Capítulo 20

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Me paro en seco frente al imponente edificio. Todo el valor que tenía se esfumó. No sabía si iba a poder hacer esto.

Pero tenía que. Así que me decidí y entré al edificio. Marqué el código que recordaba que era de Felipe y empecé a subir.

Mierda. Nunca le avisé que venía. ¿Y si está con otra? Oh, soy una tonta.

Cuando decido apretar el botón para volver, las puertas se abren y el chofer de Felipe suaviza su expresión al verme.

—Señorita Robbins, no la esperaba.

—Lo sé, vine sin avisar. Quería ver si podía hablar con el señor Mills.

Sonríe y me indica que lo siga.

Felipe está en la sala de estar. Tiene una camisa con los primeros botones desabrochados. Me quedo pasmada al verlo porque no recordaba que era tan sexi.

Enfócate, Meredith. No viniste a eso.

Está muy concentrado leyendo unos papeles y no nota mi presencia.

—Señor, la señorita Robbins está aquí.

Al escuchar mi nombre levanta la vista de los papeles y me sonríe. Y yo me derrito.

Definitivamente ésta había sido la peor idea de toda mi vida.

—Meredith— dice a modo de saludo.

Sigue sonriendo.

—Lo siento por venir sin avisar, necesito hablar contigo.

—Puedes retirarte, Max— le dice al chofer.

Así que se llama Max, finalmente sé su nombre. Ahora que no me sirve de nada.

—Ven.

Me invita a sentarme en el sofá y se sienta a mi lado.

—¿Quieres tomar algo?

Negué con la cabeza, no venía a éso.

—Bueno, ¿qué me querías decir?

—Dime cuánto dinero te debo, por la universidad y el hospital.

Frunce el ceño.

—No te preocupes por eso.

—No quiero deberte nada.

—No lo haces.

—Felipe, por favor. Tengo el dinero y quiero solucionar todo antes de irme.

Su rostro se puso ¿triste?

—¿A dónde irás?

—Estados Unidos. Me aceptaron en una institución en Maryland. Me voy ni bien haga todos los papeles.

—Comprendo. De todos modos, no quiero el dinero. Tómalo como un regalo de graduación.

Empecé a temblar.

—No quiero tu dinero, por favor, dime cuánto es.

—Meredith, tranquila.

Me doy cuenta que estaba llorando cuando me limpia una lágrima.

—Pensé que venías por otra cosa— suspira.

Lo miro confundida.

—Pensé que querías estar conmigo y venías a que te explique cómo son las cosas— explica.

Un escalofrío recorre mi cuerpo y me enfurezco. Me levanto enojada.

—¿Qué es lo que quieres arreglar? ¡No hay nada que arreglar aquí! Tú me quieres como una prostituta, que te satisface, hace lo que quieras y le pagas.

Un nuevo caminoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora