Capítulo 33

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Narra Tobías

Ariadna paró en seco cuando estábamos saliendo del restaurante. Apartó su mano de la mía y la miré extrañado.

—La cartera. Me he dejado la cartera. —habló y se dio la vuelta. Se chocó con su hermano, quien rebotó en el pecho de John.

—Qué raro que no te hayas dejado la cabeza. ¡Siempre se te olvida algo! —habló Alan. Ariadna le ignoró y pasó por el lado. —Te esperamos fuera.

Ella asintió y seguimos andando. En el exterior, la fría noche nos dio la bienvenida. Me crucé de brazos y miré a Luz. Después del concierto, decidimos ir a festejar por la vuelta de Ariadna en los escenarios a un restaurante cercano. Ari, simplemente, había brillado. Durante toda la canción y la colaboración con Black Atlass, me sentí feliz. Feliz por verla a ella feliz. Feliz por el gesto tan bonito que había hecho. Por verla tan viva, sin miedo, sintiendo, sonriendo... Sus ojos desprendían algo tan bonito y profundo que no había visto desde hace dos años.

—Nosotros nos vamos yendo ya. Alan tiene clase mañana y no debería de estar tan tarde fuera. Es domingo, no viernes. —habló Luz con voz cansada. Alan le intentó restar importancia, pero no funcionó. —No. Eres aún muy pequeño. Además, tenemos que mirar si Óscar ha regresado a casa. A ver, ¿cómo nos organizamos para llevaros?

A la cena se habían unido Tom y varios compañeros de la discográfica. Al final, la mayoría iban a ir en el auto del chico que diseñaba el disco. Dos compositores irían en el auto de Luz mientras Ariadna, Tom y yo íbamos en el mío.

Nos despedimos de todos y Tom y yo andamos hacía mi auto para esperar a Ari.

—La pequeña Ari ha estado increíble. —habló Tom a mi lado.

—Sí. Definitivamente, es su sitio. —le contesté y sonreí con malicia. —Oye, Ari no me quiere contar nada sobre su próximo single ni sobre su disco.

—Tobías, espero que no estés diciendo lo que creo que estás diciendo. —habló escribiendo en su celular. —Porque no te pienso decir nada.

—Dale. Solo una pista. —dejó de andar al llegar a mi auto y me puse frente a él. —Pequeña.

—No.

—Una palabra.

—Tienes un bicho.

— ¿Tienes un bicho? ¿Qué es eso? ¿Una frase de la canción?

—No. Que tienes un bicho en el pelo, idiota. Una mariquita, creo. —alargó el brazo y noté su mano en mi pelo, pero alguien nos habló.

—Perdonen. ¿Es su auto? —ambos nos giramos en la dirección de la voz. Dos agentes de policía nos miraban curiosos.

—Es mío. ¿Por qué? —pregunté temiendo que hubiera aparcado en una zona prohibida. Ambos miraron la pantalla de su celular y luego a mi matrícula.

—Necesitamos examinarlo por dentro y la documentación del auto. —habló el que era más mayor. Tom me miró confuso.

¿Qué?

—Podría preguntar el por qué. —dije mientras lo abría y me acercaba a la guantera para sacar los documentos. Su compañero comenzó a mirar en el interior.

—Nos han dado un aviso de que el auto con la matrícula que lleva usted contiene droga. —abrí los ojos.

— ¿Qué? Yo no llevo droga. No soy ningún delincuente. —me quejé y le tendí los papeles. Tom observaba todo unos pasos atrás. —Me parece que se confundieron.

—Si es así no tendrá problemas en que lo registremos. —habló de nuevo mirando las hojas.

—Ninguno. Miren lo que quieran.

Ariadna, ¿Qué Hiciste?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora