Capítulo 37

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Narra Ariadna

— ¿Siempre has sido vos? —hablé cuando me pusieron ante él.

Manuel estaba unos pasos detrás de mí.

—Siempre he sido yo. —me contestó con sequedad.

— ¿Por qué? Mis padres eran amigos tuyos. Mi padre confió en ti toda su vida. Yo confié en...

—La confianza es una mierda. —habla con desgana. —No deberías de confiar en nadie más que en ti misma porque si no, un día llega alguien, toma toda esa confianza y la destruye con un chasquido. —se acomodó en la silla y me dedicó una sonrisa. —Igualmente, yo lo hice por ella.

— ¿Por mi madre? ¿La que mataste? —sin esperármelo me dio una bofetada y me quedé estática mirando hacia un lado.

— ¡Yo no quería matarla! —gritó. Toda la sala estaba en silencio mientras nos escuchaba. —Yo la quería, como mi padre quiso a mi madre y quería que fuera mía. —ósea que él era el hijo de la historia que me contó John. —Conocí a tu madre en la Universidad y me enamoré de ella, pero no se acordó de mí. Cuando tuve la oportunidad de trabajar con tu padre sabía que estaba saliendo con Pilar. Quería que fuera mía. Sólo mía.

¿Enamorado de mi madre? Buagh.

—Pues que mal te salió el plan porque han tenido dos hijos que... —otra bofetada me hizo callar.

—Alicia estás jugando con fuego. —me dijo levantándome la barbilla para que le mirara.

—Quizá ya me de igual quemarme, Tom.

Me quitó las manos de la cara con repugnancia.

— ¿Te crees que me das miedo? —se río de mí. —Yo tengo el control aquí.

—No lo parece teniendo en cuenta que ha habido una rebelión en tu contra. —su sonrisa se desvaneció al escuchar a Manuel. —Ya no sabes cómo controlarnos.

— ¿Te he dicho que hablaras sombrerero? —miró detrás de mí.

— ¿Y yo te he dicho lo mal que te queda esa ropa, Tomás? —un quejido sonó de su parte y al mirar hacia atrás le vi agachado en el suelo. —Perdona. Se me ha olvidado que no te gustaba tu verdadero nombre y prefieres ese diminutivo horrible. —uno de los hombres le vuelve a pegar para callarle.

Al levantar la cabeza, me indica con la mirada algo a mi izquierda. Miro a la puerta verde y frunzo el ceño. "Salida" leo en sus labios antes de que le levanten a la fuerza.

—Eres un incordio. —habló Tomás mirándole con asco. —Pero no te preocupes. Esto ya se acaba para ti.

Me gira poniéndome de cara a él y llama a alguien. Me pongo nerviosa y él frunce el ceño.

No iba a seguir con nuestra conversación al parecer.

— ¿Eres tan cobarde como para dejar que ella haga el trabajo sucio?

—Me gusta ver como la mujer toma el control. Es más, no sé, excitante. —le contesta y Manuel niega con la cabeza.

—Quizá es por esto que mi hermana no se fijó en vos. —habla sin miedo. —Estás completamente paranoico.

Ay dios.

—Cierra la boca.

— ¿Por qué? ¿No te gusta la verdad? Nunca me habló de vos. Nunca. Y a mí me contaba todo.

—He dicho que te calles.

—Pobre Tomás. Dañé su pobre corazoncito. ¿Cómo te sientes al saber que ahora está en el cielo junto a su esposo y no contigo? Debe de ser muy doloroso saber que...

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