38. Resignación

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Habían pasado tres semanas desde la boda de mi madre, desde esa noche no había vuelto a ver a Clarke, porque, no sé muy bien cómo, habíamos acabado por darnos un tiempo muerto en la relación, para poder mirarlo todo desde una perspectiva más óptima. Bueno, en concreto, parecía que era yo la que necesitaba aclararme, porque Clarke me había confesado que me amaba y que no tenía dudas sobre sus sentimientos, si no sobre los míos, y eso tenía que doler mucho, porque yo no hice más que confirmar sus sospechas, algo no estaba bien por mi parte.

Que quería a Clarke era un hecho irrefutable, pero ella sacó aquel tema clave sobre tener niños y sentí más real que nunca el miedo a perderla, porque para ella, mi felicidad debía estar por delante, un futuro común juntas no podía opacar nuestros deseos individuales como personas, y tenía más razón que un santo, pero eso no lo hacía más sencillo.

No hacía ver fácil la posible ruptura de nuestra relación si yo no podía ser plenamente feliz solo con ella, no mientras hubiera dudas dentro de mi cabeza, no si aún sentía que no podía darle mi cien por cien.

No me gustaba la idea, no, claro que no, pero darnos un tiempo tenía sentido. Si era cuando estábamos juntas que no podía pensar nada más que un futuro a su lado, necesitaría días sin ella para comprenderme a mí misma, en un camino de autodescubrimiento e introspección.

Un arduo camino, porque habían pasado veintiún días y yo solo podía pensar en que la echaba de menos, mis inclinaciones a formar una familia con ella no habían cambiado, yo no podía contemplar que nuestros caminos se separasen, no lo concebía de ninguna forma naturalmente posible. Y ese era mismamente el problema, porque si Clarke definitivamente rechazaba la idea de tener hijos, yo no sabía cómo me sentiría.

Sabía que quería envejecer a su lado, pero no si conseguiría superar todos los obstáculos que pudiese ponernos la vida. Seguía sin conseguir el cien por cien de seguridad en un "Nosotras", aunque, con cada día que pasaba, estaba más cerca del noventa, ahora me preocupaba que en los siguientes siete días no alcanzase el cien.

Toda la conversación de esa noche se repetía en bucle dentro de mi cabeza, la firmeza de Clarke en su fe en mí no se había tambaleado ni un poco, yo necesitaba alcanzar ese mismo punto para poder confirmarle que la querría para siempre, pero, a día de hoy, seguía sin tenerlo del todo claro, sin embargo, me sentía cada minuto más cerca.

Lo que si me estaba comiendo de los nervios era la supuesta libertad sexual, claro, Clarke no lo propuso como si le hiciese real ilusión esa idea, más bien le causaba repulsa, pero un tiempo muerto significaba eso ¿no? Una pausa, un pequeño stop, en el que ella era libre, en el que yo era libre. No suponía que Clarke se fuese a ir con cualquiera, al fin y al cabo solo eran cuatro semanas las que pasaríamos separadas, si ella me amaba como decía, no necesitaría calmar ninguna clase de deseo sexual con nadie.

Claro que, cuando me lo preguntó, debí decirle que no, pero, por contrario, acepté. Porque aunque la idea era nefasta, éramos dos mujeres adultas y libres, yo confiaba en ella, y ella en mí, ninguna de las dos necesitaba irse a otro lado a buscar sexo o cualquier clase de complacencia física. No nos hacía falta, pero también me moría de celos de pensar que pudiese pasar, Clarke es una mujer muy potente, a nivel sexual y físico, no le costaría nada tener a unos cuantos babeando por sus curvas. Pero no, no podía ser, Clarke no me haría tal cosa, aunque hubiésemos estado de acuerdo en tener libertad sexual, ella no lo haría. Y, si lo hiciera, por dios, en esa remotísima posibilidad de que lo hiciera, tendría que aceptarlo, porque esperaba que no sucediese, pero, de hacerlo, por favor, que no significase nada.

Esa noche de sábado me había quedado en casa, tumbada en el sofá, leyendo "El Médico", uno de los libros favoritos de Clarke, y que llevaba en mi biblioteca desde que ella misma me lo regaló, el día en que cumplí los dieciocho, era tal vez la quinta vez que me lo leía. Esa noche me quedé trabada en la página 205, porque la leí tantas veces sin concentrarme que no fui capaz de pasar hoja, mis pensamientos estaban anclados en Clarke, en qué estaría haciendo ella en ese instante, gracias a Raven y a Octavia sabía que mi rubia estaba igual que yo, ambas echándonos de menos como mil demonios, pero eso no me parecía suficiente, de verdad que necesitaba verla sonreír de cerca, porque no me veía aguantando siete días más.

Hasta que llegaste túWhere stories live. Discover now