Capítulo 35: ¡Oye, mago! ¡Eres un niño de verdad!

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Los días empezaban a volverse tediosos, cuidar a sus hermanas, saltar a las clases de magia, seguir manteniendo el Palacio Esmeralda en píe, los tapices, los gastos de su hermana, mantener a su familia sana, soportar a Lucas. Todo eso empezaba a pasarle factura, y lo único que realmente le daba algo de tranquilidad eran las esporádicas cartas de Sir Arthur.

Aunque, con aquello también había que andarse con cuidado. Desde que Tatiana le enviaba cartas a su caballero favorito, Claude había parecido muy entusiasmado de desperdigarle trabajo extra a Sir Arthur incluso cuando este estaba en pleno viaje de vuelta al norte.

Ah, su padre era todo un personaje.

Pero, volviendo a la cuestión Tatiana estaba convencida de que estaba empezando a volverse loca y no se estaba dando cuenta.

"A este paso, no me suicidaré por depresión, lo haré por estrés" sentenció, mirando la estúpida planta que tenía que curar ese día. Aunque fastidiosas, las clases de magia de curación estaban dando frutos, porque Tatiana ya podía curar de forma más o menos decente una planta moderadamente grande.

Ella sonrió cuando la planta de lindas flores blancas se enderezó, luciendo los retoños de flor.

Lucas, en la esquina de la habitación, entrecerró los ojos e hizo un gesto de antipatía.

—No hiciste que los capullos florecieran—dijo, desestimando todo su duro trabajo—, si no haces que los capullos florezcan, no podrás curar a una persona de una simple maldición. Menos de una maldición de magia negra.

Aunque, en realidad, Lucas se guardó para sí el hecho de que ella estaba al nivel de un mago adulto al curar una planta dañada de forma tan agresiva, aún cuando ella no había consumido su mana.

Tatiana volteó a la planta, su cuerpo tenso por la derrota y, en vez de insultarlo con afiladas palabras por rebajar de esa manera su logro, hizo algo que Lucas nunca esperó que hiciera o, que al menos, nunca había hecho frente a él.

Ella bajó los hombros, y miró a la planta con verdadera melancolía.

—Si voy tan lento, nunca lograré curar a papá.

¿Estaban sus ojos, acaso, humedecidos?

Lucas, aquel que no tenía sentimientos y se había quedado en ese palacio para entretener su larga y aburrida vida, no supo qué hacer con eso.

Bueno... tal vez no debía ser tan duro.

—Uh, aunque... ¿No floreció ese pequeño capullo de allá?— Lucas señaló, sin verdadero interés. Tatiana, que estaba realmente decepcionada de sí misma, se echó el cabello hacia atrás y miró más de cerca. En una esquina, muy pegada al tronco de la planta, una tímida ramita tenía una pequeña flor blanca que acababa de florecer.

¡Ah!

¡¡AH!!

Tatiana saltó, una larga sonrisa en su rostro joven le iluminó la expresión y, luego, sin ni siquiera pensarlo, se echó a los brazos de Lucas.

—¡Gracias! ¡Gracias, Lucas!

El mago, petrificado, sólo miró con sus rojos ojos a la pared, mientras era abrazado por una efusiva princesa que no conocía muy bien el concepto de espacio personal.

—Oy- —él intentó hablar, pero Tatiana lo apretó más fuerte.

—¡Se lo diré a papá! ¡Se lo diré a Félix! ¡Se lo diré a todos!—y saliendo del estudio, dejo a Lucas solo y confundido.

Él parpadeó, mirando sus manos, el lugar en donde ella antes había tocado tenía una sensación extraña y antes, cuando la vio a punto de romper en llanto, algo se estremeció en su interior.

¿Quién me convirtió en la hermana mayor de las princesas?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora