35. Adiós vacaciones

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No sabía qué hora sería, pero lo que sí sabía era que deseaba que el tiempo se detuviese justo en ese instante. Lexa y yo acabábamos de hacer el amor sobre la arena, en una cala perdida y solitaria, tras de haber visto uno de los atardeceres más hermosos que recuerdo, después de contemplar un rato al luna y las estrellas, nos habíamos entregado la una a la otra, y aunque fue de una manera bastante ruda y rápida, había sido tan increíble como el sexo más lento y sensual, porque cualquiera de las formas de hacer el amor con Lexa me satisfacía, mucho más allá de lo físico, era como tocar el cielo y el infinito, era como magia hecha carnal.

Acabé derrotada sobre el cuerpo caliente de Lexa, yo estaba desnuda de cintura para arriba, ella aún conservaba su camiseta, aunque tenía el torso casi totalmente descubierto por la tela apartada. Sé que pasaron al menos dos minutos hasta que recuperé mi respiración, sintiendo contra mi pecho el rugir del corazón de Lexa, calmándose tras el orgasmo, sé que no podría haber sido más feliz en ese momento. Ella me había arropado como pudo con su sudadera, pero realmente me bastaba con su protector y cálido brazo rodeándome para no sentir el más mínimo frío, de todas formas, acabó convenciéndome de que me la pusiera, así que lo hice, directamente y sin vestirme con mi ropa, le coloqué la camiseta y nos volvimos a tumbar.

Simplemente nos quedamos allí, contemplando la inmensidad del universo, tumbadas la una al lado de la otra sobre la toalla, con el embriagador sonido del mar lamiendo la orilla, la respiración de Lexa a mi lado y su envolvente calor. Nuestras manos estaban agarradas entre nosotras, mientras las otras eran usadas como una improvisada almohada, no necesitaba más que ese leve contacto con ella, porque solo con eso ya sentía que me daba todo.

Pasado un rato más, decidimos que era hora de subir a donde habíamos dejado el coche, recogimos todo y aproveché para tomarnos una foto juntas, otra más para la colección, con los acantilados y mar de fondo, era una instantánea preciosa. Empezamos a subir, usando las linternas de nuestros móviles para iluminar el camino, Lexa iba delante y no me soltó la mano ni un momento. Llegamos hasta los tótems de piedra que marcaban la entrada al camino, atravesamos los matorrales, primero Lexa, después yo.

No me dio tiempo a dar dos pasos cuando topé de golpe con la espalda de Lexa, que se había quedado paralizada mirando al frente, asomé a ver su perfil, tenía la boca abierta y los ojos muy abiertos, así que seguí el camino de sus ojos y, oh, dios.

Al lado del coche que habíamos alquilado había otro aparcado, pero eso no era lo sorprendente, el sitio era espectacular por las vistas y la privacidad, lo que nos dejó de piedra fue que, en ese coche, había una pareja montándoselo a todo trapo. Nada escandaloso ¿no? Pues sí, sí porque estaban fuera del vehículo, no dentro. Era un todoterreno, también de alquiler, porque llevaba una pegatina identificativa, el chico estaba de pie sobre el estribo lateral de la puerta trasera, que era corredera y estaba totalmente abierta, por el espacio se asomaban las piernas de una chica. Entonces entendí lo que estaba escuchando, el inconfundible sonido de los cuerpos chocando, gemidos, jadeos y gruñidos, cómo demonios no nos habíamos dado cuenta antes.

-Qué caña se están dando ¿no?- susurré en el oído de Lexa con una risita, que seguía mirando al frente sin parpadear- ¿Qué hacemos?

-Si queremos llegar al coche, tendremos que... ¿Hacer como que no los hemos visto?- preguntó mirándome.

Volví la vista a la pareja, nuestro coche era un turismo básico pequeño, aunque nos arrastrásemos hasta llegar al vehículo, la pareja se enteraría, por no decir que, desde el momento en que arrancásemos, se darían cuenta, puede que hasta les causásemos un infarto del susto a los pobres. Buenos, pobres no, que menuda fiesta tenían ahí montada los dos, lo que es un polvazo en toda regla; oh, bien que en ese momento el chico bajó al suelo y se inclinó para hacerle un oral a la chica mientras él se la agitaba fuerte.

Hasta que llegaste túDonde viven las historias. Descúbrelo ahora