34 | Efectos colaterales

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—Te creería si no llevases dos días aquí encerrado. Estoy preocupada por ti, Alex.

Mi hermana entra en el dormitorio y, sin pensar, miro hacia la puerta. Ella me observa desde allí, pero estoy pensando en otra cosa. Hace dos días estuve besando a Holland justo en ese rincón. Ha entrado tantas veces en este lugar que su presencia está por todas partes.

¿Cómo diablos voy a olvidarla si parece que sigue aquí?

Me gustaría hacerlo ya. Que fuera fácil. Borraría todos estos meses de mi memoria sin pensármelo dos veces. Ojalá no la hubiera conocido. Si no se hubiese cruzado en mi camino, ahora no me sentiría como si me hubiesen clavado una estaca con espinas, justo en el centro del pecho, y estuvieran retorciéndola sin piedad.

Cruzo las piernas sobre la cama y me tapo la cara. No puedo más. Soy patético. Pensar en ella hace que el nudo que tenía en la garganta se vuelva cada vez más insoportable y, cuando quiero darme cuenta, se me escapan las lágrimas. Me las limpio rápidamente porque no quiero que me vean llorar.

Pero ya es demasiado tarde.

—El amor es una mierda —digo.

—Lo sé —responde mi hermana, y parece que se atraganta con las palabras.

Después, se acerca y me envuelve entre sus brazos.

Escondo la cara en su cuello y me abraza con fuerza, como si creyera que, si me suelta, podría hacerme pedazos. Puede que tenga razón. Me acaricia la nuca, con los dedos temblorosos, y sé, porque la conozco, que sufre con esto tanto como yo. Blake es así. Se preocupa demasiado por mí.

Odio que me vea así, pero ya no soy capaz de fingir que estoy bien.

—Sam nos ha contado lo que ha pasado. —Escucho decir a Finn.

—Lo siento, tío —añade Mason.

—No me creo que te haya hecho esto. Holland es... es una...

Oír su nombre me retuerce el corazón. Me separo de mi hermana y sacudo la cabeza, mientras me seco las lágrimas con el brazo.

—No la insultes. Es tu amiga —le recuerdo.

—Me da igual. Te ha roto el corazón.

—No es culpa suya.

«No tiene la culpa de que yo no sea suficiente».

No me atrevo a mirarlos porque no soportaría ver que sienten lástima por mí. Estoy roto, ¿y qué? Tampoco es como si fuera la primera vez. Lo superaré, como hago siempre. Estoy acostumbrado a que mi mundo se haga pedazos justo cuando parece que todo va bien.

No quiero seguir auto compadeciéndome. Detesto parecer débil, sobre todo si ellos están delante. Así que reúno todas mis fuerzas y me levanto. Me acerco a la cómoda para cambiarme la camiseta del pijama por una más decente.

—De paso, podrías darte una ducha —bromea Finn a mis espaldas.

Su comentario me pone de mal humor.

—Siempre puedes largarte y dejarme en paz.

—Alex —me recrimina Blake.

Miro a Finn, que ya no sonríe. Frunce los labios y susurra una disculpa. Parece que mi contestación le ha sentado mal. Suspiro. No hago nada bien.

—Lo siento. No iba en serio —le aseguro.

Asiente y desvía la mirada.

—Tranquilo. Estoy acostumbrado a que estés de mal humor por las mañanas.

Cántame al oído | EN LIBRERÍASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora