Capítulo 2

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Ciudad de Hésperos, Albia – 1.836



Aquella era la primera vez que visitaba Hésperos, la gran capital del Imperio Albiano. A lo largo de su vida había oído hablar mucho de ella, sobre todo durante la etapa previa a unirse a la Hermandad del Amanecer, por lo que no le sorprendía nada de lo que veía. El tamaño monstruoso de sus edificios, las calles repletas de gente, los coches llenando las grandes avenidas, las estatuas laureadas... Era un lugar impactante, era evidente: desde sus letreros de neón hasta la ingente cantidad de negocios que llenaban sus calles así lo evidenciaban, pero no acababa de llenarle. Después de tantos años viviendo en la preciosa ciudad de piedra, la fortaleza del norte, aquel monstruo de cristal y neón no había logrado conquistarla. Al menos no en el primer impacto. Claro que, siendo ciertos, el momento no le hacía justicia. Con la caída del anochecer tiñendo de sombras el cielo y la lluvia bañando sus calles, aquella no era la Hésperos brillante de la que todos hablaban.

Pero no le importaba. Después de tantas jornadas de viaje metida en el bólido de Herrengarde, sentada en la misma butaca y sin posibilidad de disfrutar de una ducha individual, Iris solo tenía en mente el llegar a la pensión que horas atrás había reservado.

Salió de la estación, consultó su posición en uno de los mapas informativos que había repartidos por las distintas salidas del gran edificio blanco y calculó que tardaría cerca de media hora a pie en llegar a su pensión. Demasiado para su gusto.

—Pero esto es lo que hay —se dijo con buen humor.

Dedicó una fugaz mirada al cielo, se ajustó la capucha de la chaqueta impermeable y empezó la travesía. Después de tanto tiempo sentada, necesitaba estirar las piernas.

Paseó bajo la lluvia durante largo rato, empapándose no solo de las gotas de agua, sino también de la estridente vida llena de contrastes de la capital albiana. Hésperos respondía a la perfección a lo que cabría esperar de los albianos del norte: era pura solemnidad y lujo mezclada con callejones sombríos y edificios abandonados. Jardines llenos de flores y fuentes y descampados donde anteriormente había habido bloques de piso ahora derruidos; jóvenes ataviados con prendas a la última moda pasando frente a vagabundos que apenas tenían para comer. Blanco y negro, día y noche. El Imperio de la Emperatriz Vanya Vespasian no pasaba por su mejor momento, y así se reflejaba en su sociedad. Por mucho que intentasen fingir que las cosas estaban yendo bien, lo cierto era que la amenaza del rey Elberic de Throndall era cada vez más evidente, y era cuestión de tiempo de que su sombra se cerniese sobre todos...

Y eso la incluía a ella, por supuesto. Aunque Iris se sentía como una extranjera por aquellas calles, lo cierto era que aquella era su capital. Hésperos era el corazón de Albia, su patria, y si el día de mañana Throndall decidía alzarse en armas contra ellos, y todo apuntaba a que así iba a ser, ella también tendría que hacer frente al enemigo. Tendría que seguir aportando cuanto podía, tal y como había hecho hasta ahora, y para ello era necesario que decidiese qué hacer con su existencia.

Por el momento, decidió, el Medusa se había convertido en su segundo objetivo. El primero era darse una ducha caliente y lavarse el pelo, pero después lo buscaría y sacaría lo que fuese que allí le aguardaba.

Aceleró el paso al ver que las nubes se tornaban aún más negras hasta acabar corriendo por las calles, tal y como hacían otros tantos. Metro a metro se fue adentrando en la ruidosa ciudad hasta, superados los treinta minutos de andadura, alcanzar al fin el cartel que reconocía aquella zona como el barrio de los Mil Canales. A partir de aquel punto el paisaje varió, recortando las alturas de sus edificios y transformando algunos de ellos en grandes naves industriales de aspecto polvoriento. Iris fue orientándose por las calles, basándose en lo que había memorizado del mapa de la estación, y fue adentrándose en el tranquilo barrio hasta localizar el llamativo cartel rojo de la posada "El Beso" en la lejanía. Atravesó las últimas calles a la carrera, saltándose uno de los semáforos, y ya en la entrada de la pensión, cuya fachada multicolor logró arrancarle una carcajada, se adentró en una curiosa recepción sin personal en la que el registro debía realizarse en unas máquinas. Introdujo sus datos personales, pagó en efectivo por adelantado la noche y subió a uno de los cuatro ascensores que había en el pasadizo contiguo.

Dioses del TiempoWhere stories live. Discover now