Familia Griffin-Woods (especial, parte 2/2)

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La fiesta se oía bastante animada abajo, pero lo cierto es que no tenía muchas ganas de unirme a un montón de chavales de diecisiete o dieciocho años, en una celebración que tampoco tenía tanta importancia, aunque para mis hermanos fuese el evento del año. Sí, lo sé, solo tengo veinte años, no hace mucho yo era ese chaval y esa era mi celebración, pero, ahora que ya llevaba dos años en la universidad y había ido a todas las fiestas posibles, cada vez valoraba más una charla adulta o quedar para tomar algo en plan tranquilo con mis amigos. Tal vez los mellizos tuvieran razón y me estaba convirtiendo en un viejo de cuerpo joven, justo como nuestra madre Lexa siempre le decía a Clarke, quizás era algo que llevábamos en los genes ¿no? Porque Belle, cuatro años menor que Ivy y Elliot, muchas veces era más madura que ellos, incluso más que yo en algunas ocasiones.

Estaba un poco en desánimo, gracias a un estúpido resbalón cuando practicaba parkour, me había partido el brazo, lo cual me avocaba a un par de meses de reposo y quietud. No podía hacer deporte y apenas tocar el piano correctamente, porque con una mano, ya me dirás, y eso precisamente intentaba en ese instante, practicar unas partituras sencillas a una sola. Cada vez que me sentaba a tocar el piano sentía como si toda mi existencia se solucionase por unos instantes, como un remanso de paz dentro del día a día, y no es que mi vida fuese complicada o mal, al contrario, me consideraba un chico feliz y con bastante suerte, pero la paz en esos instantes era tan real, tan mística.

Había empezado a tocar con seis años, poco después de la muerte de Bellamy, el que resultó ser donante para que nuestras madres pudieran formar la familia, bueno, en mi caso digamos que la donación fue un poco más... Al uso, sí, sé que fui producto de un error, de una noche accidentada y con resultados inesperados, y quizás en otras circunstancias me habría horrorizado, pero me lo contaron con quince años y como parte de la educación adolescente que todo chaval debería recibir: no confiar nunca en la suerte, no aceptar bebidas de gente que no conoces, no pasarse con el alcohol, evitar las drogas y siempre, absolutamente siempre, usar protección si no quieres sorpresas. Otra lección de aquella etapa de sus vidas fue lo importante que era el amor, la familia y la confianza, el afrontar el problema juntas, sacar lo bueno de algo malo, en ese caso lo bueno sería yo, el primer bebé del gran clan Griffin-Woods.

La muerte de Bellamy me había afectado mucho, no por considerarlo mi padre, nunca lo pensé como tal, ni siquiera cuando me explicaron a esa tierna edad que él había sido el hombre que ayudó a mis madres a tenernos a los cuatro, para mí era el tío Bell, uno de mis favoritos y de los referentes masculinos de mi corta vida por entonces. Por momentos me convertí en un niño rencoroso e hiriente, solo tenía seis años cuando eso sucedió, y hacía muy poco que sabía que él era nuestro padre biológico, yo, que por entonces no entendía muy allá conceptos complejos de los adultos, a veces solo quería ser un chico normal, como mis compañeros de la escuela, ya se sabe, un papá y una mamá, no dos mamás, supongo que mi mente infantil no era capaz de procesar que una madre es aquella que te quiere, te cuida y te protege, no solo la que te da a luz o, en caso del padre, el que pone la semillita. Sí, fui cruel con Clarke, pero sobretodo con Lexa, en el colegio nos habían explicado el proceso de tener bebés, siempre de manera imaginativa, supongo que para no impresionar, y entonces vine a decir una de esas cosas que una madre no gestante espera no escuchar jamás, decirle que ella no era mi mamá. Hoy en día aún me odio por ser así de insolente, aunque ella me lo perdonó instantáneamente, sé que tuvo que dolerle como mil infiernos oírme decir eso, incluso cuando, en el fondo, no lo creía. Lexa siempre ha sido mi madre, la que nos seguía el juego, la que tenía más energía de las dos y la que menos se enfadaba, al menos la que más fácil era hacerle olvidar que habíamos hecho algo malo, y por eso Clarke le decía que era una blanda, siempre con esa sonrisa de amor verdadero en su cara, porque mis madres se amaban con locura, la misma con la que nos amaban a nosotros cuatro, porque éramos una gran familia.

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