Capítulo 19

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Capítulo 19



Cúpula de Estrellas, Solaris – 1.836



—No sé qué has hecho, chaval, pero está muy cabreado —le advirtió Bek al cruzarse por las escaleras. Mientras que uno bajaba del despacho, el otro subía.

—¿De veras? —respondió Iván Elder con fingida sorpresa—. Que conste que yo no he hecho nada.

—Pues él no piensa lo mismo. Nunca le había visto así.

Se lo había imaginado. La noche anterior, mientras intentaba dormir en su habitación, demasiado inquieto ante la posibilidad de que Laurent pudiese descubrir lo ocurrido como para lograr conciliar el sueño, alguien había entrado en la sala.

O mejor dicho, algo.

Iván había preferido fingir que seguía durmiendo, pero lo había escuchado todo. Había escuchado cómo se colaba por la rendija de la puerta y cómo crecía frente a su cama hasta adoptar forma humanoide. El siseo de sus pies al rozar el suelo y el de sus manos al rebuscar entre los bolsillos de su ropa. Abrir cajones, vaciar la papelera...

De haber estado dormido, no se habría enterado de nada. La sombra era muy silenciosa, pero dadas las circunstancias lo oyó todo.

Y supo que estaba perdido.

Pero aunque aquella decisión le iba a costar muy cara, no se arrepentía de ello. Iván era un hombre de palabra y no iba a permitir que las decisiones de su maestro empañaran su moral. Las promesas se hacían para cumplirlas.

—Suerte —se despidió Bek, y siguió bajando.

Iván subió hasta alcanzar el rellano del despacho. Se asomó a una de las ventanas para asegurarse de que Valhir seguía cerca de allí, posado en lo alto de la estatua del puente que unía las torres, y avanzó hasta la puerta.

Cogió aire antes de llamar.

—Maestro...

Laurent le esperaba dentro, de pie junto a una de las estanterías. Entre manos tenía una de sus esferas de cristal, la cual brillaba con fuerza. Su aspecto era el habitual, con el cabello perfectamente peinado y la túnica negra anudada a la cintura. Del cuello le colgaba un amuleto diferente, en forma de media luna, y en la mano derecha lucía una especie de rosario del que pendía también el mismo emblema, detalle que llamó la atención de Iván. Como fiel siervo del Sol Invicto, resultaba extraño que llevase abiertamente la simbología propia de los hecatianos. Pero aquella era su casa, así que podía hacer lo que quisiera. Al fin y al cabo, aquellos que mejor le conocían sabían perfectamente que sus poderes no solo respondían a la llamada del Sol Invicto.

Cerró la puerta tras de sí y permaneció en silencio unos segundos, observándole. Estaba enfadado, era evidente. No lo reflejaba su rostro, pero sí la sombra que le rodeaba. Un pensamiento le envenenaba e Iván creía saber cuál era.

—Cuando llegaste tuve dudas sobre si debía acogerte —dijo Laurent de repente, con naturalidad—. Tu madre nunca fue una persona fácil. De hecho, era eso lo que me gustaba de ella: era puro fuego y determinación. No obedecía órdenes de nadie que no fuese ella misma, y mucho menos de aquellos que consideraba inferiores. Era... ¿cómo decirlo? —La sombra de sonrisa se dibujó en sus labios—. Un alma libre en un mundo demasiado ordenado. Supongo que fue esa personalidad la que tanto me llamó la atención. Había pocas mujeres con tanta fuerza como Karisha. Por desgracia, ese tipo de gente no dura demasiado. Para poder sobrevivir aquí hay que ser disciplinado y ella no lo era. No cumplía con los protocolos, ni tampoco escuchaba los consejos o advertencias. Es por ello por lo que no me sorprendió que me comunicasen su muerte. Lo raro fue que hubiese sobrevivido tanto tiempo, la verdad. A pesar de ello, lamenté su pérdida, y cuando años después viniste a mí, te di la oportunidad. Quise creer en ti, en que podrías ser el hijo que decías que serías, pero me equivoqué. Supongo que la sangre no es suficiente.

Dioses del TiempoWhere stories live. Discover now