La Chica en la ventana-parte 21

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Siempre la veía, es decir, cuando salía y entraba a mi apartamento, al asomarme al balcón

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Siempre la veía, es decir, cuando salía y entraba a mi apartamento, al asomarme al balcón. En realidad era su silueta, una sombra incrustada en el vidrio. Durante los dos meses en que estuve de pasante en aquella enorme ciudad, mi apartamento era mi refugio material, pero ella era mi refugio mental.
Le saludaba, pero nunca me lo devolvía. No conocía su rostro, sólo su figura insinuante, hermosa. En ocasiones me volvía loco al escrutar en mi mente si existía, si tan solo era un delirio imaginario, suciedad de los vidrios. Pero siempre cambiaba de posición. Parada, sentada en su balcón, apoyada. Eso me daba la idea de que ella existía, para el mundo no estoy seguro, pero para mi fue mi mundo en ese corto tiempo.
Esos dos meses fueron de mucho frío y abundante lluvia. Las ventanas cerradas siempre, sorbía una taza de chocolate humeante y me quedaba contemplando al otro lado de la calle su cuarto oscuro. En contraste, su fachada era de un color naranja molesto si se quiere, con un marco de madera color amarillo en la ventana. Los olvidaba cuando me concentraba su figura. ¿Me estaría mirando? ¿Qué pensaba o qué pensaba de mi?
El tiempo era mi peor enemigo, había terminado de escribir todos los informes necesarios, mi traslado era una realidad. Ella quizá lo supo, los últimos días no vi su hermosa silueta dibujarse en la ventana. Por ello, un día antes de mi partida, con todas mis maletas arregladas, crucé la calle y toqué el timbre de la casa, flores y chocolates de regalo, traté de ponerme presentable sin llegar al extremo, causar una buena impresión.
Una señora muy guapa de unos cincuenta años abrió la puerta.
- ¿Le puedo ayudar en algo joven?-me dijo
Tardé un poco en responder, en parte porque imaginaba esa escena tropezando con la chica de la ventana.
- Me llamo Jorge señora, sé que nunca nos hemos encontrado en ningún momento, estoy de paso, por cierto, mañana parto a una ciudad lejana y quería despedirme de su pariente, a quién siempre veía en la ventana, claro, me disculpo, veía su silueta, nunca pude contemplar su rostro.
Bajó la mirada, estuvo así unos desconcertantes segundos, incómodos para mi.
-Pase joven.
Enfrente se encontraban las escaleras de madera, hacia el paraíso pensé. En contraste con la fachada, en su interior se mezclaba el aire del cuarto que veía desde mi ventana, los colores grises y matices oscuros dominaban todas las estancias.
-Suba, el primer cuarto a su derecha, entre. Lo alcanzo en un momento.
Dubitativo pero amparado en la alegría de conocerla, fui subiendo las gradas de una en una, parsimonioso. Muy a mi pesar, la puerta estaba abierta, se contemplaba todo el cuarto color lila, con bellos cuadros y una pulcra cama. Me asomé y no se encontraba nadie, a lo mejor estaba por venir. Sentí una presencia por mi espalda.
-No hay nadie joven. La persona que me habla, mi hija Susana, hace un año es mi ángel de la guarda. Me protege desde el cielo.
Tuve que sujetar con fuerza el regalo, se me resbalaba, ella comprendió y los agarró en el último suspiro de esperanza.
Bajamos, vi sus fotos, hermosa como creía, nos tomamos un chocolate caliente. Conversamos de ella y aprendí a quererla más, por toda su bella historia. Fue una expiación para ambos. Quedamos en estar comunicados. Le pregunté, si acaso la había visto en su cuarto algún día. Sólo mencionó un par de extraños sueños en que le acariciaba el cabello, pero más nada.
Al salir, contemplé todo de una manera diferente, de como el tiempo se nos va en un abrir y cerrar de ojos, un accidente, un choque y el único consuelo de su madre desvanecida en las sombras de la parca. Llego a la acera y antes de abrir la puerta, veo hacia su ventana. Está sentada, pero ya no es una silueta, me contempla, me mira, me sonríe y estira su mano para agitarlo en un adiós. Estoy tentado a regresar, pero veo que se va desvaneciendo hasta convertirse en un pequeño destello de luz. Nunca la olvidaré, llevo en mi bolsillo el recuerdo de su rostro, me enamoré de la chica de la ventana. Quise pensar en un desvarío, pero su ventana se abrió sin que nadie lo hiciera, lenta, despacio, primero una hoja, luego la otra, como movidas por el amor perdido entre dos seres insustanciales. Estuve una hora sentado en la acera, una noche, una vida, en realidad no sé cuanto tiempo, cuando volví a la realidad, me encontraba en el tren rumbo a mi antigua vida de rutina a programar mi regreso con la chica de la ventana.

Historias mientras escriboWhere stories live. Discover now