9 | Con la música en las venas

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9 | Con la música en las venas

Holland

Siempre pensé que mi primera ruptura amorosa sería como en las películas. Creía que, cuando llegase el momento, me sentiría dolida y desolada, que no me apetecería salir de casa y que entonces Sam acudiría en mi rescate, cargado con dos grandes tarrinas de helado y una lista de películas tristes y románticas que nos hicieran llorar a los dos. Se supone que eso debería repararme y que, unos días después, ya volvería a estar bien.

La vida real es muy diferente. Básicamente porque aquí, en mi habitación, solo hay una persona, y soy yo.

La gente siempre dice que la compañía ayuda a curar corazones. Sin embargo, lo que menos me apetece en estos momentos es socializar. He llorado tanto que ahora me duele la cabeza y siento que me palpitan las sienes. Es una sensación terriblemente desagradable. Además, no dejo de moquear y mis mejillas están rojas y tengo los labios hinchados. No podría soportar que nadie me viese así. Ni siquiera Sam.

Mi aspecto exterioriza muy bien cómo me siento por dentro: angustiada, destrozada y culpable. Como si fuera la persona más inútil del universo. Me gustaría que no hubiese tanto silencio porque, cuando no hay distracciones, mis pensamientos siempre me torturan. Así es como he terminado acordándome de Gale. De que, aunque le quiero con todas mis fuerzas, he acabado haciéndole daño sin querer. De que no volverá a pasear conmigo por los pasillos, a mandarme mensajes de buenos días y a desearme dulces sueños antes de irse a dormir. Tampoco me acompañará hasta mi taquilla y me esperará apoyado contra ella, con los brazos cruzados, como solía hacer siempre; mirándome como si fuera la chica más guapa del universo.

Como si fuera perfecta. Así era como Gale me hacía sentir.

Perfecta.

Perfecta a ojos de todos los demás.

Pero eso ha pasado a la historia.

Mi móvil vibra sobre la mesilla con la llegada de una nueva notificación. Maldigo entre dientes. Creía que estaba apagado. Alargo la mano para cogerlo y, en el último segundo, dudo. Antes he mirado mis mensajes un poco por encima y he visto que tenía varias conversaciones abiertas. Es un hecho que yo no hablo con tanta gente. La noticia de mi reciente ruptura debe haberse propagado con rapidez.

«A la mierda», pienso y, justo cuando creo que estoy decidida a ignorar mi teléfono, lo cojo y lo desbloqueo. Lo primero que hago es desinstalar Instagram. Al menos por un tiempo, esa aplicación no va a aportarme nada bueno. Acto seguido, cojo aire y entro en mi buzón de mensajes.


3 conversaciones activas

9 nuevos mensajes

Joseph Flich (2º A): Hola, guapa


Frunzo el ceño. Vale. «Eliminar».


Stacey: ¿Qué coño has hecho?

Stacey: Todo el mudo está hablando sobre ti.

Stacey: ¿Holland?

Stacey: Dime que es una broma.


Eso acentúa el nudo que siento en la garganta. Stacey está en línea, así que decido ignorar su mensaje porque prefiero contestarle en persona, la próxima vez que nos veamos (si es que todavía se digna a hablar conmigo).

Teniendo en cuenta que llevo evitándole toda la mañana, no me sorprende que Sam también me haya escrito.


Cántame al oído | EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora