04 | Somos unos cobardes.

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04 | Somos unos cobardes


HOLLAND

Empujo la puerta con una mano y dejo que se abra hasta que golpea la pared. Abrazando mis libros, doy un paso adelante, aunque no me atrevo a entrar en la casa. Los muebles del recibidor me dan la bienvenida, elegantes e imponentes. Aún desde fuera, sin cruzar el umbral, aprieto los labios y saludo en voz alta. Luego, cuento mentalmente.

Uno, dos, tres. No ha respondido nadie. Estoy sola.

Aliviada, dejo escapar el aire que retenía en los pulmones.

No creo que sea mala persona por alegrarme de que mis padres no hayan vuelto del trabajo todavía. Más bien, diría que soy una superviviente. Está claro que, después del numerito que he montado esta mañana, papá y mamá tendrán muchas preguntas que hacerme cuando coincidamos a la hora de cenar. Conociendo al director Parker, ya habrá ido al despacho de mi padre para informarle personalmente acerca del «comportamiento inadecuado con el que su correctísima hija ha sorprendido hoy al profesorado del centro».

El director Parker tiene una voz muy chillona que siempre me ha parecido insoportable. Me pregunto en qué tema habrá mostrado más interés papá. ¿Se sentirá decepcionado porque hayan pillado a su hija en el cuarto del conserje, montándoselo con un chico al que ni siquiera conoce? ¿Se enfadará cuando se entere de que ahora todo el instituto lo sabe y la llaman zorra por los pasillos?

¿Habrá pasado por alto el hecho de que me he saltado las tres últimas clases del día para irme a casa? Y de que no ha sido porque esté enferma, sino porque no podía soportar seguir en el instituto. Porque siento que me juzgan allá a dónde voy. Me pregunto también si el director Parker le habrá comentado algo acerca de lo preocupante que es que todo esto haya pasado solo en mi primer día de instituto.

Porque para mí sí que es preocupante. Mucho.

A este paso, creo que no llegaré viva a la universidad.

Resoplando, dejo la mochila en el recibidor y subo las escaleras que conducen hasta el segundo piso. Cuando entro en mi habitación, todo está mucho más ordenado que de costumbre. Hoy es miércoles y eso significa que Andrés, el chico de la limpieza, ha venido a hacer su trabajo. Normalmente no dejo que entre aquí porque prefiero convivir con mi desastre, pero esta mañana he salido tan rápido de casa que se me ha olvidado cerrar la puerta.

Como consecuencia, ahora mi cuarto huele a desinfectante y ambientador de pino para coches.

Una vez que me he quitado los zapatos, voy a dejarlos junto a la puerta del vestidor. Llevo tantas horas caminando que ahora tengo los pies adoloridos. No obstante, me parece una sensación reconfortante. Camino de pintillas hasta la cama, abro los brazos y me dejo caer sobre ella. Levanto los pies hasta que puedo verme la pedicura, que está perfecta, como siempre. Y luego cierro los ojos.

A veces me gusta imaginarme que estoy en medio de la nada, flotando en un barco a la deriva. Sueño que no veo a mi alrededor más que el agua del océano; que huele a sal, no a desinfectante para muebles, y que el sol está quemándome la piel de la espalda. Que estoy lejos de todo esto. Tan lejos que nunca encontraré la manera de regresar.

Pero, aunque lo intente con todas mis fuerzas, sigo aquí.

Nunca me muevo de aquí.

Todavía soy Holland Owen, la ex reina de la secundaria.

«¿Estabas intentando ganar el primer premio a la más zorra del año, Holland? Porque, si es así, felicidades. Es todo tuyo».

Todavía con los ojos cerrados, me imagino subida en un podio, llorando con fingida emoción, mientras recojo mi galardón. De mi boca sale un bocadillo de cómic en donde pone que me siento agradecida, que es todo un honor. Si supiera quién diablos está detrás de La dama rosa, incluso la invitaría a subir conmigo al escenario para poder pegarle una patada en la cara delante de todo el mundo.

Cántame al oído | EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora