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Solo hacía esto cuando sentía que necesitaba control. Así fue como todo empezó.

Cuando golpeaba ese saco una y otra vez, para hacerlo sentir alguna clase de tranquilidad y control.

Era algo que comenzó a una corta edad. Tal vez, a los doce, cuando se metió en su primera pelea con otro niño de la escuela y terminó con el labio roto. Al comienzo, fue tomado como una técnica de defensa, pero poco a poco podía darse cuenta de cómo, golpear una y otra vez, hasta sentir a sus nudillos entumecerse, ayudaba. No era algo que fuese su actividad favorita, más bien, todo lo contrario. Siempre hacia lo posible para no recurrir a ella, a menos que fuera una emergencia.

Pero, a medida que pasaban los años, hubieron demasiadas emergencias. Hubo varios momentos que lo llevaron a aquel lugar del cual intentaba escapar, solo para poder recuperar algo del control que perdió.

Puede que ese haya sido su primer error; no saber cuando parar. Tal vez, eso fue lo que hizo acabar en donde se encontraba; un lugar sin salida o escape.

Siguió vendando los nudillos de sus manos, mientras de fondo escuchaba algunas voces, gritos y personas caminaban alrededor suyo, yendo de un lado para el otro. Unos hombres se encontraban en la puerta, esperando que les dieran la señal para guiarlo hacia el ring. El lugar, donde haría su "gran" entrada y todos podrían tener los ojos puestos sobre sí, viéndolo destruirse a sí mismo.

Ellos amaban verlo. Era una clase animal de circo para las personas de ese lugar. Uno que no se tomaron la molestia de entrenar y solo sacaron de su ambiente, le pusieron reflectores y lanzaban comida en forma de papeles verdes para que hiciera algún truco que fuera a hacer a la multitud volverse loca. A veces, sentía asco de la persona en que lo convirtieron.

Intentaba culparlos a ellos, por succionar cada sentimiento de esperanza de su cuerpo y lavarle el cerebro, con ideas poco realistas y metas a corto plazo. Pero, en el fondo, sabía que no había alguna cadena reteniéndolo, podía irse, en el momento que quisiera, pero no lo hacía. Porque, cada vez que estaba cerca de alejarse de esto y no volver a pisar ese sucio ring, el vaso volvía desbordarse, y necesitaba volver antes que todo empeorara.

Recuerda la primera vez. Tenía dieciocho años cuando lo pusieron en era arena, rodeado de personas que lo miraban como una clase de presa, mientras otro chico, de casi su edad, se encontraba en su delante, mirándolo de la misma forma que todos los demás. Pero, lo que ninguno de ellos esperó fue que los papeles se voltearan.

En comparación a la mayoría de las personas que pasaban por este lugar, tenía experiencia y técnica, algo que aprendió desde una corta edad y constante entrenamiento. Puede que no sea tan alto o su masa muscular no sea tanta en comparación a otros hombres con los que se enfrentó, pero tenía talento, algo que ninguno de ellos tenía. Sabía mover su cuerpo, esquivar y esperar el momento perfecto para dar el siguiente golpe. Tenía control.

Solo acá tenía control. Y, eso era lo que hacía aferrarse a este lugar.

Pero, eso no significaba que siempre ganara. Hubieron perdidas, pero las suficientes para tener que contarlas con solo una palma de su mano. Solo que, eso no ayudaba demasiado a hacerlo sentir mejor. Las perdidas eran lo peor, porque lo hacían volver a perder en control. Hacían que esa ira volviera a estallar, y lo hicieran querer volver lo más pronto posible por una revancha.

Solo habían dos razones para estar en este lugar de nuevo; recuperar control o una revancha. Hoy, era la segunda.

No lo tomen mal, sabía que no siempre iba a ganar. Respetaba a sus oponentes, sin importar cuanto se burlara de sus torpes movimientos y su poca capacidad en concentración. Al final, si es que ellos ganaban, estrecharía sus manos y les pediría una segunda oportunidad; algo que, ninguno de estos hombres podría negarse. Pero, siempre había excepciones.

Fight So Dirty But Your Love So Sweet [muke]Where stories live. Discover now