Capítulo 34

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Viernes 24 de julio

El breve rumor de "Rain on me" inundaba la estancia del coche en voz baja, pues terminó bajando el nivel del volumen de la radio mientras, más nerviosa que ocho nerviosas, esperaba el encuentro con su chica favorita. Tamborileaba los dedos contra el volante de su Nissan, señal más que evidente de la inquietud que la carcomía y, pensar en ello, no la privó de la sonrisa que se fue abriendo camino en su carita. Salir con Natalia le estaba devolviendo, poco a poco, todo lo que una vez le fue arrebatado, y casi parecía que era nueva en ello, porque lo sentía como la primera vez.

No se vieron desde el martes por la noche, cuando Alba hizo aquella visita por primera vez al hogar de la morena, pero estuvieron intercambiando mensajes toda la semana y decidieron quedar para salir ese viernes, aprovechando que Elena había vuelto a quedarse con su gran amiga Marilia. Santi, al parecer, ya no era un problema, pues desde que lo hubo dejado solo una vez, la mayor de los tres hermanos comprobó que podía llegar a ser responsable y cuidar, aunque fuera, de sí mismo. Por ese motivo, no llevaba ninguna preocupación a la espalda y tenía toda la tarde libre. Habían abierto una cafetería nueva en la ciudad de desayunos y meriendas americanas que se le hubo antojado probar, además, seguramente a Natalia también le gustaría probar.

La vio aparecer por su portal con ese aire juvenil y chulesco que tanto la caracterizaba. Llevaba puesto un pantalón mom jean vaquero claro y un top blanco que dejaba a la vista perfectamente aquella cadena de músculos cuadrados que se repartía por la zona. Alba suspiró, todavía aferrada al volante de su coche, aquella iba a ser una tarde dura, pues cada vez le costaba más refrenar el deseo de palpar aquellos músculos para notar su dureza bajo sus propios dedos. Una quinceañera con las hormonas revolucionadas es lo que parecía y estaba cerca de cumplir treinta tacos ya. Un par de cadenas de oro le rodeaban el cuello, y prefirió centrarse en lo bien que le quedaban en lugar de cómo las habría conseguido. Además, la sonrisa que nació en su boca al verla allí aparcada recuperó todo el sentido común de la más mayor, a quien se le contagió sin que pudiera evitarlo de algún modo.

-Hola, Albi— le saludó nada más abrir la puerta, cuando ni siquiera se había sentado. Lo hizo y estiró el cuello en su lugar, haciendo florecer un sinfín de nervios al pensar en lo que se venía, pero no pudo evitar decepcionarse cuando sus labios cayeron muy suavemente en su mejilla, aunque muy cerca de su boca.

La rubia suspiró, importándole muy poco que la otra la estuviera mirando.

-Hola, cariño— estiró la mano para acariciarle la mejilla con dulzura y ambas se colocaron en la posición correcta. Una para conducir, la otra para ocultar el sonrojo que cubrió su rostro tras aquel altercado—. Han abierto un sitio nuevo donde ponen desayunos y meriendas americanas— le contó sin despegar la vista de la carretera, reprimiendo la necesidad imperiosa de alargar la mano para posarla sobre su muslo y dejarla allí durante todo el trayecto—, he pensado que quizá pueda gustarte, ¿te apetece?

-Claro— aceptó la morena, algo más calmada pero todavía con el corazón reventando su pecho—, mis amigos estuvieron ahí el otro día para desayunar, me han dicho que está buenísimo.

Entonces Alba respiró tranquila. Quería que se sintiese cómoda en todo momento, pues también había decidido que sería buena idea salir un rato para despejarla de lo que le rondaba la mente últimamente, esa preocupación irreparable por todo lo que acontecía al pequeño Thor.

No tardaron más de veinte minutos en llegar al sitio, pero sí que lo hicieron en busca de aparcamiento, pues no hallaban ninguno y, si lo hacían, el coche de la rubia era demasiado grande para que cupiera en él, motivo por el que Natalia estuvo burlándose y mofándose de ella hasta que no dio con uno. Soportó todos los gruñidos de la rubia, pero en ningún momento le soltó algún comentario mordaz, incluso parecía divertirse con la situación, y aquello le gustó a la morena, pues esa Alba distaba mucho de la de hacía ya varios días. Esta sí que era ella misma, la que conoció en más profundidad antes de que se viera vencida por el miedo, y Natalia supo que podría enamorarse de ella.

Cruzando el límiteWhere stories live. Discover now