Capítulo 26

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Capítulo 26



Algún lugar de Solaris – 1.836



—¿Hola? ¿Me oyes? Sé que estás cansada, pero pesas, ¿sabes?

La voz de Iván sonaba muy lejos, más allá del límite de los sueños. Acomodada sobre un colchón de plumas, Iris no quería despertar. Estaba demasiado cómoda y cansada como para levantarse. No obstante, el magus insistía, y aunque en un principio lo había hecho con poco más que susurros, su voz no tardó en convertirse en un timbre constante. Un sonido molesto que, sumado a un suave movimiento en el colchón, la obligó a levantarse. Iris abrió los ojos, se incorporó sobre la cama y, despertando al fin del mundo onírico donde llevaba varias horas atrapada, descubrió que no estaba en su habitación. De hecho, ni tan siquiera estaba en su cama. El cómodo colchón eran los brazos del magus, y la almohada, su hombro herido.

—Sol Invicto, ¿y yo soy el bello durmiente?

Avergonzada, Iris se apartó. Se encontraban en el interior de una habitación muy estrecha, con tan solo una litera situada a un par de metros y un armario vacío. En el suelo había un par de maletas llena de ropa que habían guardado sin cuidado y una mochila.

La mochila de Iván.

Se incorporó con lentitud, sintiendo que el dolor de las heridas despertaba al moverse, y se levantó. Sentía un desagradable pitido clavado en la cabeza.

Tras ella, Iván no tardó en levantarse también. Se acercó a la puerta, la cual estaba entreabierta, y se asomó.

—No tengo la más mínima idea de dónde estamos —le advirtió en apenas un susurro—. Pero no tiene buena pinta... Parece un salón.

Iris le miró con desconcierto, sin entender lo que le estaba diciendo. Aún estaba muy desorientada. Volvió la mirada a su alrededor, volviendo a comprobar el contenido de la habitación, y se acercó a la puerta. Tal y como había dicho Iván, al otro lado del umbral aguardaba una amplia sala de aspecto parecido a un salón con una gran mesa central, unos sillones de aspecto muy nuevo y estanterías cargadas de libros cubriendo las paredes. Pero más allá de un mobiliario algo anticuado y frío, había algo que llamó enormemente su atención, y fueron sus cajas. Todas sus queridas cajas, con el material de estudio de su hermano, se encontraban en el salón esperando a ser desembaladas.

Iris las contempló con perplejidad, totalmente confusa, he hizo ademán de salir. Iván, sin embargo, se lo impidió. Cerró la mano en su antebrazo y tiró de ella hacia el interior de la habitación.

Entornó la puerta.

—Espera —le dijo en apenas un susurro—, ¿ dónde estamos? ¿Te suena este sitio?

Ella negó con la cabeza.

—Ya, me lo imaginaba... ¿qué recuerdas?

¿Más allá de la oscuridad que se había filtrado por la rendija de la puerta en el baño y se había abalanzado sobre ellos, arrastrándolos a un sueño profundo? Nada. A partir de aquel terrorífico momento, Iris había dormido tan profundamente que, salvo el despertar, no recordaba nada.

—Ya, yo tampoco —admitió Iván—, y eso es malo. Muy malo. ¿Entiendes ahora la diferencia entre lo que es realmente un secuestro y lo que pasó en las Espigas de Sangre?

—¿Tengo cara de imbécil? —replicó ella, soltándose de un tirón—. Como esto sea cosa tuya...

—¿Cómo demonios va a ser cosa mía? —replicó él, ofendido.

Dioses del TiempoWhere stories live. Discover now