"Infierno y Paraíso". Tercer...

By VeronicaAFS

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Elizá creyó que ya nada la sorprendería, que estaba todo dicho. Ella ha quedado varada entre dos mundos y es... More

"Infierno y Paraíso". Tercer libro de la saga "Todos mis demonios".
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4.
Capítulo 5.
Capítulo 6.
Capítulo 7
Capítulo 8.
Capítulo 9
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13.
Capítulo 14.
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18.
Capítulo 19.
Capítulo 20.
Capítulo 21.
Capítulo 22.
Capítulo 23.
Capítulo 24.
Capítulo 25.
Capítulo 26.
Capítulo 27.
Capítulo 28.
Capítulo 29.
Capítulo 30
Capítulo 31.
Capítulo 32.
Capítulo 33.
Capítulo 34.
Capítulo 35.
Capítulo 36.
Capítulo 37.
Capítulo 38.
Capítuo 39.
Capítulo 40.
Capítulo 41.
Capítulo 42. Anteúltimo.
Capítulo 43 y epílogo.

Capítulo 10

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By VeronicaAFS

Trabajo.

Puse todo mi empeño en intentar darle al departamento, la apariencia de ser habitado por dos personas comunes y corrientes, eso demandó algo de trabajo. Ordené e hice algo de limpieza. Guardé y tiré, según correspondiera, restos de comida y paquetes y demás embaces de productos alimenticios que Lucas tenía la condenada costumbre de dejar por todas partes, después de arrasar con ellos; su apetito era voraz, en este último tiempo comía más que nunca, yo no sabía si adjudicárselo a un posible ataque de ansiedad por lo que sucedía conmigo, si era producto del aburrimiento por tener tan poco trabajo, o precisamente por eso, por el poco trabajo y quizá eso demandaba un consumo mayor de energía que no estaba obteniendo de otra parte (las almas). Bien, esas no son más que conjeturas, no tengo ni la menor idea de porqué devoraba en esa forma. Suerte para él que no corría el riesgo de engordar ni un solo gramo gracias a su condición imperturbable de demonio.

En fin, dos horas más tarde, el departamento daba toda la impresión de ser una vivienda común y corriente. Al terminar puse manos a la obra de intentar convenirme también a mí en algo normal, tarea que no resultó nada sencilla. Al verme al espejo del baño antes de entrar en la ducha me percaté de que tenía peor aspecto que de costumbre, mi conversación de Ana había marcado una profunda huella de un gris azulino debajo de mis ojos, y la mala noche de pesadillas y sueños extraños quedaron evidenciados en mi cabello, mi pelo era una maraña anudada y desprolija. Al intentar desenredarlo recordé que llevaba meses sin cortarme el pelo, últimamente dedicaba poco o ningún esfuerzo en cuidar de mi misma. Tomé un peine de dientes anchos y comencé a desenredarme los nudos que tenía detrás de la nuca. Por desgracia para mi cuero cabelludo, la paciencia se me acabó muy rápido; resumen, quedé con unos cuantos pelos menos.

Procurando ignorar la furia que se había desatado dentro de mí, por nada, me metí a la ducha. Me enjabonaba la cabeza, cuando oí sonar el teléfono; no tenía intención de salir corriendo a atenderlo, igual paré el oído para intentar escuchar el mensaje que se grabaría- y saldría en voz alta en simultáneo- en el contestador.

El agua hacía bastante ruido al caer, pero por suerte -y descuido- me había dejado la puerta del baño abierta.

- Eliza, soy Gaspar Salleses…

Al oírlo se me subió el corazón a la boca. Mis dedos se quedaron paralizados entre la maraña de pelo y espuma. Tenía los ojos cerrados para que no me entrara el jabón, sentía la espuma bajándome por la frente y el agua caliente corriéndome  el cuerpo sin embargo todo dentro de mí se había detenido en seco, incluso mi respiración, lo único que funcionaba, y a toda máquina, era mi cerebro.

- …tengo que hablar contigo. Quizá no quieras saber de mí, pero es importante que tengamos una conversación sería y sincera. Yo no estoy en el país, pero tengo pensado hacerte una visita. Por razones de seguridad, tuya y mía, no puedo dejarte un número en el que puedas encontrarme. Volveré a llamarte.

Abrí los ojos, manoteé la toalla y salí de la ducha. La espuma del champú me escoció en los ojos; no le hice caso, no tenía tiempo para atender ese malestar.

- No le comentes a nadie que te he llamado, a absolutamente nadie; y borra el mensaje tan pronto hayas acabado de oírlo.

Resbalando sobre el piso de cerámicos a causa de mis pies mojados llegué al teléfono justo cuando Gaspar se despedía.

- ¡Hola! ¡Hola! ¿Gaspar?

No obtuve más respuesta que el tono del teléfono.

- ¡Mierda!- Gruñí furiosa por mi torpeza. Debí haber salido de la ducha en cuanto oí la campanilla. De muy mal modo y como si el teléfono tuviese la culpa de mi estupidez, estrellé el aparato sobre su base y apreté el botón de play para escuchar el mensaje otra vez.

- …tan pronto hayas acabado de oírlo. Cuídate mucho. Adiós- dijo su voz teñida por el tinte metálico del grabador del contestador. Luego saltó mi voz y después el tono.

Dejando otra huella húmeda sobre el aparato, borré el mensaje, pero no me aparté de la mesita. Allí, contemplando el aparato, chorreando agua sobre el piso que acababa de limpiar me puse a pensar en que el llamado de Gaspar no podía ser una simple casualidad, debía existir un motivo, por el que después de haber soñado con él anoche, ahora me llamaba por teléfono. ¿Pero cual? Descubrí la verdad oculta detrás de todas las cosas bizarras que sucedía conmigo y en mi entorno iba a ser un trabajo arduo, así y todo no pensaba rendirme. Enfurecí, tenía la sensación de que no estaba logrando ver un inmenso elefante que alguien pretendía esconder de mí, simplemente ocultándolo con una mano. Era como si la verdad estuviese aquí nomás y yo era tan idiota que no podía verla, es más, por algún motivo presentía que el problema entre los demonios y yo iba mucho más allá de haber forzado o influido sobre alguien para quebrantar las reglas, y un incómodo y persistente cosquilleo en mi nuca indicaba que esto no se acabaría por el mero hecho de entregarme al infierno y mucho menos; pero al menos, siendo una de los suyos, dejaba de ser tan susceptible a cosas que atemorizan a muchos humanos, tales como la muerte, el dolor y el sufrimiento o mejor dicho, a un nivel diferente, también se puede sufrir y sentir dolor, incluso morir como demonio, pero de igual a igual, sin duda la lucha sería mucho más justa.

- Ahora que ya aclaramos lo concerniente a la parte administrativa y legal de tu nuevo empleo, creo que ha llegado el momento de que te diga cual es tu primer trabajo-. Haciendo a un lado la montaña de planillas y demás papeles que me había hecho firmar, la señora Prieto colocó sobre la mesita del café, una carpeta de cartón amarillo, apartó los elásticos negros que la mantenían cerrada, y la abrió.

Esta situación y el misterio resultante, parecían dignas de una película de detectives secretos.

Para hacer un poco más de espacio, apartó la taza en que yo le había servido té (en un principio le ofrecí café o algo fresco -ya que soportábamos un calor irrespirable- pero ella me preguntó si no podía hacerle un té y por supuesto no pude negarme, lo serví con unas galletas, miel, leche y azúcar), y yo me ocupé de alejar de la pista de aterrizaje de aquella carpeta que había salido de su maletín de cuero negro, el plato de galletitas dulces y el frasco de miel.

- Gracias- me dijo en un tono apático y sin dilación continuó con lo suyo, esto fue, extraer de un montón de otras hojas, un par que estaban sujetas por la esquina superior izquierda con una grampa metálica, y me las tendió-. Es una copia del contrato que debes retirar firmado- sin darme ni un segundo para echarle una mirada al supuesto contrato sacó otro papel de la carpeta y me lo dio- de esta dirección y esta persona a la que debes ver- añadió en lo que me pareció una interrupción efectuada con completa alevosía.

El papel llevaba en el encabezado el nombre de una empresa vitivinícola. Debajo había una dirección y más abajo constaba un nombre.

- Esta es la autorización para que retires el contrato- agregó tendiéndome otro papel en el que figuraban mi nombre, mi numero de documento y una breve nota escrita de puño y letra (una letra exquisita, clara y elegante), en tinta azul (de una pluma estilográfica para ser más exactos), con la firma y aclaración del propio Eleazar Trueba-. Y esto- me interrumpió una vez más, ofreciéndome un grueso sobre de papel marrón-, es lo que debes entregar a cambio del contrato firmado. Por ningún motivo debes regresar sin ese contrato firmado por la persona que figura en el papel que te entregue con la dirección a la que debes dirigirte para retirar los papeles, ni entregar el sobre- dijo todavía sosteniendo el sobre por un extremo, sin soltarlo, mientras yo lo tenía por el otro-. Dudo que vayas a encontrar dificultad alguna en la tarea, pero estudia el contrato, si es posible memorízalo, y cuando te entreguen el original léelo y cerciórate de que no haya cambio alguno, luego, comprueba la firma y recién entonces entrega el sobre. ¿Has entendido?- inquirió medio de mal modo sin liberar el sobre a mis manos.

- Creo que sí.

- Muy bien-. Soltó el sobre y dejó que yo lo colocase con el resto de los papeles sobre mi regazo-. Entonces vamos por lo último a tratar-. Se inclinó de costado hacia su maletín y extrajo un par de cosas más. Una de ellas era una caja de un celular-. Esto es para ti- me entregó la caja-. La cuenta de las llamadas está a cargo de la compañía- explicó al entregármelo-. Supongo que no es necesario decirte que si bien lo puedes usar para llamadas personales debes tener prudencia y no excederte, el señor Trueba es generoso pero no te abuses, no le agrada que la gente se desubique.

- No se preocupe-. Me comí las ganas de soltarle un insulto, ella no tenía idea de con quién hablaba, pero su extrema desconfianza me caía soberanamente mal. La verdad es que si bien era conciente de que tener un celular podía ser practico para mí vida personal, sobre todo en estos momentos tan turbulentos, me molestaba y siempre me había molestado, cargar con una de estas cosas en la cartera.

- Esta es una tarjeta de crédito también a cargo de la compañía. Permíteme que te aclare con son muy pocos los empleados que cuentan con este privilegio, de modo que otra vez: úsala con prudencia. Yo reviso los resúmenes de cuenta y notifico al señor Trueba si encuentro algún gasto que no tenga nada que ver con los que pueden derivarse del trabajo en sí. Si piensas hacer un gasto extra que no esté relacionado con tu tarea debes notificarme antes y yo así luego te lo deduciré de tu sueldo.

No tenía en mente gastar en nada pero aún así asentí con la cabeza; es más, a pesar de que mi sueldo, según me había enterado quince minutos atrás iba a ser casi el cuádruple de lo que yo ganaba trabajando para Julio, y que más allá de gastar en mantener la casa, en alimentos o lo poco que pudiese necesitar para mi persona, no me vería obligada a gastar ni un solo centavo, el señor Trueba pagaría todos mis gastos, desde los viajes, hasta las comidas, y según me había aclarado, para cuando mis tareas así lo requiriesen, tendría un chofer y un automóvil a mi disposición.

- Me olvidaba de informarte que en el teléfono que acabo de entregarte tienes grabado mi número de celular, si necesitas algo y si algo sucede, no dudes en llamarme.

- Y qué pasa si surge algo y necesito hablar con el señor Trueba.

- Me llamas a mí- soltó tajante-. Para eso soy su secretaría. Si la situación lo amerita o si el señor Trueba lo considera necesario, se pondrá en contacto conmigo, sino, por regla general, tratarás únicamente conmigo.

Que desgracia- pensé, Eleazar Trueba era mucho más agradable que la amarga mujer que tenía en frente.

- ¿Algo más?- pregunté medio de mal modo; ciertamente este era un momento en que yo hubiese preferido disponer de todo mi tiempo para otra cosa. Intentaba concentrarme en mi nuevo trabajo, pero cada dos por tres recordaba el llamado de Gaspar y por el rabillo de los ojos, espiaba en dirección al teléfono esperando que volviese a sonar. Tenía tantas cosas que discutir con él, tantas cosas que parecían de una importancia mucho más vital que tener que ir a recoger un contrato.

- Sí, un auto pasará por ti mañana a las cuatro de la mañana.

No fue mi intención, pero creo que se me escapó una muy mala cara.

- Uno de los aviones privados de la compañía te estará esperando en aeroparque, está planificado que despegues a las cinco cero cinco de la mañana. Otro automóvil te recogerá en el aeropuerto de Mendoza, te llevarán a tu hotel y a media mañana pasarán por ti otra vez para llevarte a la dirección que figura en la hoja que te di. Tu cita con la persona que figura en la otra parte del contrato está marcada para el medio día, de hecho, es un almuerzo. Si todo sale como corresponde, estarás de regreso en la ciudad de Mendoza en la tarde, de ahí te llevarán directo otra vez para el aeropuerto y de regreso aquí. Yo me pondré en contracto contigo pasado mañana por la mañana para que acordemos cómo y cuando me entregarás el contrato firmado-. La señora Prieto se detuvo e inspiró hondo-. Eso es todo- anunció y acto seguido, se puso a recoger sus cosas.

- ¿Eso es todo?

- Sí. ¿Alguna duda?

- No, creo que no.

- Mejor así.

Para no quedarme de brazos cruzados simplemente mirándola recoger sus cosas le ofrecí otro té, pero ella declinó mi ofrecimiento. En menos de cinco minutos, con una eficiencia suiza tomó todas sus cosas y se fue.

Lo primero que hice al quedarme sola, fue tomar nota de mi número de celular. Llamé a Lucas para pasarle el dato, pero me atendió su contestador, igual, le avisé que si él se retrasaba y en vez de llegar en la noche, llegaba mañana, no me encontraría, someramente le expliqué por qué y le dije que se quedara tranquilo, que me cuidaría.

La segunda llamada que hice fue para hablar con mi madre para ponerla al tanto de lo mismo; se puso loca de contenta cuando le conté que tenía mi primera asignación y que gracias a mi flamante trabajo estaba en posesión de un celular al que podía llamarme para perseguirme si así le placía.

Las siguientes horas (toda la tarde), las pasé con un nudo de ansiedad atravesado en la garganta a la espera de que Gaspar volviese a llamar, cosa que no hizo. Mientras esperaba, intenté en vano, buscar algún dato que me pudiese llegar a ayudar a ubicar a Gaspar o a alguno de los miembros de su familia. En el buscador que Lucas tenía como página de inició en la computadora de última generación que había comprado hacía un par de meses, los busqué por sus nombres, incluso intenté dar con ellos por medio del taller de motocicletas que tenían, y por las transacciones de ventas de antigüedades que tenía Diogo a su cargo. Es más, también intenté encontrarlos entre unos cuantos blogs y sitios de aficionados al surf, incluidos aquellos que visitaban Fiji, no recordaba el nombre del lugar exacto que Julián había mencionado cuando comentó que Massimo y él recién habían llegado de una estadía allí, pero no tarde casi nada en encontrarlo, inclusive con esos datos, no logré dar con ellos. No me sorprendió, después de todo eran demonios y no debían desear que sus nombres quedasen registrados o identificados en el mundo de los humanos, eso les traería demasiadas complicaciones, por su inmortalidad y todo eso. Además, eran demonios que evidentemente -por las palabras del propio Gaspar en mi contestadota- se ocultaban. Si realmente corrían peligro, se preocuparían por intentar todo borrar todo rastro de su andar por esta tierra.

Dándome por vencida de encontrar cualquier señal de no estar sola en la tarea de descubrir la verdad -resultaba increíblemente frustrante no tener por dónde empezar- apagué la computadora y me dediqué a un trabajo mucho más real –al menos desde el punto de vista humano-, me senté a estudiar el contrato y los demás papeles que me había entregado la secretaría de Trueba. Luego de leer tres veces, el contrato no era nada del otro mundo: una compraventa de unas tierras, más precisamente un viñedo, con una planta procesadora, una cava y un terreno adyacente con una casa de amplias proporciones, me aburrí y lo dejé a un lado para preparar las cosas para mi viaje del día siguiente. En un pequeño bolso guardé una muda de ropa, un neceser con productos básicos de higiene personal y allí guardé la copa del contrato y el sobre cerrado que debía entregar a cambio de los papeles originales firmados. Cuando me di cuenta, ya eran las ocho de la noche y ni Lucas ni Gaspar habían llamado -lo cual era como tener algo clavado en el ojo sin tener posibilidad de sacármelo-.

No porque realmente tuviese demasiado apetito, más por tener algo en que ocuparme,  me preparé algo de cenar y lo comí sin ganas.

Con todo lo referente a mi viaje ya listo, y con tantas otras cosas pendientes por hacer que concernían a mi vida privada, puse el despertador a las tres y media de la mañana y me tiré en la cama a hacer zapping y a continuar esperando a que el teléfono sonara. Esperé hasta lo que me pareció razonablemente posible, oficialmente mañana era mi primer día de trabajo y no deseaba parecer y mucho menos, sentirme como una zombi a causa de la falta de sueño.

El despertador sonó cuando todavía el cielo persistía en aferrarse a la noche. Estaba demasiado oscuro a mí alrededor, y de ese mismo modo pasaron las pocas horas de sueño y descanso de las que había gozado. Algo extraño en mí, no había tenido un solo sueño, o al menos, no recordaba haber soñado absolutamente nada. Ese vacío resultaba todavía más incomodo que las pesadillas, no entiendo muy bien porqué, pero me daba la impresión de que esas pesadillas me mantenían en contacto con ese otro mundo paralelo, con las personas que yo deseaba volver a ver - y por desgracia con las que no también-, pero contaba más encontrarme en sueños con Gaspar e incluso con Vicente. Era mi lazo, mi conexión directa y ahora la línea parecía haberse cortado, o al menos, funcionaba mal.

Con la sensación de que recién cerraba los ojos para dormir, me refregué a cara y me senté con la espalda apoyada contra el respaldo de la cama. Tenía un gusto horrible en la boca y un sueño que apenas si podía contener, todo mi cuerpo pedía a gritos regresar a posición horizontal; no cedí a su reclamo, no podía demorarme, un automóvil pasaría por mí en menos de media hora.

Por inercia me higienicé y vestí, y luego fui a la cocina a preparar café. Admito que prácticamente había dormido con un ojo abierto esperando a que Lucas llegara o a que Gaspar llamara, pero ninguna de las dos cosas sucedió; de modo que no necesité mirar hacia el sofá cama para comprobar que estaba vacío, ni el contador de mensajes de contestador, para ver que continuaba en cero. La soledad y el silencio acrecentaron la sensación de desconexión.

Mientras el café se colaba me dediqué a hacer mi cama y demás actividades hogareñas, y mientras lo bebía, recogí y coloqué junto a la puerta, los bártulos que llevaría al viaje.

No tuve mucho tiempo para deambular ni para ocuparme de nada más (aunque en realidad estaba tan perdida, que no sabía qué hacer); cuatro menos cinco de la mañana, sonó el portero eléctrico: un automóvil con chofer me esperaba abajo.

Mientras el ascensor traqueteaba hacia la planta baja, marqué el número de Lucas en mi celular. No me sorprendí cuando directamente, me atendió su contestador. Le dejé un mensaje avisándole que partía, y que con suerte, nos veríamos en la noche.

El ascensor llegó abajo.

- Te extraño- le dije antes de abrir la puerta para salir del cubículo-. Espero que todo esté bien, por ahí- con el codo, ya que no tenía manos libres empujé la puerta desde la manija para abrirla-. Ten cuidado ¿si?- abrí la segunda puerta-, quiero que regreses a casa en una sola pieza- me salió un involuntario silencio- Te quiero- añadí. Cuanto hubiese preferido poder haber viajado con él, me preocupaba que tuviese que enfrentarse solo a Ariel-. Un beso. Llámame cuando puedas-. Corté y arrojé mi flamante celular dentro de la cartera.

Las luces del hall de entrada del edificio se encendieron en cuanto puse un pie fuera del ascensor; las de la parte exterior de la entrada ya estaban encendidas, seguramente se habían activado a causa del hombre que se hallaba parado al otro lado de la puerta de vidrio, esperándome. Sin duda era el chofer, tenía toda la apariencia de serlo. No llevaba puesta, ni en las manos, la típica gorrita de chofer de auto de familia rica que se ve en las películas, pero si vestía de un modo similar: llevaba traje oscuro, camisa blanca y una corbata lisa, angosta, también de un color oscuro, no estoy segura si era negra o azul; usaba el pelo peinado muy tirante, con algo de gomina, pero más que su cabello, brillaban los zapatos negros acharolados en los que se reflejaba la luz del reflector del exterior. Desde sus pulcras uñas, hasta los puños de la camisa, todo reflejaba una prolijidad y meticulosidad que calzaba perfectamente con los cánones que Trueba debía imponer a todos sus empleados.

- Buenas noches, es usted la señorita Pérsico.

- Sí-. Quien más podía salir de este edificio a las cuatro de la mañana cargando un bolso, lista para viajar.

- Soy Fuentes, el chofer del señor Trueba, he venido a buscarla para llevarla al aeroparque- entonó ceremonioso-. ¿Me permite?- añadió adelantando su brazo derecho para coger mi bolso.

Se lo tendí y le agradecí.

Fuentes no solamente era prolijo y correcto, sino también veloz, en lo que yo tardé en bajar las escaleras y llegar hasta el automóvil -un elegante vehiculo gris metalizado oscuro, grande y con llantas y ruedas demasiado nuevas como para llevar más de dos semanas fuera del concesionario-, él guardó mi bolso en el baúl y se apeó de la puerta trasera del lado del acompañante para tenerla abierta para mí.

Como era de esperarse, las calles estaban medio vacías a esa hora, aún así, Fuentes no se dejó tentar por la escasez de vehículos para pisar el acelerador, respetó a rajatabla cada límite de velocidad, cada señal de tránsito, y cada semáforo lo que me llevó a recordar el tipo de manejo al que yo estaba acostumbrada y que por desgracia acabé perdiendo, ya que se me había pegado el de Vicente y el de Lucas, cuyas vidas parecían depender de cuan apretado mantuviesen el pie contra el pedal del acelerador (bueno, la verdad es que para ser exactos, sus vidas no dependían de nada, eran seres inmortales a grandes rasgos- y digo esto porque hasta ahora, yo conocía una sola forma en que los demonios pueden morir: por medio de un fuego muy particular, y la verdad es que no sé si existe otro modo de perecer, para ellos-).

Igual, pese a que parecía que íbamos a la par del ritmo de una viejita en andador, llegamos a aeroparque con tiempo de sobra para la hora de despegue que tenía programada.

En la terminal había poco movimiento. Fuentes amablemente me guió por la maraña de corredores hasta un extremo del edificio, el cartel de la entrada rezaba: vuelos privados.

Juntos atravesamos las puertas de cristal tintado de marrón. Otro nuevo hall se abrió ante nosotros, éste a diferencia del anterior, totalmente vacío. Había un par de mostradores con cintas para equipaje, pero no nadie los atendía y más de la mitad de las luces estaban apagadas, lo que lo hacía parecer un lugar abandonado.

- Es por ahí- me indicó Fuentes alzando la mano en que tenía asido mi bolso, para apuntar en dirección a la derecha, y allí nos dirigimos. Atravesamos una puerta y luego un pasillo fresco y húmedo, una puerta más nos cerró el paso, Fuentes la abrió para mí. desembocamos en una pequeña salita con sillones de cuero negro, una mesita de café y un par de sillas que daba a lo que me pareció era una pista de aterrizaje por medio de una pared íntegramente confeccionada en vidrio, del lado de afuera, al otro lado de una puerta doble hoja, estaba estacionado una especie de carrito de golf comandado por un hombre en mono azul, gorrita de béisbol y aparatosos protectores para los oídos.

De una puerta a mi derecha, apareció una mujer joven y nos dio la bienvenida amablemente. Lo que más me llamó la atención de ella, fue que usaba mucho maquillaje, sobre todo en los labios: lucía un rojo carmín algo pasado de moda.

Yo no intervine en lo que me pareció eran trámites aeroportuarios, Fuentes y la mujer fueron hasta el mostrador e intercambiaron unos papeles mientras yo esperaba cómodamente instalada en uno de los sillones; la mujer me había ofrecido un café pero yo decliné a su ofrecimiento, no tenía en el estómago nada más que el café que había bebido antes de salir de casa y no se me antojaba que encima, me diese una úlcera.

Lo que fuese que estuviesen haciendo no les llevó más de un par de minutos, luego Fuentes se despidió de mí, y la mujer me guió hasta el carrito de golf que me esperaba afuera para llevarme hasta el avión.

No es que tenga mucha experiencia o conocimiento acerca de aviones, pero sin duda el aparato volador que esperaba por mí a una corta distancia de la terminal, era la cosa más moderna que yo haya visto jamás, tenía apariencia de una aguja; delgado, largo y con las alas muy echadas hacia atrás, parecía demasiado para un corto viaje hasta la ciudad de Mendoza.

Una mujer rubia de cabello enrulado, vistiendo un traje bordó de chaqueta y falda, con camisa blanca y un pañuelo bordó, ocre, blanco y marrón con arabescos, atado al cuello, me esperaba junto a la escalera. La mujer caminó hacía mí cuando el carrito se detuvo. Me dio la bienvenida y se ocupó de mi bolso, para luego invitarme a subir.

Si el avión me pareció mucho desde el exterior, al verlo por dentro quedé completamente convencida de lo excesivo que resultaba para mí. A mí izquierda, una pared de madera rojiza con tantas capas de laca que lucía como recubierta de cristal, separaba la cabina de mando del resto del espacio dedicado a los pasajeros, el cual era amplio y luminoso. Las curvas paredes estaban enteladas con una textura rustica de un blanco hueso, había discretos apliques de luz, ventana de por medio y el piso estaba recubierto de una mullida alfombra con delgadas hondas del mismo blanco y gris topo. El primer grupo de asientos lo conformaban cuatro butacas de cuero blancas enfrentadas en dos hileras, a estas les seguían, de un lado, otras dos butacas una frente a la otra, y del otro, un largo sillón para varias personas, de líneas redondeadas confeccionado, el respaldo y los apoyabrazos en cuero negro, y los almohadones en gamuza marrón. El toque final eran unos almohadones de distintas formas en gamuza marrón combinada con una tela que parecía chantung o algo así, en color verde seco. Al fondo de la cabina había otra pared igual a la que estaba a mi lado, la cual daba a una cocinita y a una segunda puerta -posiblemente el baño-.

Me ubicaron y me atendieron dentro de aquella cosa igual que si yo fuese una princesa y no una simple empleada que iba de camino a retirar un contrato firmado. No me quejé de tal agradable trato y mucho menos del copioso desayuno que me trajeron treinta minutos después de despegar. Tampoco me molestó tener a mi disposición una pantalla plana y un reproductor de dvd’s con un arsenal de películas y música, pero la verdad es que no hice uso del aparato, desayuné y volví a releer el contrato, luego, me distraje un buen rato con los diarios de la fecha y una pila de revistas que la mujer de cabello rubio me trajo luego de retirar la bandeja sobre la cual todavía restaba comida suficiente para alimentar a tres personas más.

Poco menos de dos horas más tarde ya llegábamos a destino.

En cuanto llegamos controlé mi celular, no había ni llamadas perdidas ni mensajes.

El resto de la mañana pasó sin mayores meritos, por las dudas Lucas no hubiese podido escuchar mis mensajes, llamé a casa. El teléfono sonó y sonó hasta que saltó el contestador, evidentemente tampoco había regresado.

Pasé todo el viaje en automóvil hasta el lugar en que me encontraría con quien figuraba en los papeles que me entregara ayer la señora Prieto, con el celular aferrado en la mano derecha y mi mirada saltando del hermoso paisaje que se desplegaba al otro lado de la ventanilla hasta la pantalla táctil de mi moderno celular (perseguida por los nervios de la falta de comunicación, verifiqué al menos en cuatro ocasiones, que el aparato tuviese cobertura, y sí la tenía, de modo que ese no era el motivo por el cual Lucas no se comunicaba conmigo). Pensando en las llamadas, me pregunté si Gaspar habría vuelto a llamar. Como me molestaba tener que haber salido de casa justo a ahora que el líder del clan Salleses decidía volverse a poner en contacto conmigo, no cesaba de preguntarme que motivara su reaparición, lo que sí suponía, era que debía ser algo lo suficientemente importante, y quizá también peligroso.

- Bienvenida, soy el secretario del señor Alba, él la está esperando para almorzar. Permítame que la guíe hasta él.

El hombre que me recibió a las puertas de una edificación muy típica de campo, que estaba identificada con letras de hierro forjado amuradas sobre el dintel de la puerta, las cuales formaban el nombre Alba. Me guió por un jardín mayormente compuesto de rosales, que contorneaba la edificación, hasta la parte posterior.

Las viñas cubrían casi todo el espacio, hacía donde uno mirara, allí habían cultivado.

El lugar era hermoso, con altos árboles y las cumbres más allá.

Lo primero que vi una mesa impecablemente puesta a la sombra de un enorme parasol de lona blanca, unos pasos más allá del pie de madera de dicho parasol, había un hombre canoso de barba, parado de perfil a mí, en camisa, con las mangas remangadas y las manos en la cintura, contemplando la inmensidad del paisaje, mejor dicho, atrapado por el magnetismo de éste.

- Señor Alba- entonó el hombre que me guiara hasta allí, para denotar nuestra presencia. Evidentemente Alba no nos sintió llegar, porque se sobresaltó en cuanto le hablaron.

- Disculpe señor Alba- el hombre me cedió el paso-, llegó la enviada del señor Trueba, ella es al señorita Pérsico- entonó a modo de presentación

Alba giró un cuarto de vuelta para quedar frente a mí, y cuando estuvo en posición me examinó de pies a cabeza para finalmente fruncir la nariz en un gesto de disgusto. - Sí, claro- convino con cierto desdeño-, la esperaba- apartó sus ojos de mí y se dirigió al hombre que me acompañaba-. Puedes regresar a lo tuyo Fabián; me haré cargo apartar de aquí.

- Señor, puedo quedarme si gusta.

- No creo que haga falta, voy a estar bien.

- Disculpe que insita pero…- Alba no lo dejó seguir.

- En el caso de necesitar de ti, te mandaré llamar. No te preocupes, todo estará bien.

El tal Fabián me miró torcido por encima de su hombro, y luego, a regañadientes nos dejó a solas alejándose por el camino de piedra caliza.

- Por favor, acérquese, póngase cómoda, no necesita quedarse ahí parada, no sé que puede haberle dicho su jefe, pero yo, a comparación de otros, no muerdo.

Ante mi inmovilidad, causada en su totalidad por aquellas palabras -yo ignoraba por completo cual y de qué tipo, además de los negocios, era la relación entre Trueba y él- Alba caminó hasta mí y me tendió la mano. Le devolví el apretón.

- Es un placer conocerlo, y permítame el cumplido: este lugar es precioso, parece salido de una postal.

- Así es, pero como oficialmente ya no me pertenece, a partir de ahora tendrá que elogiar por los meritos del cuidado de la casa y el terreno a su jefe.

Me quedé muda, aquellas palabras, más por el tono en que fueron dichas, que por las palabras en sí, destilaban resentimiento e indignación.

- Pase, tome asiento, no hay razón para que nos quedemos aquí parados, no necesariamente tenemos porque convertir esto en algo peor de lo que ya es, además, el almuerzo está listo. No quiero que piense que soy un mal perdedor, ni mucho menos, un mal anfitrión, ni tampoco un maleducado. Le brindaré a usted el beneficio de la duda, no suelo juzgar a las personas como desagradables o malas, simplemente porque trabajan con seres tan desagradables y rastreros como su jefe.

En este mismo instante se me cerró el estomago y me puse muy incomoda. Ya de por sí, por ser este mi primer día de trabajo, estaba algo ansiosa, pero encima tener que defenderme e intentar defender a mi jefe de ser desagradable,  malo y rastrero, no era lo que tenía en mente para sentirme más segura de mi misma.

- Imagino que su jefe no la mandó para ofrecerme una tregua, ¿no es así?- no me dio tiempo a preguntarle a qué se refería ni tampoco a contestarle, con una mueca amarga soltó una carcajada áspera-. ¡Imagino que no!- exclamó-. Apostaría cada una de estas viñas- entonó alzando los brazos a los costados de su cuerpo-, si todavía fuesen mías, a que dentro de su cartera trae usted algo para mí, algo que debe entregarme a cambio del contrato firmado. ¿A qué si?- hizo una pausa-. Venga, no ponga esa cara. Tendrá usted que disculparme, de vez en cuando no puedo aguantarme las ganas de desahogarme-. Apartó una silla para mí-. Siéntese por favor, póngase cómoda. ¿Gustaría probar una copa de nuestro vino? Es decir su vino…¡el vino de la bodega!

El curtido rostro de Alba, tostado por el sol y el viento, se agrió una vez más. Sus  ojos grises, detrás de los anteojos de montura de metal, se aguaron.

Me senté y Alba rodeó la mesa.

- Me agradaría mucho probar el vino- hice un amago de sonrisa aunque no estoy muy segura de que me haya salido muy bien, debe haber parecido más una mueca grotesca que cualquier otra cosa-; si refleja su entorno, tal se supone debe ser, seguro que es magnifico.

Alba tomó de encima de la mesa, una botella de vino tinto que ya estaba abierta esperando por nosotros, y me sirvió media copa. Mi primer pensamiento fue que si me bebía todo ese vino a esta hora, tendría que ir directo a dormir una buena siesta, pero a los pocos segundos, ese burdo pensamiento quedó hecho a un lado. Mi cerebro paladeaba ahora el exquisito y delicado perfume que emanaba desde al copa.

Alba me enseñó la botella. - Pinot noir cosecha dos mil siete; una de nuestras mejores cosechas, la que nos hizo famosos aquí y en el resto del mundo.

Tomé la copa, la contoneé un poco delante de mi nariz y bebí un pequeño sorbo para luego aspirar una pequeña porción de aire. Mi cabeza quedó completamente impregnada de aquel maravilloso aroma. Sin duda -yo no soy una total experta pero igual me creo en posición de poder emitir un juicio más o menos acertado- aquel vino era perfecto. Cerré los ojos y en el líquido, bebí el aire y los perfumes, incluso las sensaciones, que me rodeaban.

- No te hagas el valiente con el vino

que el vino ha perdido a muchos.

El vino es la vida para el hombre,

si lo bebe con moderación.

¿Qué es la vida cuando falta el vino,

que fue creado al principio para alegrar al hombre?

Regocijo del corazón y contento del alma,

es el vino bebido a su tiempo y con mesura.

Bajé mi copa después de haber escuchado a Alba recitar aquello.

- Pertenece al Antiguo Testamento, Eclesiástico, 31,25-. En silencio regresó a su silla-. ¿Y bien, qué te parece?

- Exquisito.

- Me alegro que te guste, espero que al menos tú puedas apreciar el real valor de todo esto- dijo alzando las manos para envolver con un gesto, el paisaje que nos rodeaba.

No acoté nada al respecto del comentario de Alba, quedaba claro que él no tenía una buena opinión de Trueba y que no podía contenerse de hacérmelo saber. Lo que no comprendía muy bien, era porque pensaba que Trueba no disfrutaría ni valoraría en su justa medida ni el paisaje ni los vino de la bodega que acababa de comprar, después de todo era un entendido en la materia y parecía perfectamente capaz de disfrutar de la buena vida. Este lugar era la buena vida en sí, seguro que no le costaría mucho imaginarse perfectos atardeceres rodeado de este jardín de rosas y viñas, con montañas y bellezas por doquier.

- ¿Tiene apetito?- me preguntó al tiempo que destapaba una bandeja que contenía medallones de lomo salseados con una crema color marrón claro que alía como a nuez moscada o algo así. Descubrió también una fuente con pequeñas papás hervidas con cáscara y una ensaladera con una mezcla de hojas verdes de fresco aroma (resaltaba el de la rúcula), tomates secos prehidratados y escamas de queso duro.

Sin darme tiempo a contestar Alba me pidió mi plato y acto seguido, lo llenó de comida.

Sobre la mesa, además de los manjares ya mencionados, había una cesta con pan, una jarra de agua, una botella que por lo su color, me parece que era aceite de oliva, otra con aceto balsámico, un pimentero, un salero, una tabla con quesos, aceitunas y demás exquisiteces. La puesta en escena era digna de un festín de dioses.

Alba rellenó su plato con una cuarta parte de lo que me había servido a mí, y se sentó. Mientras colocaba la servilleta sobre su regazo, me preguntó y llevaba mucho tiempo trabajando para Trueba.

- De hecho no, hoy es oficialmente mi primer día.

- ¿A sí?- hizo una pausa mientras acomodaba los antebrazos contra el borde de la mesa-. Bien, espero no haberla asustado con las cosas que insinué de su jefe, ya se formará usted su propia opinión sobre él, pero dudo que vaya a ser muy distinta a la mía.

- La verdad es que hasta ahora me ha parecido muy correcto y amable.

- Eso es porque todavía no ha tratado lo suficiente con él. No pretendo hacerle hablar mal de su jefe, pero permítame la recomendación: vaya buscándose otro trabajo.

Quizá otra persona en mi lugar, hubiese considerado la recomendación de Alba, pero si Lucas regresaba a casa al menos con una pizca de esperanza, yo no necesitaría ponerme en campaña para conseguir otro trabajo, porque tendría uno esperándome.

- Lamento que el señor Trueba y usted no se lleven bien.

- Es más que eso, señorita Pérsico, creo que estoy a un paso de empezar a despreciar a ese hombre con toda mi alma.

- Disculpe usted mi indiscreción, pero…- hice una pausa para tragar saliva y envalentonarme-, veo que usted realmente quiere estas tierras, es más, me da la sensación de que en cierto modo, las ama; entonces porqué se las vende a alguien que le provoca semejante repulsa.

- Lamento no poder darle una respuesta clara; es un asunto privado.

- Disculpe, no era mi intención entrometerme.

- No se preocupe, entiendo su curiosidad- dijo al tiempo que tomaba su tenedor y pinchaba algo de ensalada-. Debe pensar que me he vendido al mejor postor y en cierto modo, tiene razón.

- Los negocios son negocios, uno no siempre puede elegir con quién tratar.

- Eso es cierto, en ocasiones no tenemos demasiadas opciones de dónde elegir, y por desgracia su jefe llamó a mi puerta cuando yo más lo necesitaba-. Alba amagó con llevarse a la boca el tenedor, pero se arrepintió y volvió a bajarlo-. Estas tierras han pertenecido a mi familia por generaciones. En mis manos ha permanecido esta tierra por los últimos veinte años. Es increíblemente difícil tener que entregar todo aquello por lo que uno ha luchado tanto.

- No quiero que piense que me pongo de lado del señor Trueba simplemente porque trabajo para él, pero la verdad es que me dio la sensación de que realmente siente pasión por lo que hace.

- Y qué cree usted que es exactamente lo que hace su jefe.

- Lo que quiero decir que me dio la impresión de que más allá de ser un hombre de negocios, siente pasión por el vino.

Alba se quedó mirándome fijo sin parpadear.

- La forma en que me habló de sus viñedos…sé que el aprenderá a amar este lugar tanto como lo ama usted.

Alba dejó escapar una risa queda. - Al menos me queda el consuelo de que quizá usted sea capaz de profesarle algo de cariño a este lugar, apuesto mi corazón a que usted no esta hecha de la misma madera que su jefe. Hay algo más en sus ojos y en sus palabras, algo que no hace vano ni sus gestos ni sus actitudes.

- Si le sirve de consuelo, pues que así sea, sé que podría enamorarme de este lugar, es más, creo que ha sido amor a primera vista.

- Me complace oír eso, pero honrando la decencia que me queda, prefiero recomendarle que se olvide de este viñedo y de su jefe, y se mande a mudar en busca de horizontes más claros. Ahora si le queda algo de apetito, coma por favor, no gustaría ser responsable de que alguien tan agradable como usted se debilite.

Por suerte, las pocas palabras que fueron pronunciadas mientras comíamos, dejaron de rondar en torno a Trueba y al pésimo concepto que Alba tenía de él; conversamos cosas más amenas, sobre todo de la tierra, de los rosales, las viñas y los distintos procesos por los que pasaba la uva antes de llegar a una botella como la que nos hacía compañía. Alba también me contó sobre su familia, sobre como habían llegado a convertir un pequeño retazo de tierra en el medio de la nada, en un viñedo respetado. Alba también quiso saber de mí, me preguntó qué hacía antes de trabajar para Trueba y se ofreció a conseguirme otro trabajo con alguno de sus conocidos, incluso me aseguró que si le pasaba mi número, en cuanto volviese al ruedo en el mundo de la vinicultura, me llamaría para ofrecerme un trabajo. Por supuesto, para no ser menos con las típicas conversaciones entre extraños, hablamos del clima, de la comida y del paisaje.

Cuando me percaté, entre los dos ya habíamos dado cuenta de buena parte de la comida que fuera servida en la mesa, y de toda la botella de vino. Debido a eso último, me sentía  un tanto mareada y dispersa, por lo que perdí la real noción de qué estaba haciendo aquí, y para qué. Fue entonces cuando dos mujeres vestidas muy de entre casa, aparecieron y retiraron los platos sucios y las bandejas vacías, para luego traernos el café, que vino acompañado de una torta y una botella de calvados.

Decliné el ofreciendo de más alcohol -ya tenía suficiente corriéndome por las venas- y me bebí mi café, para procurar despejarme un poco antes de sacar el tema del contrato; no me agradaba la idea de volver a amargar la conversación, pero si no me daba prisa acabaría teniendo que retrasar mi vuelo de regreso a casa (cosa que no deseaba por nada del mundo, tenía la imperiosa necesidad de encontrarme con Lucas lo antes posible, no solamente porque lo extrañaba horrores -motivo de peso ya de por sí- sino también porque quería saber qué había sucedido en su reunión con Ariel), ya era media tarde y todavía tenía un buen viaje en auto hasta la ciudad a recoger mis cosas antes de ir al aeropuerto.

Alba se mostró dentro de todo tranquilo, cuando le dije que debíamos ocuparnos de lo que me había traído hasta aquí. Del uno de los bolsillos internos del saco de vestir colgado en el respaldo de su silla, extrajo unas hojas de papel plegadas en tres partes y me las tendió.

- Aquí está la copia de su jefe, encontrará mi firma junto a la de Trueba.

Me molestaba soberanamente tener que comprobar las firmas y la autenticidad del contrato frente a Alba porque me daba la sensación de que podía parecer dudar de su integridad y eso no tenía cabida dentro de las horas pasadas que compartimos, pero era mi trabajo. Con cuidado le examiné cada una de las hojas. No me cupo duda, todo estaba en regla.

Doblé el contrato otra vez, tomé mi cartera, lo guardé allí, y saqué el sobre que la señora Prieto me había dado para Alba.

- Esto es suyo- le dije tendiéndole el sobre.

Alba alzó las cejas. - ¿Eso es lo que me corresponde?- curioseó visiblemente confundido.

Su confusión se me contagió, yo estaba creída que lo que contenía el sobre, era el pago por el viñedo y había cuidado ese sobre con mi vida temiendo que fuesen más ceros de los que yo pudiese costear (y la verdad no se me antojaba endeudarme a causa de un robo o perdida, con mi nuevo jefe), pero evidentemente, estaba equivocada, o Alba no esperaba que yo apareciese con su pago.

- Sí, para usted- insistí estirándome un poco más sobre la mesa, para pasarle el sobre que Alba ni siquiera había hecho el ademán de coger-. La secretaria del señor Trueba me lo dio, me indicó que se lo entregara luego de que usted me diese el contrato firmado.

Alba alzó un brazo por encima de la mesa y tomó el sobre, pero no lo abrió, es más, siquiera le echó una mirada. Así como yo se lo entregué, lo depositó sobre su regazo.

- Bien, supongo que esto es todo, entonces.

- Así parece. Es difícil despedirse de este hermoso lugar, pero el chofer lleva mucho rato esperándome y hay un avión que tengo que tomar.

- Claro, claro- exclamó poniéndose de pie; yo también me levanté. Alba me tendió una mano-. Ha sido un placer conocerte Eliza- dijo tuteándome por primera y única vez.

- El placer fue mío señor Alba. Espero volver a verlo pronto.

- Ojalá así sea.

- En su nuevo viñedo- acoté sonriendo.

- Dios te oiga.

- Así será.

Alba me sonrió.

- Hasta pronto, Eliza.

- Hasta pronto, señor Alba. No se preocupe, recuerdo el camino.

Con un regusto amargo en la boca a causa de la despedida - si las circunstancias hubiesen sido otras, sin duda no me hubiese costado mucho entablar amistad con este hombre-, di media vuelta y me fui. Lo dejé allí, rodeado de las que fueran sus viñas y sus rosas.

Fue un alivio, al llegar a casa y abrir la puerta, ver el brillo de una luz encendida dentro, eso significaba que Lucas estaba de regreso. A pesar del agotamiento físico y mental de un día muy movido, en el cual había experimentado situaciones que a las que ni siquiera imaginaba, tendría que enfrentarme, mi cuerpo se llenó de energía. Mi mente se despejó del embotamiento del vuelo en avión y en mis extremidades volvió a fluir la sangre luego de haber permanecido tanto tiempo sentada. Absolutamente todos los malos e incómodos momentos del día se esfumaron con el simple avistamiento de esa luz, y en una segunda instancia, por el delicioso olor a comida que llegó a mi nariz.

Saqué las llaves de la cerradura a medida que continuaba empujando la puerta.

A penas alcé la vista, lo vi. Estaba sano y salvo, de regreso a casa en una sola pieza y sin un rasguño -al menos sin ningún rasguño a la vista-, y no tenía mala cara, solamente una mueca sería, pero ésta mutó en una sonrisa en cuanto nuestras miradas se unieron.

Arrojé mis cosas a un lado y empujé la puerta para cerrarla, se me fue más fuerza de la necesaria, por lo que el portazo retumbó en el pasillo y presumiblemente, debe haber retumbado en las escaleras también.

Sin que mediase palabra, el caminó hasta mí y yo hasta él, nos abrazamos a mitad de camino. Otro suspiro de alivio increíblemente agradable y reconfortante, se me escapó en cuanto me apretó contra su pecho. Sentí su fuerza sobre mis costillas y fui más conciente del aire que tenía dentro de mis pulmones mientras me estiraba para rodearle el cuello con los brazos. No temí ahorcarlo ni quitarle el aire, él era increíblemente más fuerte que yo, y que le cortase el suministro de aire a sus pulmones no suponía ningún problema.

Inspiré hondo y me llené de su perfume mientras me apretaba todavía más contra él. Mientras tanto, Lucas hundió su nariz en mi cuello y allí exhaló soltando una oleada de aire caliente sobre mi piel, lo cual me provocó un estremecimiento no precisamente desagradable. Supongo que por ser su cuerpo mucho más caliente que el de un ser humano común y corriente, también lo era el aire que salía de sus pulmones, igual que si fuese calentado por una gran caldera que no precisaba de material de combustión alguno para generar calor eternamente.

- Que bueno es estar de regreso en casa- dije siendo la primera en interrumpir aquella hermosa y en apariencia interminable escena. Mi objetivo no era hacer que me soltara, ni que el momento concluyera, pero las palabras brotaron por si solas de mis labios como un eco involuntario de las sensaciones que mi cerebro estaba procesando-. Fue un día muy largo hoy.

- A mí me pareció eterno- comentó Lucas apenas despegando su rostro de mi cuello-. Te extrañé mucho-. Tomando de la cintura, me apartó lentamente de su lado-. No tienes porqué hacer ese trabajo- acotó mirándome a los ojos sin parpadear-. No quiero que te preocupes y mucho menos que te angusties por asuntos que no tienen nada que ver contigo.

- Ni siquiera te sentí llegar- le dije haciendo alusión a que sin duda, acababa de leerme la mente. La verdad es que ni me había percatado de lo que estaba haciendo.

- Disculpa. No era mi intención invadir tu privacidad, ha sido casi sin querer, y fue muy superficial, en cuanto te toqué me percaté de todos esos sentimientos confusos… Puedes renunciar cuando quieras, les diremos a tus padres que yo te he conseguido un trabajo mucho mejor.

- ¿Eso quiere decir que estoy próxima a tener otro trabajo?

Lucas desprendió sus manos de mi cintura, dio media vuelta y se alejó en dirección a la cocina para revolver algo que se cocía dentro de una profunda sartén.

- Eso quiere decir que no- me respondí a mí misma perdiendo el aliento.

- Yo no dije eso…- replicó mirándome por encima de su hombro sin dejar de revolver la salsa de un rosa pálido que borboteaba dentro de la sartén. Sacó la cuchara de madera den dentro de la salsa, bajó el fuego y volvió a tapar la sartén-. Enfrentarse a las reglas de mi mundo no es exactamente como cocer y cantar. Es bastante más complicado que eso. Lo creas o no, existe más burocracia en las reglas de mi mundo que en el de los humanos-. Hizo una pausa-. ¿Por qué me miras con desconfianza?

De hecho sí, lo miraba con una ceja en alto, temiendo que por no arruinarme la noche, o quizá la vida, no se atreviese a decirme la cruda verdad.

- Va a llevar algo más de trabajo, es todo-. Dio vuelta la cabeza, tomó de la mesada un paquete de espagueti y de un golpe seco contra el granito, lo abrió. El embase plástico se despegó limpiamente por la parte superior. Acto seguido, arrojó los fideos al agua hirviendo.

- ¿Que fue exactamente lo que pasó?

- Porqué no te pones cómoda para la cena, lo hablamos más tarde, ¿sí?

Rumié su propuesta no muy convencida, al final cedí.

Antes de dar media vuelta para recoger las cosas que había tirado por ahí al entrar, le pregunté a qué hora había llegado y si había llamado alguien.

- Llegué hará una hora, y no, no llamó nadie, por qué, quién tenía que llamar.

Gaspar me había pedido que no comentara con nadie que me había llamado. - Nadie en particular- contesté intentando pensar en otra cosa para evitar que Lucas adivinase el nombre de Gaspar en mi cerebro. Por las dudas, de pasada, le eché un vistazo a la pantalla del teléfono, no había mensajes.

Poner un poco de orden en mi cuarto y cambiarme con ropa más cómoda y acorde al calor que persistía varias horas después de la caída del sol me tomó la misma cantidad de minutos que a la pasta cocerse.

Lucas puso frente a mí una montaña de fideos prolijamente acomodados en un ovillo cuyo centro estaba lleno de la salsa rosa que olía tan bien, así con la salsa, sobre el mantel azul Francia que cubría la mesa, el plato parecía una isla volcán emergiendo de un océano de color paradisíaco. Le hice saber que la porción era exageradamente grande, pero él se limitó a decirme que me callara y comiera. Si esperaba mantenerme callada hasta que me mi plato quedara vació se equivoca.

En cuanto se sentó frente a mí, tomé la cuchara y el tenedor y probé la cena, tenía hambre pero en realidad no me hacía ninguna gracia admitirlo, me parecía que había cosas más urgentes que los crujidos de mi estómago.

La comida estaba exquisita.

Tomé un sorbo de agua y volví a la carga.

Lucas tenía la boca llena y le tomó un par de segundos tragar para poder hablar, pero en el ínterin me puso cara de enojado mientras gesticulaba como loco.

- A veces eres insufrible.

 Que novedad, Vicente solía decirme lo mismo cuando yo insistía con aquellos asuntos que el no quería tratar. La pasta que acababa de tragar se me quedó atorada en alguna parte del tracto digestivo, no se exactamente dónde, pero el estómago se me cerró al instante.

- ¿Qué dijo Ariel, se enojó, prometió cooperar o directamente te mandó de vuelta a casa antes de que le pudieses decir una sola palabra? Bueno, no creo que fuese eso, tuviese que pasar la noche fuera. ¿Y bien, que dijo? Vamos, Lucas, porqué tanto misterio.

Lucas se enjuagó la boca con agua, se secó los labios con una servilleta y luego enderezó la espalda.

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