Capítulo 37

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Martes 11 de agosto

Las cosquillas de su aliento en su nuca conseguía obligarle a cerrar los ojos. Sus párpados se entrecerraban y pesaban cada vez con más ahínco, y es que no era capaz de permanecer despierta cuando la calidez de su respiración le acariciaba, o más bien abrasaba, el vello sembrado en la parte posterior de su cuello. Se sentía en la gloria, mientras el fresco del aire acondicionado hacía de las suyas en el ambiente de la estancia y la pantalla de su televisión reflejaba una N de color rojo en mitad de la oscuridad de esta. El mando le temblaba en la mano, pero poco tenía que ver con todo eso, pues la responsable de esa respuesta se encontraba justo detrás, con las piernas abiertas para crear un hueco en el que su menuda figura se había visto encajada casi como si se tratara de alguna pieza de construir de esas con las que a veces jugaba su hermana.

Aquel martes por la mañana, cuando la rubia acababa de abrir los ojos después de un sueño reparador, lo primero que hizo fue escribirle un mensaje a su morena favorita. Sabía que estaba despierta, el trabajo en la clínica y el tener que llevar a Elena al colegio le obligaba a estarlo desde bien temprano, así que no tardó en recibir una contestación en afirmativo cuando le propuso almorzar juntas. Por eso salió a comprar determinados alimentos para preparar algo. Alba adoraba la cocina, pero, al ser ella vegetariana, había semejantes platos que solo podía preparar en ocasiones especiales, como lo fue esa en la que, para la más joven preparó una dorada al horno por la que la otra la felicitó con los ojos como platos. A Natalia le había gustado, y ella se quedaba con eso.

-¿Qué te apetece ver?— preguntó la rubia sin poder evitar estremecerse cuando notó los labios húmedos de la pelinegra pegarse a su nuca con sigilo. A la vez, las grandes manos de la otra muchacha le abrazaron la cintura y ella se sintió cobijada por el cariño que destilaba Natalia con sus acciones.

La adoraba.

-¿Quieres ver Dark?— propuso la más alta sin separarse del calor que emanaba de aquella piel suave con olor a fruta— Dicen que es muy buena, pero yo nunca la he visto.

Alba frunció el ceño, aquella serie le traía una cantidad de recuerdos importante.

-¿Dark?— se extrañó la rubia— Es muy liosa, ¿estás segura de que quieres ver esa?

-Sí, si tu quieres claro— hablaba haciendo pausas para volver a besarle el cuello—. Ya sé que es liosa, por eso nunca nadie quiere verla conmigo. A mí me encanta teorizar, por eso tampoco la veo sola, prefiero tener a alguien con quien ir compartiendo las teorías— sus dedos iniciaron una fiebre de caricias en su costado—. Así me parece más divertido.

Alba se quedó muda. Sus pensamientos y recuerdos tomaron las riendas de su mente y se introdujo en un viaje temporal que la arrastró a un tiempo antes, algo más de un año, justo unos meses antes de que su relación más estable cayera en picado.

«La tarde les había sorprendido con una lluvia torrencial que les había dejado empapados, calados de agua hasta los huesos. Para tratarse de un mes de mayo en Valencia, ninguno de los lugareños hubiera esperado un torrente como aquel cuando ya las temperaturas superaban los veintisiete grados centigrados. Fue inevitable poner la entrada chorreando, pero eran jóvenes y estaban enamorados, así que aquello les importó bien poco y aprovecharon la excusa para ir directos a una ducha que no dudaron en compartir juntos. Claro que no fue precisamente solo una ducha, esta únicamente les habría tomado unos diez minutos de su tiempo, quince como mucho, pero la pareja se quedó bajo el chorro de agua templada un total de casi dos horas que gastaron entre risas y mucho sexo.

La primera en abandonar el chorro fue la chica, que se enfundó en su albornoz suave con olor a fruta y dejó solo a su novio con una sonrisa de bobo en la cara. ¡Y como no hacerlo! Si su chica acababa de regalarle una de sus dulces sonrisas antes de abandonar aquella estancia en la que flotaba una nube de vapor que cargaba la esencia de lo que sus dos cuerpos acababan de manifestar hacía tan solo unos minutos. Con un suspiro arrebatador, el joven policía se dejó caer contra la pared de los azulejos y terminó de asearse para ir en busca de aquella rubia que conseguía volverle loco. Cuando salió, la encontró en el sofá con una de sus camisetas de Juego de Tronos por encima. Adivinaba que no llevaba sujetador y quiso aventurarse para descubrir si tampoco llevaba bragas, pero prefirió dejarlo estar cuando la vio con el mando del televisor en las manos y la lengua asomando entre los labios en ese tic de concentración tan dulce que tanto la caracterizaba.

Cruzando el límiteWhere stories live. Discover now