Capítulo 28

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Lunes 6 de julio

Aquella mañana, a pesar de ser tan solo las nueve y media, el sol pegaba con fuerza calentando la piel de la joven pelinegra que iba dando pequeños brincos por la calle. Su humor había mejorado a un nivel notable en los últimos días, desde que había empezado a trabajar en la clínica Lola Índigo, tal y como rezaba en el letrero que se alzaba justo encima de la puerta de entrada al local.

Un total de tres días, sin contar aquel, era lo que llevaba trabajando en aquella clínica, desde el jueves para ser más exacta. Luego de haber firmado aquel contrato provisional y antes de firmar el definitivo, la morena se hubo reunido con su ahora jefa para concretar ciertos aspectos del trabajo. La joven veterinaria había sido muy permisiva, a decir verdad, como, por ejemplo, en dejarla entrar media hora más tarde debido a que, a la misma hora que abría la clínica, ella debía dejar a su hermana menor en el colegio. No sabía por qué, pero algo le decía que cierta rubia tenía mucho que ver en aquella comprensión excesiva que Mimi había depositado en ella. Recordar su presencia le hizo decaer un poco en cuanto a ánimos.

No la había visto desde aquel día, pero su profesora había contactado con ella en varias ocasiones vía WhatsApp, y en todas y cada una de ellas había intentado acabar la conversación lo antes posible mostrándose fría y cortante. Iba en serio cuando dijo que el día que llegaron a la clínica sería el último en el que se permitiría disfrutar de ser solo "Alba y Natalia", porque la mayor llevaba razón, se jugaban mucho y si era lo que ambas querían, pues tendrían una relación cordial y nada más. Con ese último pensamiento invadiendo su mente, dejó a la pequeña Elena en el colegio y puso rumbo en su skate hacia el trabajo. Lo cierto es que el sueldo que le proporcionaría Mimi no era demasiado alto, pero sí lo suficiente como para poder permitirse el transporte público, algo que, cuando cobrara, no iba a dudar en tomar. Si podía ahorrarse unos minutos y llegar antes al trabajo, por mucho permiso que le cediera su jefa, pensaba aprovecharlo.

Natalia no era imprudente cuando montaba encima de esa tabla con ruedas, pero le gustaba la velocidad y solía seguir los carriles para ciclistas con el fin de estar más segura ella y los demás transeúntes. No obstante, algunas calles las tenía que atravesar sin la ayuda del carril bici, prefería además, la acera que la carretera, no quería verse siendo interceptada por algunos conductores. Y en aquel momento le tocó pillar la acera, con la mala suerte de que no vio el pequeño cuerpo que se ocultaba detrás de unos contenedores de basura y que, debido al fuerte ruido de las ruedas contra el asfalto, salió corriendo asustado y se cruzó en su camino. La muchacha logró esquivarlo, pero la caída que sufrió había sido monumental, aunque, gracias a lo que fuera, sólo acabo con algunos raspones en las piernas que luego derivarían en ciertos cardenales.

Se levantó del suelo y se sacudió los pantalones como pudo antes de girarse a encarar la pequeña figura asustadiza que acababa de esconderse debajo del contenedor de nuevo. Natalia se agachó, encontrándose con unos ojos apenados de miedo, por lo que no dudó en alargar el brazo y sacarlo de allí, importándole muy poco la suciedad de la basura. Cuando lo tuvo entre sus brazos casi se muere de ternura y de pena por el estado en el que se encontraba. Un pequeño cachorro de color gris la miraba encogido desde abajo, con los ojos cerrados del susto. Estaba muy sucio, además de que los huesos se le marcaban y pesaba tan poco, que llegó a sentir una parada cardíaca del asombro. Además, se encontraba lleno de heridas y magulladuras que poco tardó en adivinar que se trataban de quemaduras.

-No pasa nada, pequeñín— le dijo dándose la vuelta para recoger el skate del suelo, todavía con el pequeño perro en brazos—, ya estás a salvo.

El resto del camino lo trazó andando. No quería usar el patinete no fuera a ser que el pequeño cachorro se alterara por ello, ya se veía lo suficientemente asustado. Por este motivo, tardó un poco más de la cuenta en llegar a su destino. Entró al local temblando, esperando no haberla pifiado, ya que estaban por dar las once de la mañana, sin embargo, llevaba en brazos una razón de peso por la que haberse retrasado tanto.

Cruzando el límiteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora