35 | Lo que no te rompe te hace más fuerte

Comenzar desde el principio
                                    

Incluso echo de menos su voz.

Cuando salgo de casa esa noche, me muero de ganas de verle y de decirle todo lo que he estado callando desde hace semanas. Sin embargo, mi valentía cae en picado cuando me detengo frente a la casa de Sam y escucho voces en el interior. Distingo la característica risa de Blake e imagino que los demás ya estarán allí y que soy la última en llegar.

No estoy preparada para enfrentarme a ellos. Seguro que están pasándoselo en grande y que mi presencia lo arruinará todo. Pensándolo mejor, debería irme. Mi sitio no es este. Ya no.

Estoy a punto de volver por donde he venido cuando, de pronto, mi teléfono se pone a sonar. Dentro, todos se quedan en silencio y comprendo que es Sam quien me está llamando. Deben haberse dado cuenta de que estoy aquí fuera. Mierda.

Me agarro con fuerza a la bolsa que traigo con mi ropa y cierro los ojos, anticipándome a lo que pasará a continuación. La puerta se abre unos segundos más tarde.

—Creía que no vendrías. —Es Sam. Oír su voz hace que se me relajen los músculos.

—Me habrías sacado de casa a rastras si no me hubiera presentado.

Me balanceo con los pies, nerviosa, y él sonríe.

Touché. —Se aparta para dejarme pasar, pero no entro. Le echo un vistazo al recibidor, desconfiada—. Todo irá bien, ¿vale?

Ojalá pudiera creérmelo, pero tengo un mal presentimiento.

—No me quieren aquí. Las cosas se pondrán feas y acabarán pidiéndome que me vaya.

—Si se les ocurre hacer eso, serán ellos quieren se larguen.

Me sostiene la mirada, esperando a que replique, pero me limito a asentir. Me tranquiliza saber que está de mi lado.

Entramos y cierra la puerta a mis espaldas. Dejo mi bolsa en el pasillo, en un rincón, y después le sigo hasta el salón, donde aún se oyen risas. No obstante, la conversación cesa en cuanto nos detenemos junto a la puerta y me ven.

Reviso la estancia rápidamente con la mirada.

Alex no está.

El corazón me late a toda velocidad. No siento alivio ni decepción, porque estoy demasiado ocupada preguntándome qué estarán pensando los demás. Mason, Finn y Blake están sentados en el sofá, a unos metros de nosotros, observándome en silencio. Quizá debería saludar. Decir algo. Cualquier cosa. Pero no me salen las palabras. Trago saliva y deseo que me absorba la tierra.

Hasta que, de pronto, Finn se levanta de un salto y, sorprendiéndonos a todos, corre hasta mí y me envuelve entre sus brazos.

—No sabes la de veces que he estado a punto de presentarme en tu casa para obligarte a dejar de ignorarme.

Me abraza con tanta fuerza que apenas puedo respirar y el corazón se me resquebraja cuando escucho lo dolido que parece. He estado tan ocupada pensando en Alex que no había caído en que, quizás, ellos también me echaban de menos. Se me forma un nudo en la garganta. Soy una persona horrible.

No se merecían pagar por mis errores.

—Lo siento —le digo, en voz baja. Finn se separa de mí y me sonríe como si todo fuera perfectamente.

—Perdonada, pero vuelve a hacerlo y te obligaré a comer lentejas durante una semana.

No puedo evitar reírme. Le revuelvo el pelo y él me abraza otra vez. Cuando nos distanciamos, decaigo en que Mason está junto a nosotros.

—Somos tus amigos también —dice. Sabe que necesitaba que me lo recordaran.

Asiento y fuerzo una sonrisa para que vea que estoy agradecida. Cuando se coloca a mi lado, mi mirada recae sobre la única persona del salón que aún no se ha pronunciado. Blake sigue sentada en el sofá, mirándonos en silencio.

Cántame al oído | EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora