33 | Sigue latiendo

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Le quiero.

—Pase, por favor —bromea y se aparta para dejarme entrar. Ignorando los nervios que me revolucionan el estómago, me obligo a sonreír.

Después, miro alrededor e intento que el recuerdo de este lugar se quede grabado en mi memoria. No sé si volveré a entrar aquí. Me aferro a los momentos que hemos compartido entre estas paredes. Pienso en la noche de su cumpleaños, cuando me dijo por primera vez que estaba enamorado de mí, y me prometo que no lo olvidaré jamás.

Estoy tan perdida en mis pensamientos que me sobresalto cuando me toca. Alex se ha colocado detrás de mí y está quitándome la chaqueta con delicadeza. Se me seca la boca.

—¿Desde cuándo eres tan educado? —intento bromear. Me sorprende que no me haya temblado la voz.

Su risa me provoca un escalofrío. Se aleja para colgar la chaqueta del perchero y, cuando regresa, me abraza por la espalda. Se me tensan todos los músculos, pero no parece darse cuenta.

—Siento decepcionarte, pero no estaba siendo educado. No podía hacer esto cuando la llevabas —responde, antes de darme un beso en el hombro.

Sus labios ascienden por mi clavícula y mi corazón se detiene durante un segundo. Mi cerebro se llena de advertencias y le agarro las manos, dejándome llevar por un impulso. Debería zafarme de su agarre, pero lo que hago en su lugar es entrelazar sus dedos con los míos.

—Estás tensa —susurra en mi oído. No quiero echarme a llorar, así que me limito a negar con la cabeza. Alex suspira—. Intenta relajarte, ¿vale? Solo por esta noche. Tú misma lo dijiste: hoy solo somos tú y yo. Todo lo demás puede esperar hasta mañana. —Hace una pequeña pausa—. A no ser que necesites hablar de ello.

El corazón me da un vuelco. Debería decírselo ahora mismo. No existe un momento mejor que este, así que, ¿por qué no me atrevo a pronunciar esas dichosas palabras? ¿Por qué no puedo decirle que sí, que necesito que hablemos, y soltárselo así, sin más?

No puedo esperar más. Tengo que hacerlo cuanto antes. Esta noche. Y después, cuando vuelva a casa, llamaré a Mason para que mañana venga a asegurarse de que Alex está bien. Tendrá un día para asimilar lo ocurrido, y el lunes o el martes deberá enfrentarse de nuevo a la vida real y ponerse a estudiar para los exámenes.

Es un plan horrible. Estoy dejándome guiar por un falso sentimiento altruista y sé que está mal. Que es ridículo. Pero no me deja otra opción. Me gustaría poder hablar con él como dos personas maduras, pero tomando esa decisión Alex me ha demostrado que, por muy mayor que parezca por fuera, sigue comportándose como un crío.

Tengo que hacerlo. No me queda otra. Y tiene que ser ya.

Pero eso es lo que dice mi parte racional.

La otra se guía por el corazón y está convencida de que Alex tiene razón: todo lo que me preocupa puede esperar hasta mañana. Me he pasado toda la semana dándole vueltas al tema y darme un respiro, aunque solo sea durante una noche, no me hará daño. Al menos, no más del que me ha hecho ya.

Lucho por que mi voz suene clara y tranquila y asiento.

—Solo por hoy —cedo.

Él sonríe. Me abraza con más fuerza y vuelve a darme besos por el hombro y la zona lateral del cuello, e incluso se inclina hacia adelante para alcanzar mi mejilla. Arrugo la nariz, riéndome. Me hace cosquillas.

—No voy a separarme de ti en toda la noche —anuncia.

Mi corazón está encantado con esa afirmación.

—Qué empalagoso eres —me quejo, de todas formas.

—Te encanta.

—Si tú lo dices...

Cántame al oído | EN LIBRERÍASWhere stories live. Discover now