28. Una rosa azul

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Por fin había sucedido, Clarke me había besado. Después de haber luchado contra mis tremendas ganas de unir nuestros labios, tratando de resistirme a la tentación que me supone la rubia, había sucedido. Lo cierto es que la charla previa sobre sexo había facilitado la situación, nos habíamos ido acercando poco a poco, cada vez las caricias se hacían más evidentes y pronto me vi arrastrando mi boca por su mandíbula, solo tratando de evitar perderme en su boca. Tardó en reaccionar, vaya que sí, pero finalmente se lanzó y me besó, y con qué ganas lo hizo, arrancándome un gemido desde lo más profundo de mi garganta.

Esa noche no tenía intenciones sexuales con Clarke, no en principio al menos, sí que quería compartir mimos, caricias y besos, pero no pensé que nos acostaríamos, aunque bien mirado, era bastante probable que eso sucediese teniendo en cuenta nuestros antecedentes y las ganas que nos teníamos la una a la otra. El beso se calentó rápido y pronto sentí las manos de Clarke bajo mi ropa, eso era demasiado para mi más que excitada mente, que no tardó en reaccionar, junto con mi cuerpo. Empecé a desnudar a la rubia casi antes de darme cuenta de lo que estaba haciendo, mi deseo había decidido por mí que esa noche no se quedaría en solo besos, quería mucho más, necesitaba mucho más.

Clarke pareció conforme con el avance, pues ella misma tiró de mi blusa para que me la quitase y tan rápido como tuvo acceso a mi espalda se deshizo de mi sujetador y me agarró bien fuerte el trasero con las dos manos; aunque lo cierto es que yo también estaba teniendo mucha iniciativa y ya la había desnudado de cintura para arriba tras tumbarla sobre el sofá.

El olor de Clarke impregnaba mis fosas nasales, nublándome totalmente la cabeza, junto con el cálido y suave tacto de su piel contra la mía, los roncos sonidos que emitía su garganta y los besos y caricias que cada vez se hacían más intensos, todo junto me hizo perder el juicio, en el buen sentido. Guié la mano de Clarke dentro de mis pantalones, sobre la ropa interior, mientras la acariciaba a ella de la misma forma, de verdad que necesitaba sentirla ya, que redujese un poco la tensión que se había acumulado entre mis piernas; ella correspondió el movimiento, acariciando muy sutilmente, demasiado en realidad.

Incluso la breve, pero trascendental, conversación sobre si era o no demasiado pronto para acostarnos, no pudo cortar los latigazos de deseo de nuestros cuerpos. Traté de recoger nuestra ropa del suelo antes de ir a mi habitación, primero porque no me gustaba dejarlo todo botado por ahí, y segundo porque no sabía a qué hora volvería Anya y si para entonces ya habríamos salido del cuarto; ella no volvería hasta el día siguiente, pero yo albergaba la esperanza de que Clarke estuviese aún conmigo para entonces. El problema es que de un primer vistazo no encontraba mi sujetador, porque la rubia se había deshecho de él con muchas ganas y no sabía dónde había acabado, así que Clarke no esperó más y tiró de mí hasta la habitación.

Más rápido de lo que tardé en darme cuenta de lo que estaba sucediendo, ya tenía a Clarke follándome bastante duro contra la puerta del cuarto, tomando el control absoluto de la situación, prendiéndome totalmente, porque hacía muchísimos años que no dejaba que nadie me hiciese sentir sumisa, pero con Clarke había cedido el control varias veces y me encantaba que tuviese ella el poder y me dominase, me encendía totalmente que hiciese conmigo lo que quería, duro, fuerte e intenso. Así como fue el orgasmo que me provocó, también duro, fuerte e intenso. Clarke subió sus dedos hasta su cara, esos que estaban totalmente impregnados de mi esencia, y los lamió después de introducirlos en su boca, eso solo sirvió para sacarme de golpe del descanso post orgásmico y lanzarme con todas las ganas a devorarla, esta vez sobre mi cama, y, aun siendo yo la activa en ese instante, Clarke seguía teniendo el control, manteniéndome apresada con sus piernas alrededor de mi cabeza y su mano tirando de mi cabello para mantenerme allí, follándose mi boca con muchas ganas.

La noche se extendió hasta altas horas de la madrugada, entre jadeos, gemidos y susurros, caricias besos y orgasmos, hasta finalmente caer rendidas en los brazos de Morfeo.

Hasta que llegaste túWhere stories live. Discover now