Capítulo 47

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Miércoles 23 de septiembre

-¡Buenos días, Alba!— exclamó su hermana pequeña nada más subirse al coche con una energía que a la mayor de los Lacunza le faltaba. Se acercó para besar la mejilla de la rubia desde el habitáculo trasero del coche antes de volver junto a su hermana para que le pusiera bien el cinturón— Natalia me ha dicho que cuando termine el mes en el comedor voy a ir a almorzar contigo todos los días, porque como ella está trabajando, pues no me puede recoger y me quedo contigo, ¿vamos a ver dibujitos como el otro día?

Lo cierto era que la pequeña Elena ya llevaba un par de semanas quedándose en casa de la profesora. A diferencia del verano, que solo eran los martes y los jueves, los turnos de tarde que a la morena le tocaba permanecer en la clínica habían pasado a ser durante todos los días con la bienvenida de septiembre, por lo que Alba era la encargada de recoger a la niña del colegio y quedarse con ella en casa hasta que la morena pasara por ella. Además, a esos encuentros también se había sumado Santi por voluntad propia, pues la relación de la rubia con él se iba afianzando más con el paso de los días, al punto en que ambos disfrutaban en la compañía del otro y la confianza iba creciendo por momentos.

-Claro, mi amor— aceptó la valenciana desde el asiento del copiloto—, la próxima vez vamos a ver Detective Conan, seguro que te va a encantar.

Natalia, que había rodeado el coche en silencio, abrió la puerta del lado de Alba. Se dejó caer contra la moldura de la puerta del coche y, con la cara asomada entre sus dos brazos, la observó con las cejas alzadas, con la sonrisa pícara tiñendo sus labios y tratándose de un anticipo que hacía manifiesto el comentario jocoso que se avecinaba.

-Deja de llevar a mi hermana por el mal camino que ella sí se ducha.

-Pues bien que te gusta la que no se ducha, imbécil— le soltó con su tono gruñón, pero una pequeña sonrisa abriéndose paso en sus labios rellenos, a los que la más alta no tardó en sucumbir para besarlos y darles la bienvenida.

-Hola— le dijo cuando se separó, observándola con ojos bobalicones.

-Hola, mi amor— susurró la más baja, acariciando la piel de su cuello arrugada por encontrarse girada en su dirección.

Iban a fundirse en otra caricia de labios, pero el torbellino que faltaba llegó para interrumpir la escena, y Natalia se chocó de manera inesperada con la nuca de la rubia, que había girado la cabeza en la dirección opuesta, atraída por el ciclón que era aquel castaño. Parpadeó confundida y se separó unos centímetros hasta que se topó con la realidad de lo que acababa de suceder, entonces, su rostro tomó un semblante huraño y molestó en dirección al niño que había ocupado su asiento habitual en el coche.

-Te jodes, tata, hoy vas tú detrás— chuleó con una sonrisa pilla y señalando la zona trasera con el pulgar.

-Si supieras la de cosas que han pasado en ese asiento, pequeño saltamontes...

Contraatacó haciéndole un gesto burlón, confiando en que su inteligencia pervertida lo comprendería a la perfección, antes de cerrar la puerta tras guiñarle un ojo a la rubia, que la observaba con los ojos abiertos como platos, más por la mentira que acababa de insinuar que por otra cosa. Nunca habían hecho nada en el coche, y ahora que lo pensaba, quizá era momento de bautizarlo...

-¡Puaj! ¡Pero serás asquerosa!— oyó como se quejaba mientras ella, entre carcajadas, tomaba asiento detrás, justo al lado de su hermana, que sonreía ajena a todo.

Alba decidió hacerse a un lado, se había sonrojado sin poder evitarlo, y la mirada que compartió con la morena a través del retrovisor, por donde la otra le lanzó un guiño, solo consiguió producirle más bochorno. Condujo en silencio. Natalia la observaba con una risa silenciosa desde atrás, controlando el sistema de radio desde su teléfono gracias al bluetooth y, para hacérselo pasar peor, hizo sonar una canción icónica a esas alturas en su relación.

Cruzando el límiteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora