Cómo hierve el cerebro de los amantes y los locos

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Por primera vez en diez estaciones, Sylla no me despertó por la mañana, y por primera vez en otras tantas estaciones, yo no me desperté antes del amanecer. Cuando por fin me libré del sueño que me sujetaba en sus tenues garras, me quedé contemplando el elevado techo. Aunque los tapices todavía tapaban las ventanas, me di cuenta, por la luz que se colaba por los bordes de los pesados paños, de que la mañana ya estaba muy avanzada. Lo siguiente que noté fue el latido del corazón que palpitaba contra mi pecho. No era mi propio corazón, sino el de la pequeña castaña, cuyo cuerpo estaba echado encima del mío. Qué manera tan maravillosa de despertarse, pensé.

Sonreí, una sonrisa amplia y perezosa, mientras escuchaba los suaves ronquidos de Camila al dormir. Por los dioses, ¿quién habría pensado que algo así me resultaría entrañable? Mi joven esclava dormía profundamente, cosa que normalmente no hacía, pero estaba segura de que los hechos de la noche pasada y de la madrugada eran el motivo. Me solté con cuidado y puse de lado a Camila, que soltó un leve murmullo de protesta mientras seguía durmiendo. Me levanté y coloqué entre sus brazos la almohada aún caliente donde había descansado mi cabeza. De nuevo se oyó un suave gemido, pero esta vez oí las palabras, que me dejaron sin aliento.

-Mmmm, Lauren -susurró levemente.

La besé en la frente y me apresuré a ponerme la misma ropa del día anterior. Tras pasarme los largos dedos por el pelo, pensé que al menos estaba lo suficientemente presentable para bajar a las cocinas. Por una vez, tenía hambre, pero me intrigaba más por qué Sylla no había aparecido por la mañana para despertarme.

Esquivé a unas cuantas pinches de cocina, con los brazos cargados de platos, y cuando sostuve abierta la puerta para que pasara la más bajita de las tres, ésta me miró como si fuera una aparición. Por Hades, con una mirada así a una se le bajaban todos los humos.

-Tranquila, chica, pasa -me obligué a decir amablemente.

-Muchas gracias, Señora Conquistadora -respondió, entrando hacia atrás por la puerta a toda velocidad. Sus ojos no se apartaban de los míos. No sabía si tenía tanta prisa por todo lo que llevaba en los brazos o si sólo quería alejarse de mí.

Me di cuenta de que aunque hacía casi cinco estaciones que no asaltaba a una mujer, mi reputación seguía precediéndome. Seguramente la cosa no mejoraba porque me había hecho tan monarca que no sólo no visitaba nunca algunas partes del castillo, sino que rara vez sabía si alguien trabajaba para mí o no. Apenas conocía a nadie en mi propia casa. La idea me hizo tomar la decisión de cambiar este estado de cosas. No sabía cómo, pero lo iba a intentar. Se lo preguntaría a Camila. La idea se me escapó sin más. ¿Pedirle consejo a mi esclava sobre cómo gobernar? No, me contesté a mí misma: preguntarle cómo conocer a la gente. Camila parecía saber mucho sobre las personas, parecía comprenderlas, así como los sentimientos que las impulsaban.

Al entrar en la pequeña cocina privada que era el dominio de Delia, me alegré de ver que la mujer de más edad estaba muy afanada trabajando una masa encima de una gran losa de piedra.

-Vaya, vaya, buenos días, Señora Conquistadora, ¿cómo estás hoy? -me dijo, apartándose de la cara un mechón suelto de pelo con el brazo, pues tenía las manos cubiertas de harina.

-¿Sylla está enferma? -pregunté rápidamente.

Me miró con una sonrisa cansada y meneó la cabeza.

-Buenos días, Delia, estoy estupenda, ¿y tú? -dijo la mujer, hablando al aire.

No pude evitar sonreír, como una niña a quien hubieran pillado robando un bollo de más de la bandeja.

-Lo siento. Buenos días, Delia. Estoy bien, gracias.

-Me alegro mucho de oírlo. -Continuó amasando, echando más harina en la mezcla-. Supongo que has bajado por fin porque tienes hambre, ¿no?

La Conquistadora (Camren)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora