Una serie de relatos cortos que realizo mientras entro en el sitio, ejercicios de lectura. Esperando que todas sus historias llenas de misterio, les guste y entretenga.
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Me encuentro frente al espejo, y mientras me cepillo los dientes se vienen de golpe los recuerdos. Estoy cambiando, como cambia el mundo, he visto tantas cosas. Me adapto, lo acepto, no soy el joven raudo, audaz que se tiraba desde cualquier risco soñando que planeaba. El aire agitaba mi cabello, mis labios se movían en risibles remolinos mostrando mi dentadura. He contemplado la historia mi vida, la de otros, su crecimiento, su vida, su muerte. He visto a la naturaleza realizar tantos cambios tratando de sacudirse esta enfermedad llamada seres humanos. Su sangre ha cambiado, antes fuerte, luchadora, recta, honorable, piadosa, dulce, por una egoísta, enferma, llena de tantos virus, vil, cobarde, soberbia. Los cambios son perceptibles en mi también. En ocasiones de superfluas contradicciones como dejar la música clásica y mover la cabeza de un lado a otro por una melodía electrónica. Eso es de jóvenes, pero me encanta. Mi cuerpo ya me duele, me grita, me pide calma, paz. Las articulaciones crujen como bisagras de puertas sin aceite, el mundo da vueltas por momentos, es el cúmulo de tantas cosas que han llenado mi cabeza a través de los años, me marean como oleaje persistente. Estoy llegando a la cúspide de la vitalidad, he visto los cambios del mundo, de caminar hasta usar vehículos que nos llevan a cualquier rincón. Si, todo eso pasa mientras me cepillo, acabo de cenar y debo manejar mi dentadura en óptimas condiciones. Pienso en un postre, tantas delicias culinarias, como dije, han cambiado, luego de seiscientos años de vida mi cuerpo ha cambiado. Pero hay cosas que nunca lo hacen, como nunca mirar mi imagen en el espejo, debo usar esa pasta amarga de los humanos para verme los colmillos. Mi capa luce reluciente, ya casi es de día, tengo sueño. Como dije, hasta los vampiros cambiamos con la edad.
