Capítulo 21

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Capítulo 21



Iglesia Solar de Puerto Azufre, sur de Solaris – 1.836



El párroco de la iglesia recitaba la oración de los Grandes Héroes cuando Garland y Tristan entraron a través de la puerta trasera. Atravesaron el umbral en silencio, dejando una estrecha rendija para que el siguiente grupo les siguiese, y recorrieron el estrecho pasadizo de servicio que conectaba con la cadena de criptas laterales. En cada una de ellas había una puerta entreabierta a través de las cuales se podía acceder a las capillas individuales, donde diferentes estatuas del Sol Invicto custodiaban los rezos de sus seguidores desde grandes alturas. Garland se adentró en una de ellas, dejando a Tristan la más cercana, y se acuclilló junto al acceso a la nave central. En su interior, de pie frente a los bancos de piedra, los seguidores del Sol Invicto se mantenían con los ojos cerrados y las manos unidas, murmurando para sus adentros las plegarias.

Había mucha gente. Al no ser una iglesia especialmente grande, la nave se veía muy llena, con todos los bancos ocupados y varias personas en pie al final. Curioso, Garland paseó la mirada por los presentes, encontrando en la mayoría de ellos personas de avanzada edad, hasta dar con Aurora. La maga, sentada en el penúltimo banco con la larga cabellera rizada recogida en una coleta y una capa de terciopelo cubriendo su túnica, tenía la mirada fija en la cúpula.

Tristan se adelantó un par de pasos más para asomarse. Sobre las cabezas de los presentes, protegiéndolos de la oscuridad con sus imponentes rayos de luz solar, había un bello Sol Invicto cuya sonrisa transmitía paz. El capitán mantuvo la mirada en él durante unos segundos, creyendo sentir parte de su poder penetrar en su corazón, y cerró los ojos. Las palabras del párroco sonaban con fuerza por toda la estancia, clavándose como agujas de verdad que despertaban el sentimiento de culpabilidad en Garland. Ni conocía aquellos rezos, ni jamás había tenido interés alguno en memorizarlos. Su hermano, en cambio, se los sabía a la perfección. Él, sus padres, sus compañeros, Judith... absolutamente todos a su alrededor se habían volcado en la religión como una de las grandes vías de escape ante la oscuridad vivida en las últimas décadas. Todos excepto él, cuya auténtica lealtad siempre había sido al océano.

Pero aunque nunca hubiese sido especialmente creyente, en aquel entonces sintió el calor del Sol Invicto envolverle. Sintió su poder formar una armadura protectora a su alrededor, y cuando la oración llegó a su fin y todos los presentes empezaron a entonar uno de tantos cánticos, sintió paz. Una paz aletargante que le hizo despegar los pies del suelo y olvidar dónde se encontraba.

Empezó a flotar a la deriva...

Hasta que un potente grito procedente de la garganta de su hermano le hizo volver en sí. Garland abrió los ojos y ante él vio que un gran torrente rojo caía desde lo alto de la cúpula. Los ojos del Sol Invicto lloraban lágrimas de sangre. Perplejo, el capitán observó la cascada caer sobre el párroco, el cual seguía entonando el cántico, sin inmutarse, y se extendía por toda la nave central, cubriendo hasta las rodillas a los feligreses.

Pero nadie parecía ser consciente de ello. Totalmente concentrados en la canción, los presentes no solo no abrían los ojos, sino que parecían al margen de todo, atrapados dentro de su propio sueño.

Aurora, en cambio, actuó con rapidez. La maga subió sobre el banco de piedra, lo que propició que Garland y el resto hicieran lo mismo. El capitán trepó por la estatua del Sol Invicto y se apoyó en el pedestal. Volvió a escuchar los cánticos...

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