Porque no pude detenerme ante la muerte

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-¡Ayah! -vociferé, levantando la espada por encima de la cabeza para bloquear el ataque por la espalda y apartando de un empujón la hoja metálica de mi cuerpo-. ¡Eh, se supone que me tienes que proteger! -le grité a Atrius.

Me di cuenta de que mi capitán tenía sus propios problemas e intenté no echarme a reír por nuestra situación. Teníamos edad suficiente para haber engendrado a cualquiera de los jóvenes hombres y mujeres que nos rodeaban, pero nos las estábamos arreglando estupendamente para que no nos dieran una paliza demasiado grande. Atrius estaba combatiendo contra dos mujeres soldados, cuya pericia con la espada me habría parado a admirar si no hubiera estado tan ocupada.

-Mira, me cuesta un poco compadecerme de ti en estos momentos -jadeó Atrius-. ¡Francamente, apáñatelas tú sola, Conquistadora! -añadió, al tiempo que recibía un patadón en la mandíbula, cosa que la futura oficial pagó muy cara.

Me eché a reír y seguí adelante, aunque por fin sentía la edad a medida que la fatiga se apoderaba de mis músculos. Aunque sabía que mañana iba a pagar carísimo este exceso de ejercicio, lo cierto era que en este momento estaba disfrutando. Por encima de cualquier otra cosa, era guerrera, y aunque rara vez lo confesaba, casi nada me daba tanto placer como un buen combate.

Trabajaba con dos espadas, atacando con una corta al tiempo que paraba una estocada tras otra con mi espada larga. Lancé una patada hacia la izquierda, sin ver, pero noté cómo mi bota se hundía en carne blanda. Al mismo tiempo, oí un gruñido y un silbido de aire que salía despedido de un par de pulmones. Por el rabillo del ojo vi que un joven soldado caía de rodillas.

Los reclutas por fin se dieron cuenta de que tenían que trabajar juntos. Éste era el motivo de que Atrius y yo sometiéramos nuestro cuerpo a esta agonía. Los aspirantes a oficiales tendían a ser una panda arrogante y a menudo inmadura. Este pequeño ejercicio les enseñaba que uno tenía más posibilidades de alcanzar la victoria si trabajaba con sus hombres. De repente, dos y tres de ellos empezaron a colaborar en sus ataques, y antes de que pudiera evitarlo, me levantaron las piernas por el aire.

Cuando mi espalda golpeó el suelo, el impacto me hizo perder la espada corta, al tiempo que una patada en la mano lanzaba mi otra espada a varios metros de distancia. El joven sonrió victorioso. Más tarde le diría que esto había sido su ruina. Yo estaba tumbada boca arriba, intentando recuperar el aliento, y entonces él alzó la espada con las dos manos para hundir la hoja en mi garganta. Lo único que cabe esperar en esta clase de situaciones es que la adrenalina no pueda con el joven recluta y que éste detenga efectivamente la estocada antes de atravesarte la piel. Observé su estilo y su postura mientras la espada se acercaba a mí y detecté al instante cuál era su punto débil.

Junté las manos de golpe, atrapando la parte plana de la hoja entre las palmas. Me moví rápidamente, antes de que el joven supiera siquiera qué estaba ocurriendo. Con toda la fuerza que logré darles a mis brazos y hombros, empujé bruscamente hacia delante y hacia arriba. La empuñadura de la espada corrió hacia él y lo golpeó en la barbilla.

Giré la espada, agarré la empuñadura y, con la poca agilidad que me quedaba en las piernas, me levanté de un salto del suelo. El hombre seguía retrocediendo a trompicones y apreté la mandíbula por empatía. Seguramente sentía que toda su cara era un inmenso nervio expuesto al aire mientras la sangre manaba de la raja que tenía en la barbilla. Me sorprendería que no se hubiera mordido la punta de la lengua. Agachándome, lancé una de mis largas piernas contra sus pies y cayó al suelo.

Una, dos, tres veces hice girar la espada en la mano, soltando un pavoroso grito de guerra. Al hombre caído se le pusieron los ojos como platos cuando la espada bajó directa a su cabeza. En el último segundo, me torcí a la derecha y hundí la hoja en la hierba blanda, apenas a un pelo de distancia de la oreja del soldado. Mi pecho jadeaba por el esfuerzo, la adrenalina corría por mi organismo y entonces oí los vítores. Los demás reclutas se habían echado atrás y aplaudían.

La Conquistadora (Camren)Where stories live. Discover now