Capítulo 41

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Sábado 29 de agosto

Los rayos de sol a los que la persiana medio levantada les permitía la entrada ya hacía un buen rato que habían empezado a inundar la estancia. Natalia, que tenía un sueño ligero, no tardó en abrir los ojos, pero Alba seguía descansando tranquilamente. De esa forma, la morena aprovechó para admirarla, para perderse en sus rasgos felinos. Y le dio tiempo a pensar muchas cosas, verla tan indefensa, vencida ante el sueño, le recordó lo ocurrido el día anterior, cuando se había abierto a ella en canal, desprendiéndose de todas las capas que cargaba consigo misma. Y pensó en aquel hijo de puta, ese que le había incrustado todas esas ideas crueles y equivocadas.

Llevaba un buen rato despierta, pero sabía que Alba no se había quedado dormida hasta bien tarde, y por eso se dedicó a perderse entre sus pensamientos, entre lo que, desde la tarde de ayer, le turbaba. Ahora entendía mucho mejor el odio de los amigos de la rubia hacia ese trozo de mierda, y también pudo admirar a Alba, porque, a pesar de todo, era capaz de recibirlo con una sonrisa, de hacer a un lado todo el daño que él le había hecho y construir una sonrisa para no resultar maleducada. ¿Cómo era capaz de algo así? ¿Cómo un ser humano podía llegar a ser tan cruel y tan malévolo? Nunca dejaría de sorprenderse, ¿y cómo Alba era capaz de mantener un trato cordial con él? Ya la admiraba de antes, pero, tras conocer su pasado, esa admiración se había extendido hasta límites insospechados.

Se había tensado sin percatarse, apretaba la mandíbula y los puños a cada lado de su cuerpo, a pesar de que tenía un brazo dormido sobre el que descansaba el cuerpo de la rubia. La rabia y la furia eran dos emociones que no habían abandonado su cuerpo desde el momento en el que ella le había confesado todo lo que había soportado sola. Ahora que estaba a solas consigo misma, lloró en silencio, se dejó llevar por la compasión y los lamentos, por el desconsuelo y el calvario que sabía que ella había sufrido. Y, por primera vez, conoció el sentimiento del odio, porque odió con todas sus fuerzas a ese hombre que había contribuido para que consiguiera salir de rositas de aquella encrucijada en la que se envolvió la semana anterior. Por primera vez, se encontró cara a cara con el rencor, con la aversión hacia una persona, hacia un ser vivo, hacia un ser humano.

Maldito bastardo, masculló con cólera en sus pensamientos.

Se llevó una mano a los ojos y se fue retirando las lágrimas de impotencia que habían nacido de su pena más profunda, de la empatía que compartía con la profesora, que todavía dormitaba a su lado, o lo intentaba, porque la tensión que había sacudido el cuerpo de la morena había conseguido traerla al mundo real de nuevo, arrancándola del planeta de los sueños.

-Buenos días— oyó la más alta que musitaba la otra, todavía con los ojos cerrados, pero acurrucándose contra el hueco de su cuello. A Natalia le sorprendió que estuviera despierta, pero pronto se concentró en volverla a arropar con sus largos brazos.

-Buenos días, mi amor— le respondió inclinándose un poco para estampar la dulzura de sus besos sobre la suavidad de sus mejillas calientes por las horas de sueño.

-¿Qué hora es?— le preguntó entre ronroneos que provocaban las caricias de la morena sobre la piel desnuda de su cintura, por el interior de su camiseta.

-Ni idea— musitó en voz baja la más alta, disfrutando del calor que le propiciaba el cuerpo de Alba a pesar de encontrarse en pleno verano. La calidez que le inundaba el pecho cualquier cosa, por mínima que fuera, que tuviera que ver con ella la llenaba de satisfacción, y los suspiros que soltaba eran la prueba de ello—. Llevo un rato despierta, pero no quería moverme para no despertarte— hizo una pausa—. ¿Cómo estás tú, cariño?— le preguntaba mientras sus labios no perdían el contacto con su piel tibia.

Cruzando el límiteWhere stories live. Discover now