Capítulo 36

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Lunes 3 de agosto

El maullido de su pequeña gata le envió una punzada directa de dolor al corazón, odiaba verla allí encerrada, además de que sabía lo poco que le gustaba y lo mucho que la estresaba, pero, por desgracia, no había otro modo de transportarla que no fuera de aquella manera. Pero, como siempre que la llevaba a la veterinaria, cerró la puerta del coche para llevarla al interior de la clínica cuanto antes y agobiarla lo menos posible.

Nada más cruzar la puerta, el sonido de la campana alertó a la recepcionista, que no fue capaz de reprimir la sonrisa bobalicona que se instauró en sus labios al ver entrar por la puerta a la rubia de manera inesperada. La noche anterior se había quedado sin batería porque su cargador había decidido dejar de funcionar, por lo que no pudo hablar con ella hasta no comprar otro, aunque, al menos su jefa le hubo dejado el suyo para pasar la mañana. Verla entrar le rebotó en el corazón, que casi salta de su pecho de la ilusión que aquello le provocó, porque absolutamente siempre se iba a alegrar de verla. Se levantó con rapidez del asiento e hizo el amago de caminar hacia ella, pero algo la detuvo.

-¿Mimi?

Y fue la actitud indiferente la rubia hacia ella. Se quedó completamente confundida y, por ende, un ceño fruncido creció en su frente arrugada. ¿Qué había sido eso? Ni siquiera se había parado a mirarla, solamente se había dedicado a vociferar el nombre de su mejor amiga y había ignorado por completo su presencia. Un mal cuerpo se le instaló encima como respuesta y, a pasos largos, se acercó a su lado, sin embargo, la llegada de la jefa interrumpió lo que iba a decir y, más confusa que ocho confusas, tuvo que volver a su asiento cuando las dos pasaron al interior del local, a la parte clínica de este. Se quedó allí en medio, parpadeando como una imbécil e intentando procesar la razón por la que Alba acababa de ignorarla como si no estuviera allí en medio. Por más que pensaba, no lo entendía, si la última vez que se habían visto estuvieron bien. Más que bien, a decir verdad.

Por otro lado, la profesora se encerró con su mejor amiga en la clínica y, por fin, fue capaz de sacar a su gata de aquel lugar enano y claustrofóbico. Sin embargo, estaba distraída. No era capaz de sacarse de la cabeza el semblante de confusión que acababa de dejar en la cara de Natalia allí afuera, pero, joder, se lo tenía más que merecido, lo que hizo estuvo muy feo, ¡y sin darle ningún tipo de explicación al respecto!

La noche anterior, la pareja había acordado verse a la noche. Alba recogería a Natalia y ambas irían a cenar a algún sitio del centro en el que ambas pudieran degustar de una buena cena, pero la morena no había dado señales de vida cuando la rubia se había plantado en el portal de su casa teléfono en mano a la hora que habían quedado. Le envió mil mensajes, le dejó otras mil llamadas, pero no recibía ninguna señal de vida por parte de su chica, así que, con un enfado más grande que su orgullo, Alba se fue de allí sintiéndose humillada y ridiculizada. Aquel día había decidido arreglarse para sorprender a la morena, y aquel desplante le había traído una marea de recuerdos no demasiado agradabales. Para colmo, cuando Natalia pareció hacerse de nuevo con su teléfono, que había sido esa mañana temprano, no recibió ni una sola disculpa por su parte. Hizo como si no hubiera pasado nada, así que ni siquiera se molestó en entrar a su chat, era el único chat fijado que tenía sin leer, y eso que los otros dos eran Julia y Marina.

Como cereza del pastel, esa actitud ignorante que acababa de mostrar antes de que ella entrase al despacho. ¿Cómo podía ser tan frívola?

-Eh, Alba, ¿te pasa algo?— le preguntó Miriam, a quien no le había pasado desapercibida esa cara de seta que acompañaba a su amiga desde que había entrado a la clínica. Las manos de su mejor amiga seguían explorando las orejas de Queen— Lo digo por esa cara de mustia que me traes.

Cruzando el límiteΌπου ζουν οι ιστορίες. Ανακάλυψε τώρα