El niño de las estrellas

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En una tierra lejana, donde los nombres eran bostezo de dioses, donde se escupían sueños, vivía Lucas, un niño  de siete años que todas las noches se le permitía tocar las estrellas y escoger una de ellas para guardarla en su frasco mágico

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En una tierra lejana, donde los nombres eran bostezo de dioses, donde se escupían sueños, vivía Lucas, un niño  de siete años que todas las noches se le permitía tocar las estrellas y escoger una de ellas para guardarla en su frasco mágico. Corría por todos lados y sólo se detenía cuando la estrella iluminaba espectacular todo el cielo nocturno. Dueño de quimeras y vaivenes, escoger la mejor le llevaba de la oscuridad a la claridad. Pero siempre alcanzaba a escoger una, la más brillante, más hermosa del firmamento. 

Cuando se despertaba, su tristeza lo envolvía en una lúgubre fragancia con deseos. Quería dormirse y no podía, pero alguien lo miraba en lo alto, un ardiente sol lo contemplaba en lo alto durante todo el día. Lucas, sin percibirlo, se dedicaba a enarbolar en alto su jarra de estrellas, contemplarlas y poner cara de felicidad. 

Con el tiempo, el sol se daba por vencido, desanimado se arropaba en las nubes del crepúsculo y dormía en tristeza de otro día en las tierras lejanas en que el niño jamás le contemplaba. Cómo era posible, decía el sol, que no pueda verme, si ama las estrellas, si yo soy la más brillante, cercana, con un toque y me tendría junto a él.

En el momento exacto en que se dormía, el niño lo contemplaba y su algarabía era enorme, era la más hermosa estrella del firmamento, la quería, pero comprendía que al tenerla, ese egoísmo de poseer una pieza invaluable, las consecuencias serían horribles para todos los seres del planeta. Sería una noche eterna, un frío abrazador. Lucas lo sabía, dilucidaba que existen muchas cosas a nuestro alrededor, que aunque son hermosas, jamás podremos obtenerlas, sólo contemplarlas, admirarlas, de lo contrario el precio sería muy alto. 

Lucas jamás se lo dijo y la estrella vivió sus días pensando que el niño no la quería, ni la contemplaba, no sabía del inmenso amor que le tenía. El amor debe ser benigno, insufrible, con sacrificio. Y anochecía, las estrellas danzaban mientras eran perseguidas por el niño de las estrellas.

Historias mientras escriboWhere stories live. Discover now