Capítulo 13

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Capítulo 13



La Colina Roja, Solaris – 1.836



—Lo sabía. Sol Invicto, lo sabía...

Desconocía cuánto tiempo llevaba sentada en el suelo del sótano, totalmente absorta por todo cuánto albergaba en su interior, cuando una brecha de luz procedente del exterior iluminó su rostro. Iris abrió débilmente los ojos, sintiendo despertar de un profundo sueño, y vio una sombra acercarse. Una sombra alta y esbelta que, tras descender las escaleras a la carrera, se agachó a su lado.

Apoyó la mano sobre su frente y suspiró. Sus ojos oscuros destellaron en mitad de la oscuridad.

—Eres terrible —dijo en tono acusador—. Ahora entiendo por qué no me cogías el teléfono. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

Iris quiso responder, pero no lo consiguió. Tal era el cansancio que sentía que apenas era capaz de mantener los ojos abiertos. Era como si algo tirase de ella hacia la oscuridad, como si no quisiera que despertase.

Algo que la recién llegada ya había visto en demasiadas ocasiones.

La ayudó a incorporarse y, sujetándola por debajo de los brazos, tiró de ella hacia las escaleras.

—¿Quién eres? —acertó a decir Iris, incapaz de reconocer su rostro en la oscuridad—. Tu voz...

—Cállate, anda, necesitas dormir. Cuando despiertes te lo explicaré, pero por el momento basta con que sepas que soy tu salvadora. Ahora, duerme.




El alegre gorjeo de los mirlos blancos del jardín la despertaron. Iris abrió los ojos, logrando al fin liberarse del agotamiento que la había mantenido profundamente dormida durante las últimas doce horas, y se incorporó. No recordaba cómo había llegado a la cama, pero se encontraba en su interior, vestida con un pijama y cubierta con demasiadas mantas como para no haber pasado calor.

Se destapó y bajó. Ante ella, abierta de par en par y con la luz de la mañana iluminando de pleno la habitación, la ventana le ofrecía unas hermosas vistas del jardín. Iris se acercó al cristal, sorprendida al ver las cortinas anudadas en los extremos, y volvió la vista hacia el interior de la habitación. Todas las luces estaban encendidas. Además, había un olor diferente. Un olor agradable y familiar que logró al fin traerla de regreso al mundo real.

—¿Café?

Desorientada, Iris salió de la habitación descalza y recorrió la mansión hasta la cocina. El suelo estaba terriblemente frío, al igual que todo el edificio en sí, pero tal era la sensación de alarma que atenazaba su pecho que no se detuvo. Descendió las escaleras a la carrera, saltando el último tramo, y recorrió el salón hasta lograr al fin encontrar el origen del café: la cocina.

Y en ella, apoyada en una de las paredes, con una taza humeante en la mano y una expresión oscura en la mirada, encontró una mujer.

La misma mujer que el día anterior la había encontrado en el sótano.

Tardó unos segundos en reconocerla, tiempo en el que la extraña aprovechó para acercarse a ella y mirarla algo más de cerca. Sus ojos, de un intenso color castaño, tenían un brillo extraño. Un brillo triste.

—¿Marine? —comprendió al fin—. ¿Marine Vilette? Eres... eres la mujer de mi hermano, ¿verdad?

Marine respiró hondo antes de responder. Tal era el parecido físico de Iris con Frédric y sus propios hijos que necesitó unos segundos para que no se le rompiera el corazón. Cerró los ojos con pesar, sin poder evitar que el recuerdo de su marido tiñese de amargura su alma, y asintió con suavidad.

Dioses del TiempoWhere stories live. Discover now