Capítulo 26

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Narra Ariadna

Y una vez más, volví a tocar el cielo.

Su beso fue dulce y lento, de esos que te dicen te quiero sin necesidad de formar ninguna palabra. Pasé mis manos por su pelo, acariciándolo y hundiendo mis dedos en él. Pero no podía volver a perder el control, no otra vez y menos en mi casa. Le mordí el labio inferior y aprovechando que dejaba de agarrar el álbum, estiré los brazos y se lo quité.

—Gracias. —me separé de él y lo alcé en alto.

—Embustera. —colocó ambas manos en mis caderas y me tensé enseguida. — Entonces, ¿tienes el álbum por qué...?

—No lo vas a dejar pasar, ¿verdad? —negó. Suspiré hondo y lo bajé a mi altura. —Este álbum está mucho antes de que vos y yo comenzáramos a salir. A mi madre le gustaba hacer álbumes de todos nosotros y comenzó a hacer este desde que éramos unos bebés. Decía que nuestra amistad era muy bonita.

—Y lo era, sólo que tomó otro rumbo. —me acarició la pierna de arriba abajo. —Pilar era una gran mujer. Yo también la echo de menos. Para vos Renata es como una segunda madre, siempre lo ha sido. Para mí Pilar también lo era.

—Lo sé. Mi madre era...

—Increíble. Como su hija.

Intenté sonreír, de verdad que lo intenté, pero no pude. Aclarado este asunto me fui a quitar de encima, pero sus manos me aferraron a su cuerpo y cerré los labios con fuerza evitando un jadeo.

— ¿Ahora qué pasa?

—Tenemos que hablar y no me refiero a tu hermano, eso puede esperar cinco minutos. Nosotros no. —me puse nerviosa. —Nos hemos besado dos veces y puedes intentar convencerme de que lo deje pasar y todo eso, pero no puedo. Te extraño, Ariadna. Ya sabes perfectamente lo que siento por vos y no puedo estar sin ti ni un segundo más. Hazme el favor de ser sincera en vez de darle tantos rodeos al asunto porque no solo está mi corazón en juego.

—Tobías...

—No, Ari. Es muy sencillo. ¿Sigues enamorada de mí o no?

Y allí estaba el dilema de mi cabeza. Si le decía que sí estaríamos juntos de nuevo, volveríamos a intentarlo, volverían esas mariposas en el estómago y esos momentos de infarto, pero le expondría al peligro de perderme o de que algo le pasara. Tendría ese sentimiento que había estado viviendo esta familia durante mucho tiempo. Ya había tenido un encontronazo con mi tío y aunque me duela admitirlo, era cierto lo que dijo. Tobías no debería de haber vuelto, estaba a salvo en Miami. En cambio, si le decía que no, estaría mintiéndome por decimocuarta vez. Nos haría daño a ambos y sabía que una amistad entre los dos no iba a ser posible. ¿Y qué iba a ganar mintiéndome otra vez? Solo sufrimiento y ese dolor en el pecho que había estado presente durante dos años.

Pero lo que sentía por él era mucho más fuerte que el miedo y estaba harta de dejarlo de lado. Porque aunque no quisiera, aunque intentara negarlo, mi corazón le pertenecía al chico rubio de ojos verdes que me tenía atrapada encima suya en estos momentos. Le había pertenecido desde que tenía memoria. Aún me acuerdo del día en el comencé a sentir algo más que amor por él, y no, no fue en secundaria, fue mucho antes. Fue aquel día en el que ambos éramos unos niños de 11 años y aun jugábamos al escondite por la casa. En ese tiempo no entendía lo que el corazón quería decirme. Mi madre solía dejarme la merienda encima de la mesa del salón, era un bocadillo de nocilla junto a unas galletas de chocolate. Solían traer a Tobías a casa porque nuestros padres trabajan y yo solía ir a merendar la última, y que casualidad que siempre me faltaban las galletas. Entonces, un día le descubrí. Era él quien me las quitaba. Me di cuenta que le gustaban demasiado por lo que decidí meterle un par en cada recreo de clase. Era un gesto tonto, lo sé, pero la sonrisa que se le dibujaba en el rostro cada vez que las veía, me animaba a comprar miles de galletas al día para volver a hacerlo. Porque eso era lo que quería y lo que siempre querré, verle sonreír.

Ariadna, ¿Qué Hiciste?Where stories live. Discover now