecto grupo de comerciantes y personalidades del momento, a participar en una intima reunión familiar que ser relazaría en su casa-. Dejó traslucir en sus labios una sonrisa amarga-. Cuando Leandro me extendió la invitación del hombre, accedí de inmediato, no tenía porque desconfiar y saber que pasaría la mayor parte de la noche entre un grupo de personas, comiendo y bebiendo, planteaba un panorama más sencillo y relajado que esperar tener que pasar toda la noche en vela luchando por intentar concentrarme en un libro, o por no empezar a ver en la oscuridad el reflejo de mis peores temores- Inspiró hondo-. Me engalané para la ocasión- dijo soltando el aire-. No tenía de qué sospechar- añadió y luego guardó silencio por un momento-. Salimos del hotel y nos montamos en un coche de alquiler tirado por dos magnificas bestias, la noche era muy fría, las nubes se habían alejado y el aire olía a fresco; todo daba la impresión de ir de maravillas. Pero el sueño se cerró de mí de un portazo en cuanto se cerró la puerta del coche a mis espaldas y se abrió la de la mansión Loffler. Fue como si el edificio de tres pisos que tenía delante de mí, se me derrumbara encima. Recuerdo que me quedé paralizado ante las escalinatas de la puerta de entrada. Una oleada de agonía y crueldad me llegó directo al corazón, recuerdo que le dije a Leandro que teníamos que dar media vuelta y regresar al hotel, por supuesto él no comprendió de qué hablaba, no entendía nada y tampoco sentía lo que yo. Me sugirió, que si realmente estaba percibiendo algo tan potente, lo mejor sería que entrásemos a verificar la situación por nosotros mismos, que si realmente se estaba cocinando algo dentro de la casa, debíamos entrar y averiguar qué era. Y estaba en lo cierto- suspiró-, no podíamos ni debíamos huir, fuese lo que fuese que aquello debíamos hacernos cargo. No es conveniente librar al azar una sospecha de este tipo, por el bien de todos, al menos yo lo considero así, y le he enseñado también a mis hijos a pensar de ese modo, que cualquier atisbo de don debe ser verificado y de ser posible orientado, antes de que caiga en manos equivocadas; eso ha pasado demasiadas veces…- añadió y creí notar cierto agotamiento en su voz.

Medité sus palabras, no era muy desacertado verificar que un poder que amenazaba con ser demasiado particular, no fuese “encaminado” o en caso de que el candidato no tuviese la más mínima intención de pasarse al otro bando, “custodiado o puesto a buen recaudo” para evitar problemas mayores, esto es, que algún demonio avaricioso se apoderase de la persona y su don, para su provecho y para desgracia del resto de los humanos y los demonios.

- Con las manos temblando de los nervios, puse un pie en aquella casa, y tal como lo sospeché, allí estaba ella. Eva tenía por aquel entonces veinticuatro años y llevaba seis transformada en Eva Loffler, la señora de la casa. Su marido, Ralf Loffler era nuestro anfitrión. Ella me reconoció, su mirada me lo dijo, recordaba nuestro fugaz encuentro. En ese momento no entendí ni porqué ni cómo, ella no tenía motivos para fijarse en mí, es más, había pasado tan rápido por mi lado que ni siquiera creí que me hubiese visto. Intenté controlarme y simular que todo estaba bien, pero en cuanto le tomé la mano para besársela sentí una brutal descarga de hostilidad que no condecía en nada con la sonrisa de sus labios ni con la altura de sus mejillas, pero sí, con algo que ocultaba la profundidad de sus ojos. Los dedos se me agarrotaron luego de soltarle la mano. A Leandro le sucedió lo mismo, lo comentamos en un rincón mientras dos sirvientes repartían champagne entre los invitados. Hablábamos entre nosotros pero no éramos capaces de dejar de mirarla, solo procurábamos alejar nuestros ojos de ella cuando ella se volteaba sobre su hombro para estriar el cuello y buscarnos. “Lo sabe” me dijo Leandro casi sin contener su alteración, mientras caminábamos hacía el comedor, “sabe qué somos”. Le contesté que era una ridiculez, que no tenía modo de saberlo.

- Cómo estás tan seguro de que no podía saberlo, en ocasiones…bueno, me ha pasado que…el caso es que una vez estaba saliendo yo de mí trabajo y por la vereda venía caminando un hombre y supe…sentí que él era uno de ustedes…

Gaspar me sonrió con los ojos y los labios. - La edad trae sabiduría y conocimiento. Ahora sé que no es imposible, pero en ese momento, no tenía ni la menor idea-. Hizo una brevísima pausa-. Me asusté, ambos nos asustamos. La hostilidad de Eva hacia nosotros era tanta que durante toda la cena temí que fuese a delatarnos. Por suerte o desgracia, Eva no se acercó a nosotros más que para recibirnos y luego despedirnos. Evitó comunicarse con nosotros, sin embargo no nos quitó la mirada de encima en toda la noche. La reunión se extendió hasta entrada la madrugada. Al regresar al hotel, Leandro y yo discutimos qué hacer, decidimos armar nuestro equipaje por si teníamos que recurrir a una burda huída y luego nos sentamos a esperar. Eva bien podía delatarnos, o bien podía venir a buscarnos para demandar respuestas, o también cabía la posibilidad de que nunca volviésemos a saber de ella; Leandro decidió que para mayor seguridad, no haría negocios con Loffler y yo estuve de acuerdo, era un riesgo que no necesitábamos correr, imagínate lo incómodo y peligroso que hubiese sido tener que volver a visitar la casa de nuestro socio por más que fuera para otra visita social. Nosotros sabíamos y ella sabía que nosotros sabíamos. Eva no nos hizo esperar demasiado, nos visito a media mañana del día siguiente, pidió hablar con nosotros en privado. La recibimos en mi habitación. Llamaron a la puerta, Leandro fue a abrir…

De repente fue como si diese un salto a los recuerdos de Gaspar. Su voz fue el hilo conductor que me llevó al interior de una habitación de hotel de pequeñas ventanas y paredes revestidas en una tela estampada roja y crema. La visión fue fugaz pero no por eso dejó de causarme impresión. Parpadeé y me encontré con los ojos miel de Gaspar. Lo siguiente que vi y oí fue una suerte de imagen acompañada de un comentario que llevaba al voz del mismísimo Gaspar: - Buenos días señora Loffler- la saludó Leandro en un perfecto alemán. Por ser suizo y por tener una facilidad para los idiomas, igual que muchos otros demonios de su rango dominaba la lengua con perfecta entonación.

Eva movió la cabeza en señal de aceptación y se mantuvo sin pronunciar palabra. La invitaron a tomar asiento y ella aceptó. Su mirada era constante, casi fija, daba la impresión de no querer parpadear, ya fuese por miedo a lo que pudiesen hacerle en ese corto intervalo en el que los perdía de vista, o bien porque estaba demasiado obnubilada.

Presencié el primer intercambio de palabras: comentarios sobre el clima, los negocios de Hamburgo, la cena de la noche y las próximas reuniones sociales del calendario que llegaba hasta las fiestas de fin de año, luego, Eva enmudeció y la habitación desapareció.

- Eva no era simplemente la consorte de su marido- comenzó a explicarme Gaspar mientras yo intentaba contener la nausea dejada por lo que acababa de experimentar-. Era una mujer de negocios, una mujer dura, de visión y con una seguridad que avasallaba. Toda su vida había sabido lo que quería: llegar más allá que ninguna otra persona, es por eso que siempre, desde pequeña se había aplicado por ser la mejor. Conocía muy bien el mundo de las mujeres, y también el de los hombres y no se dejaba llevar por una condición que en la época invariablemente la sumía a la condición de compañera y no de líder. Sin embargo ella siempre ha sido una líder. Antes de conocer a su marido rechazó tres ofertas de matrimonio por considerar a los pretendieres, no aptos para sus planes. Cuando conoció a Ralf encontró a su par, a pesar de que él era veinte años mayor que ella, la diferencia de edad nada importó, Eva aceptó sin titubear, su proposición y en menos de tres meses se convirtieron en marido y mujer ignorando los malintencionados comentarios que murmuraban razones por las que la pareja tomaran tan apresurada decisión. Juntos, se transformarían en una fuerza imparable, unidos por intereses comunes que nada tenían que ver con el amor. Ambos, de vida bien acomodada, lograron escalar a un nivel aún mayor y no dejaron de acumular riquezas y poder desde que contrajeron matrimonio. Seis años más tarde Eva comenzó a sentir que su vida se estancaba y que algo faltaba en ella. Ralf ya no llenaba sus necesidades, su marido había empezado a cambiar, ya no estaba tan interesado en conquistar el mundo como en un principio, deseaba formar una familia, tomarse tiempo para disfrutar de la vida y de su esposa. Eva comenzaba a ver su sueño destrozado- bajó la vista-. Eva nos confesó esa mañana, que desde pequeña tenía la certeza de que era diferente que por alguna razón no terminaba de encajar en el mundo y además nos dijo que había notado, en nuestro primer y muy fugaz encuentro, que yo también era diferente.

- ¿Pero ella sabía realmente lo que ustedes son?

- No, no tenía ni idea de que fuésemos demonios y mucho menos de que el tipo que nosotros representábamos no era el común denominador.

- ¿Y qué sucedió, cómo lo supo, cómo llegó ella a formar parte de tu familia?

- Con calma- me susurró Gaspar-. Como comprenderás fue una situación muy complicada, no podía confesarle de buenas a primeras que nosotros éramos demonios, no deseaba asustarla y mucho menos provocar un escándalo. Al final fue Eva quién acortó camino hacía la meta, me dijo que estaba dispuesta a abandonar a su marido y hacer cualquier otro sacrificio que fuese necesario para encontrar la verdad, para conseguir su objetivo. Nos dijo a Leandro y a mí que estaba dispuesta a dejarlo todo y recomenzar de cero, puesto que lo que ya tenía no significaba nada para ella, que el mundo así como estaba no le despertaba el menor interés.

Interrumpimos nuestra charla por un momento, la camarera se nos había acercado para ver si deseábamos algo más. Gaspar pidió dos cafés, uno para mí, otro para él y pidió también que nos trajese algo de comer; fue él el primero en escuchar los crujidos de hambre de mi estómago.

- Mientras hablábamos- entonó Gaspar retomando la conversación-, yo examinaba aquella fuente de poder virgen. Eva era como una bomba en potencia. Con cuidado procuré explicarle que el mundo no era lo que parecía a simple vista, que existen y siempre han existido respuestas a preguntas que es mejor no efectuarse. Le dije que en ocasiones, el precio por obtener lo que deseamos puede superar con creces el valor de aquello que queremos, tornando a esa obsesión, una idea muy mala y desaconsejable. A lo que Eva respondió que el mundo así como estaba, ya no podía brindarle nada, que necesitaba un cambio, que sentía que estaba ignorando algo de sí misma que no debía ignorar, que precisaba soltar aquella parte de sí misma que tenía guardada dentro para poder alcanzar su objetivo, pero que casada y siendo miembro de una sociedad que no reconocía el verdadero valor de la mujer, nunca llegaría a nada.

Gaspar se inclinó sobre la mesa y me miró fijo. - Sin darme cuenta de lo que hacía, tomé una decisión, y cuando pronuncié el producto de esta resolución en voz alta, dejé anonadadas a dos personas. Leandro no terminaba de creer que acababa de oír de mí una confesión tan rotunda en voz alta, y Eva…bien, ella debía pensar que me burlaba de la sincera apertura de su alma ante dos extraños. Le expliqué que éramos demonios y que ella tenía lo necesario para unirse a nuestra familia, le conté como vivíamos y qué hacíamos, le dije que su futuro no estaba en el mundo de los humanos.

- Por qué le ofreciste de buenas a primeras unirse a ustedes si ella ni siquiera sabía lo que ustedes eran; no lo entiendo, ella jamás tuvo la firme intención de convertirse en demonio antes de que tú le revelases la verdad…o al menos yo no lo veo así. Sé que soy un testigo externo pero no comprendo, es que acaso me he perdido de algo.

- No, tienes razón, lo que ella buscaba no era exactamente lo que yo le ofrecí, pero lo que le ofrecí aplacaría aquello que provocaba en ella esa necesidad imperiosa de necesitar más y más de algo que realmente no necesitaba, y de sentir que nunca lo alcanzaba ni lo alcanzaría, además…en cierto modo la engañé, pero lo cierto es que hice lo que debía hacer. No me creo un santo, pero sé perfectamente bien que Eva en manos de alguien más hubiese sido un peligro para sí misma y para todo el que se cruzase por su camino.

- ¿Cuál fue la reacción de Eva ante tus palabras?

- Se puso de pie de un salto y me insultó, me tildó de mentiroso y chapucero.

- ¿Y qué pasó entonces?

- Le demostré con hechos, que no mentía.

- No hace falta que me digas que hiciste para demostrar que no eres un simple ser humano-. Dije recordando lo que Vicente había hecho para demostrármelo a mí.

- Eva salió corriendo despavorida, pero regresó esa misma noche y luego nunca se fue. Aquella habitación de hotel oyó mucho más de lo que cuatro paredes podrían mantener en secreto jamás. Eva aceptó los términos y las condiciones del trato sin rechistar, estaba emocionada, muy entusiasmada y podría decir que muy feliz. Incluso antes de concretar el pacto, su fuerza dejó de abrumarme, fue como si cada cosa empezara a calzar en su sitio dentro de su cuerpo. Todo quedaría en orden dos días más tarde. No resultó una tarea sencilla enseñarle y ayudarla a contener sus fuerzas; con ayuda de sus nuevos hermanos lo logró. Todo cambió para Eva, por años fue realmente feliz, nos adoptó y la adoptamos, ella misma me lo confesó, por primera vez en su vida se sentía ella misma, había encontrado su lugar en el mundo. Eva mi hija, era una persona completamente diferente a la Eva Loffler que conociera en esa húmeda calle de Hamburgo, poderosa sí, pero con las energías canalizadas en cosas productivas, en querer, en ayudar. Logró ver el mundo como realmente es, consiguió valorizar la vida y los afectos como nunca antes lo había hecho. Fue como ver cambiar a la noche en día. Ella estaba tan llena de energía…-. Gaspar se reclinó contra el respaldo de la silla, estiró los brazos y con ambas manos tomó la tasita de café que la camarera le había dejado delante, se la llevó hasta los labios y bebió un sorbo, luego colocó la taza en su sitio y continuó hablando-. A mediados de mil ochocientos ochenta y cuatro mi familia y yo nos trasladamos a Buenos Aires por motivos de negocios, en realidad, yo iba por negocios, el resto de la familia me acompañó con la excusa de conocer la ciudad; teníamos planificado pasar allí un par de meses. Recuerdo que llegamos a puerto una bella y clara mañana de los primeros días de agosto. La ciudad era tan distinta por aquellos días. Todo era muy diferente por aquel entonces. Estábamos emocionados y felices, habíamos planeado salidas y paseos, pero ante los imprevistos nada se puede hacer. Llevábamos menos de una semana en la ciudad cuando todo cambio. Una buena tarde de clima casi primaveral, Eva y Sofía salieron a dar una vuelta con ánimos de comprar y de reconocer las calles, las tiendas y a las personas de la Argentina de por aquel entonces. Ese medio día tuve un almuerzo de negocios, Leandro se había quedado en la casa organizando a los criados que nos ayudaban a terminar de instalarnos, Massimo había seguido viaje hacia el interior del país para ocuparse de unos asuntos y Julián había partido en dirección a una chacra cercana en busca de caballos, siempre fue un aficionado a la velocidad en todas sus formas, empezó comprando caballos veloces y fuertes y terminó fabricando motocicletas que lo eran todavía más. En síntesis, la vida parecía perfecta. Todo se desmoronaría esa misma tarde. Nunca olvidaré el rostro desencajado de Eva. Cuando llegué a casa de mi reunión, me encontré a toda la familia reunida en el cuarto de Eva, bien, a todos los que no habían salido de viaje. Eva estaba histérica y los demás intentaban contener. Ni bien entré en la casa me di cuenta de que sentía algo malo, aquella espeluznante fuerza que había pasado casi sesenta años aplacaba en un rincón de mi hija había vuelto aparecer, con una potencia todavía más bestial y estremecedora. Vi muebles destrozados, el caos reinaba en la casa, nos costó mucho aplacar el pánico de los que trabajaban allí, las dos muchachas que hacían la limpieza la habían visto arrasar con los muebles de la salita de entrada igual que si fuese una fiera salvaje y para colmo de males como entendieron que Sofía no era capaz de controlarla, llamaron al mayordomo, al chofer y al resto de la servidumbre de sexo masculino que estaban a disposición, de modo que todos terminaron siendo testigos de aquel extraño suceso. Ante los gritos y el ruido provocado por los destrozos que Eva causaba a su paso por toda la casa mientras la pobre de Sofía intentaba arrastrarla hasta su cuarto, acudió Leandro; Julián llegó a casa en el exacto momento en que Leandro intentaba alejar a los humanos. Me contaron que Eva estaba completamente fuera de sí, que no lograba distinguir entre humanos y demonios, que insultaba y gritaba mientras que con sus brazos y piernas tiraba golpes a diestra y siniestra. Demandó mucho de todos nosotros canalizar las fuerzas de Eva otra vez hacía su cause original. A la madrugada, Eva ya había desistido de tirar la casa abajo y fue ahí cuando Sofía me contó qué fue lo que desató semejante locura. Eva y Sofía estaban caminando tranquilamente, mirando vidrieras, admirando la ciudad y su gente; como tantas otras veces podía haberles sucedido, se toparon con un hombre sentado a las puertas de un edificio en ruinas, tanto el edificio cuanto el hombre tenían aspecto de abandonados y sucios. El hombre estaba delgado, demacrado, sus ropas no eran más que jirones escasos que debían haberle hecho pasar mucho frío durante el invierno. Sin duda era un hombre muy pobre, un indigente, pero ni mendigaba ni daba la impresión de estar interesado en que su situación cambiase. Sofía me dijo esa noche que lo que más le llamó la atención de aquel hombre, fue su mirada, tenía la vista caída al suelo, pero en lo profundo de sus ojos ardía un infierno incontenible. Sofía le hizo señas a Eva y Eva comprendió la intención de su hermana al instante. Ambas se detuvieron ante el hombre, Eva sacó su bolso y mientras rebuscaba en éste en procura de unas monedas le preguntó si necesitaba ayuda, si quería darse un baño y pasar unas cuantas noches a cubierto; no sería esa ni la primera ni la última vez que algún miembro de mi familia o yo, ayudamos a alguien a salir de la pobreza, el dinero tiene un significado muy distinto cuando eres uno de los nuestros, ya no te apegas a él con tanta insistencia. Entregarle dinero a una persona realmente no es ningún acto heroico, y no tienen ningún sentido si a quien se lo entregas, no posee esperanza y voluntad. El hombre no contestó, simplemente alzó la cabeza y se fijó en Eva. Ella al fin encontró algún dinero y se lo tendió al hombre diciéndole que se comprara algo de comer; casi sin querer las yemas de los dedos de Eva rozaron la piel curtida y sucia de la palma del hombre y allí se desató una reacción en cadena que pudo haberse convertido en nuestra perdición. Mi hija sintió en ese hombre una fuerza que parecía intentar rivalizar con la suya, una potencia que le hacía sombra a su antigua sed. Eva perdió la cabeza allí mismo e intentó deshacerse de quién su más salvaje instinto identificó como un adversario; empezó a golpearlo furiosa.

Para esta altura del relato yo ya sabía de quien hablábamos. Las manos me sudaban y tenía un nudo en el estómago.

- La policía llegó mientras Sofía intentaba apartar a Eva del hombre; se armó terrible revuelo, todos creyeron que el hombre había intentado robar a Eva. En la confusión, el hombre se escapó. No estoy muy seguro de cómo pudo librarse de los puños de Eva y mucho menos de los tres policías que Sofía vio correr tras él. El asunto es que no pudieron atraparlo. En la mañana salí en busca de las respuestas que Eva no me podía dar, ella simplemente repetía una y otra vez que necesitaba la fuerza de ese hombre, que yo la había engañado, que la manipulaba y que no la dejaba ser quien realmente era. Gritaba que todos nosotros estábamos equivocados, que vivíamos ocultándonos, que nuestro don no debía de ser algo que debiésemos ocultar, que éramos unos cobardes y que ese hombre también lo era por haberse alejado a un rincón oscuro de la sociedad para pudrirse en soledad. Como te decía, esa mañana dejé a Eva al cuidado de mis tres hijos y salí a encontrar a ese hombre para así intentar comprender el porqué de la ofuscación de mi hija. Fui a la comisaría y allí averigüé que el hombre se había escapado; lo siguiente que hice fue recorrer hospitales, si Eva lo había golpeado tanto como yo suponía que ella era capaz, lo más probable es que hubiese terminado con algún que otro hueso roto o algo peor. No lo encontré. Pasé las siguientes catorce horas recorriendo la calle en busca de una señal que me ayudase a encontrarlo, estaba atento hasta el más mínimo rastro de poder. Era de madrugada, hacía frío y lloviznaba cuando andando bastante lejos de la zona en que ocurriera el hecho, sentí que se me erizaban los cabellos de la nuca. Me detuve en seco, la calle estaba muy oscura, escuché quejidos y una respiración entrecortada. Encontré a Vicente acurrucado en el hueco de la entrada de la leñera de una casa, tiritando de frío, ardiendo de fiebre, tenía la cara manchada de sangre y tierra, su ojo derecho estaba tan hinchado que no podía abrirlo, pero en el otro, intacto, detecté aquel infierno que Sofía había descubierto. Percibí la fuerza que Eva había encontrado, pero para mí ya no resultaba ofensiva como hubiese podido ser en el principio de mi nueva existencia. Vicente se asustó mucho ante mi llegada, pero no tardó más que unos segundos en entregarse por entero-. Gaspar sonrió sin despegar los labios-. Me preguntó si yo era un ángel, si ya había muerto; tras toser entre carcajadas me aseguró que realmente no merecía ir al cielo, que había sido una persona muy mala. Me tomó desprevenido, tanto es así que no pude responderle nada, simplemente lo calmé diciéndole que todo estaría bien. Lo levanté del charco de agua, sangre y orina que lo rodeaba y lo cargué hasta la casa. No hice bien, ahora lo sé, debí haberlo llevado a un hospital, o al menos a una habitación de hotel. Mi curiosidad era demasiado grande para simplemente dejarlo en manos de otros, además temía lo que pudiese decir sobre el ataque de Eva, recién llegábamos y no podíamos empezar a tener problemas. Para mi sorpresa Eva no enloqueció ni montó en cólera cuando me vio entrar con él en brazos. Todos mis hijos me ayudaron a acomodarlo en una habitación. Mandé a Julián a buscar a un medico, según lo que había podido dictaminar así de buenas a primeras y sin saber demasiado de anatomía era que Vicente tenía un brazo roto y muchos cortes, luego el medico nos dijo que además del brazo, los cortes y demás rasguños tenía tres costillas fisuradas y quizá alguna contusión interna. Tuvimos que poner cara de piedra y mentir cuando el médico nos preguntó que le había sucedido a nuestro invitado. Nos turnamos para cuidar de Vicente noche y día. Lo alimentamos, lo higienizamos, le dimos ropas nuevas y le compramos los medicamentos que había ordenado el médico. En un principio por seguridad, le sugerí a Eva que se mantuviese alejada de nuestro huésped. Fui notando, que de a poco, ella volvía a controlar sus impulsos; con paciencia, llegó a controlarse de maravilla, incluso acabó desarrollando hacia él, una actitud sobreprotectora, mientras Vicente se recuperaba, se convirtió en su ángel de la guardia, no se separaba de su lado y nos regañaba cuando consideraba que hacíamos algo mal con él, o que no teníamos el suficiente cuidado a la hora de curar sus heridas, alimentarlo y ayudarlo a trasladarse de la cama hasta la mesa, o la bañera o a su sillón cerca del fuego. Entre Eva y Vicente comenzó a generarse algo muy profundo.

- ¿Vicente no la reconoció del ataque?

Gaspar negó con la cabeza. - No, sus recuerdos de lo sucedido eran muy vagos, en un principio para él Eva no era más que su protectora, su ángel guardián.

- Me imagino que tampoco tenía ni idea de quienes eran ustedes en realidad.

- Ni la menor idea.

- ¿Y cómo fue que Vicente tomó la decisión de cambiar?- temía oír la respuesta que Gaspar tuviese para darme, porque en lo más profundo de mi ser, ya la conocía-. Vicente me dijo una vez que él se entregó sin tener la menor idea de que se convertiría en un demonio.

- Y así fue. Por aquellos días yo ya sabía que dentro de Vicente se escondía algo muy particular, todos éramos concientes de ello, Eva podría haber sido la que descubrió el misterio, pero no por eso las aptitudes de Vicente nos eran extrañas. Nunca discutimos formalmente hacerle ninguna proposición a Vicente; a pesar de que Eva daba señales de haber vuelto a la normalidad, yo todavía tenía miedo. La incertidumbre era una enfermedad latente en el pecho, vivía con angustia de que la locura volviese a desencadenarse en mi hogar. Siempre he buscado lo mejor para mí familia, y sabía que lo mejor para uno de mis hijos en particular, era alejar a Vicente lo antes posible.

- ¿Por qué, solo porque demostraba tener madera para demonio, porque Eva podía perder el control en cualquier momento?

- Para serte sincero, lo que más me preocupaba en todo el asunto era lo que yo veía en los ojos de Vicente cada vez que Eva aparecía en escena.

- ¿Y qué veías?-. Un escalofrío me recorrió todo el cuerpo.

- Vicente se había enamorado de ella- Gaspar exhaló profundamente-. Eso de por sí no hubiese significado ningún problema, pero más allá de la crisis inicial y de los miedos por el autocontrol que Eva pidiese tener de sí misma, existía un detalle que hacía flaquear lo que pudiese haberse convertido en una imagen perfecta.

- ¿Qué detalle?

Gaspar me dedicó una sonrisa triste. - No vía lo mismo en los ojos de ella.

- Es decir que ella no estaba enamorada de él.

- No al menos “amor” en los términos que tú y yo podríamos entender. Vicente siempre ejerció una suerte de fascinación sobre Eva. Eran como dos imanes que se repelían y atraían al mismo tiempo. Exactamente veintisiete días después de la llegada de Vicente a la casa, Eva, en secreto, lo convenció de que se entregara al infierno-. Gaspar me miró directo a los ojos sin parpadear-. Lo hizo a nuestras espaldas y no le dio mayores explicaciones, simplemente le dijo que si la amaba debía hacer algo muy importante por ella, y él lo hizo. Hubiese querido poder hacer algo para detenerla- añadió adelantándose a la pregunta que se estaba formando dentro de mi mente-. Eva tuvo el cuidado de llevarse a Vicente de la casa antes de hacer nada. No notamos que ambos faltaban hasta que fue muy tarde; como Eva se pasaba todo el día y la noche metida en el cuarto de Vicente no nos resultó extraño no oír nada de ellos por un par de horas. En la casa todos habíamos retomado nuestras actividades normales- dijo como queriendo justificarse-. Supongo que en algún punto no fui lo suficientemente cuidadoso, es más, la culpa en gran parte es mía por haber llevado a Vicente a la casa. Me costó trece largos meses encontrar a mí hija y a Vicente, y cuando los hallé, di de frente con la realidad que llevaba temiendo por tanto tiempo: Eva solamente quería a Vicente por su poder, pero ni ella ni él eran capaces de controlar ese don tan particular qué él poseía. Nunca olvidaré lo que encontré al poner un pie en aquella pequeña casa perdida en el medio de la campiña francesa en que Vicente y Eva se ocultaban del mundo. Aun hoy se me enriza la piel. Si Vicente me había parecido una piltrafa humana cuando lo hallé luego del ataque de Eva, en lo que se había convertido entonces era como la suma de todas las miserias en un solo cuerpo. Eva no era capaz de ayudar a Vicente a controlar su fuerza y apenas si podía explicarle lo que significaba ser un demonio, por su parte Vicente vivía una pesadilla, la mujer que le había pedido que se entregara al infierno por amor, no lo amaba y para colmo de males le exigía cosas que él no era capaz de darle. Vicente tenía quemaduras en casi todo su cuerpo, vivía acurrucado en una esquina entre dos paredes, desnudo, sucio y con la mirada perdida; Eva tenía marcas de quemaduras antiguas y otras más reciente en la cara, en los brazos y en las manos-. Gaspar meneó la cabeza con los párpados apretados-. No hay palabras que puedan describir con exactitud suficientemente realista aquella escena dantesca. Fue como ver una parte del infierno en la tierra. Allí había tanto dolor, tanto sufrimiento…y la fuerza suficiente para borrar a una ciudad entera del mapa. Ambos estaban fuera de sí; un tiempo más tarde, Eva me confesó que llevaban más de seis meses sin retomar la forma humana, los dos estaban tan mal que en ellos ponderaba lo más oscuro de la cualidad demoníaca. Aún hoy no logro comprender cómo es que pudieron mantenerse ocultos tanto tiempo sin levantar sospechas.

Una imagen nada agradable comenzó a formarse en mi cabeza, intenté borrarla de inmediato.

- La situación era mala por donde se la mirase. Eva ignoró todas las reglas al hacer lo que hizo, y en su modo de proceder una vez que el cambio se realizó; podrían haberlos descubierto, podrían haberse matado entre sí-. Me vi en la obligación de buscar ayuda externa. En teoría Vicente era responsabilidad de Eva, pero ella por aquellos días no podía hacerse responsable ni de sí misma. No fue una decisión fácil de tomar, sin embargo en cuanto descubrí aquello que Vicente era capaz de hacer, supe que escapaba a mi dominio; su poder es algo que dentro de nuestro mundo se considera como un don supremo.

- Sí, sé que a los que son como Vicente se los considera como hijos del Diablo.

- Así es, ellos son un tipo de jerarquía aparte de cualquier regla establecida. No me gustó hacerlo, pero tuve que entregar a Vicente a manos más experimentadas y me dediqué a procurar aplacar la ira desbocada de Eva, y a intentar minimizar los daños. Tuve que defenderla de cientos de acusaciones que podrían haberse convertido en su fin, ella no tenía derecho a tomar el alma de Vicente y mucho menos a intentar apoderarse de sus dones. Cuando encuentras a alguien de su tipo, tienes que denunciarlo ante nuestras autoridades, no puedes simplemente convencerlo para que se una a nuestro lado.

- Cuando dijiste que tú y los demás sabían que Vicente era especial quieres decir que conocías aquello que él es capaz de hacer.

- Lo intuía vagamente, se lo conté a Leandro, él no lo había descubierto, Julián, Sofía y Massimo tampoco, ellos eran conscientes de que él era algo especial pero no tenían ni idea de hasta qué punto. Quizá no nos correspondía a nosotros, con Leandro tomamos la decisión de no informar a nadie sobre los poderes de Vicente; si bien yo nunca había conocido a ninguno de los de su tipo, conocía de sobra cientos de historias sobre el tipo de vida que ellos llevaban y fue eso lo que me llevó a decidir librarlo se semejante karma. Vicente no tenía porqué pasar por eso, él estaba perdido, sí, pero como cualquier otro ser humano, tenía todas las armas para reencausar su vida.

- Eva pensaba diferente e hizo lo que quiso, todo por codicia.

- Nadie es perfecto- replicó él intentando aplacar la bronca que me colmaba el pecho y que estaba a punto de empezar a brotar de mis labios.

- Eso ya lo sé- dije entre dientes-. ¿Qué pasó entonces?

- Se llevaron a Vicente.

- ¿Quiénes?

- Los que mandan en representación del infierno en la tierra. Se lo llevaron para educarlo. Vicente nunca contó demasiado sobre el tiempo que pasó bajo el ala de esos demonios, pero sé que no fue ninguna vacación. Me hubiese gustado poder hacer algo más por él.

- Cuanto tiempo pasó hasta que lo volviste a ver.

- Siete años. Por aquel entonces Vicente ya se había amoldado a nuestro mundo y a nuestras leyes, al menos todo lo que le era posible. En cuando fue capaz, Vicente buscó a Eva y nos encontró a nosotros también. No sé exactamente qué pasó entre Eva y Vicente, lo único que sé es que ellos retomaron aquella relación que había nacido cuando él estuvo postrado en la cama de mi casa en Buenos Aires. Por aproximadamente veinte años, Vicente y Eva mantuvieron una relación intermitente, hasta que él finalmente no pudo más y dejó de intentar hacer que ella lo amase por algo más que por su poder.

Me entraron unas ganas incontenibles de buscar a Eva y como mínimo, decirle cuan mal me caía.

- La decepción surge cuando se descubre que se es victima de un engaño, Vicente fue engañado y se engañó a sí mismo. Reconoció que vivía una mentira e intentó suicidarse.

Preferí no pensar demasiado en lo que esas palabras implicaban.

- Se lo llevaron otra vez, Vicente volvió a desaparecer de la faz de la tierra y no me sorprendió, de modo alguno permitirían que acabase con su vida si es que es eso es realmente posible. Cuando eso pasó, se tomaron medidas aún más extremas. So pena de muerte le prohibieron a Eva volver a acercarse a Vicente, y ahí es cuando apareció en escena Ariel, ya de un modo definitivo, convirtiéndose en su tutor, reemplazando a Eva.

Asimilé sus últimas palabras en silencio. - Cómo es que Vicente y Eva pudieron estar juntos en una fiesta no hace muchos años, alguien los vio- procuré omitir el nombre de Susana-, Ariel también estaba allí.

- Nada es para siempre, siquiera en nuestro mundo. Vicente y Eva han vuelto a verse un par de veces, la última, cuando Vicente intentaba proteger tu alma.

La información me cayó encima como un balde de agua helada.

- ¿Te refieres a que estaban juntos otra vez?

- Lo dudo, Eva me contó que Vicente le había pedido que se encontraran en un pueblito perdido en medio de la nada a mitad de camino entre su casa en el campo y la ciudad.

- ¡¿Para qué?!- solté sin poder contenerme.

- No tengo ni la menor idea, Eva nunca lo dijo-. Gaspar hizo una pausa-. Sé que te sonará a que intento defender a mi hija, pero debes saber que todo esto no fue en vano, muchos sufrieron, no fue el modo correcto de hacer nada, pero Vicente se entregó al infierno por lo que él creyó valedero, así como tú hoy estás decidida a hacer, y Eva aprendió su lección con el tiempo.

- ¿Qué lección es esa?

- Esa fiesta a la que tú te refieres, en la que Vicente y Eva volvieron a encontrarse…

- ¿Sí?

- Eva le rogó a Ariel que la invitara porque necesitaba volver a verlo.

- ¿Para qué?- me guardé para mí el resto de la pregunta: ¿necesitaba hacerle más daño?

- Eva se dio cuenta de que lo amaba, que siempre lo había querido más que a nadie en este mundo, más que a su propia vida, es por eso que él la descontrolaba en modo semejante, ella no reconoció hasta entonces que no lo quería solo por su don.

- Vamos, nada justifica lo que hizo.

- Eliza, no te enojes, pero no eres quien para criticar a Eva.

No debería haberme ofendido, pero me ofendí.

- El amor implica fe y lealtad.

- Por qué me dices eso- inquirí.

- Es solamente un comentario.

Intuí que había algo más detrás de su respuesta, quizá Gaspar supiese mejor que yo, lo que yo estaba haciendo en pos de cambiar para pasar la eternidad lo más cerca posible de Vicente.

- El final de la historia es el siguiente: Eva le dijo lo que sentía, estuvieron juntos tres meses y de la noche a la mañana, él la dejó cuando parecía que todo iba viento en popa.

- ¿Le dio laguna excusa?

Gaspar negó con la cabeza. - Quizá, al final, su amor por ella terminó de agotarse- sacudió la cabeza otra vez-, la verdad es que no lo sé. Vicente es un castillo fortificado impenetrable, no acostumbra hablar de lo que piensa o lo que siente.

Ambos nos quedamos en silencio por un buen rato.

- Tal vez Vicente aprendió bien de su maestra- insinué.

- Sí aprendió bien todas las lecciones que Eva le dio, debería comprender que hay mucho más que lucha de poderes, pero para bien o para mal, Eva no ha sido la única que le impartió lecciones a Vicente, el tuvo varios maestros, el último y más significativo en su vida: Ariel.

- Ya no sé que pensar.

- No eres la única que está confundida.

- ¿Qué quería Eva de mí cuando intentó ponerse en contacto conmigo?

- Hasta lo que sé, contarte esto mismo que yo te estoy contando ahora.

- ¿Para qué, creo que en cierto modo esto no cambia nada?

- ¿Tú crees?

- No estoy segura en quién confiar y en quién no.

- Es una cuestión de asumir el riesgo, nada más, es siempre así, tanto entre en humanos, como entre demonios.

Los ojos se me empañaron, el mundo se encogió a mí alrededor. - ¿Qué debo hacer?, todavía lo amo.

- Lo sé y aunque lo supiese no te lo diría.

Me sonreí angustiada. - Claro, por supuesto-. Dije, y no terminaba de cerrar la boca, cuando Gaspar se estiró y posó su mano sobre la mía-. Necesito ayuda.

- Y estoy dispuesto a dártela, por eso estoy aquí- me apretó la mano un poco más-, por eso volví; tu desdicha es consecuencia de mis errores.

- No eres responsable del mundo.

- No, no del mundo- me dijo sonriendo-, pero sí de Eva, de Vicente y en cierto modo de ti. Tú eres especial, no debí haber ignorado eso; como tampoco puedo ignorar lo que has dicho: ¿todavía lo amas, estás segura?

- Es de lo único que estoy segura, Gaspar.

- ¿El motivo de tu deseo de cambiar es él?

- En parte; he cambiado mucho desde que él entró a mí vida, llegué a un punto en que no hay vuelta atrás, no puedo seguir siendo quien se espera que yo sea-. Me deshice de su mano y me llevé las mías hasta el pecho-. Poco a poco esa necesidad de cambio se ha transformado en una urgencia física; no sé cómo explicártelo para que lo entiendas, quiero cambiar porque deseo pasar el resto de la eternidad lo más cerca posible de Vicente, pero además…- apreté los dientes-, cuando conocí a Vicente, me dijo que los demonios aparecían en la vida de las personas que los llamaban, yo lo negué desde el principio, pero quizá simplemente tenía miedo de admitir que estaba en lo cierto- haciendo acopio de las fuerzas que me quedaban después de haber oído toda la historia, apreté los puños y alce la mirada hasta los ojos de Gaspar-. Quizá ese cambio es lo que yo he esperado siempre. Realmente quiero esto, sé que no voy a arrepentirme. No lo hago para que me ame…el amor ya me ha decepcionado; lo hago porque necesito hacerlo, eso es todo.

Gaspar se tomó un momento antes de hablar; me dio la impresión de que me medía con sus ojos calmos y profundos.

- Tu vida no será más sencilla cuando cambies.

No se me pasó por alto que insinuaba que el cambio era factible. - No cambio para huir, sino para…como decirlo…para regresar a mí misma. ¿Tienen eso lógica?

- Claro que la tiene. Sé perfectamente bien a lo qué te refieres. Voy a ayudarte.

Sentí como si me quitasen una gran piedra del pecho. - Gracias.

- No va a ser tarea sencilla, no podemos olvidar todo lo que ha estado sucediendo.

- Claro que no.

- Y antes que nada, debemos averiguar el por qué de toda esta locura.

- Estoy de acuerdo.

- No le cuentes a Lucas que me has visto, para él este momento jamás existió, tiene su que prometerme que hasta que yo no te autorice no discutirás esto con nadie.

- Soy una tumba.

- Te buscaré en cuanto tenga novedades.

Gaspar estiró un brazo, llamó a la camarera y le pidió la cuenta. Mientras me llevaba de regreso a casa en su maltrecho automóvil, seguimos hablando, le conté lo que sabía sobre el caso de Mauro, le hablé de Cristian, de la isla de Ariel y de Anna; le comenté sobre esos demonios que habían caído de improviso cuando Lucas y yo fuimos a pasar unos días a la costa, y le hablé del llamado de Vicente ayer por la noche. Gaspar me preguntó por mi relación con Lucas y no supe bien qué decirle, le expliqué que a su lado me sentía querida, viva y cuidada, le dije que ya no concebía mi vida sin él; Gaspar se limitó a escucharme sin emitir opinión, simplemente se comprometió a intentar averiguar si todos esos hechos tenían alguna relación con lo que me estaba pasando.

Nos separamos a dos cuadras de mi departamento, luego de que le pasara mi número de celular, le pedí el suyo, pero me dijo que no era conveniente que su número figurara ni en mi celular ni en ninguna agenda o papel que pudiese ser asociado a mi persona.

Arrastrando los pies sobre la hirviente vereda que parecía un horno de barro, llegué a casa. El departamento estaba vacío y olía a encierro y a humedad pese a que todas las ventanas estaban abiertas.

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