Capítulo 50

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Sus palabras me paralizaron completamente; mi mano temblaba y estoy segura que se me habían ido los colores de la cara.

—¿En qué hospital estás?— atiné a decir.

—Fremap.

—Voy para allí.

—No es necesario, preciosa.

—Quiero estar contigo. Si tú no me quieres a tu lado, lo entiendo.

—Claro que te quiero a mi lado.

—Entonces ya salgo.

Corté la llamada y le expliqué a la señora James lo que había pasado y me cambié rápidamente. El señor Torres me abrió la puerta del auto y agradecí internamente el no tener que manejar en este estado. 

Todo el viaje fui deseando que esté bien y que nada le pase; ni a ella ni al bebé. Necesitaba saber cómo había sido el intento de suicidio. También pensaba en Felipe; si algo pasara, se echaría la culpa. Se lo reprocharía toda la vida a sí mismo.

—Señorita Robbins, hemos llegado— me dice el señor Torres llamando mi atención.

—Gracias.

Entro por las puertas del hospital y pregunto dónde está la sala de espera de urgencias. Una enfermera me lo indica y me apresuro a llegar. Ni bien abro la puerta lo veo; está sentado con las manos en la cabeza. Le toco el hombro y levanta la mirada del piso. En cuanto me ve, sus ojos se llenan de lágrimas y se levanta para abrazarme.

Lo dejo que llore en mis brazos, lo necesita. Lo envuelvo lo más fuerte que puedo y nos quedamos así por un rato. Cuando siento que se calma, lo alejo un poco para mirarlo; le doy un suave beso y le seco las lágrimas.

—¿Qué pasó, cariño?

Me indica que nos sentemos y lo hago. Él lanza un suspiro. 

—Llegué a su departamento, toqué la puerta y estaba abierta. Me asusté así que entré. La llamaba y no me respondía. Me fijé en las habitaciones y no estaba. Golpeé la puerta del baño y la escuché llorar.— su voz se quebró más— Cuando entré, se estaba cortando las muñecas.

Asentí pensativa y lo abracé.

—Entonces la cargué y la traje aquí, aún no me han dicho nada.

—Estará bien; actuaste rápido así que no debe haber perdido tanta sangre. Y, si me lo permites, te puedo pasar el número de algunos psiquiatras que conozco para ella.

—No sé si va a querer tratarse.

—Felipe, no se trata de querer tratarse o no. Cuando uno no está bien, tiene que hacerlo. No es una vergüenza ir a un psicólogo o un psiquiatra y no lo digo por ser una. No la van a encerrar en un loquero y torturarla; la van a ayudar a entender qué le está pasando y por qué. Y, en el caso de ser necesario, le van a dar algún medicamento para que sus impulsos de autoflagelación se controlen. No se trata de que se encierre y se quede en la cama todo el día hasta que mágicamente aparezcan las ganas de vivir. Y lo siento si soy dura, pero eres la persona que controlará esto a partir de ahora.

—Entiendo, no me molesta que me lo digas. Tú eres la que sabes y te agradezco que me lo digas.

El doctor lo llama y le dice que puede pasar a verla y que ya está estable; al parecer los cortes no habían sido profundos por lo que sólo rasguño algunas venas. 

Sigo pensativa así que decido llamar a Mare. Busco mi celular y la llamo.

—Mer, ¿cómo estás?

Un nuevo caminoWhere stories live. Discover now