Tengo un nombre

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Me siento fragmentado, solitario en este mundo otrora lleno de máquinas

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Me siento fragmentado, solitario en este mundo otrora lleno de máquinas. Dicen que todavía hay regiones tecnológicas. Pero creo que son leyendas urbanas. Estoy perdiendo la memoria, no estoy viejo, considero. Treinta años de vida, pero eso no es impedimento para hacerlo, se puede nacer sin memoria. Mi amigo Juan lleva años perdido en los laberintos de su mente. Le hablo, creo que le hablo, las palabras que pronuncio ni las entiendo. Mi mente las elabora con el recuerdo de las palabras. Voltea su cara, me mira, creo que sonríe, más es una mueca descompuesta de su rostro. Mi novia vive conmigo, tampoco me habla, se me queda observando el rostro, como tratando de encontrar algo que muy adentro formó parte de su vida. La mitad del tiempo se queda contemplando, la otra mitad se divide en buscar comida y comer claro. En eso pasamos el día, lo desperdiciamos, anhelamos, o por lo menos yo así lo siento, quisiera volver al pasado, pero el tiempo, en este mundo, es irreversible, lineal y castigador. Tengo miedo de no recordar nada, amanecer un día sin mis recuerdos que ya comienzan a ser vagos. Lo más terrible, no recuerdo mi nombre, lo perdí hace un par de años creo. Miro, pero no contemplo, ya no sueño, es un letargo soñoliento del día, una horas, luego sigo con la faena. Me estoy sintiendo tan solo. Un par de amigos nos siguen a todos lados, incluyendo a Juan, no se llama así, le he apodado de esa manera para identificarlo. Unas dos palabras les voy entendiendo; su idioma por el momento es distinto, como el de mi compañera. Los paisajes ya no son hermosos, he perdido el gusto, escucho música, es ruido para mis oídos. Debe ser una enfermedad, o si no que otra cosa podría volverme de esta manera. Ya no importa, disfruto el momento, en especial el placer de comer, es lo único que tenemos en común todos. A ratos en solitario y si la comida es abundante lo hacemos en grupo. Nos hemos vuelto cazadores, rápidos, letales. Al no hacerlo, nos mantenemos lo más quietos posibles para ahorrar energía. Tengo miedo de perder el control sobre mi cuerpo, mis instintos asequibles, no los animales. Me siento cansado, derrotado, frustrado. Mis padres desearon tanto de mi, si me vieran, semejo un enajenado, un drogadicto que se inyecta a diario. Todos me miran extrañado, me señalan la comida, les digo que estoy pensando, no me entienden, ni me importa, tengo hambre, me agacho, recojo un pedazo de carne fresca y lo devoro como animal hasta los huesos. Creo que era un brazo, o parte de la pierna, delicioso. Creo que ya tengo un nombre para mi, me llamaré Zombie. 

Historias mientras escriboWhere stories live. Discover now