27 | Mil y una veces

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27 | Mil y una veces

Alex

Alguien debería escribir un tutorial sobre cómo se debe actuar con una chica después de haberte enrollado con ella.

Me miro al espejo y suspiro. Hay dos cosas que me molestan ahora mismo. La primera es que tengo un aspecto horrible. Anoche volvimos tarde a casa y después Mason y Finn insistieron en quedarse hasta que llegó papá, y eso no pasó hasta las cinco de la mañana. El único punto positivo es que, cuando me dejé caer en la cama, rendido, dormí del tirón. El negativo es que solo he tenido tres horas de descanso. A las ocho en punto me ha sonado el despertador porque Holland y yo hemos quedado para ir a visitar a Bill al hospital.

Así es como llegamos a la segunda cosa que más detesto de mí mismo.

Estoy nervioso. Bastante. Me gustaría decir que no tengo motivos, pero estaría mintiendo, porque que los tengo. Se supone que Owen se presentará en mi casa dentro de veinte minutos y no sé cómo diablos se supone que tengo que comportarme con ella. La noche de ayer me parece algo tan lejano que, de no ser por la marca que tengo en el cuello, pensaría que fue un sueño. Es un alivio que esté ahí porque así, al menos, puedo saber con certeza que lo que pasó fue real.

Solo que, claro, eso no quita que también fuera tremendamente surrealista.

A Holland Owen le gusto. Yo. A Holland Owen le gusto yo.

Todavía no he terminado de asimilar todo esto. Ayer me sentí realmente bien y no fue solo porque di mi primer beso, sino porque fue con Owen y estoy completamente loco por ella. Confesárselo fue todo un reto, pero mereció la pena. Ahora ya no sé exactamente cuántas veces nos hemos besado. Tampoco creo que la gente lleve la cuenta de estas cosas. En fin, como sea.

Mason y Finn son los seres más insistentes del planeta y ayer consiguieron que les contase lo que había pasado con todo lujo de detalles. Fue bastante incómodo, sobre todo porque mi hermana estaba presente, mirándome como si fuera una madre orgullosa. Después, Mason me dio algunos consejos para enfrentarme a Owen hoy, que se resumían en actuar como un tío prepotente y sobrado de confianza y restarle importancia a lo que pasó anoche, cosa que seguramente a él le funcionará muy bien, pero que a mí solo me haría quedar en ridículo.

Así es como volvemos al punto de partida. Llevo un rato mirándome al espejo porque me han salido unas marcas oscuras bajo los ojos que me hacen parecer un muerto viviente. Sin lugar a dudas, no dormir me ha pasado factura. Me he puesto unos vaqueros y un jersey de cuello alto, porque me pongo nervioso cada vez que veo esa marca en mi garganta. También hace que me acuerde de lo que ocurrió anoche y que sienta un cúmulo de sensaciones en el estómago que definitivamente no me ayudará a actuar con normalidad delante de Owen.

Cojo una profunda bocanada de aire. Muy bien. Puedo lidiar con esto. No tiene por qué ser incómodo.

No obstante, cuando mi móvil suena unos minutos más tarde, me sobresalto con tanta fuerza que casi estampo la cabeza contra la puerta. Maldigo entre dientes y leo el mensaje que Owen acaba de enviarme. Está esperándome fuera.

Mierda.

Blake y papá se han marchado hace rato, así que Holland y yo tendremos que ir en transporte público hasta el hospital. Podría haberme ido con ellos, pero no me sentía bien dejando plantada a Owen y, sinceramente, estaba intentando retrasar este momento lo máximo posible.

No he vuelto a pisar un hospital desde que murió mi madre. Me da pánico incluso pensar en volver a entrar en uno. Por eso no me hace gracia que los chicos vayan a acompañarnos; no sé hasta qué punto podré fingir delante de ellos que todo va bien. Anoche, cuando Bill me llamó, un miedo que ya creía haber superado volvió a cobrar importancia. Bill es mi jefe, pero también somos amigos y ha estado toda la vida tratándome como a un hijo. Ya es parte de la familia.

Cántame al oído | EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora