Capítulo 7

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Lunes 16 de marzo.

Daba las gracias a que vivía en un barrio tranquilo, de lo contrario el sonido de los petardos iba a darle más de un dolor de cabeza. Las fallas habían comenzado justo ese mismo día, razón por la cual los dos pequeños de la casa se encontraban más nerviosos de lo normal y les hubo costado un poco más conciliar el sueño o simplemente meterse en la cama.

Hasta las once había estado la pequeña Elena junto a ella en el sofá alegando que no podía dormir. Hasta que por fin se quedó dormida viendo los dibujos y tuvo que acabar por cargarla en brazos hasta su habitación, dejando un suave beso en su frente y cerrando la puerta para evitar despertarla.

Santi, por el contrario, continuaba despierto. Aunque las mantas de su cama le cubrían y parecía estar muy distraído con la Nintendo como para estar levantado a esas horas. También porque había vuelto a discutir con ella por uno de sus berrinches de adolescente rebelde.

Natalia, por el contrario, sí que permanecía despierta. No podía dormir y la televisión frente a ella parecía ser lo que obtenía su atención por completo, cosa que se alejaba enormemente de la realidad, pues su cabeza se encontraba únicamente asentada en un solo pensamiento. Pensamiento que tenía nombre y apellidos, el de su propio padre.

El adulto llevaba desaparecido desde el viernes. No había pisado el piso en todo ese tiempo, algo que la tenía bastante preocupada, a pesar de no ser la primera o única vez que su progenitor había hecho una cosa similar. Pero no era algo que hiciese que doliese o se preocupase menos, seguía siendo su padre y no podía evitar pensar en que podría pasarle cualquier cosa.

Últimamente no sabía de donde sacaba el dinero y lo cierto era que no quería pensarlo, ya que por ahora su escondite secreto no le había defraudado.

Con un suspiro se levantó dispuesta a llevar el vaso de leche todavía casi lleno que se había preparado de vuelta a la cocina, pero una llamada entrante a su teléfono le hizo fruncir el ceño. No tardó en descolgar, apenas fijándose que era el nombre de su mejor amiga el que brillaba justo allí. Tampoco quería que el sonido despertase a la que dormía plácidamente en el cuarto contiguo al suyo propio.

Que María le hiciera una llamada en plena noche de fallas no era algo muy normal.

-¿Sí?— preguntó nada más pulsar la tecla verde.

Podía intuir el breve rumor de la aglomeración en la que debía estar zambullida la rubia.

-¿Nat?— su tono sonaba algo desesperado y terminó de confirmar que su repentina llamada no auguraba nada bueno—. ¿Puedes...? ¿Estás...? Dios, joder, estoy muy nerviosa— se lamentó la chica. Pudo notar la angustia recorriendo sus cuerdas vocales y eso la alarmó.

-Eh, María, tranquilízate— dijo intentando concentrarse en ella y apartar todo el molesto barullo que distorsionaba su parla—. ¿Ha pasado algo? ¿Estáis todos bien?— frunció el ceño sin poder evitarlo.

Escuchaba su respiración agitada al otro lado de la línea, razón por la que comenzó a impacientarse más si cabía. Para colmo, su amiga parecía no romper a decir lo que fuera que estaba pasando. Ella se levantó del sofá y, casi sin darse cuenta, empezó a dar vueltas en círculo dentro del salón como un salvaje león enjaulado.

Joder, estaba temblando. Nada de lo que cruzaba su mente en ese momento era bueno.

-¿Puedes...? ¿Puedes venir? Joder, Nat, no sé qué hacer. Y sé que tú estás con tus hermanos, pero... pero... yo... yo no...

-María— la cortó al notar que estaba al borde del llanto, y también porque a ella misma iba a darle un brote psicótico del susto—. ¿Puedes decirme que pasa, por favor? No te estoy entendiendo.

Cruzando el límiteWhere stories live. Discover now